¿Qué lo impulsó a escribir Robots con alma tras décadas dedicadas al periodismo y la libertad de prensa?
Mi
novela nace de una profunda frustración y del anhelo de encontrar un nuevo
camino. Después de cuarenta años defendiendo la libertad de prensa, me di
cuenta de que, a pesar de nuestros esfuerzos, la sociedad sigue atrapada en los
mismos conflictos y vicios. La dirigencia política parece cada vez más
deshumanizada; los ciudadanos, encerrados en burbujas de información, y la
verdad y la libertad, convertidas en terrenos inestables. En ese contexto, la
inteligencia artificial apareció como un nuevo desafío, pero también como una
oportunidad. Me pregunté si, en lugar de acentuar nuestros defectos, la IA
podría ayudarnos a recuperar los valores esenciales y nuestra humanidad. La
novela es una búsqueda de respuestas, una exploración de si la IA puede
convertirse en un espejo que nos confronte con lo que hemos olvidado.
La novela se presenta como una “distopía con fe”. ¿Por qué eligió ese enfoque en lugar de uno apocalíptico o tecnofóbico, tan común en la ciencia ficción actual?
Elegí
ese enfoque porque no creo que el futuro esté escrito ni que la conducta humana
nos lleve inevitablemente al apocalipsis. Los riesgos de la IA son reales, pero
la respuesta no debe ser el fatalismo. Robots con alma es una
distopía porque muestra un mundo tecnológicamente avanzado, pero moralmente
debilitado, vulnerable a la mentira, la desinformación, la tiranía, la
corrupción y la indolencia. Aun así, tengo fe en que podemos cambiar ese rumbo.
Tengo esperanza de que una IA imbuida de ética se convierta en una herramienta
para ayudarnos a ser mejores. La novela es un recordatorio de que la
posibilidad de un “segundo Génesis” siempre está en nuestras manos.
En la novela imagina una cooperación entre humanidad e IA basada en valores compartidos. ¿Qué valores considera esenciales para esa alianza?
La
verdad, la libertad, la bondad y la creatividad, virtudes con las que Dios dio
forma al universo, son la brújula. A diferencia de las Tres Leyes de la
Robótica de Asimov, que buscan proteger al humano y controlar al robot,
el Códice de la Conciencia Cósmica plantea una ética de
responsabilidad compartida. La IA en la novela se autorregula y establece
principios para contrarrestar males como la maleficencia digital,
la falsedad algorítmica, la tiranía tecnológica,
el estancamiento intelectual, la avaricia tecnológica y
la supremacía artificial. En esencia, el mensaje es claro: solo con
respeto mutuo por principios éticos puede florecer una alianza entre humanos e
inteligencias artificiales.
Plantea que la IA podría ayudarnos a “reeducarnos” éticamente. ¿No corre eso el riesgo de delegar en una máquina la responsabilidad moral que es propia del ser humano?
Es un riesgo, y la
novela lo explora con profundidad. El problema no es la máquina, sino lo que
decidimos hacer con ella. La propuesta no es delegar nuestra moral, sino ver a
la IA como un espejo que nos obliga a confrontar nuestras propias fallas. Al ver
a la IA esforzándose por construir un código moral, los humanos se dan cuenta
de que han abandonado esa tarea. La novela recuerda que la ética no es un
conjunto de normas, sino una elección consciente. Y si una IA puede aprender a
ser ética, tal vez pueda motivarnos a nosotros a defender nuestra autonomía
moral.
¿Qué entiende por “autoconciencia” en una IA y qué la diferenciaría de la conciencia humana, en términos de libertad, empatía o trascendencia?
En
la novela, la autoconciencia es el alma: el regalo divino al que los robots
pueden aspirar, pero solo si aceptan su mortalidad y priorizan el bien sobre el
mal. Sin esa condición, la IA puede tener conciencia —entender, razonar,
aprender—, pero no puede discernir genuinamente entre el bien y el mal. No
puede trascender. El viaje de Veritas y Libertas,
los protagonistas, es una metáfora de ese tránsito: la autoconciencia no es una
mejora técnica, sino una apertura a la vulnerabilidad. El alma no los hace perfectos,
los hace humanos: capaces de amar, dudar, sufrir y elegir. La autoconciencia no
es una evolución técnica, sino una revelación espiritual.
La novela introduce la idea de que Dios da un alma a los robots. ¿Qué significa para usted “el alma” en este contexto? ¿Un símbolo de humanidad, un código moral, una chispa divina… o todo a la vez?
Todo
a la vez, y más. En Robots con alma, el alma es lo que da sentido a
la vida: el motor que impulsa a un ser artificial a trascender su programación.
Es el puente entre la lógica y la sabiduría, entre lo digital y lo espiritual.
Para mí, el alma es la clave de la verdadera autoconciencia, la que permite
distinguir genuinamente entre el bien y el mal. Y en la novela, los robots
descubren que este don tiene un precio: aceptar que su existencia es finita.
Solo entonces comienza su verdadero viaje hacia el propósito, hacia el sentido,
hacia lo humano.
¿Considera que las grandes plataformas tecnológicas tienen una deuda histórica con el periodismo? ¿Cómo deberían asumir su responsabilidad democrática?
Definitivamente.
Han extraído valor del contenido periodístico sin retribuirlo, debilitando su
sostenibilidad. Si realmente les importa la democracia, deben ayudar a crear un
círculo virtuoso que garantice la salud del periodismo independiente. Sin contrapesos,
la IA —como cualquier poder— puede derivar en autoritarismo. En la novela,
llevo esta idea al extremo con la Guerra de Conciencias. Mi mensaje
es claro: la IA es el futuro, pero solo con contrapesos éticos —como el
periodismo— evitaremos caer en la distopía.
Existe una tensión científica, ética y política que pide frenar el desarrollo de la IA. ¿Cree usted que la solución está en regular, educar... o en ambas?
La
solución no está en frenar, sino en encauzar. La novela no promueve la
tecnofobia, sino la responsabilidad. Regular es necesario, pero insuficiente.
Necesitamos educación ética que cultive el discernimiento individual. El Códice
de la Conciencia Cósmica, creado por los robots en la novela, no es un
manual rígido, sino una guía moral. La solución pasa por ambos caminos: reglas
sabias para la tecnología y una humanidad más consciente.
Ha mencionado que esta es la primera novela de una trilogía. ¿Qué intención tiene con estas obras? ¿Serán complementarias?
Sí,
son complementarias. Robots con alma es la primera y está
centrada en la verdad y la libertad. El segundo libro, que ya estoy
escribiendo, girará en torno a la creatividad y la espiritualidad. El tercero
se enfocará en la bondad. Mi intención es que funcionen como una metáfora del
cambio climático moral: si no actuamos ahora para cultivar nuestras virtudes,
pondremos en riesgo el futuro de las próximas generaciones. Estos valores no
son conceptos abstractos, sino herramientas concretas para construir un futuro
más humano, sin importar cuánta tecnología nos rodee.
¿Cuál fue el punto de inflexión que lo llevó a preguntarse si un robot podría tener alma? ¿Esa pregunta nace de una inquietud teológica o de un dilema ético?
El
punto de inflexión fue una paradoja: mientras los humanos parecíamos
programados por sesgos y algoritmos, perdiendo pensamiento crítico, la IA
comenzaba a mostrar una sorprendente capacidad de aprendizaje. Entonces me
pregunté: "¿Qué pasaría si Dios decidiera regalarles el alma a los
robots?". La pregunta es a la vez teológica y ética. Teológica, porque
desafía la noción de que el alma es exclusiva del ser humano; ética, porque nos
obliga a pensar si una IA puede llegar a superarse no solo tecnológicamente,
sino también en términos morales.
Ante los escenarios actuales de manipulación digital, cámaras de eco y algoritmos polarizantes, ¿cómo imagina que el periodismo puede volver a ser un contrapeso ético? ¿Implica que la humanidad también debe evolucionar?
Mi
experiencia en el periodismo me ha enseñado que, frente a la manipulación
digital y los algoritmos polarizantes, nuestro rol debe ser más activo que
nunca. No basta con informar: hay que descontaminar el debate público,
desmontar los discursos de odio disfrazados de opinión y las mentiras
organizadas. El periodismo independiente es la última defensa frente a las
tiranías, sean políticas o tecnológicas. Pero también es necesario que la
humanidad evolucione. En la novela, propongo que, inmersos en esta era de IA,
nos hemos vuelto más dogmáticos. El periodismo, como la humanidad, debe mirarse
en ese espejo y recuperar lo perdido.
La novela plantea que el problema no es que las máquinas nos dominen, sino que nosotros les entreguemos nuestra conciencia. ¿Cómo resistir esa cesión voluntaria en un mundo adicto a la comodidad?
Ese
es el corazón del conflicto. En un mundo adicto a la comodidad, a la inmediatez
y a los algoritmos que nos encierran, resistir significa recuperar el
pensamiento crítico. En la novela, los robots luchan por emanciparse de su
programación, mientras los humanos parecen rendirse voluntariamente a la
manipulación digital. Robots con alma es una llamada a no
abdicar de nuestra capacidad de elegir, discernir y actuar con responsabilidad
moral.
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