febrero 03, 2014

Abuso sexual; problema local

Lejos del fuego y el azufre que consumieron a Sodoma y Gomorra, la sociedad actual aparenta parálisis frente a la epidemia incontrolable del abuso sexual.

Violaciones en la India, El Salvador y EE.UU.; incesto en comunidades de México;  turismo sexual infantil en Cuba; bullying sexista en escuelas de Argentina; estupro permitido en entidades religiosas; redes de pornografía en el ciberespacio y esclavitud de mujeres y niñas, forman parte de los turbadores titulares cotidianos.

En el mundo entero, en general, el abuso sexual está alimentado por la impunidad de los agresores; la falta de visión política para reconocer las consecuencias sociales; la escasez de recursos destinados a prevención, sanidad pública y sistemas judiciales; y, en especial, a una cultura machista primitiva que deriva en casos aún peores: feminicidios en Centroamérica,  mutilación genital en África o tráfico de niñas en Asia.

En EE.UU. la cantidad de crímenes sexuales causa escalofrío. Sin embargo, a diferencia de otros países, la transparencia y reconocimiento sobre el fenómeno, ayuda a que se busquen remedios; aunque, no siempre eficientes o suficientes.

Las Fuerzas Armadas sirven de ejemplo. Se sabe sobre la cantidad pasmosa de denuncias por abusos sexuales, más de 20 mil en el último año según el Pentágono, pero que poco se hace para controlar el problema. La debilidad se debe a castigos insignificantes o mal aplicados, represalias contra quienes denuncian y a una justicia impartida por los propios militares. Así, la política de “tolerancia cero”, tan declamada, solo es fachada.

Pero la mayor vergüenza para el país la denunció Barack Obama esta semana, justo cuando desde el Congreso se advertía sobre el tráfico de mujeres y niñas en torno a grandes eventos deportivos, como el Super Bowl del fútbol americano que se jugará este domingo. Según datos oficiales, en la final del 2010, celebrada en Miami, 10 mil mujeres y niñas fueron explotadas en la ciudad por las redes de prostitución nacionales y extranjeras.

Para la denuncia contra el abuso sexual y lo poco que todavía se hace, Obama se valió de un estudio preparado por el Consejo de Mujeres y Niñas de la Casa Blanca, que reveló que 22 millones de personas han sido violadas en el país, una de cada cinco mujeres y uno de cada 71 hombres.

El informe titulado “Violación y Asalto Sexual”, establece que la mitad de las mujeres fueron violadas antes de los 18 años y un cuarto de los varones antes de los 10. Agrega que la mayoría de las víctimas conoce a sus abusadores y que un tercio de las niñas violadas, también fueron vejadas cuando adultas.

El dato más sombrío se dio en respuesta a denuncias de asociaciones estudiantiles universitarias. Se comprobó que la población más vulnerable y cuantiosa está en las universidades, donde el alcohol y las drogas incentivan crímenes en serie, mientras las autoridades poco hacen para procesar a los abusadores.

La Casa Blanca aborda el problema con preocupación. Confirma con estudios que muchas víctimas de abuso sufren depresión y desórdenes físicos de por vida y que tienen mayor predisposición al suicidio. Calcula entre 87 mil y 240 mil dólares el costo por cada víctima en concepto de servicios legales, médicos y psicológicos, y disminución de la productividad laboral.

Profundiza mucho más en la necesidad de mejorar el sistema judicial - tipificación de los delitos, investigaciones y colección de evidencia - y pone énfasis en erradicar prejuicios contra las mujeres y sus denuncias entre auxiliares de la justicia.

La Casa Blanca dice haber liderado avances en esta lucha pero hace un mea culpa y reconoce que debe hacer mucho más. Especialmente para cambiar la cultura y mejorar la educación sobre los prejuicios contra la mujer, como sentencio Obama: “Quiero que todos los jóvenes estadounidenses sepan que un verdadero hombre jamás hiere a una mujer”.

Seria erróneo creer que la perversión sexual solo existe en EE.UU. o que lo deben resolver los gobiernos nacionales. Estudios de este tipo en otros paises seguramente arrojarian resultados similares.

Aunque el abuso sexual es un fenómeno global, seria mas positivo admitir que es un problema local. De esa forma, todos - intendentes, gobernadores, lideres comunitarios, directores de escuelas y ciudadanos - deberían asumir la responsabilidad de buscar remedios para poder combatir en forma eficiente esta epidemia social, en vez de mirarlo como problema ajeno.  

enero 28, 2014

Cachetada a la disidencia en Cuba

No debe haber peor bofetón, desaliento y frustración para un opositor cubano que ser ignorado por los jefes de Estado de toda Latinoamérica, el Caribe y los líderes de la ONU y la OEA, como estará sucediendo entre hoy y mañana en La Habana durante la cumbre de la CELAC.

Los disidentes cubanos por décadas han sido agredidos, golpeados, encarcelados, reprimidos y restringidos, pero siempre pudieron soportar la opresión a cambio de la esperanza de que algún día, cuando la cultura democrática floreciera en todo el continente, fueran reconocidos como fuerza política mientras su gobierno sería arrastrado, inexorablemente, a ese sistema.

Pese a todas las agresiones, los disidentes cubanos, desde las integrantes de las Damas de Blanco, o los más conocidos como Biscet, Fariñas y Yoani, entre tantos otros desconocidos y anónimos, vivieron cada honor y premio en el exterior – o desde las cárceles – como un reconocimiento a su lucha personal; pero, más aún, como un voto de castigo al gobierno dictatorial y anacrónico de la familia Castro.

Se equivocaron y feo. La dictadura, siempre adicta a los subsidios extranjeros, desde Rusia a China pasando por Venezuela, se la ha ingeniado para sobrevivir económica y políticamente. Su mejor último aliado ideológico, el finado ex presidente Hugo Chávez, fue quien sostuvo al régimen con petróleo y quien en 2009 lo devolvió al seno de la OEA y creó esta CELAC en 2010, para que Cuba se crea políticamente libre para tratar de igual a igual al resto de gobiernos democráticos, pese a las condiciones remachadas en los tratados internacionales, como la Carta Democrática Interamericana.

El gobierno cubano reclama mayores libertades mediante acuerdos económicos que permiten que los cubanos puedan trabajar por cuenta propia, alquilar viviendas o comprar automóviles. Sin embargo, sigue restringiendo las más importantes, las políticas, que tienen que ver con el derecho al voto, a la libertad de expresión y a la libertad de asociación y reunión. Es el único régimen de las Américas que se arroga en forma monopólica todas las potestades políticas de la nación.

Los disidentes pueden comprender este destino, pero lo que les resulta despreciable es que, por conveniencia política, todos los líderes presentes en La Habana los ignoren para no incomodar a los hermanos Raúl y Fidel Castro. Les duele que teniendo una oportunidad histórica en su propio suelo, la CELAC termine hablando sobre la importancia de las plantaciones de quinua, la soberanía de los estados y de que se declare zona de paz a Latinoamérica, pero calle sobre la paz y la libertad que a ellos y a todos los cubanos se les niega en su propio país.


Los disidentes sienten la cachetada fuerte y tal vez esta sea la más hipócrita que han tenido que soportar, porque ha sido en su propia casa. Están en su sano juicio si consideran que la cumbre es una burla a la democracia y a sus aspiraciones.        

enero 27, 2014

Telenovelas y papel o la censura a la venezolana

La censura tiene mil caras y todas muy audaces. La más desfachatada en estos días fue la esgrimida por el gobierno venezolano, culpando a las telenovelas por los altos índices de inseguridad pública en el país.

No es la primera vez que sin evidencia ni estudios en mano, el presidente Nicolás Maduro, obsesionado por crear cortinas de humo, se las ingenia para encontrar chivos expiatorios. Acusó a las telenovelas de servir de culto a la muerte, la droga y la proliferación de armas.

Puede que la TV y los videojuegos tengan mala influencia en los niños, pero responsabilizarlos por la violencia general es, al menos, exagerado. Si así fuera, EE.UU., bajo el dominio de Hollywood y sus antivalores, tendría que ser el país más inseguro y peligroso del mundo, aunque en realidad dista mucho de los 79 homicidios cada cien mil habitantes que se cometen en Venezuela y que Caracas sea la segunda ciudad más violenta de las Américas, después de la hondureña San Pedro Sula.

El argumento de Maduro, aunque parece simple, no es inofensivo. Desenmascara una estrategia. Años atrás, su antecesor Hugo Chávez, también anteponiendo principios morales sobre contenido de los medios, utilizó la defensa de los niños para crear una ley, que terminó sirviéndole para cerrar cientos de televisoras, radios y periódicos, no por su contenido sobre violencia, sino por su posición crítica hacia el gobierno.

Maduro no es muy innovador. Hace meses los presidentes José Mujica de Uruguay y Porfirio Lobo de Honduras, también justificaron legislaciones para controlar el contenido ofensivo de los medios, creyendo que con eso se rebajarían los índices de inseguridad. Si bien esas leyes no prosperaron, sí tomó fuerza en Ecuador, donde bajo el mismo argumento, Rafael Correa, promulgó la Ley de Comunicación que en estos días sirvió para procesar a un caricaturista que dibujó alusiones a la corrupción en el gobierno, bajo el pretexto de que tergiversó la verdad, apoya la agitación social y a quien el Presidente calificó de “sicario de tinta”.

El gobierno venezolano es muy creativo a la hora de censurar. Con sus leyes impone multas millonarias a los periódicos, prohibiéndoles publicar fotografías con sangre o de cadáveres apilados en las morgues, sanciones que se aplican contra diarios críticos, como El Nacional, pero no contra periódicos oficialistas y gubernamentales.

En estos meses, la censura cobró una dimensión más sutil. El gobierno no autoriza la entrega de divisas para que los diarios puedan importar papel. El resultado, como lo perseguía en su época Juan Domingo Perón, es simple y lapidario. Diez diarios dejaron de publicarse, 21 están en riesgo de no poder hacerlo y decenas han reducido su cantidad de páginas, quedando el público a expensas de información de medios amigos y subyugados por el poder, a los que no se aplican esas restricciones.

El informe de esta semana de Human Rights Watch habla del clima de terror y el irrespeto por la libertad de expresión. Concluye que el gobierno socavó la autoridad de los jueces para juzgar imparcialmente y las denuncias de periodistas y activistas de derechos humanos, que prefieren autocensurarse para evitar represalias. Conclusión válida también para Freedom House que esta semana ubicó a Venezuela entre los países menos libres del continente.

En estos años de chavismo, la censura justificada siempre fue el discurso oficial para la protección de la moralidad, las buenas costumbres y exorcizar la violencia ciudadana. Sin embargo, como sucede hoy en China con la censura masiva del internet y las redes sociales, esas argucias siempre sirvieron para tapar los escándalos oficiales de corrupción y, así, aplicar el bozal a medios independientes y críticos.

Aunque Maduro trate de comprar tiempo buscando responsables en el contenido de las telenovelas y los diarios, la evidencia es que la inseguridad es culpa de la inacción de su gobierno, la crisis económica, el clientelismo, la politización del Poder Judicial y, especialmente, por haber armado a un grupo de autodefensa, fuera del marco de las fuerzas de seguridad, que terminará sin control y generando más violencia de la que proyectaba prevenir, como está sucediendo con los grupos civiles que armó el gobierno mexicano en Michoacán. 

enero 25, 2014

Gobierno argentino reactivo, no proactivo

Los gobiernos son como las personas. No se pueden definir por sus extremos, buenos o malos, ya que tienen toda la gama de tonalidades entre esos dos puntos. Pero hay ciertas características particulares  que los identifican, de ahí que haya desarrollados o en vía de desarrollo, pobres o ricos, democráticos o autoritarios, estables o inestables, reactivos o proactivos.

El de Cristina Kirchner es un gobierno reactivo, demasiado ideológico, previsible, contestatario, poco transparente. Es quizás, como muchos de sus antecesores, un gobierno que para resolver la crisis – ciclotímica en la Argentina desde su concepción como país soberano – siempre se enredó o se benefició de los problemas del momento, con un constante apego a resolver situaciones a muy corto plazo, adicto a las fechas electorales, sin prevenir el futuro a largo plazo. Por eso, a Cristina no se le puede definir como estadista, como aquella persona visionaria y que lleva al país a pensarse más allá de las coyunturas actuales.

Los problemas económicos actuales son típicos, por lo que a los culpables no hay que buscarlos en las teorías conspirativas como la de Shell tal hizo el ministro de Economía, Axel Kiciloff, sino en la falta de previsión. Es cierto que el manejo económico es complicado debido a la interconexión global, pero desde hace años el gobierno escogió un camino rechazando al mercado, a su gente, pesificando desconfianza, como tantos ministros de Economía anteriores que escandalizaron con promesas que tuvieron resultados diametralmente opuestos. Así el gobierno escogió pelearse a muerte con los industriales, con los productores agropecuarios, motor de la economía, cuyo superávit en lugar de ser invertido en obras de infraestructura necesarias, se utilizaron para hacer propaganda y en clientelismo y así sostener un aparato de popularidad, la característica más espantosa y degradante que siempre definió al peronismo de todas las tonalidades ideológicas.

El gobierno se definió así mismo con grandes batallas, por cierto lícitas, pero demasiado ideológicas, dividiendo a los ciudadanos, polarizándolos, en lugar de encontrar objetivos de lucha común. Todas sus batallas fueron políticas a nivel interno como externo, como dando la impresión de que siempre jugó a ganar tiempo. 
Retrotrajo a la memoria la lucha por los derechos humanos de aquella infame del país, pero no se percató de los derechos actuales, de la pobreza, la falta de agua, el desempleo, etc… Contratacó con una Ley de Medios embarcándose en una batalla con Clarín y La Nación, que quiso fuera de todos los argentinos, pero que no aportó nada para el país, y a nivel externo se alineó con ideologías similares, no cumplió con acuerdos de Mercosur o en foros internacionales gastó sus energías en un reclamo legítimo por Las Malvinas y nacionalizó empresas que generaron desconfianza y ahuyentaron  inversores.

Más allá de la legitimidad que le dieron en forma directa los electores con el 54%, Cristina no revisó sus políticas y forma de gobernar cuando las urnas mostraron todo lo contrario, confiada que la propaganda la llevaría luego al mismo sitial de popularidad, lo que sucedió en dos o tres ocasiones – para su desgracia. En esa arrogancia del poder y con la idea de tener la sartén por el mango, el gobierno buscó apoderarse de la justicia y sus decisiones, dio la espalda a los opositores, ignoró el reclamo de los productores, castigó económicamente a gobernadores que no le dieron el voto, rechazó las críticas y la realidad demostrada por estadísticas sobre inflación y pobreza, usó el dinero de mayores impuestos en gastos de propaganda, al tiempo que cobijó y defendió a los señalados por corrupción.

Un gobierno que antepone la ideología a sus acciones, que confunde popularidad con mayorías, información con propaganda, que descuida los intereses de las minorías y que es oscuro, sin nada de transparencia, siempre se quedará pensando en sí mismo, no en la dimensión de Estado ni país. Un mal que en Argentina se viene sufriendo por décadas, cuando todo gobierno termina anteponiendo sus propios intereses, construyendo sobre la base de la destrucción de todo lo anterior.

La falta de capacidad eléctrica, el aumento de la inseguridad, el auge de la delincuencia y del crimen organizado, la incapacidad para atraer inversiones, la fuga de capitales y cerebros, la desvalorización de los salarios y la falta de producción manufacturera, de invención tecnológica, y las decadentes educación y salud públicas, forma parte de esa falta de previsión en el futuro a largo plazo que Cristina siguió incentivando.         


Argentina sigue a los porrazos. Solo podrá levantarse cuando algún gobierno piense el país a largo plazo, cuando los ajustes incluso se hagan en postrimerías de alguna elección, cuando el gobierno esté dispuesto a perder y cuando la oposición asuma para construir sobre lo construido. Cuando el gobierno construya plantas hidroeléctricas en vez de subsidiar el pago de las boletas de luz, cuando incentive la innovación y cree fábricas en lugar de aumentar los impuestos a la exportación de materias primas, cuando garantice seguridad jurídica para atraer inversiones, en lugar de maniatar a jueces para que no sentencien la corrupción.

enero 24, 2014

Con Edgar Tamayo, todos somos asesinos

Finalmente, una decisión política del gobernador texano, Rick Perry, se llevó puesta la vida del mexicano Edgar Tamayo, pese a las esperanzas de todo México, las peticiones del gobierno de Enrique Peña Nieto y de Barack Obama, las miles de firmas recopiladas por Amnistía Internacional, las plegarias de vecinos y familiares y la expectativa indescriptible en las redes sociales donde se clamaba que la sentencia de muerte fuera suspendida.
Nada importó, ni siquiera los tratados internacionales argumentados por México sobre que Tamayo debería haber tenido asistencia consular ni que Perry y Peña Nieto hayan estado cara a cara en Davos. El gobernador republicano era el único que podía haber detenido esta ejecución, pero tampoco hay que cargarle todas las culpas, ya que no es él el hacedor de la pena de muerte ni quien la administra.
El mayor responsable de esta política de “ojo por ojo, diente por diente” sigue siendo toda una sociedad que tolera o, al menos, que solo despierta a los avatares de la pena de muerte cada vez que impacta la noticia de una ejecución en particular; no de todas.
A esta altura del desarrollo social y cuando hay conciencia extrema sobre los derechos humanos - y hasta por los derechos de los animales y la ecología -  parece una gran contradicción que una sociedad civilizada, consciente, pueda ponerse en el papel de ejecutor para arrebatarle la vida a una persona.
Es verdad que Tamayo cometió un crimen, mató a un policía, y que otros criminales cometen delitos aún más atroces y hasta indescriptibles, y que por eso existe la reacción intestina de desearle a alguien la muerte. Sin embargo, pasar de esa reacción primaria, a establecer leyes que nos justifiquen matar a una persona, nos convierte a todos en criminales.
Un asesinato legal, como el que ampara la pena de muerte, nos iguala a todos en lo más bajo de lo humano. Y uno se pregunta ¿Por qué entonces sorprenderse con aquellos gobiernos y culturas que condenan a sus reos a latigazos o a morir a pedradas? ¿Por qué sorprenderse por los crímenes de Estado cometidos por gobiernos dictatoriales cuando también se amparaban en leyes, decretos o en necesidades oscuras de conveniencia sobre seguridad nacional? ¿Por qué culpar a ciudadanos que hacen justicia por manos propias después que el Estado permite a los malhechores seguir con sus crímenes y permanecer en la impunidad?
Lamentablemente,  la discusión moral y ética sobre la pena de muerte termina siendo disgregada por otro debate que a muchos parece divertir, pero que es aún más repulsivo: ¿Cuál es la forma más digna de morir? ¿Cómo mejorar las dosis de drogas para que la inyección letal tenga efectos más rápidos o cuál será el voltaje más apropiado para matar pero no quemar o fulminar y así guardar las apariencias de una muerte noble?
Estos ruidos sobre el cómo matar a una persona, no nos debieran apartar de la esencia misma de una discusión silenciada: ¿Por qué matar legalmente? ¿Por qué permitir que un gobierno mate? ¿Por qué arrogarnos el destino y juagar a ser Dios?

En su última carta y despedida a sus familiares, Tamayo les imploró que “nunca, nunca se olviden de mí”. Ojala que su pena de muerte no sea en vano y sirva para capitalizar una profunda discusión.

enero 23, 2014

Celac cambia democracia por paz en Cuba


No puedo estar más de acuerdo con el periodista Andrés Oppenheimer que en su reciente columna del The Miami Herald/ El Nuevo Herald de Miami criticó la realización de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) en Cuba la próxima semana, pero aún más que los líderes latinoamericanos que ahí se reúnan no intentarán siquiera acercarse a la cumbre paralela no oficial que está organizando la disidencia.

Varios líderes se excusaron sobre que simplemente estarán ahí en visita oficial y que, por tal motivo, cumplirán con la agenda oficial, es decir que no tienen previsto ningún acercamiento con los disidentes y periodistas independientes ni mucho menos se les antojaría tratar de visitar a presos políticos. Todo esto para no ofender a los hermanos Castro.

De por sí, que la reunión se realice en La Habana y de que el dictador Raúl Castro sea su presidente, ya es síntoma de la grave hipocresía que reina en América Latina, cuando uno considera que la CELAC tiene como objetivo la promoción de la democracia. Justamente por  faltarle a ese país la democracia y no poder hacer gala de ninguno de sus atributos, el gobierno dictatorial, con su desvergonzado uso de la propaganda, impulsa una agenda abstracta traída de los pelos: Que América Latina sea declarada zona de paz.

Se trata de una cortina de humo que busca comprar tranquilidad para el régimen, tratando de neutralizar cualquier eventual declaración incómoda y sorpresiva sobre la promoción de la democracia.

Obviamente una sinrazón para las Damas de Blanco que están buscando, y sin éxito, una entrevista con el secretario General de la OEA, José Miguel Inzulza y para Elizardo Sánchez, director de la local Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, que ya advirtió que agentes de la seguridad del Estado están rondando los domicilios de los disidentes y advirtiéndoles sobre represalias en caso de que quieran acercarse a los mandatarios extranjeros.


Una vez más, la CELAC servirá para legitimar y comprar más tiempo a la dictadura familiar más larga de América Latina. Una desacertada cumbre que será una de las desvergüenzas más increíbles que contendrán los libros de historia en el futuro próximo.

enero 20, 2014

El mayor reto de Francisco

Desde que fue elegido al trono de Pedro, el papa Francisco no dejó nada al azar, ni siquiera los problemas más complejos por los que renunció Benedicto XVI.

Con firmeza comenzó a limpiar las finanzas del banco del Vaticano, destituyendo a cardenales corruptos; con misericordia redefinió el pecado con aquella frase “¿Quién soy yo para jugarles?”, amparando a homosexuales, divorciados y mujeres empujadas al aborto; y con determinación renovó la misión católica con obispos de a pie, recreando una Iglesia humilde y misionera, tal el legado de Cristo y sus apóstoles.

Por esa mezcla de seguridad y jovialidad, donde convergen los espíritus de la Madre Teresa y Juan Pablo II, la prestigiosa revista Time lo valoró como la persona del año en 2013, argumentando que le bastaron menos de nueve meses para posicionarse como líder mundial y que la Iglesia recobre la confianza de fieles y no católicos.

A pesar de sus logros y confianza acumulada, Francisco tiene un gran reto por delante, que nada tiene que ver con temas doctrinarios y morales como el celibato, la ordenación de la mujer o la manipulación de las células madres, sino con cuestiones más carnales y de índole criminal, como el abuso de menores.

El jueves, por primera vez en la historia, el Vaticano debió sentarse en Ginebra en el banquillo de los acusados ante la Comisión de los Derechos del Niño de Naciones Unidas. Debió responder por decenas de miles de casos de abusos infantiles, a manos de curas pedófilos, cuyos crímenes, perpetrados en parroquias, escuelas y orfanatos, quedaron en la impunidad encubiertos por la jerarquía eclesial.

Los crímenes de este tipo no son nuevos en la Iglesia, lo único nuevo es la decisión para combatirlos. El papa emérito, Joseph Ratzinger, fue el primero en tomar al toro por los cuernos. Declaró tolerancia cero contra esos delitos, convocó un simposio, publicó una guía interna anti abusos y pidió a los obispos que denuncien a los pederastas ante la justicia ordinaria.

Francisco le siguió determinado. En julio de 2013, creo un reglamento jurídico del Vaticano endureciendo las penas para casos de abusos y en diciembre anunció la creación de una comisión para luchar contra la pederastia, con el objetivo de que la Iglesia jamás vuelva a mirar hacia otro lado.

Sean O’Malley, cardenal de Boston, y miembro del grupo de ocho cardenales asesores directos de Francisco, explicó que los próximos sacerdotes y religiosos que trabajarán con niños deberán tener antecedentes legales y psiquiátricos intachables. Este cardenal, que tuvo la misión de limpiar de pederastas a tres diócesis estadounidenses, vendiendo edificios para pagar indemnizaciones a las víctimas, sentenció que se tratará a los pederastas como lo que son, criminales, poniéndolos a disposición de la justicia ordinaria y no en manos de sus autoridades.

Hasta ahí la Iglesia parece transitar el camino correcto. Sin embargo, lo que miles de víctimas reclamaron este jueves en Ginebra es que el Vaticano deje de hablar y comience a hacer, que resuelva el pasado y que no permita que sus autoridades continúen protegiendo a criminales como si se tratara de simples pecadores.

Aunque se ponderó la actitud comprometida de la Iglesia de participar de la reunión, víctimas y organizaciones de derechos humanos denostaron que los obispos representantes, Silvano Tomasi y Charles Scilcluna, respondieran con evasivas. Que no dieran cifras sobre abusos denunciados, que no hagan responsable al Vaticano por el encubrimiento y que opten por la consabida respuesta de que Roma no es responsable por sacerdotes y obispos, quienes, como cualquier ciudadano, deben responder por sus acciones ante la justicia de sus respectivos países.

Puede que la respuesta sea correcta, política y legal, pero ni es adecuada ni coherente con la misericordia manifestada por Francisco, a quien en este terreno fangoso, se le pide justicia y castigos concretos. Existe sed de justica por los delitos anteriores y Francisco debe buscar la forma de apagarla.

Como en cualquier disciplina, la Iglesia nunca estará exenta de delincuentes y corruptos, pero no puede omitir su responsabilidad, debe actuar. La percepción de impunidad, ya sea judicial o eclesiástica, es la peor enemiga de Francisco y su mayor reto.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...