agosto 05, 2017

¿Qué hacer con Venezuela?



Por Ricardo Trotti
Ahora que todas las barbaridades están consumadas y que pocos tienen dudas sobre que el régimen de Nicolás Maduro es una dictadura, vale preguntarse: ¿Qué hacer con Venezuela? o ¿qué más se puede hacer?
Las opciones son las habituales, golpe de Estado, intervención extranjera militar, expulsión de organismos internacionales, rompimiento de relaciones bilaterales y sanciones económicas financieras.
Esta dictadura daría lugar a todas las opciones, pero para evitar efectos históricamente indeseados, solo dos son posibles, urgentes y necesarias: Sanciones económicas financieras y aislamiento global.
El golpe de Estado está por ahora descartado desde que la cúpula militar, aunque resquebrajada, confirmó su compromiso con la revolución. La invasión militar también queda anulada, pese a que a Panamá y a Granada las intervino EEUU por mucho menos narcotráfico y alienación política de la que se observa hoy en Venezuela. Sucede que la política exterior estadounidense, después del 2001, se enfoca más en medidas económicas para torcer destinos.
Tampoco por severas, las sanciones son eficientes. El embargo comercial a Cuba que inició John Kennedy en 1962 y que prosiguió con diferentes matices, incluso con el relajamiento en la época de Barack Obama, no hicieron tanta mella en sus destinatarios, los Castro, como en el pueblo cubano.
Romper lazos no es fácil, pero posible. El camino lo empezó Luis Almagro en la OEA, quien ha llamado varias veces a los cancilleres para que se aplique la Carta Democrática, pero con la desventaja de que Venezuela compra votos a cambio de petróleo subsidiado. El consenso que faltó en la OEA por suerte se alcanzó en el Mercosur para expulsar a Venezuela, donde nunca debió ser admitida como reclamaba Paraguay.
Las sanciones económicas de EEUU aplicadas a una veintena de funcionarios, incluido Maduro, son importantes, pero deben ser más severas e ir más allá del carácter unilateral. América Latina toda se debe sumar, así como lo hará la Unión Europea una vez que las decisiones de la Asamblea Constituyente, ya conformada con Delcy Rodríguez a la cabeza, continúen empoderando al circo chavista.
Se necesita concertar una ofensiva multilateral en la ONU, a pesar de saber de antemano que en el Consejo de Seguridad, China y Rusia, dos de los miembros permanentes, vetarán cualquier sanción contra el régimen al que económica y políticamente apoyan.
No por ello la Unión Europea, países asiáticos democráticos y los americanos deberían cruzarse de brazos. EEUU debería cortar la importación de petróleo venezolano y los demás, aunque por fuera de la ONU, deberían conformar una concertación internacional para imponer trabas comerciales, romper relaciones diplomáticas y cancelar visas para funcionarios del régimen.
En definitiva, un aislamiento global se anima como la opción más eficiente para expulsar a la dictadura y desencadenar la restitución democrática. El pueblo venezolano sufrirá aún más pero por tiempo limitado; sobrevivirá con la esperanza de que el fin es irreversible.
Claro que no será fácil expulsar a Maduro. Con el ejemplo de sus ídolos cubanos, desafía a todo aquel que lo busque sacar del poder. Se agranda ante los empujones. Ante las sanciones económicas de EEUU, respondió apresando de nuevo a Leopoldo López y Antonio Ledesma y encumbrando a la fraudulenta Constituyente con la que eliminó al Congreso por tercera vez. Lo había desbaratado cuando la oposición ganó mayoría y luego al pedirle a la Corte Suprema que dictara su defunción.
Lo peor está por venir. Los 545 constituyentes, todos oficialistas, que no solo devienen de un fraude electoral según Smartmatic, sino de un llamado inconstitucional, tendrán el poder absoluto. Para apaciguar la presión internacional posiblemente le darán un salvoconducto a Maduro, impondrán a un nuevo líder menos polémico y establecerán períodos electorales. Pero será más de lo mismo. El fraude es la esencia misma de la cultura chavista.   

julio 29, 2017

Las secuelas inadvertidas de la mentira


Nadie está exento de engañar o ser engañado. Convivimos en esa dualidad, entre verdades y mentiras, entre el bien y el mal, herencia que nos viene desde el Génesis con Adán y Eva, Caín y Abel.
La corrupción es el correlato más directo de las mentiras y la cárcel y la deshonra pueden ser sus correctivos más efectivos. Sin embargo, no siempre falsear, exagerar, embaucar, estafar o calumniar sufren las consecuencias, e incluso cuando las tienen, pasa inadvertida la secuela más dañina de la mentira: la traición de la confianza pública.
Lo demuestra esta nueva época de la posverdad, en que las emociones y los “hechos alternativos” pesan más que la objetividad y la verdad lisa y llana. El presidente Donald Trump potenció la forma edulcorada de hacer política desde que fue candidato y antes como celebridad televisiva. En este contexto, en el que expresa unos cinco datos falsos por día, según una medición del Washingon Post, el “rusiagate” no sorprende.
El fiscal general Jeff Sessions y el yerno de Trump, Jared Kushner, admitieron haberse reunido con personeros del régimen ruso semanas después de afirmar bajo juramento que no lo habían hecho. Tal vez sus mentiras no tendrán consecuencias, pero erosionan la credibilidad en las instituciones, la política y la palabra.
Los “gobiernos Pinocho” que deforman la realidad para su beneficio con datos falsos como por años lo hizo el kirchnerismo, suelen crear escudos para evitar consecuencias. Esta semana el kirchnerismo se abroqueló en el Congreso para defender al máximo actor de la corrupción, el legislador Julio de Vido, evitando que sea expulsado y expuesto ante la justicia. La impúdica celebración partidaria por la hazaña, va en contramano de la percepción del público, que ve en el Congreso a la institución más repudiada del país.
Los casos de Odebrecht y Volkswagen también desnudan que no siempre la aplicación de correctivos judiciales minimiza otros daños que pasan inadvertidos. Con Odebrecht existe satisfacción por la cantidad de ejecutivos de la empresa, funcionarios y presidentes desenmascarados, muchos de los cuales están encarcelados o en vías de estarlo.  Sin embargo, pocos reparan en el perjuicio a otras empresas constructoras que han gastado tiempo, energía y recursos para competir en licitaciones, desconociendo que ya habían sido adjudicadas a sus espaldas.
Las secuelas de la burla también se aprecian en el caso de la industria automotriz. En un nuevo “cargate”, ahora en Europa, se investiga a BMW, Porsche, Audi y Mercedes por “cartelizarse” o haberse puesto de acuerdo por décadas en materia de tecnología y precios. La paradoja es que así como sucedió con la Volkswagen, que adulteró los datos sobre contaminantes de sus motores diésel, las multas billonarias que se aplicarán contra las empresas por mala práctica comercial, quedarán para las arcas estatales, cuando fueron los consumidores los embaucados y quienes pagaron las mentiras de su bolsillo.
Las sanciones que el gobierno de EEUU aplicó esta semana contra 13 funcionarios venezolanos por lavado de dinero y colusión con el narcotráfico, son correctas y necesarias, con el objeto de presionar a Nicolás Maduro a abandonar su reforma constitucional. Sin embargo, uno se pregunta porque recién ahora se aplican estas sanciones congelándoles activos inmobiliarios y cuentas bancarias en Miami, cuando estos ilícitos son tan añejos como la revolución bolivariana. Si el gobierno y los bancos estadounidenses ya sabían de estos ilícitos y nada habían hecho nada antes, ¿no serían responsables y cómplices de haber jugado políticamente con estos delitos?
Las mentiras también pueden ser destructivas, como las de George Bush que invadió Irak por armas de destrucción masiva que nunca encontró; pueden ser calumniosas como las del ex presidente colombiano Álvaro Uribe que desautorizó las críticas de un periodista calificándolo de violador de niños; y pueden ser tolerables, como la del cantante Carlos Vives que fingió que le arrebataron un largo beso que casi le cuesta el divorcio, para que días después de la alharaca mediática anunciara su sencillo “Robarte un beso”.

julio 22, 2017

Sensación de justicia; y bienestar


Ollanta Humala encarcelado, Lula da Silva condenado, Ricardo Martinelli detenido, Dilma Rousseff destituida, Alejandro Toledo fugado y Michel Temer y Cristina Kirchner acorralados.

La caída en desgracia de varios mandatarios y ex presidentes latinoamericanos está generando una positiva sensación de justicia en la región. Los entuertos del Lava Jato brasileño y de los Panama Papers han generado una beneficiosa colaboración judicial transnacional, permitiendo que los sistemas judiciales nacionales se despeguen de sus ataduras políticas locales.

La reacción judicial en cascada ha generado que el público sienta mayor empatía y sensación de justicia, pese a que falte un largo trecho para ver órganos independientes, rápidos y eficientes.

La impresión de que la ley se aplica a todos por igual genera bienestar. El ex presidente Barack Obama lo expresó en forma elocuente frente al Congreso: “Nos va mejor cuando todo el mundo tiene su oportunidad justa, recibe lo justo y donde todo el mundo juega con las mismas normas”. Por el contrario, el papa Francisco, en varios de sus peregrinajes, definió como “terrorismo de Estado” la falta de justicia o su complicidad con el poder político.

La sensación de justicia en un país genera los mismos atributos que el buen funcionamiento de la bolsa de valores. Sin seguridad jurídica no hay confianza, sin credibilidad no llegan las inversiones foráneas y el desarrollo económico no despega. Esta versión a la baja se observa en el gobierno de Mauricio Macri. Pese a que sus medidas políticas y económicas despiertan admiración con una “Argentina que se abrió al mundo”, la sensación de que no hay seguridad jurídica, ya sea porque se reciclan los malhechores en carreras electorales o se escudan en los fueros del Congreso, hace que las inversiones prometidas no desembarquen.

Peor aún. Cuando los niveles de justicia están bajos, abonan el terreno para el crimen organizado y el narcotráfico. Estos desembarcan y se potencian en países en los que fácilmente pueden comprar funcionarios, jueces y policías.

No es casualidad que en aquellos países donde hay mejor administración de justicia o mayor sensación de ella, como en el caso de Uruguay, Chile y Costa Rica, los índices de corrupción e inseguridad sean menores y los de estabilidad democrática sean mayores.

Venezuela, por el contrario, ha tocado fondo en materia de justicia y seguridad pública. Hoy el régimen de Nicolás Maduro se encuentra a la deriva y en terapia intensiva por haber utilizado a la justicia como instrumento político. Los índices de violencia y homicidios son de los más altos del mundo, casi todas las empresas multinacionales se han “escapado” del país y la gente pobló las calles a los gritos para exigir justicia y cambio de gobierno.

Seguramente si la justicia venezolana se comportara autónoma del poder político como la brasileña, Maduro ya habría sido destituido y encarcelado. Y no se trata de que la idiosincrasia social de Brasil sea diferente a la de Venezuela o a la de cualquier otro país, pero sucede que hace algo más de una década se hizo una reforma que blindó al sistema judicial de las injerencias políticas. La independencia ganada desde entonces muestra fehacientemente los buenos resultados. 

En Latinoamérica somos testigos de varios gobiernos que han utilizado el enunciado de “democratizar a la justicia”, como excusa para buscar su propia inmunidad. La fórmula la usó a rajatabla el chavismo, pero también fue parte del kirchenrismo y el correísmo. En estos regímenes, la colocación de jueces adictos creó verdaderos carteles judiciales para hacer la vista gorda, encarpetar casos propios de corrupción y para perseguir a los opositores políticos.

La connivencia entre justicia y poder político no es la única fuente de injusticia. También lo es la falta de recursos económicos que se le asigna al aparato judicial, el que recibe no mucho más del 1% del PBI de un país. Es decir, que si a la justicia se la sigue considerando la cenicienta entre los poderes públicos y se la mira como un gasto y no como una inversión, el desarrollo de América Latina seguirá confiscado.

Una justicia proba crea una positiva sensación de bienestar. Pero débil, dócil y permeable solo logra una sensación de impunidad, inseguridad y desigualdad. trottiart@gmail.com

julio 18, 2017

Maduro, bizarro y descocado



Un Nicolás Maduro cada vez más bizarro y descocado se aferra al trono con los dientes y bravuconadas. Pide alzar las armas para defender la revolución y montar una reforma constitucional que iguale a Venezuela con la Cuba comunista decadente a la que admira.
No le importan los 100 muertos que la represión oficial causó para maniatar las protestas que se iniciaron en abril. Tampoco los tres mil encarcelados, miles de heridos y los 300 torturados. Maduro considera que la violencia es el daño colateral que debe pagar la oposición por incentivar lo que él llama un intento golpista continuado.
La oposición convocó a una consulta para este domingo, ante la desesperación de no saber qué hacer para frenar a Maduro. La elección no es oficial, sino puro simbolismo, una gigantesca desobediencia civil para mostrar los colmillos al presidente. Maduro ignorará el resultado y antes bloqueará la quijotada.
Es irracional, vengativo y desafía cualquier demostración de fuerza. Envió a la agencia nacional de comunicaciones a amenazar a las radios y televisoras con que cancelará sus licencias de operación si cubren el plebiscito. Antes, tras el inicio de las masivas protestas, replicó con el llamado a la reforma constitucional con la idea de borrar a la oposición de la faz de la Tierra.
Las apariencias tampoco le importan. Ignoró a los obispos que calificaron a su régimen de “dictadura militar” y mandó a la Corte Suprema que despida a la fiscal general, Luisa Ortega. Antes, marca registrada del chavismo, ahora devenida en su mayor piedra en el zapato, Ortega insiste en que Maduro practica “terrorismo de Estado”.
Todo vale en este gran cambalache chavista que Maduro incentiva con circo y garrote. La semana pasada mandó a su milicia pretoriana a invadir el Congreso y agarrar a palazos a los legisladores de oposición. Días antes, puso en escena a un helicóptero y un actor tirando granadas sobre los edificios de la Corte Suprema y el Ministerio del Interior. Descubierto el ardid, el intento de golpe se inscribió como otra de las tantas anécdotas bizarras del Presidente.
 
Todos sus pasos son ilegales e ilegítimos, empezando por la convocatoria a una constituyente sin previa consulta popular y de la que solo participarán reformistas oficialistas. Canceló procesos electorales, desactivó al Congreso opositor mediante orden del Supremo Tribunal que solo trabaja para él y a las Fuerzas Armadas las mantiene leales, comprando generales o dándoles licencia para operar los anillos de corrupción junto a la mafia internacional.
No hay que descuidarse, Maduro todavía tiene cintura política para sobrevivir. Logró que el banco Goldman Sachs invierta millones en bonos de deuda de la petrolera estatal, dándole efectivo para unos cuantos meses más. Sacó de la cárcel al preso político más ilustre, Leopoldo López, y se las ingenia para que se acerquen a Venezuela decenas de intermediarios a los que permite soñar con lograr el diálogo o salvar la democracia inexistente. Maduro los despide socarrón, sabiendo que gana tiempo y fama de pacificador.
Nadie tiene la respuesta adecuada. No es fácil hacerle frente a una dictadura con armas democráticas. Hubo un intento frustrado en la reciente asamblea de la OEA en Cancún. Los países más influyentes del continente se alinearon para aplicar la Carta Democrática. No funcionó porque Venezuela aglomeró a un grupo de países caribeños que siempre le dan el sí a cambio de petróleo subsidiado.
¿Cómo salir de este régimen? ¿Cómo desarmar un esquema corrupto antes de que explote la bomba de crisis humanitaria, cuya mecha ya está prendida? ¿Cómo desbaratar a un gobierno que le alquiló el territorio al narcotráfico? ¿Qué hacer para detener una reforma constitucional que hará ilícitas las pocas libertades individuales que quedan?
Algunos creen que la respuesta la tendrían EE.UU y la UE mediante sanciones económicas severas. Pero aun así, Maduro, como los Castro, se las ingeniaría para sobrevivir a un embargo con las migajas de otras dictaduras siempre dispuestas a subsidiar autoritarismos, mientras prosigue con su idea de una Venezuela comunista.
Se requieren medidas más contundentes para que Maduro acabe en la cárcel. Tal vez todos piensan y saben la fórmula, pero nadie se atreve a decirla y ejecutarla. trottiart@gmail.com

julio 08, 2017

Trump y la libertad de prensa

Es muy temprano para saber el legado político-económico que construirá el presidente Donald Trump. De lo que ya no hay dudas, es que en materia de libertad de prensa será recordado como uno de los peores de la historia.

Pese a la tirantez natural que caracteriza las relaciones entre gobierno y periodismo, los presidentes estadounidenses supieron tolerar las críticas y respetar la libertad de prensa por arriba de sus intereses personales. Thomas Jefferson, con aquella frase de antología, “prefiero periódicos sin gobierno que gobiernos sin periódicos”, moldeó la dimensión adecuada que debe primar en esa relación.

Trump, en cambio, antepone sus intereses a los principios. Tiene un estilo pendenciero y narcisista. No acepta críticas y las combate con una alta dosis de insultos y humillaciones. Si bien la prensa tiene el cuero grueso para soportar la acusación de que es la “enemiga del pueblo” o que genera noticias falsas, exaspera que muchas falsedades se originen en la Casa Blanca o que tape las evidencias de que el Kremlin las fabricó para torpedear las pasadas elecciones, aunque Vladimir Putin lo haya negado en su reunión con Trump en la cumbre del G20.

La historia es como un agujero negro que traga todo, pero deja lo imprescindible. No borrará el papelón presidencial del último domingo. Trump tuiteó un video trucado de lucha libre, en el que le pega desaforado a otro luchador cuyo rostro era el logo de CNN. El sarcasmo del clip terminó con un logo modificado de la cadena, ahora de FNN o Red de Noticias Fraudulentas.

La burla podrá haberle caído cómica a muchos, pero es evidente que su conducta horada la dignidad del puesto que ocupa. En realidad, nada hay de diferente con el sketch de la comediante Kathy Griffin, acusada de restarle dignidad a la figura presidencial cuando blandió una cabeza de Trump recién decapitada.

Lejos de apaciguar los ánimos y la polarización que se heredó de las elecciones, Trump los exalta. La “espectacularización” de la política que ha incentivado con su perfil de celebridad, tal vez no sea aburrida, pero es desgastante e intolerable. Es como vivir en una continua campaña electoral en el que todo vale y la política, pese a la gravedad de todas las situaciones, se queda estancada en los ataques personales, el desprestigio y el deshonor.

En el período de Barack Obama las arengas propagandísticas como el “Si Se Puede” o el argumento de que “el desafío de la política es que Washington está alejada de la realidad de los ciudadanos” terminaron a las pocas semanas pasadas las elecciones. En cambio, en el caso de Trump, el eslogan “America first” y su llamado a “limpiar la ciénaga de Washington” se mantienen reciclados como caballito de batalla en muchos de sus discursos.

Trump no es un gran comunicador estadista como lo fueron Franklin Roosevelt, John Kennedy o Ronald Reagan, quienes tuvieron en mente el consejo de su antecesor Abraham Lincoln: “… quien moldea la opinión pública, puede llegar más lejos que aquel que promulga decretos y decisiones”.

Tal vez Trump también quiere moldear la opinión pública, pero por su estilo personalista, chato y popular, mantiene solo una alta fidelidad y conexión con sus más allegados. Se corre el riesgo de que, como sucede en los regímenes populistas altamente polarizados, sus seguidores se vayan convirtiendo en fanáticos, lo que puede desviar en conflictos sociales. Del abucheo público, como sufren medios y periodistas, a la agresión física, solo hay un corto paso.

Trump debería ser más fiel a los principios que enarboló esta semana en Varsovia y luego en Hamburgo en el G20. Llamó a Occidente a luchar por "defender" su "civilización y sus valores”. Sería de esperar, entonces, que respete las libertades de prensa y expresión, enaltecidas en todas las constituciones occidentales y en tratados internacionales sobre derechos humanos.


Más allá de sus críticas contra los medios, algunas fundamentadas, Trump tiene que honrar su puesto y garantizar la vigencia de la Primera Enmienda. Debe entender que como funcionario público está sujeto a mayor escrutinio y fiscalización como indica la jurisprudencia interamericana y no contratacar con amenazas de que impondrá nuevas leyes para castigar a la prensa. trottiart@gmail.com

julio 01, 2017

Transformar contenidos, medios y comunidades

En este ambiente sobresaturado de informaciones, noticias falsas y posverdad, los medios de comunicación saben que generar contenidos de calidad es la única salida para sobresalir y sobrevivir.
Tampoco les basta con producir contenidos diferenciados. Deben cobrarlos y distribuirlos con eficiencia para enganchar nuevas audiencias. Esa es la nueva fórmula del periodismo auto sustentable.
Nadie todavía tiene la receta adecuada, salvo algunos grandes medios, como el New York Times. Ha duplicado sus ventas en suscripciones pagadas, gracias a su calidad y al anabólico que significa la pelea con el presidente Donald Trump.
La buena noticia para el resto, es que los medios le han perdido el miedo a las nuevas tecnologías. Entienden que la transformación digital es imperativa y el buen futuro depende de la urgencia con la que la abracen.
Esta lectura de optimismo mesurado emergió de la reciente conferencia digital SIPConnect que organizó la Sociedad Interamericana de Prensa en Miami. Más de 200 representantes de 25 países ratificaron la tendencia. La calidad implica contar más historias en formato audiovisual, distribuirlas por múltiples plataformas digitales y llegar de lleno adonde las audiencias son pirañas: los teléfonos móviles.
Rescato otras dos ideas sobre transformación que, aunque invisibles, las sentí como bebidas energéticas en la conferencia. La necesidad de establecer espacios para crear e innovar y la revalorización por buscar el bienestar social.  
Crear e innovar son nuevos valores que motorizan el desarrollo. Así como los medios tienen secciones de trabajo como policiales o deportes, deberán crear laboratorios donde pensar, proyectar y experimentar sean tareas cotidianas. El camino creativo es integral y debe abarcar desde cómo contar historias, cómo distribuirlas o cómo crear productos laterales a la información.
Los medios deben recuperar el liderazgo comunitario que tuvieron. Han quedado rezagados ante otras empresas que generan información, crean necesidades, empoderan y cambian los hábitos del público.
Son esas compañías que tienen a las tecnologías como potenciadoras, pero su razón de ser se basa en ideas audaces que revolucionan la forma en que nos conectamos, consumimos y vivimos. Spotify en música, Netflix en películas, Airbnb en hospedaje y Uber o Lyft en transporte urbano muestran esa ecuación exitosa de la tecnología supeditada a las ideas.
La transformación digital en sí misma no es más que el uso de la tecnología para el beneficio propio. Pero cuando está alineada a la responsabilidad social, permite crear mecanismos que ayudan al cambio y fortalecimiento de la sociedad. Así, alineada a la misión y visión, la transformación deja de ser un fin en sí misma, tornándose más simple y fácil de alcanzar.
Lo ejemplifica muy bien el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg. Se hubiera podido quedar tranquilo años atrás cuando alcanzó el millón de usuarios conectados a su red social. Esta semana, sin embargo, la red Facebook alcanzó 2 billones de usuarios, está valorada en 440 billones de dólares y ganó 8 billones en el último trimestre.
¿La fórmula? El motor de su evolución no es la tecnología, sino su idea y visión potenciadas por esa tecnología. Fiel a ellas, esta semana redefinió su misión, reorientando su rumbo y razón de ser. Facebook ya no tratará de “dar a la gente el poder de compartir y hacer del mundo un lugar más abierto y conectado”, sino que buscará “dar a la gente el poder de construir comunidades y acercar al mundo”.
Un cambio imperceptible, pero mayúsculo. Centra su visión en el hombre social, como factor de cambio. Un ejemplo de la fuerza de Facebook Groups se ve en Miami. Una idea de un individuo se convirtió en una energía descomunal de  4.500 voluntarios dedicados a la limpieza de las playas.

Salvando las distancias con ese coloso, los medios no deberían quedarse ensimismados en su negocio o en solo fabricar contenidos en busca de monetizar, distribuir y crear nuevas audiencias. Son fines loables pero insuficientes en estos tiempos, si es que quieren reposicionarse como líderes comunitarios. Más que empezar por adquirir tecnología, deberían primero revisar su misión, para que cuando abracen el cambio, se conviertan en motores de la transformación social. trottiart@gmail.com

junio 24, 2017

Cuba con Raúl: Sin cambios ni transición

El presidente Donald Trump hizo lo que prometió como candidato. Revirtió la política de apertura política y económica con Cuba que Barack Obama había sellado en diciembre de 2014 con Raúl Castro.

El cambio era necesario y esperado. No tan solo para los referentes más duros del exilio que lo rodearon durante un acto celebrado en el corazón de la Pequeña Habana en Miami, sino por los mismos cubanos opositores que desde la isla piden a gritos seguir castigando a un régimen que nunca dejó de oprimir.

Los cambios en la política de Trump hacia Cuba no son mayúsculos. Serán graduales y en reciprocidad con los niveles de apertura interna que permitan Castro o su pronto sucesor. Es que después de 30 meses, pese a la flexibilización del embargo encarada por Obama y la reapertura recíproca de embajadas en Washington y La Habana, las libertades económicas y políticas prometidas siguen ausentes.

El mayor flujo de dólares por el turismo masivo estadounidense y la apertura del comercio no crearon una nueva clase de ciudadanos cuentapropistas como se esperaba, sino que agrandaron la élite burocrática gubernamental. Le dieron mayor combustible a la empresa militar Gaesa que controla más del 70% de la economía del país. Sin quererlo, junto a Rusia, China y Venezuela, EEUU se convirtió en la otra pata de la mesa que sostiene al régimen comunista.

¿Qué hizo el gobierno cubano para merecer semejante empujón? ¡Nada! Más allá de que liberó en su momento a Alan Gross, caso enmarcado en un intercambio por el que Obama envió de regreso a tres espías, Castro hizo lo contrario a lo esperado. Encarceló a más opositores, persiguió a los periodistas independientes, estorbó cada domingo las marchas de las Damas de Blanco, prohibió la apertura de nuevos partidos políticos y ni siquiera atinó a hablar de probables elecciones. Las libertades de reunión, religión, prensa y expresión siguen tan oprimidas como antes de la declamada nueva era.

Castro se burló de quienes le sirvieron en bandeja las nuevas regalías y no hizo nada por cambiar el destino de un pueblo agobiado por la falta de libertades individuales, por la escasa cultura del trabajo y por las carencias económicas. En realidad, nadie le prestó atención, porque Castro hizo lo que había prometido. Después del anuncio de Obama en la Plaza de la Revolución, ratificó orgulloso que Cuba jamás se apartaría un ápice de su revolución comunista.

Muchos critican a Trump. Consideran que lo único que busca es destruir el legado de Obama. Otros creen que el embargo estadounidense ha sido el culpable del fracaso de los Castro y que no ha servido para exportar democracia hacia la isla; o que fortalecerlo ahora, también conllevará al fracaso.

Vale aclarar que la apertura de Obama con los Castro se formalizó en diciembre en 2014, pero empezó gradualmente apenas asumió porque el derribo del embargo fue eje de su campaña. Desde 2009 permitió el flujo de viajes y comercio, envalentonado por encuestas que mostraban que los cubanos de uno y otro lado del Estrecho de la Florida ya no creían que el embargo era eficiente. También, por las sempiternas críticas aupadas en foros internacionales por los mismos Castro que argumentaban que todo lo “bueno” para su pueblo fue imposible o negado debido al embargo.

El embargo siempre le sirvió a los Castro de romántica mentira. No les impide comerciar con el resto del mundo; pero, de a poco, lo transformaron en la excusa perfecta para esconder su ineficiencia e impericia administrativa. El régimen comunista jamás, ni en Cuba ni en el mundo, funcionó a favor del pueblo, sino para el privilegio de una élite gobernante.

Las medidas adoptadas por el presidente Trump pueden ser criticadas por su estilo, pero en el fondo están alineadas a las sanciones económicas que EEUU impone a gobiernos que contravienen libertades y derechos humanos o alientan terrorismo y narcotráfico, así sean Venezuela, Rusia, Irán o Corea del Norte.

La incógnita del momento es si las nuevas restricciones motivarán la ansiada transición hacia la democracia en Cuba. No creo. Raúl y Fidel se la ingeniaron por casi 60 años para mantener el comunismo pese a las trabas económicas. El cambio podrá comenzar recién cuando no haya ningún Castro en el poder. trottiart@gmail.com
       

     

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...