Es muy temprano para saber
el legado político-económico que construirá el presidente Donald Trump. De lo
que ya no hay dudas, es que en materia de libertad de prensa será recordado como
uno de los peores de la historia.
Pese a la tirantez natural
que caracteriza las relaciones entre gobierno y periodismo, los presidentes estadounidenses
supieron tolerar las críticas y respetar la libertad de prensa por arriba de
sus intereses personales. Thomas Jefferson, con aquella frase de antología, “prefiero
periódicos sin gobierno que gobiernos sin periódicos”, moldeó la dimensión
adecuada que debe primar en esa relación.
Trump, en cambio, antepone
sus intereses a los principios. Tiene un estilo pendenciero y narcisista. No
acepta críticas y las combate con una alta dosis de insultos y humillaciones. Si
bien la prensa tiene el cuero grueso para soportar la acusación de que es la “enemiga
del pueblo” o que genera noticias falsas, exaspera que muchas falsedades se originen
en la Casa Blanca o que tape las evidencias de que el Kremlin las fabricó para torpedear
las pasadas elecciones, aunque Vladimir Putin lo haya negado en su reunión con
Trump en la cumbre del G20.
La historia es como un
agujero negro que traga todo, pero deja lo imprescindible. No borrará el
papelón presidencial del último domingo. Trump tuiteó un video trucado de lucha
libre, en el que le pega desaforado a otro luchador cuyo rostro era el logo de
CNN. El sarcasmo del clip terminó con un logo modificado de la cadena, ahora de
FNN o Red
de Noticias Fraudulentas.
La burla podrá haberle caído cómica a muchos,
pero es evidente que su conducta horada la dignidad del puesto que ocupa. En
realidad, nada hay de diferente con el sketch de la comediante Kathy Griffin, acusada
de restarle dignidad a la figura presidencial cuando blandió una cabeza de
Trump recién decapitada.
Lejos
de apaciguar los ánimos y la polarización que se heredó de las elecciones, Trump
los exalta. La “espectacularización” de la política que ha incentivado con su perfil
de celebridad, tal vez no sea aburrida, pero es desgastante e intolerable. Es
como vivir en una continua campaña electoral en el que todo vale y la política,
pese a la gravedad de todas las situaciones, se queda estancada en los ataques
personales, el desprestigio y el deshonor.
En el período de Barack Obama las arengas propagandísticas como el “Si
Se Puede” o el argumento de que “el desafío de la política es que Washington
está alejada de la realidad de los ciudadanos” terminaron a las pocas semanas pasadas
las elecciones. En cambio, en el caso de Trump, el eslogan “America first” y su
llamado a “limpiar la ciénaga de Washington” se mantienen reciclados como
caballito de batalla en muchos de sus discursos.
Trump no es un gran
comunicador estadista como lo fueron Franklin Roosevelt, John Kennedy o Ronald
Reagan, quienes tuvieron en mente el consejo de su antecesor Abraham Lincoln: “…
quien moldea la opinión pública, puede llegar más lejos que aquel que promulga
decretos y decisiones”.
Tal vez Trump también quiere
moldear la opinión pública, pero por su estilo personalista, chato y popular, mantiene
solo una alta fidelidad y conexión con sus más allegados. Se corre el riesgo de
que, como sucede en los regímenes populistas altamente polarizados, sus seguidores
se vayan convirtiendo en fanáticos, lo que puede desviar en conflictos sociales.
Del abucheo público, como sufren medios y periodistas, a la agresión física,
solo hay un corto paso.
Trump debería ser más fiel a los principios que enarboló esta semana
en Varsovia y luego en Hamburgo en el G20. Llamó a Occidente a luchar por
"defender" su "civilización y sus valores”. Sería de esperar,
entonces, que respete las libertades de prensa y expresión, enaltecidas en
todas las constituciones occidentales y en tratados internacionales sobre
derechos humanos.
Más allá de sus críticas contra los medios, algunas fundamentadas, Trump
tiene que honrar su puesto y garantizar la vigencia de la Primera Enmienda.
Debe entender que como funcionario público está sujeto a mayor escrutinio y
fiscalización como indica la jurisprudencia interamericana y no contratacar con
amenazas de que impondrá nuevas leyes para castigar a la prensa. trottiart@gmail.com
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