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julio 08, 2017

Trump y la libertad de prensa

Es muy temprano para saber el legado político-económico que construirá el presidente Donald Trump. De lo que ya no hay dudas, es que en materia de libertad de prensa será recordado como uno de los peores de la historia.

Pese a la tirantez natural que caracteriza las relaciones entre gobierno y periodismo, los presidentes estadounidenses supieron tolerar las críticas y respetar la libertad de prensa por arriba de sus intereses personales. Thomas Jefferson, con aquella frase de antología, “prefiero periódicos sin gobierno que gobiernos sin periódicos”, moldeó la dimensión adecuada que debe primar en esa relación.

Trump, en cambio, antepone sus intereses a los principios. Tiene un estilo pendenciero y narcisista. No acepta críticas y las combate con una alta dosis de insultos y humillaciones. Si bien la prensa tiene el cuero grueso para soportar la acusación de que es la “enemiga del pueblo” o que genera noticias falsas, exaspera que muchas falsedades se originen en la Casa Blanca o que tape las evidencias de que el Kremlin las fabricó para torpedear las pasadas elecciones, aunque Vladimir Putin lo haya negado en su reunión con Trump en la cumbre del G20.

La historia es como un agujero negro que traga todo, pero deja lo imprescindible. No borrará el papelón presidencial del último domingo. Trump tuiteó un video trucado de lucha libre, en el que le pega desaforado a otro luchador cuyo rostro era el logo de CNN. El sarcasmo del clip terminó con un logo modificado de la cadena, ahora de FNN o Red de Noticias Fraudulentas.

La burla podrá haberle caído cómica a muchos, pero es evidente que su conducta horada la dignidad del puesto que ocupa. En realidad, nada hay de diferente con el sketch de la comediante Kathy Griffin, acusada de restarle dignidad a la figura presidencial cuando blandió una cabeza de Trump recién decapitada.

Lejos de apaciguar los ánimos y la polarización que se heredó de las elecciones, Trump los exalta. La “espectacularización” de la política que ha incentivado con su perfil de celebridad, tal vez no sea aburrida, pero es desgastante e intolerable. Es como vivir en una continua campaña electoral en el que todo vale y la política, pese a la gravedad de todas las situaciones, se queda estancada en los ataques personales, el desprestigio y el deshonor.

En el período de Barack Obama las arengas propagandísticas como el “Si Se Puede” o el argumento de que “el desafío de la política es que Washington está alejada de la realidad de los ciudadanos” terminaron a las pocas semanas pasadas las elecciones. En cambio, en el caso de Trump, el eslogan “America first” y su llamado a “limpiar la ciénaga de Washington” se mantienen reciclados como caballito de batalla en muchos de sus discursos.

Trump no es un gran comunicador estadista como lo fueron Franklin Roosevelt, John Kennedy o Ronald Reagan, quienes tuvieron en mente el consejo de su antecesor Abraham Lincoln: “… quien moldea la opinión pública, puede llegar más lejos que aquel que promulga decretos y decisiones”.

Tal vez Trump también quiere moldear la opinión pública, pero por su estilo personalista, chato y popular, mantiene solo una alta fidelidad y conexión con sus más allegados. Se corre el riesgo de que, como sucede en los regímenes populistas altamente polarizados, sus seguidores se vayan convirtiendo en fanáticos, lo que puede desviar en conflictos sociales. Del abucheo público, como sufren medios y periodistas, a la agresión física, solo hay un corto paso.

Trump debería ser más fiel a los principios que enarboló esta semana en Varsovia y luego en Hamburgo en el G20. Llamó a Occidente a luchar por "defender" su "civilización y sus valores”. Sería de esperar, entonces, que respete las libertades de prensa y expresión, enaltecidas en todas las constituciones occidentales y en tratados internacionales sobre derechos humanos.


Más allá de sus críticas contra los medios, algunas fundamentadas, Trump tiene que honrar su puesto y garantizar la vigencia de la Primera Enmienda. Debe entender que como funcionario público está sujeto a mayor escrutinio y fiscalización como indica la jurisprudencia interamericana y no contratacar con amenazas de que impondrá nuevas leyes para castigar a la prensa. trottiart@gmail.com

abril 20, 2015

Conocer los hechos

El Newseum o museo de las noticias en Washington es un homenaje a las libertades de prensa y expresión, disciplinas a las que valora esenciales para que exista democracia.

Los grandes avances de la humanidad y las batallas contra la opresión inundan los pasillos. Un pedazo del muro de Berlín, la imprenta de Gutemberg, utensilios de tortura, el primer satélite de comunicación, la antena de las Torres Gemelas, tapas de diarios anunciando la llegada a la Luna, el desembarco en Normandía, la destrucción de Auschwitz, el asesinato de Martin Luther King… Pero de entre todo, se destaca una simple frase sobre una pared lateral. Pertenece a Abraham Lincoln, y dice: “Que la gente conozca los hechos, y el país estará a salvo”.

Simple. Soberbia. Contundente. La volví a recordar cuando esta semana leí un artículo del diario La Nación de Buenos Aires. Trata sobre cómo el gobierno argentino intervino el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) en 2007 y desde entonces se dio a la tarea de manipular datos económicos.

A través del entonces temible secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, el gobierno inventó mentiras, falseó datos de la inflación y de ahí generó una cascada de datos erróneos que desdibujaron  los datos de la pobreza, indigencia y crecimiento. 

Peor aún, generó desconfianza e incredulidad, valores políticos que un gobierno necesita custodiar a rajatabla, porque tienen impacto directo en lo económico, tanto en la atracción de inversiones como en la búsqueda de crédito internacional.
La denuncia de La Nación es periodismo de alto vuelo. Desnuda a un gobierno mentiroso que degradó a un Instituto que hasta entonces era modelo de eficiencia en América Latina. Muestra como los intereses del gobierno se antepusieron a los de Estado y nación, y a los de los ciudadanos que solo confían sus votos para que se administre la cosa pública, no para que se aprovechen de ella.

Escondiendo pobres, inflación y sin estadísticas confiables, ningún país serio puede crear estrategias de crecimiento. La evaporación forzosa de pobres, no desparece el problema, lo potencia. Sin datos no se pueden crear medidas paliativas; de ahí que la falta de estrategia deriva en asistencialismo, dádivas y corrupción.

Es cierto que en todos lados se cuecen habas. En este país del Newseum, también Barack Obama tiene un largo historial de ocultar información y es criticado por clasificar mucha de ella como top secret, para así alejarla legalmente del público por 30 años. Sin embargo, lo importante de la democracia estadounidense, es que la frase de Lincoln está imbuida en su cultura. El gobierno debe entregar información de interés público, sino todo el peso de los ciudadanos y los tribunales cae a través de la ley de acceso a la información pública de 1966, que penaliza a aquel funcionario que no atiende una petición o niega entregar datos.

Cuando este tipo de leyes no existe o el Estado no se siente obligado a responder, como en el caso argentino, la democracia se hace débil. Sin datos, con la verdad manipulada, el gobierno se siente a sus anchas para cometer más abusos y lo puede hacer con total impunidad. La relación estrecha entre mala o poca información, corrupción y nivel democrático, se puede observar claramente en los índices anuales que proporciona Transparencia Internacional.

Notas como las de La Nación serían un lujo en países con menos niveles de democracia que Argentina. Ese artículo no lo podría publicar un diario como El Nacional de Caracas, o si lo hiciera debería atenerse a las consecuencias. Por denuncias menos profundas, el gobierno de Nicolás Maduro ha adoptado contra ese y otros diarios críticos e independientes, todo tipo de restricciones y represalias. La medida más creativa y drástica que sobrepasó la burda censura legal y judicial es haberle cortado el suministro de papel y otros insumos para la producción.

Es obvio que El Nacional y otros diarios languidecen; pero también la democracia. Cuando el gobierno trata de que el periodismo sea de menos calidad, cuando impide que los ciudadanos puedan acceder a información pública, cuando manipula los datos reales, cuando va a contramano de la simple enseñanza de Abrahan Lincoln, la democracia y todo un país, jamás podrán estar a salvo. 

enero 18, 2009

Obama: esperanza y preocupación

Hace décadas que el país no vivía una efervescencia tan grande como la que se está experimentando de cara a la asunción este martes de Barack Obama. La esperanza es mayúscula ya que se trata de empezar un nuevo capítulo para el mundo, en un país que ha sido vilipendiado por doquier últimamente debido a su desacierto en materia económica y política exterior.
Quizá la expectativa que se ha creado para este martes pueda ser comparada a la que ocurrió cuando asumió Ronald Reagan quien si bien su estrella era diferente, su popularidad electoral se engendró por su brillo hollywoodense, más que por otra cosa, aunque luego de su Presidencia todos coincidieron que dejó un liderazgo que nadie pudo llenar.
Pero esta nueva Presidencia es aún más especial, porque se trata de un hito histórico para la humanidad, la toma de poder del primer negro como presidente e un país que el racismo no está desterrado y donde apenas 50 años atrás todavía se discriminaba por ley a los afroamericanos.
Hasta ahí la esperanza para un Obama que ayer hizo el mismo recorrido que Abraham Lincoln en tren desde Filadelfia hasta Washington DC., tratando de impulsarse de los símbolos de la historia hacia adelante.
Más allá de esa genuina esperanza por su liderazgo, el hecho de haber traído de la historia a Lincoln también deja una preocupación. Muchos lo saben y especialmente el servicio secreto que tendrá que lidiar de ahora en más con los maníacos internos o fundamentalistas externos que querrán que Obama tenga el mismo destino que su ídolo, Lincoln o el otro presidente también asesinado, John Kennedy.
La seguridad será extrema durante todo su mandato no solo por razones étnicas sino por el futuro que le espera a un Presidente estadounidense que tratará, como su predecesor, de seguir combatiendo el terrorismo.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...