sábado, 25 de enero de 2014

Gobierno argentino reactivo, no proactivo

Los gobiernos son como las personas. No se pueden definir por sus extremos, buenos o malos, ya que tienen toda la gama de tonalidades entre esos dos puntos. Pero hay ciertas características particulares  que los identifican, de ahí que haya desarrollados o en vía de desarrollo, pobres o ricos, democráticos o autoritarios, estables o inestables, reactivos o proactivos.

El de Cristina Kirchner es un gobierno reactivo, demasiado ideológico, previsible, contestatario, poco transparente. Es quizás, como muchos de sus antecesores, un gobierno que para resolver la crisis – ciclotímica en la Argentina desde su concepción como país soberano – siempre se enredó o se benefició de los problemas del momento, con un constante apego a resolver situaciones a muy corto plazo, adicto a las fechas electorales, sin prevenir el futuro a largo plazo. Por eso, a Cristina no se le puede definir como estadista, como aquella persona visionaria y que lleva al país a pensarse más allá de las coyunturas actuales.

Los problemas económicos actuales son típicos, por lo que a los culpables no hay que buscarlos en las teorías conspirativas como la de Shell tal hizo el ministro de Economía, Axel Kiciloff, sino en la falta de previsión. Es cierto que el manejo económico es complicado debido a la interconexión global, pero desde hace años el gobierno escogió un camino rechazando al mercado, a su gente, pesificando desconfianza, como tantos ministros de Economía anteriores que escandalizaron con promesas que tuvieron resultados diametralmente opuestos. Así el gobierno escogió pelearse a muerte con los industriales, con los productores agropecuarios, motor de la economía, cuyo superávit en lugar de ser invertido en obras de infraestructura necesarias, se utilizaron para hacer propaganda y en clientelismo y así sostener un aparato de popularidad, la característica más espantosa y degradante que siempre definió al peronismo de todas las tonalidades ideológicas.

El gobierno se definió así mismo con grandes batallas, por cierto lícitas, pero demasiado ideológicas, dividiendo a los ciudadanos, polarizándolos, en lugar de encontrar objetivos de lucha común. Todas sus batallas fueron políticas a nivel interno como externo, como dando la impresión de que siempre jugó a ganar tiempo. 
Retrotrajo a la memoria la lucha por los derechos humanos de aquella infame del país, pero no se percató de los derechos actuales, de la pobreza, la falta de agua, el desempleo, etc… Contratacó con una Ley de Medios embarcándose en una batalla con Clarín y La Nación, que quiso fuera de todos los argentinos, pero que no aportó nada para el país, y a nivel externo se alineó con ideologías similares, no cumplió con acuerdos de Mercosur o en foros internacionales gastó sus energías en un reclamo legítimo por Las Malvinas y nacionalizó empresas que generaron desconfianza y ahuyentaron  inversores.

Más allá de la legitimidad que le dieron en forma directa los electores con el 54%, Cristina no revisó sus políticas y forma de gobernar cuando las urnas mostraron todo lo contrario, confiada que la propaganda la llevaría luego al mismo sitial de popularidad, lo que sucedió en dos o tres ocasiones – para su desgracia. En esa arrogancia del poder y con la idea de tener la sartén por el mango, el gobierno buscó apoderarse de la justicia y sus decisiones, dio la espalda a los opositores, ignoró el reclamo de los productores, castigó económicamente a gobernadores que no le dieron el voto, rechazó las críticas y la realidad demostrada por estadísticas sobre inflación y pobreza, usó el dinero de mayores impuestos en gastos de propaganda, al tiempo que cobijó y defendió a los señalados por corrupción.

Un gobierno que antepone la ideología a sus acciones, que confunde popularidad con mayorías, información con propaganda, que descuida los intereses de las minorías y que es oscuro, sin nada de transparencia, siempre se quedará pensando en sí mismo, no en la dimensión de Estado ni país. Un mal que en Argentina se viene sufriendo por décadas, cuando todo gobierno termina anteponiendo sus propios intereses, construyendo sobre la base de la destrucción de todo lo anterior.

La falta de capacidad eléctrica, el aumento de la inseguridad, el auge de la delincuencia y del crimen organizado, la incapacidad para atraer inversiones, la fuga de capitales y cerebros, la desvalorización de los salarios y la falta de producción manufacturera, de invención tecnológica, y las decadentes educación y salud públicas, forma parte de esa falta de previsión en el futuro a largo plazo que Cristina siguió incentivando.         


Argentina sigue a los porrazos. Solo podrá levantarse cuando algún gobierno piense el país a largo plazo, cuando los ajustes incluso se hagan en postrimerías de alguna elección, cuando el gobierno esté dispuesto a perder y cuando la oposición asuma para construir sobre lo construido. Cuando el gobierno construya plantas hidroeléctricas en vez de subsidiar el pago de las boletas de luz, cuando incentive la innovación y cree fábricas en lugar de aumentar los impuestos a la exportación de materias primas, cuando garantice seguridad jurídica para atraer inversiones, en lugar de maniatar a jueces para que no sentencien la corrupción.

1 comentario:

Unknown dijo...

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