La percepción que cada uno
tuvo de Fidel Castro en vida, difícilmente la cambiará tras su muerte. Para
muchos fue un idealista y revolucionario. Para otros, entre los que me incluyo,
un tirano sanguinario.
Están aquellos que guardarán
la imagen del rebelde bajando de la Sierra Maestra para liberar a su pueblo de la
dictadura de Fulgencio Batista, emancipar a los oprimidos y bregar por la
igualdad en Cuba y América Latina, sometidas a las fauces del imperio.
Para mí, prevalecerá la
imagen del déspota que sembró el terror con fusilamientos, persecución,
encarcelamiento y una vigilancia vecinal férrea para que todos se delaten y se
teman, instaurando un Estado omnipresente, agobiante y opresor. Hacia el exterior,
Fidel fue un gran embaucador y oportunista. Glorificado por una propaganda implacable,
con la que disfrazó graves violaciones a los derechos humanos, blandió discursos
grandilocuentes contra el imperio yanqui capitalista, pero se prendió a la teta
de Rusia, China y Venezuela para morigerar la
miseria y ocultar la pésima administración que hizo de los bienes de todos los
cubanos.
Tras su muerte tengo
sentimientos encontrados. Comparto la alegría del exilio de Miami que sigue
festejando y que cree que ahora existen mejores chances de cortar con 60 años
de dictadura; una esperanza que se venía esfumando con Raúl Castro, por no
haber generado los cambios políticos que Barack Obama le sirvió en bandeja de
plata.
Entiendo esa alegría. Castro
fue la antítesis de la piedad y la virtud. Fusiló disidentes, dividió familias
y expulsó infieles. Es inevitable que la víctima no exprese alegría cuando
muere su victimario, en especial cuando sus denuncias y pedidos de auxilio no
tuvieron respuesta de gran parte de una comunidad internacional que siempre
protegió y justificó al abusador. Ante tanta indiferencia e impotencia, los
festejos deben entenderse como expresión de justicia, sanación y liberación.
Por otro lado, la muerte de Fidel
me desilusionó. Siempre tuve la esperanza de que sería sometido a los
tribunales y que lo despojarían de sus honores, como ocurrió con muchos
dictadores como Pinochet, Videla o Fujimori. Y hasta creí que tendría el
destino de otros déspotas desterrados o asesinados como Stroessner, Trujillo,
Somoza y Duvalier.
Fue un alivio observar que muchos
jefes de Estado no fueron esta semana a La Habana. Las ausencias notables, como
la de Obama, Vladimir Putin y Xi Jinping, deshonraron los funerales que el
castrismo venía planificando desde hace años con marcado narcisismo. No había
mucho que honrar; muchos evitaron quedar pegados a la tiranía.
Fidel no deja mucho al
castrismo: Un poco de ideología marxista anticuada para discursos ocasionales, anécdotas
de expansión regional a través de guerrillas y gobiernos fracasados, cárceles
atestadas y un país sin infraestructura, con un aparato perezoso y corrupto, en
el que cada uno espera remesas familiares del exilio para alimentar unas
libretas de racionamiento cada vez más escasas.
Qué Fidel tuvo frutos; por
supuesto. Pero esos logros no pueden justificar los métodos de opresión, así
como se trata de no darle crédito a Pinochet y Fujimori por sus avances
económicos. También se debe reconocer que hay verdades a medias. La educación y
la cobertura médica cubanas no son la panacea, tienen mucho de propaganda y
adoctrinamiento. El logro hubiera sido alcanzar los estándares de los países
escandinavos en salud y educación, pero con aquellos niveles de libertad y
democracia.
La opresión no es atributo del
revolucionario. Los líderes rebeldes verdaderos, los inmortalizados en la
historia, son los que liberaron a sus pueblos de las tiranías, no los que le
quitaron sus libertades políticas, religiosas, de prensa, expresión o de
reunión como hizo Fidel. A estos caudillos, el tiempo los acomoda en algún recoveco
remoto, desde donde destacan cada vez más sus yerros y defectos.
La revolución castrista, tan
adicta al culto a la personalidad, se quedará ahora con dos legados. Las fotos del último acto de idolatría colectiva honrando
las cenizas que desfilaron por todos los rincones y un libro de reafirmación (obligatoria)
de los valores revolucionarios, que terminará en algún museo futuro, educando
sobre un gobierno malogrado que desaprovechó seis décadas y despreció el
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1 comentario:
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