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enero 20, 2014

El mayor reto de Francisco

Desde que fue elegido al trono de Pedro, el papa Francisco no dejó nada al azar, ni siquiera los problemas más complejos por los que renunció Benedicto XVI.

Con firmeza comenzó a limpiar las finanzas del banco del Vaticano, destituyendo a cardenales corruptos; con misericordia redefinió el pecado con aquella frase “¿Quién soy yo para jugarles?”, amparando a homosexuales, divorciados y mujeres empujadas al aborto; y con determinación renovó la misión católica con obispos de a pie, recreando una Iglesia humilde y misionera, tal el legado de Cristo y sus apóstoles.

Por esa mezcla de seguridad y jovialidad, donde convergen los espíritus de la Madre Teresa y Juan Pablo II, la prestigiosa revista Time lo valoró como la persona del año en 2013, argumentando que le bastaron menos de nueve meses para posicionarse como líder mundial y que la Iglesia recobre la confianza de fieles y no católicos.

A pesar de sus logros y confianza acumulada, Francisco tiene un gran reto por delante, que nada tiene que ver con temas doctrinarios y morales como el celibato, la ordenación de la mujer o la manipulación de las células madres, sino con cuestiones más carnales y de índole criminal, como el abuso de menores.

El jueves, por primera vez en la historia, el Vaticano debió sentarse en Ginebra en el banquillo de los acusados ante la Comisión de los Derechos del Niño de Naciones Unidas. Debió responder por decenas de miles de casos de abusos infantiles, a manos de curas pedófilos, cuyos crímenes, perpetrados en parroquias, escuelas y orfanatos, quedaron en la impunidad encubiertos por la jerarquía eclesial.

Los crímenes de este tipo no son nuevos en la Iglesia, lo único nuevo es la decisión para combatirlos. El papa emérito, Joseph Ratzinger, fue el primero en tomar al toro por los cuernos. Declaró tolerancia cero contra esos delitos, convocó un simposio, publicó una guía interna anti abusos y pidió a los obispos que denuncien a los pederastas ante la justicia ordinaria.

Francisco le siguió determinado. En julio de 2013, creo un reglamento jurídico del Vaticano endureciendo las penas para casos de abusos y en diciembre anunció la creación de una comisión para luchar contra la pederastia, con el objetivo de que la Iglesia jamás vuelva a mirar hacia otro lado.

Sean O’Malley, cardenal de Boston, y miembro del grupo de ocho cardenales asesores directos de Francisco, explicó que los próximos sacerdotes y religiosos que trabajarán con niños deberán tener antecedentes legales y psiquiátricos intachables. Este cardenal, que tuvo la misión de limpiar de pederastas a tres diócesis estadounidenses, vendiendo edificios para pagar indemnizaciones a las víctimas, sentenció que se tratará a los pederastas como lo que son, criminales, poniéndolos a disposición de la justicia ordinaria y no en manos de sus autoridades.

Hasta ahí la Iglesia parece transitar el camino correcto. Sin embargo, lo que miles de víctimas reclamaron este jueves en Ginebra es que el Vaticano deje de hablar y comience a hacer, que resuelva el pasado y que no permita que sus autoridades continúen protegiendo a criminales como si se tratara de simples pecadores.

Aunque se ponderó la actitud comprometida de la Iglesia de participar de la reunión, víctimas y organizaciones de derechos humanos denostaron que los obispos representantes, Silvano Tomasi y Charles Scilcluna, respondieran con evasivas. Que no dieran cifras sobre abusos denunciados, que no hagan responsable al Vaticano por el encubrimiento y que opten por la consabida respuesta de que Roma no es responsable por sacerdotes y obispos, quienes, como cualquier ciudadano, deben responder por sus acciones ante la justicia de sus respectivos países.

Puede que la respuesta sea correcta, política y legal, pero ni es adecuada ni coherente con la misericordia manifestada por Francisco, a quien en este terreno fangoso, se le pide justicia y castigos concretos. Existe sed de justica por los delitos anteriores y Francisco debe buscar la forma de apagarla.

Como en cualquier disciplina, la Iglesia nunca estará exenta de delincuentes y corruptos, pero no puede omitir su responsabilidad, debe actuar. La percepción de impunidad, ya sea judicial o eclesiástica, es la peor enemiga de Francisco y su mayor reto.

febrero 02, 2013

Curas pedófilos; herida abierta


La herida sigue abierta. Desde que hace años atrás la Arquidiócesis de Boston se vio obligada a actuar en contra de los abusos de menores por parte de sus sacerdotes a raíz de investigaciones de los diarios Boston Globe y Boston Phoenix, las denuncias sobre este problema de la pederastia se extendieron por todas las diócesis del país y del mundo entero.
Ahora la justicia de California, en una pelea de más de un lustro, finalmente pudo obligar a la Arquidiócesis de Los Ángeles a que revele 12 mil páginas de documentos en los que se reflejan, con nombre y apellido, los nombres de 122 curas supuestamente pedófilos que han abusado de menores de edad.
El arzobispo, José Gómez, entre otras medidas, consternado  por los crímenes sobre los que ahora le toca responder, prohibió al ex arzobispo y cardenal jubilado, hablar en público y asumir tareas eclesiásticas como celebrar misa por haber ocultado durante su término el problema y no haber tomado las medidas adecuadas contra los curas pedófilos.
Lamentablemente hasta entonces, la Iglesia veía a este como un conflicto interno solucionable mediante el traslado de los curas pedófilos a otras diócesis para tapar las evidencias. Pero como sucede con los abusadores, esa política permitió que se esparza aún más el problema.
Sobre este tema he repetido en este blog que las autoridades de la Iglesia han pecado por acción y omisión y se han confundido tratando de disfrazar crímenes de pecados. La Iglesia, como la de Los Ángeles, no debiera esperar a ser intimada por la justicia para revelar los nombres de los abusadores o las denuncias reiteradas y sistemáticas que pesan contra algunos de sus miembros.
Para ganar credibilidad y autoridad y para cerrar este capítulo – tan negro en su historia como el de la Inquisición – la Iglesia debería presentarse ante la justicia y desenmascarar a todos los criminales que se cobijan en su seno.
No valen arrepentimientos ni excusas ni penitencias. Se necesita justicia tanto para alivianar la carga de las víctimas como para sanear a una Iglesia en descrédito.

mayo 19, 2011

Curas y delitos sexuales justificados


Según un estudio realizado con la anuencia de los obispos católicos estadounidenses, todos los males provocados por los delitos sexuales de los sacerdotes no tienen su origen en el celibato, en la calificación de pedófilos o en la homosexualidad de los agresores, sino más bien en la mala formación que los presbíteros tuvieron en sus años de formación en los seminarios en las décadas de 1940 y 1950.

El estudio independiente que dice no tener ningún tipo de influencia por parte de los prelados, parece insuficiente para calmar las ansias de entender un escándalo que sacude a la Iglesia Católica desde hace 10 años, que solo en EEUU llevó a que las diócesis pagaran más de 1.800 millones en indemnizaciones y reparación a las víctimas.

El estudio justifica que el celibato obligatorio no incentiva a los curas a cometer delitos sexuales y se basa también en estadísticas de que son muchos menos los curas pederastas como se pensaba, sino que se trata de delincuentes sexuales comunes, ya que las víctimas, en su mayoría, se da en una población de jóvenes y púberes, no de niños; algo, por supuesto, que no exonera a ningún delincuente por más justificación que le anteceda.

Varias cosas llaman la atención sobre esta investigación realizada por el John Jay College de Justicia Criminal, en forma independiente a pedido de la Conferencia Nacional Episcopal de EEUU: 1) que no se pueden expiar los pecados y justificar los delitos culpando al pasado, una reacción tan pueril como si se culpara la deformación tortuosa de las acciones de los militares de las dictaduras a la mala formación en las academias militares; 2) el estudio no dice nada sobre la conducta de los obispos – que es la que se debería investigar – de por qué tuvieron la tendencia de encubrir los delitos y trasladar a los curas de diócesis en diócesis desparramando los males; 3) el hecho de que se indagara sobre archivos que datan de la década de 1970 revela y confirma que las transgresiones sexuales datan de mucho tiempo y 4) para que el análisis tenga mayor credibilidad debería efectuarse en otros países golpeados por escándalos similares, como el caso de Irlanda, Bélgica y Alemania, para que pudiera tener puntos de comparación y mayor cientificidad.
El estudio - que no debe descartarse debido a su independencia y porque aporta otros elementos valederos para entender ciertas conductas – parece inclinado a justificar acciones indecorosas y delincuenciales, lo que eleva el nivel de enojo de aquellas organizaciones no gubernamentales, como la  Red de Sobrevivientes del Abuso por Sacerdotes, creadas para denunciar estos males y crear conciencia sobre las necesidades de reforma dentro de la Iglesia Católica.

mayo 17, 2011

Vaticano: penitencia o cárcel

Por fin el Vaticano se mostró enérgico y ordenó a los obispos del mundo entero que deben luchar contra la pederastia en la Iglesia Católica. Deberán someter a la justicia a cualquier abusador de menores dejando de lado lo que fue práctica común con muchos prelados y en muchas diócesis del mundo, es decir esconder y trasladar a los sacerdotes pedófilos a otras jurisdicciones donde no eran conocidos.

Aunque ya existía esta política en EEUU donde más casos de pederastia se denunciaron y salieron a la luz, y el Papa Benedicto XVI había indicado su política de “tolerancia cero”, lo importante es que en el mundo entero ya dejará la Iglesia de tratar este tema como un pecado que necesitaba debida penitencia, sino como un delito común y grave que debe ser puesto a consideración de la Justicia.

Dos primeras reacciones me nacen de este proceso. Primero, que aunque esta nueva medida será un disuasivo para los delincuentes, a uno le queda la sensación que en la Iglesia todavía quedarán muchos pederastas potenciales, por lo que se necesita una purificación mayor y un acto de contrición y autocrítica muy grande. Segundo, que sin una modificación de los estándares de la Iglesia el problema no se va a acabar, sino que quedará dormido, lo que no contribuye a que regrese la credibilidad y el respeto por una profesión como el sacerdocio, la que ya ha perdido todo su lustre a consecuencia de sus propios pecados.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...