Nadie está exento de engañar
o ser engañado. Convivimos en esa dualidad, entre verdades y mentiras, entre el
bien y el mal, herencia que nos viene desde el Génesis con Adán y Eva, Caín y
Abel.
La corrupción es el
correlato más directo de las mentiras y la cárcel y la deshonra pueden ser sus
correctivos más efectivos. Sin embargo, no siempre falsear, exagerar, embaucar,
estafar o calumniar sufren las consecuencias, e incluso cuando las tienen, pasa
inadvertida la secuela más dañina de la mentira: la traición de la confianza
pública.
Lo demuestra esta nueva
época de la posverdad, en que las emociones y los “hechos alternativos” pesan
más que la objetividad y la verdad lisa y llana. El presidente Donald Trump
potenció la forma edulcorada de hacer política desde que fue candidato y antes
como celebridad televisiva. En este contexto, en el que expresa unos cinco
datos falsos por día, según una medición del Washingon Post, el “rusiagate” no
sorprende.
El fiscal general Jeff
Sessions y el yerno de Trump, Jared Kushner, admitieron haberse reunido con
personeros del régimen ruso semanas después de afirmar bajo juramento que no lo
habían hecho. Tal vez sus mentiras no tendrán consecuencias, pero erosionan la
credibilidad en las instituciones, la política y la palabra.
Los “gobiernos Pinocho” que
deforman la realidad para su beneficio con datos falsos como por años lo hizo el
kirchnerismo, suelen crear escudos para evitar consecuencias. Esta semana el
kirchnerismo se abroqueló en el Congreso para defender al máximo actor de la
corrupción, el legislador Julio de Vido, evitando que sea expulsado y expuesto
ante la justicia. La impúdica celebración partidaria por la hazaña, va en
contramano de la percepción del público, que ve en el Congreso a la institución
más repudiada del país.
Los casos de Odebrecht y
Volkswagen también desnudan que no siempre la aplicación de correctivos
judiciales minimiza otros daños que pasan inadvertidos. Con Odebrecht existe
satisfacción por la cantidad de ejecutivos de la empresa, funcionarios y
presidentes desenmascarados, muchos de los cuales están encarcelados o en vías
de estarlo. Sin embargo, pocos reparan
en el perjuicio a otras empresas constructoras que han gastado tiempo, energía
y recursos para competir en licitaciones, desconociendo que ya habían sido
adjudicadas a sus espaldas.
Las secuelas de la burla
también se aprecian en el caso de la industria automotriz. En un nuevo
“cargate”, ahora en Europa, se investiga a BMW, Porsche, Audi y Mercedes por “cartelizarse”
o haberse puesto de acuerdo por décadas en materia de tecnología y precios. La
paradoja es que así como sucedió con la Volkswagen, que adulteró los datos
sobre contaminantes de sus motores diésel, las multas billonarias que se
aplicarán contra las empresas por mala práctica comercial, quedarán para las
arcas estatales, cuando fueron los consumidores los embaucados y quienes pagaron
las mentiras de su bolsillo.
Las sanciones que el
gobierno de EEUU aplicó esta semana contra 13 funcionarios venezolanos por
lavado de dinero y colusión con el narcotráfico, son correctas y necesarias,
con el objeto de presionar a Nicolás Maduro a abandonar su reforma
constitucional. Sin embargo, uno se pregunta porque recién ahora se aplican estas
sanciones congelándoles activos inmobiliarios y cuentas bancarias en Miami, cuando
estos ilícitos son tan añejos como la revolución bolivariana. Si el gobierno y
los bancos estadounidenses ya sabían de estos ilícitos y nada habían hecho nada
antes, ¿no serían responsables y cómplices de haber jugado políticamente con
estos delitos?
Las mentiras también pueden
ser destructivas, como las de George Bush que invadió Irak por armas de
destrucción masiva que nunca encontró; pueden ser calumniosas como las del ex
presidente colombiano Álvaro Uribe que desautorizó las críticas de un
periodista calificándolo de violador de niños; y pueden ser tolerables, como la
del cantante Carlos Vives que fingió que le arrebataron un largo beso que casi
le cuesta el divorcio, para que días después de la alharaca mediática anunciara
su sencillo “Robarte un beso”.
Miremos donde miremos, las mentiras abundan, en
distintos tipos, niveles y cantidades. Nos estresan y consumen. Pero sin
correctivos adecuados nos destruyen la confianza. trottiart@gmail.com
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