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octubre 31, 2015

No rotundo a la arrogancia del kirchnerismo

El mensaje tras las elecciones en Argentina es claro y contundente. Más allá de quien gane el balotaje del 22 de noviembre, el domingo pasado perdió el kirchnerismo y su forma arrogante de hacer política y conducir un país.
La evidencia no hay que buscarla en la elección que ganó/perdió Daniel Scioli frente a Mauricio Macri, ambos lejos de la Presidenta, sino en la derrota que sufrió el ultra kirchnerista Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires.
Fernández no perdió contra la liberal María Eugenia Vidal. Perdió por el hartazgo de la gente sobre aquellos que confunden el debate de las ideas con la confrontación ideológica y los que anteponen beneficios propios o partidarios por sobre los de todos, sin distinciones.
Perdió porque a imagen y semejanza de la presidenta Cristina Kirchner – quien cree que el balotaje será un referéndum sobre su “modelo” - representa esa especie de políticos arrogantes que con sarcasmo e ironía a flor de piel, esconden vicios y corrupción, estigmatizando y persiguiendo a opositores, jueces y fiscalizadores.
Perdió por ser parte de una clase política retrógrada que ensucia el campo de juego con burlas, mentiras y conspiraciones. Como las bufonadas del ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno; las manipulaciones estadísticas para fabricar una Argentina ficticia con menos pobres que Alemania; o la artificiosidad con la que el canciller Héctor Timerman denunció un complot encabezado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por llamar a una sesión sobre la falta de independencia judicial en el país.
Perdió porque la gente se cansó de los políticos que se creen dueños del Estado; ineficientes en el manejo de la cosa pública excepto cuando se trata de sus bolsillos; que no generan empleos, pero sí subvenciones para adular a sus mayorías y militancia; y que abusan de cadenas nacionales para hacer propaganda durante la veda electoral.
Perdió porque el contexto cambió. La gente está harta de modelos prepotentes, así sean los de Argentina, Guatemala o Brasil, donde las marchas anticorrupción y los cacerolazos son revoluciones por la dignidad y el respeto. Es que pese a las penurias económicas, la gente no reclama por más pan, sino por menos circo.
La derrota de Aníbal y Cristina es una advertencia para los políticos arrogantes de todas las latitudes. Es probable que el 22 de noviembre se defina si en la región el péndulo comenzará a oscilar hacia la derecha, tras dos décadas de izquierda y populismo que generaron los abusos del neoliberalismo. Más allá de las ideologías, lo que ahora se impone es que la oscilación sea desde la corrupción hacia la honestidad.
Sin necesidad de saber a dónde anidarán los votos de Sergio Massa, gane quien gane, Scioli o Macri, lo cierto es que el kirchnerismo ya es el gran derrotado. Aunque no se puede pecar de ingenuos. En política un mes es una eternidad y el kirchnerismo se aferrará de donde pueda, ni querrá perder poder ni quedar potencialmente a merced de la justicia y las represalias políticas después de años de sembrar polarización y enemistades.
El kirchnerismo no desaparecerá de la noche a la mañana. Tiene grandes cuotas de poder en el Congreso y ha sabido enquistarse a través de entidades paraestatales como La Cámpora, que en estos días, de espalda a la estridencia de las urnas, compró futuro y puestos para seguir ideologizando, con una ley que le permitirá administrar el deporte en toda la nación.
Esa actitud desafiante y de nepotismo kirchnerista que tiene al Estado como botín, no es más que un resabio de una práctica extendida por 12 años. Por eso, antes de que Cristina se vaya el 10 de diciembre, habrá que esperar más leyes acomodaticias y más jueces partidarios para escudar su futuro; más estigmatizaciones, más persecuciones y muchos más “yos”. Todo eso forma parte del ADN kirchnerista. Nada ni nadie lo puede cambiar.

Aunque el kirchnerismo no escuche e insista en la defensa de su modelo, el resultado adverso del domingo reclama, al menos al peronismo, la desideologización de la política y la economía. Reclama la necesidad de un país en serio, reclama líderes con valentía suficiente para desmontar la corrupción estructural, la degeneración más perversa de la arrogancia política. trottiart@gmail.com

junio 19, 2013

Fallo anti populista

La Corte Suprema de Argentina ofreció ayer un fallo ejemplar que desdice no solo las intenciones de “democratización de justicia” que proponía el gobierno de Cristina Kirchner, sino que – bien leído – se trata de una sentencia que otorga un gran significado a las intenciones populistas de varios gobiernos latinoamericanos que siempre hacen ver que las mayorías son las únicos grupos válidos en una democracia.

Los gobiernos de Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela, por ejemplo, siempre han arremetido contras las “fuerzas corporativas” en la sociedad, en especial de la justicia y de la prensa, a las que suelen calificarlas de corruptas, mercantilistas y de espaldas al pueblo, justificando así reformas que solo tienden a crear una justicia y una prensa sumisas a los designios y voluntades de los poderes Ejecutivo, como fue el caso de la ley de prensa en Argentina y la Ley de Comunicación en Ecuador aprobada el pasado viernes y la reforma judicial anterior.

El fallo de la Corte máxima de Argentina en contra de la elección de jueces, abogados y académicos al Consejo de la Magistratura mediante voto popular, impone que en una democracia debe preservarse la independencia e imparcialidad política de los jueces, y que el Poder Ejecutivo y el Congreso no pueden hacer leyes a su antojo contrarias a la Constitución.

El gobierno argentino fue rápido en tildar a la justicia de corporativista y de actuar de espaldas al pueblo; sin embargo, lo único que explica el fallo es la necesidad de que se respete la Constitución y que las leyes, por más buenas intenciones que posean – en este caso la reforma judicial propuesta por Cristina Kirchner no tenía buenas intenciones – deben estar dentro del marco y espíritu constitucionales.


Halagar a las mayorías y el clientelismo, propósitos de los gobiernos populistas, es algo que está críticamente implícito en el fallo, marcando un buen antecedente jurídico para los demás países donde todo se trata de justificar mediante el voto popular.    

abril 27, 2013

Arrogancia kirchnerista


Es difícil catalogar al gobierno de Cristina Kirchner. No se trata de un gobierno populista, porque a diferencia de los demás en la región, está supeditado a un partido político tradicional, al peronista, no al propio; pero es obvio que actúa como si se tratara de su propio partido.

Tampoco es un gobierno totalitario, porque no maneja todas las instituciones, la oposición tiene fuerza en el Congreso y la sociedad civil está conformada por organizaciones que tienen condiciones para maniobrar. Además porque los métodos de persecución política todavía son muy sutiles, sin llegar al escarnio de lo que representaría el encarcelamiento de opositores y críticos del gobierno.

Se trata, sin embargo, de un gobierno autoritario, testarudo, arrogante, irrespetuoso de la pluralidad política y manipulador del sistema para disfrazar legalmente todos sus intereses, estirando a las leyes y a la Constitución a punto de romperlas.

La actitud arrogante de los funcionarios no existiría si el liderazgo de Cristina Kirchner fuera diferente;  respetuoso de las diferencias, calmado, sincero y visionario. Mucho no se puede esperar de un gobierno que miente sobre los índices de inflación, que insulta públicamente a los jueces cuando los fallos no son a su favor, denigra a los opositores y medios de comunicación cuando critican o señalan hechos flagrantes de corrupción, que no sabe entender el porqué de los cacerolazos en protesta o que está inventando reclamos de las bases para reformar la Constitución con el único objetivo de mantenerse en el poder mediante reelección indefinida.

La reforma de la justicia, bajo el argumento de que se quiere “democratizar”, es solo una muestra más de la arrogancia del kirchnerismo, de querer gobernar a sus anchas, sin democracia.

Nunca nadie dijo que la democracia es fácil. Se trata de un sistema de balances, chequeos y equilibrio de poderes, es decir trabas para que el gobierno no cometa abusos, obligando a respetar a los demás poderes del Estado, la libertad de prensa, pero sobre todo la voluntad del pueblo al que no se le puede engañar mediante procesos fraudulentos que van más allá de las elecciones.

La perfección del sistema democrático se basa en que puede ponerle coto a las aspiraciones arrogantes de un gobierno. Cuando este trata de coartar esos controles democráticos, indudablemente, se comienza a caer en la tentación de entender a la democracia como el sistema al que deben supeditarse los intereses y beneficios propios.

Es ahí, en ese punto, cuando la arrogancia se transforma en autoritarismo.  

septiembre 02, 2012

En busca de la reina Cristina

Como cualquier movimiento que se precia por su arrogancia y absolutismo, el kirchnerismo argentino volvió a instalar en la agenda pública el tema de la relección de la presidente Cristina de Kirchner. El tema no es nuevo, pero es parte de la estrategia propagandística del gobierno que insiste en estos menesteres hasta encontrar el plafond adecuado para que del globo de ensayo se pase a la acción. Ya lo hizo sin éxito años anteriores, pero esta vez, el tema ya está institucionalizado; y pese a que el diario La Nación haya sacado hoy una encuesta en la que muestra que un 66% de la gente opina en contra de esta posibilidad, pareciera que el tema quedará, al menos, en la subconsciencia social, para que se disparen los pensamientos reales apenas cualquier otro funcionario hable de esa posibilidad. Así como en otros países con presidentes arrogantes y autoritarios, en Argentina la figura de la relección necesita una reforma constitucional, algo que se rechaza, pero que el gobierno ha minimizado con una estrategia de propaganda impresionante y efectiva. No creo que en el país la oposición y los movimientos sociales tendrán el éxito que tuvieron los colombianos para detener la arrogancia que en su momento sintieron los uribistas y así parar en seco la posibilidad de una tercera relección del ex presidente Alvaro Uribe. El ex mandatario no usaba la propaganda ni las subvenciones a granel, almas del populismo, por lo que sus posibles intenciones fueron fáciles de neutralizar.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...