noviembre 07, 2015

Sufro de solastalgia

Sufro de solastalgia. No me lo diagnosticó ningún médico. Descubrí mi enfermedad mientras leía sobre calentamiento global y la Cumbre de París.

Aunque el cambio climático es recurrente en mi agenda, confieso que, como a muchos, el tema me agobia y me provoca una sensación de incertidumbre y frustración por no saber qué hacer ante un problema mayúsculo.

A esta ansiedad, llamada solastalgia y que padecen en especial los damnificados por desastres naturales, contribuye la sobresaturación de información negativa sobre cambio climático y la escasez de información sobre qué puede hacer un individuo para ayudar a la solución.

En mi caso me he auto medicado con una alta dosis de reciclaje. Bebo agua y gaseosas enlatadas sin parar, con tal de poder reciclar los envases, y cualquier pedacito de plástico o papelito sirve para mi causa. Sé que es una gota en el océano, pero al menos apaga en algo mi ansiedad.

Para colmo de males vivo en Miami, donde el calentamiento global hace rato que se palpa y vive. El agua de mar no es solo turquesa y la contienen las playas de Miami Beach. Ya es habitual que inunde calles y avenidas, provocando cierta solastalgia en las industrias turística e inmobiliaria, los motores de la economía del sur de la Florida.

Es un tema complejo, de solución difícil y se agrava. Un estudio local divulgado por el Miami Herald arrojó esta semana una sórdida proyección. En los próximos 15 años el nivel del mar aumentará entre 16 y 25 centímetros, el doble de lo proyectado el año pasado. Para el 2060 subirá 70 centímetros, y a un metro y medio para finales de siglo, afectando al 40% de la población que hoy vive en las costas de la Florida y EE.UU.

El aumento del nivel del mar también está infiltrando las napas subterráneas, el gran acuífero en piedra rocosa, fuente de agua potable para más de 6 millones de personas que vivimos en el área metropolitana de Miami. Se prevé que la destrucción del ecosistema, agravado por la contaminación de fertilizantes del agro en los Everglades, la reserva ecológica al oeste de Miami, reducirá en 20% las lluvias, estimulando un círculo vicioso sin fin.

Ante el impacto del cambio climático, lo positivo es que las autoridades de Miami Beach están actuando. Siguen construyendo grandes estaciones de bombeo que devuelven el agua de las mareas altas al mar. Y en las zonas más bajas, construyen murallones, calles y aceras con más de 30 centímetros de elevación.

Todo tiene un costo y consecuencias. Además de los 500 millones de dólares invertidos y el aumento de impuestos, se le suma que las nuevas obras provocan mayores problemas de tránsito, más ruidos y, lo peor, es que no se sabe a ciencia cierta si serán suficientes o cuando serán sobrepasadas por los futuros efectos del desbalance en el ecosistema.

Estudios universitarios locales detectaron esta semana que el agua regresada al mar está contaminando la vida marina en la bahía, debido a que sin tener el tratamiento adecuado, está arrastrando fósforo y nitrógeno que desprenden fertilizantes y el estiércol de mascotas.

Más allá de soluciones y efectos, Miami Beach está siendo observada como experimento de probeta en esta lucha desigual contra la naturaleza que sigue acusando los abusos globales de décadas de descontrol. Seguramente mejorará sus procedimientos y pronto arrojará conclusiones que servirán a otras zonas costeras para morigerar el impacto de la naturaleza.

Lo rescatable de Miami Beach es la importancia y urgencia con que aborda el problema, a diferencia del gobierno nacional y del mundo entero que siguen con puro bla bla bla, sin tomar acciones concretas.

Dan razones para el optimismo el compromiso de China y EEUU, los grandes contaminantes, de que asumirán en forma obligatoria la reducción de gases de efecto invernadero en la Cumbre de París que empezará a fines de mes, aunque se equivocan en los tiempos.

El aceleramiento de las consecuencias del cambio climático no permite buscar soluciones para las próximas décadas, sino inmediatas. Es urgente que desmantelen las plantas de carbón, la dependencia del petróleo, aumenten el uso de energías renovables y, sobre todo, que orienten y eduquen a empresas, instituciones y ciudadanos para que todos podamos ser parte de la solución. 

octubre 31, 2015

No rotundo a la arrogancia del kirchnerismo

El mensaje tras las elecciones en Argentina es claro y contundente. Más allá de quien gane el balotaje del 22 de noviembre, el domingo pasado perdió el kirchnerismo y su forma arrogante de hacer política y conducir un país.
La evidencia no hay que buscarla en la elección que ganó/perdió Daniel Scioli frente a Mauricio Macri, ambos lejos de la Presidenta, sino en la derrota que sufrió el ultra kirchnerista Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires.
Fernández no perdió contra la liberal María Eugenia Vidal. Perdió por el hartazgo de la gente sobre aquellos que confunden el debate de las ideas con la confrontación ideológica y los que anteponen beneficios propios o partidarios por sobre los de todos, sin distinciones.
Perdió porque a imagen y semejanza de la presidenta Cristina Kirchner – quien cree que el balotaje será un referéndum sobre su “modelo” - representa esa especie de políticos arrogantes que con sarcasmo e ironía a flor de piel, esconden vicios y corrupción, estigmatizando y persiguiendo a opositores, jueces y fiscalizadores.
Perdió por ser parte de una clase política retrógrada que ensucia el campo de juego con burlas, mentiras y conspiraciones. Como las bufonadas del ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno; las manipulaciones estadísticas para fabricar una Argentina ficticia con menos pobres que Alemania; o la artificiosidad con la que el canciller Héctor Timerman denunció un complot encabezado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por llamar a una sesión sobre la falta de independencia judicial en el país.
Perdió porque la gente se cansó de los políticos que se creen dueños del Estado; ineficientes en el manejo de la cosa pública excepto cuando se trata de sus bolsillos; que no generan empleos, pero sí subvenciones para adular a sus mayorías y militancia; y que abusan de cadenas nacionales para hacer propaganda durante la veda electoral.
Perdió porque el contexto cambió. La gente está harta de modelos prepotentes, así sean los de Argentina, Guatemala o Brasil, donde las marchas anticorrupción y los cacerolazos son revoluciones por la dignidad y el respeto. Es que pese a las penurias económicas, la gente no reclama por más pan, sino por menos circo.
La derrota de Aníbal y Cristina es una advertencia para los políticos arrogantes de todas las latitudes. Es probable que el 22 de noviembre se defina si en la región el péndulo comenzará a oscilar hacia la derecha, tras dos décadas de izquierda y populismo que generaron los abusos del neoliberalismo. Más allá de las ideologías, lo que ahora se impone es que la oscilación sea desde la corrupción hacia la honestidad.
Sin necesidad de saber a dónde anidarán los votos de Sergio Massa, gane quien gane, Scioli o Macri, lo cierto es que el kirchnerismo ya es el gran derrotado. Aunque no se puede pecar de ingenuos. En política un mes es una eternidad y el kirchnerismo se aferrará de donde pueda, ni querrá perder poder ni quedar potencialmente a merced de la justicia y las represalias políticas después de años de sembrar polarización y enemistades.
El kirchnerismo no desaparecerá de la noche a la mañana. Tiene grandes cuotas de poder en el Congreso y ha sabido enquistarse a través de entidades paraestatales como La Cámpora, que en estos días, de espalda a la estridencia de las urnas, compró futuro y puestos para seguir ideologizando, con una ley que le permitirá administrar el deporte en toda la nación.
Esa actitud desafiante y de nepotismo kirchnerista que tiene al Estado como botín, no es más que un resabio de una práctica extendida por 12 años. Por eso, antes de que Cristina se vaya el 10 de diciembre, habrá que esperar más leyes acomodaticias y más jueces partidarios para escudar su futuro; más estigmatizaciones, más persecuciones y muchos más “yos”. Todo eso forma parte del ADN kirchnerista. Nada ni nadie lo puede cambiar.

Aunque el kirchnerismo no escuche e insista en la defensa de su modelo, el resultado adverso del domingo reclama, al menos al peronismo, la desideologización de la política y la economía. Reclama la necesidad de un país en serio, reclama líderes con valentía suficiente para desmontar la corrupción estructural, la degeneración más perversa de la arrogancia política. trottiart@gmail.com

octubre 26, 2015

Más libertad contra la pobreza

La pobreza es estructural y tiende a ser crónica en América Latina. Para combatirla no alcanza con hacer planes sociales e incentivar el empleo formal. También se hace necesario generar un clima de mayor libertad económica y política.

La libertad no es un concepto abstracto como aparenta, sino fácil de medir. La realidad muestra que los países que acumulan mayor pobreza son los que tienen menor nivel de libertad, ya sea de mercado o de política, de prensa y expresión, de asociación y religión. La economía y la política pueden inducir tanto un círculo virtuoso como vicioso, dependiendo del grado de libertad con la que se vivan.

Para no dar el ejemplo de siempre que evidencia esta hipótesis, EEUU o Canadá vs. Cuba o Venezuela, valen otros menos distantes ideológicamente: Chile, Costa Rica y Uruguay, donde el concepto de libertades individuales y civiles está más arraigado, contrastan con los altos índices de pobreza que se registran en Nicaragua, Guatemala o Paraguay, donde las libertades están más restringidas.

La pobreza que también se ha disparado en países latinoamericanos más ricos, como Argentina, Ecuador y Venezuela, demuestra que no siempre es consecuencia de la economía, sino de malas decisiones políticas. Cristina Kirchner, Rafael Correa y Nicolás Maduro han creado economías cerradas y restringidas políticamente. Las consecuencias son evidentes: La seguridad jurídica se debilitó, la corrupción se institucionalizó y el nivel de vida decayó.

El índice 2015 de Libertad Económica de la Fundación Heritage y el Wall Street Journal concluye que la “corrupción generalizada, la ineficacia reguladora, la inestabilidad monetaria y la debilidad del Estado de Derecho”, son factores que contribuyen al estancamiento y a la recesión. Son, en realidad, motores de pobreza.

Las políticas erróneas pasan mayor factura a los pobres que a las demás clases sociales. El Índice Multidimensional de Pobreza del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo demuestra que en aquellos países con bajo nivel de libertad económica, empeoran los servicios esenciales como la educación y la atención de la salud y deterioran el nivel de vida.

El índice, que mide la seguridad jurídica, el tamaño del gobierno, la apertura de los mercados y la eficacia reguladora, entre otros aspectos, es elocuente. La libertad económica está intrínsecamente conectada a las libertades políticas e individuales que ofrece cada país.

En ese sentido, Chile encabeza el ranking de economía libre entre los 29 países del continente americano, seguido por Colombia. Un par de escalones más abajo se ubican Uruguay, Costa Rica y Perú. Pero en la parte opuesta del escalafón, están aquellos países que en la última década pusieron mayor énfasis en la política ideológica que en la libertad de mercado. Así, los últimos puestos del ranking los ocupan Ecuador, Bolivia, Argentina, Venezuela y Cuba.

A nivel mundial se logra tener una mejor percepción del problema que tienen estas naciones. Argentina (169), Venezuela (176) y Cuba (177) están a la zaga entre las 178 economías medidas. La de Chile, por otro lado, está séptima en la escala mundial, antes que EEUU (12) y un poco después que las economías más libres, prósperas y con menos pobreza: Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Australia y Suiza.

El índice de la Fundación concluye que los gobiernos que garantizan e incentivan la libertad económica crean mejores ambientes para la innovación y el progreso. “El fin último de la libertad económica es el de empoderar a las personas con un mayor número de oportunidades para que puedan elegir por sí mismas cómo aspirar y alcanzar sus sueños, sujetos únicamente a las bases del Estado de Derecho y la honesta competencia entre las personas”.

Pese a los malos augurios para la región debido a la desaceleración económica provocada en parte por la baja en el precio de las materias primas, el Banco Mundial es optimista. Cree que para el 2030 podrá erradicar la pobreza extrema de América Latina, basándose en la disminución lograda en la última década, del 24.1% en 2003 al 11.5% en el 2013.

Optimismo o pesimismo de lado, lo evidente es que los países más libres, económica y políticamente, tienen mejores chances de combatir la pobreza, generar prosperidad y apuntalar un progreso sostenido. 

octubre 19, 2015

Para reducir la pobreza: no a la austeridad

Las políticas de ajuste y austeridad económica no permitieron que los países superaran la crisis como se preveía; provocando, además, mayor pobreza, más desigualdad y menos felicidad.

El informe del Credit Suisse lo evidencia. El 1% de la población mundial tiene más dinero que el 99% restante. Coincidencia lapidaria con la Organización para la Cooperación del Desarrollo Económico, que situó a la desigualdad en el nivel más alto de los últimos 30 años. También lo comprueba el hecho de que Angus Deaton ganara esta semana el premio Nobel de Economía por sus teorías críticas contra los ajustes: “Reducen ingresos, recortan beneficios y destruyen empleos”.
La mayor pobreza, desigualdad e infelicidad fueron generadas especialmente por el desempleo. Por eso aquellos gobiernos que aportaron estímulos económicos, diversificaron la economía, crearon infraestructura, aumentaron presupuestos en educación e incentivaron la innovación, fueron los que mejor lidiaron con la crisis que viene haciendo estragos desde 2007.
En América Latina poco se hizo. Los gobiernos desaprovecharon la abundancia de lo producido por las exportaciones de materias primas de la última década, no volcándolos a la economía formal. Despilfarrados los ingresos, el crecimiento del 5% de la región no se notó y no sirvió para reducir la pobreza, con 167 millones de personas. Lo que creció fue la informalidad, entre el 60 y 70% de la economía, o 130 millones de personas que viven de empleos informales, que supone menor recaudación de impuestos y más desigualdad a largo plazo.
El renombrado éxito de Brasil contra la pobreza e indigencia, por ejemplo, no se debe tan solo a los programas Brasil sin Miseria y Bolsa Familia, que ofrece a los padres un sueldo a cambio de enviar a sus hijos a la escuela, sino al aumento del 60% del empleo formal.
El futuro en América Latina no es alentador. La culpa la tienen los gobiernos poco previsores que dilapidaron la época dorada de los precios por las nubes de las materias primas, creyendo que la expansión de China sería eterna. Pocos gobiernos invirtieron las ganancias en infraestructura, en industrias para crear valor agregado a los commodities, educación vocacional y en institucionalidad democrática.
Este último aspecto, lo político, aunque parezca desligado de la economía, es al que mayor importancia le asigna el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, como motor de desarrollo. Sin seguridad jurídica, con alta dosis de ideologización política, con poca transparencia y sin reglas claras, las inversiones son esquivas y, por ende, la generación de empleos.
América Latina mal administró las vacas gordas. El caso venezolano es patético. El gobierno despilfarró los recursos del petróleo, cuando estaba a más de 100 dólares el barril, para un programa de expansión ideológica inútil. Otros gastaron a mansalva en clientelismo electoral y propaganda, y casi nadie avanzó a favor de la institucionalidad – en especial la autonomía judicial - permitiendo la metástasis del mayor cáncer que afecta a la región: La corrupción.
El egoísmo de estos gobiernos cortoplacistas es que han usado toda su capacidad creativa para los procesos electorales. Menospreciaron la creación de infraestructura necesaria para apoyar la economía, no invirtieron en educación vocacional capaz de crear mano de obra especializada para transformar las materias primas y despreciaron por completo la innovación tecnológica y científica, aspectos que reafirman el subdesarrollo.
Andrés Oppenheimer en su libro “Crear o morir” lo describe en forma espléndida. Dice que Latinoamérica debe entrar de lleno a “la era de la economía del conocimiento” y que se debe entender que “el gran dilema del siglo XXI no será ‘socialismo o muerte’, ni ‘capitalismo o socialismo’, ni ‘Estado o mercado’, sino uno mucho menos ideológico: innovar o quedarnos estancados”.
Citando casos de éxito, Oppenheimer sentencia que la prosperidad de los países depende cada vez menos de los recursos naturales, sino de aquellos que incentivan a sus sistemas educativos, científicos e innovadores.
Queda así demostrado que la fórmula más adecuada para reducir la pobreza, achicar la desigualdad y aumentar la felicidad, tal vez no es la austeridad, sino gastar mucho en la educación de la gente, el mayor capital de una nación.  trottiart@gmail.com



octubre 10, 2015

Vargas Llosa: "Llegar vivo hasta el final"


Lúcido y cáustico como siempre, Mario Vargas Llosa quiere “llegar vivo hasta el final”, no solo para seguir con sus ficciones, sino para denunciar a todos aquellos autoritarios que reniegan de la libertad para beneficio propio o que hacen de la corrupción su modo de vida.

Con el mismo ímpetu que destacó Gabriel García Márquez en su autobiografía Vivir para Contarla, Vargas Llosa siente la necesidad de seguir denunciando todos los días los atropellos contra las libertades individuales y sociales. No quiere callarse. La diferencia entre ambos premios Nobel de Literatura, en el lado opuesto del dial político, es la estridencia de Vargas Llosa para asumirse liberal y sin pelos en la lengua contra la corrupción, esa plaga amenazante que, como los nacionalismos, lastran a Latinoamérica dejándola sin paz ni desarrollo.

En Charleston, EE.UU., durante la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, Vargas Llosa se empachó en contra de los inmorales. Solo le faltó la FIFA y la Volskwagen, porque no dejó títere con cabeza. Se mostró ofendido por el milagro brasileño que desdibujó la corrupción de Dilma Rousseff y Lula da Silva. Tildó de “demagogia racista” al oportunista de Donald Trump. Vaticinó retroceso irreversible si Keiko Fujimori llega a la presidencia en Perú. Y puso énfasis sobre la “ficción maligna” que significan los nacionalismos, en especial, el lastre de la corrupción que nutrió al peronismo argentino y a la galopante podredumbre del chavismo mafioso.

Apuntó a la buena opción de Mauricio Macri, comparándola con la “perseverancia en el error” que significaría votar por Daniel Scioli. A esa vocación argentina por los yerros ciclotímicos se la endilgó a esa “gran tragedia” llamada peronismo, que ha hecho caer al país en el subdesarrollo, en el caos permanente y deambular en crisis tras crisis. “¿Cómo un país culto puede caer prisionero de esa maraña que es el peronismo?”, se preguntó.

Sobre el chavismo venezolano tuvo adjetivos aún más calificativos, siempre adornados por el maleficio de la corrupción. “El país es una putrefacción total”, dijo, sabiéndolo el más corrupto del mundo, con los mayores índices de criminalidad y en el que los jefes del gobierno y de las mafias no se diferencian, y los militares están sobornados por esos mafiosos. Acusó a Maduro de haber hecho todo lo necesario para convertir a un país rico en pobre.

Hace tiempo que Venezuela no goza de elecciones limpias y libres. Cree que esa putrefacción intencional, es la única esperanza que tiene el gobierno para salir victorioso. “La única manera que puede ganar… es con un fraude gigantesco”, señaló. Vaticinó que estas elecciones van a demostrar clarísimamente la desesperación de un Maduro impopular, “que va a cometer un fraude monstruoso”.

Las risas y aplausos más estentóreos en Charleston sonaron cuando Vargas Llosa satirizó a Maduro por no permitir a la OEA que supervise las elecciones legislativas de diciembre. “¿Le tiene miedo a la OEA?”. Y se respondió: “Si es la institución más inútil entre las inútiles… que no ha servido nunca para nada”.

Ante la “dictadura creciente” que continúa haciendo estragos desde la coacción de las libertades y el encarcelamiento de opositores, como Leopoldo López, lo que más le duele es la absolutamente lamentable hipocresía y la falta de coraje de los gobiernos de la región para manifestarse a favor de la democracia: “Una vieja tradición en nuestra región, la gran neutralidad frente a los gobiernos de extrema izquierda”.

La entrevista en el auditorio entre Vargas Llosa y Andrés Oppenheimer no podía terminar sin referencias a su vida íntima. De ahí que confesara que sufre en carne propia las críticas a la prensa del corazón que plasmó en su libro La Civilización del Espectáculo. Criticó hasta al New York Times por meterlo en “una chismografía de pésimo gusto” y sumarse a los diretes que causó tras romper su matrimonio de 50 años y su sonado romance con Isabel Preysler.

Más allá de no quedarle remedio más que bajar la cabeza y sortear los chismes como cualquier otro mortal o personaje público, Vargas Llosa seguramente hará honor a su dicho de que llegará muy “vivo hasta el final”. Es que la pobreza democrática y las paupérrimas libertades siempre necesitarán un delator de lujo. 

octubre 04, 2015

Libertad de prensa: Información y propaganda

Pese a las amenazas del huracán Joaquín y al estado de emergencia declarado por la gobernadora de Carolina del Sur, la Sociedad Interamericana de Prensa se reúne este fin de semana en la histórica ciudad de Charleston para repasar un nuevo y desastroso semestre en materia de libertad de prensa en el continente americano.

El peor embate contra la prensa lo debieron soportar los periodistas. Una docena de ellos fueron asesinados en los últimos meses a causa de su labor. Brasil y México, con tres crímenes cada uno, siguen siendo los países como mayores riesgos. Esto se debe a los casos que los periodistas venían destapando habían sobre dos temas que han crecido vertiginosamente en ambos países: la corrupción y el crimen organizado.

Además de otros asesinatos cometidos por los mismos motivos, en Colombia, Guatemala, República Dominicana y Honduras, en general se percibe un clima general de violencia contra la prensa en todos los países del área, entre agresiones y ataques contra periodistas y medios de comunicación. Las causas son variadas, pero predomina la intolerancia política y la polarización de las sociedades. En muchos casos, se trata de una consecuencia natural a los discursos de odio de presidentes como Nicolás Maduro y Rafael Correa, quienes diariamente arremeten e identifican a los periodistas como a sus máximos opositores, lo que incentiva a sus partidarios a hacer justicia por manos propias.

El retroceso en la región en materia de libertades es notable. Tal vez el mayor escollo que se ha convertido en un patrón común en cada país del continente, es la restricción que los gobiernos han impuesto a la información pública. Existen países como Argentina que permanecen rezagados, ya que todavía no posee una Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública. Otras naciones, con una larga tradición de transparencia, como Canadá y EEUU, que desde hace décadas tienen instrumentos legales que obligan a revelar información pública, han adoptado severos reglamentos para clasificar información. La lucha contra el terrorismo y la seguridad nacional se han convertido en la coartada perfecta para denegar información en cuestiones irrelevantes para la soberanía de los estados.

Paraguay es el país más joven en adoptar este tipo de legislación, México el más longevo y Honduras el más atrevido. Sin embargo, en ninguno de los casos, los gobiernos cumplen con ofrecer un acceso ilimitado a cuestiones administrativas públicas como indica la ley. Hecha esta, hecha la trampa. Encuentran en los trámites de solicitudes, burocráticos y caros, la mejor excusa para blindarse y seguir tan oscuros como antes de la legislación. Es obvio, como en Paraguay, que muchas veces la adopción de legislación es pura demagogia, utilizada por los partidos políticos para fortalecer sus promesas preelectorales; luego incumplidas.

La polarización y el abuso de poder, esos “pecados” de la política que la semana pasada el papa Francisco denunció ante el Congreso estadounidense, es fuente de las muchas cortapisas que se imponen al derechos de los ciudadanos a gozar de la libertad de expresión. Como producto de ello, se ve como los gobernantes, desde Correa a Cristina Kirchner, abusan del uso de cadenas nacionales para hablar sobre actos de gobierno y mezclarse en contiendas electorales, pese a que estos espacios están limitados por la Constitución para que se usen solo en estados de emergencia y por asuntos de interés y bien público.

El gasto de propaganda de los gobiernos ha aumentado en casi todos los países. Esto que en muchos casos solo aparentaría un dato económico algo desproporcionado aunque no muy relevante, dentro de los presupuestos, esconde el ansia de los políticos por aferrarse al poder. Los casos de Bolivia, Nicaragua y Honduras son notables, el aumento económico del aparato de propaganda de los gobernantes ha crecido tanto como las pretensiones de Evo Morales y Daniel Ortega de refundar las constituciones para aferrarse para siempre al sillón presidencial.

Este clima de poca información versus mucha propaganda, también evidente en el internet y las redes sociales más allá de los medios tradicionales, evidencian que la lucha a favor de la libertad de expresión y derecho a la información de los ciudadanos debe ser un norte constante. 

septiembre 26, 2015

Francisco, entre lobos y ovejas

Inspirador, político y diplomático como nunca, el papa Francisco atrajo la atención de gente de todos los credos e ideologías en su primera peregrinación por Cuba y EEUU, consagrándose como líder humanitario y espiritual de carácter universal.

La percepción de su liderazgo ya era soberbia, pero saltará por los cielos después de este viaje. En una encuesta anterior del New York Times, la mayoría lo reconocía como líder moral más allá de su jefatura en la Iglesia Católica, mientras que otra del Pew Center destacaba su popularidad entre el 75% de los protestantes y el 68% de los que no profesan religiones.

Su buena aura deviene de varias virtudes: Actúa como predica y combina como nadie la espiritualidad con la política. Equilibra a la perfección ideas con acciones. Desde acelerar los procesos de nulidad del matrimonio hasta pedir perdón para las mujeres que abortan; o desde pedir por la pacificación de Colombia en Cuba, hasta renegar de la “cultura del descarte” y pedir la prohibición de armas nucleares a la asamblea general de Naciones Unidas.

Nadie es indiferente o totalmente crítico con su mensaje. Desde ópticas tan diferentes como la de Raúl Castro, los legisladores estadounidenses o los líderes en la ONU que le escucharon su reclamo por “techo, trabajo y tierra”, todos se sienten incluidos. Toman, eso sí, lo que les beneficia y desechan lo que les perjudica.

En este viaje, a diferencia de otros, Francisco pareció que desde su desembarco en La Habana y en Washington prefería abocarse a buscar a la oveja descarriada que ahuyentar a los lobos disfrazados de corderos.

Esquivó ante los Castro ser directo contra la dictadura militar más longeva, así como en el Congreso estadounidense evitó criticar al capitalismo como en su previo viaje por Bolivia y Ecuador. En La Habana prefirió hablar de la revolución de la misericordia y que el Estado debe servir a las personas y no a las ideologías. En el Congreso estadounidense se honró de estar en la “tierra de los libres y el hogar de los valientes”, como reza el himno nacional, pero llamó a la unidad y la tolerancia, algo que escasea entre demócratas y republicanos.

Desde ese Congreso no habló solo para EEUU, sino al mundo. Apeló a la responsabilidad de los políticos por el bien común, con un mensaje que sirvió tanto para los cubanos aferrados al poder como para los estadounidenses dominados por la polarización. Les dejó dos frases perfectas: “Un buen político opta siempre por generar procesos, más que ocupar espacios” y “hay que evitar el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos; entre justos y pecadores”.

Como sucede en cada viaje, cada quien hizo uso selectivo de sus frases. Raúl y Fidel Castro creyeron escuchar que la inclusión era la de Cuba en el mundo y no la que pidió Francisco, la de los disidentes en su propia Cuba. Y entre legisladores estadounidenses, los demócratas aplaudieron a rabiar el mensaje sobre el control de armas, los inmigrantes y la ecología; mientras los republicanos se regocijaron con la defensa de la clase media, la familia y la condena del aborto.

Pese a su diplomacia, Francisco cosechó críticas, ya sea por su desaprobación a la pena de muerte o a las guerras para dirimir conflictos. También porque fue demasiado bueno con la tiranía de los Castro, que desde hace 56 años se ha autoproclamado propietaria del libre albedrío de los cubanos.

Francisco tampoco dejó de lado su prédica a favor de la revolución interna. Reiteró a sus obispos y curas que dejen de encubrir la vergüenza de la pederastia, la necesidad de salir al encuentro de la gente para evangelizar en la calle a preferir la comodidad de los templos y a no descuidar a los más vulnerables, refugiados e inmigrantes.


Más líder moral y humanitario de todos que pastoral o religioso para los católicos, la importancia de Francisco se debe a que se encumbró como faro que alumbra y que ayuda a distinguir lo malo de lo bueno. Su popularidad y prestigio deviene por desafiar a todos con un mensaje simple, compasivo y predicar con el ejemplo. Algo que rápidamente encandila, desde que las palabras y las acciones de la mayoría de los líderes del mundo entero están cada vez más desprestigiadas.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...