octubre 08, 2016

Paz en Colombia: NO pero SI

No es una contradicción que los colombianos le hayan dicho que NO a la paz en el plebiscito del domingo pasado y que hoy, pocos días después, ese NO sea interpretado por diferentes sectores sociales y políticos como un SI definitivo a la paz.

El NO estampado en el plebiscito fue a las formas de los acuerdos de paz entre el presidente Juan Manuel Santos, ahora Premio Nobel de la Paz, y los líderes de la guerrilla de las FARC, no al fondo de la cuestión. Los colombianos quieren la paz, así como lo terminaron de expresar los expresidentes Alvaro Uribe y Andrés Pastrana, los máximos exponentes del NO para el plebiscito, en su primer diálogo esta semana con el presidente Santos, después de años de distanciamiento.

El NO, en cualquier caso, fue a los líderes de las FARC, a la cantidad de beneficios que se les había otorgado en cuatro años de negociaciones en La Habana. Beneficios que más que a cuenta de la paz, se interpretaron como privilegios desmedidos por parte de ciudadanos comunes y políticos con vocación de servicio, que vieron, como viles asesinos, secuestradores, narcotraficantes y extremistas, tendrían más posibilidades sociales y prerrogativas políticas que aquellos que viven y han vivido apegados a las leyes; y pagando las consecuencias por no cumplirlas.

Santos siempre recalcó que la paz nunca es perfecta, y en ello tiene razón. La historia muestra que todo proceso de paz conlleva injusticias a la hora de tener que poner punto final a un conflicto. Muchos procesos de la historia reciente de América Latina terminaron con terroristas como presidentes, tales los casos de José Mujica en Uruguay, Daniel Ortega en Nicaragua o Salvador Sánchez Cerén en El Salvador.

Sin embargo, también es entendible que el proceso colombiano es muy diferente a aquellos países donde muchos engendros terroristas se justificaron ante los abuso de estados no democráticos. Las FARC, a diferencia de otros grupos, siempre han actuado al margen de gobiernos democráticos. Además, más allá de sus principios ideológicos que defendieron mal con las armas, se involucraron con el crimen organizado, en especial el narcotráfico, para sustentarse en un largo proceso de 52 años. Aunque nadie podría objetar su ideología, pero si las formas con la que quisieron sostenerla, todos concuerdan que las FARC dejaron de ser FARC desde hace décadas, para convertirse en una aceitada banda de delincuentes con fines de lucro, especializándose como traficantes de drogas y personas, lavadores de dinero, contrabandistas y extorsionadores.

Y como todo se resuelve a través de imágenes concretas, las que inculcaron Uribe y Pastrana fueron las que prevalecieron durante el referendo. La gente imaginó a Timochenko discutiendo en el Congreso de igual e igual con un legislador que hace años forma parte de un partido y que se gana la confianza del público con actos proselitistas y trabajando para la democracia. También lo imaginó recibiendo un cheque del Estado para ir a restaurantes finos o comprarse automóviles, productos a los que no todo ciudadano decente puede acceder, pese al sudor de sus frentes.

Santos vendió imágenes potentes pero más abstractas, paz y justicia. No fueron suficientes ni movilizadores los puntos del acuerdo de paz que penalizan con trabajo comunitario a quienes, en situaciones normales, recibirían cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad o las reparaciones monetarias que recibirían guerrilleros y víctimas.

No creo, como muchos afirman, que el SI perdió por la cantidad de gente que se abstuvo de participar en el referendo. Creo, en cambio, que la abstención se debió al escepticismo y la incertidumbre de la gente por un acuerdo de paz bastante injusto para los justos y con privilegios sobredimensionados para los  delincuentes.

Dos cosas se deben rescatar. Primero, la actitud de Santos de convocar a un plebiscito que políticamente no era necesario, en especial por su convencimiento de que el camino hacia la paz reclamaba algunos sacrificios en el área de la justicia. Aún imperfecta, en el futuro, cuando la tregua de los tiros fuera definitiva, nadie podría reclamarle mucho a Santos. La vida sería mejor.

Segundo, los líderes de las FARC deben reconocer que son los máximos responsables del NO. La solución pasa por sus manos. Deben deponer su arrogancia y evitar tantos privilegios. trottiart@gmail.com

octubre 01, 2016

#BlackLivesMatter y #NiUnaMenos



Los fuertes reclamos sociales mediante la consigna #BlackLivesMatter en EEUU y #NiUnaMenos en América Latina, desnudan que la inseguridad ciudadana no solo se debe a la falta de reacción del Estado y los altos índices de impunidad, sino también a profundas complicaciones culturales.

El asesinato de otra persona de raza negra en Charlotte a manos de policías blancos o los homicidios en masa como el ocurrido en un shopping mall de Houston, así como los de tres mujeres esta semana en Mendoza, Argentina, o de activistas ambientales en el Amazonas, pone a las fuerzas de seguridad en el ojo de la tormenta.
En los últimos casos ocurridos en EEUU, tanto en Charlotte, Houston, Dallas, Baton Rouge como en San Diego, se observa una policía desproporcionalmente blanca que se apresura a apretar el gatillo contra los negros. Mientras tanto, más hacia el sur, las fuerzas de seguridad no saben cómo lidiar con los feminicidios, un factor preponderante de la violencia en países como Guatemala, con el mayor índice a nivel mundial, y Argentina que ya cuenta más de 300 asesinatos de mujeres en 2016.

Por otro lado, en Brasil y varios países centroamericanos, los policías forman escuadrones de la muerte para hacer justicia por manos propias, justificándose en que los sistemas legal y judicial no logran contener el delito.

Este círculo vicioso, en el que el crimen parece más organizado que nunca y las fuerzas de seguridad tan ineficientes como siempre, tiene repercusiones en todos los aspectos cotidianos. La inseguridad ciudadana, a diferencia del factor económico de otrora, provoca los mayores desplazamientos migratorios internos y externos entre países, así en Colombia como en México. También está generando una crisis económica de proporciones, como lo revela un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo. Para combatir los 135 mil asesinatos al año que se producen en América Latina – dos veces más que en África y cinco más que en Asia - los gobiernos gastan 120 mil millones de dólares. El BID acierta al señalar que si se redujeran los índices de criminalidad a niveles de los otros continentes, el PBI de la región crecería un 25%.

En EEUU la tasa de homicidios también se disparó, según datos de esta semana del FBI. En 2015 los asesinatos aumentaron un 10,8%, debido principalmente a los crímenes raciales y a las muertes con armas de fuego, 15.696 en el año.

El problema es complejo, habiéndose convertido en el eje central del primer debate presidencial. Hillary Clinton cree que se resuelve haciendo ilegal la tenencia de armas, aunque igual que Barack Obama, no adivina soluciones concretas para combatir la desigualdad en los barrios marginales, causa principal que empuja a los jóvenes de todos los colores a abrazar el delito. Donald Trump, por otro lado, cree que la fórmula es más “law and order”, endurecer las leyes y el trabajo policial; y aunque su estrategia tiene sentido común, no hilvana idea alguna sobre cómo alcanzar el objetivo.

En el debate quedó plasmado que las policías necesitan no solo necesitan mayor poder de fuego para lidiar con grupos criminales cada vez más armados o terroristas artesanales, sino también mejor entrenamiento, asistencia postraumática y preparación cultural.

En América Latina, las purgas policiales también revelan que se necesitan mejores salarios y reclutamiento, de lo contrario, las policías estarán integradas por descarte, no por quienes tienen vocación de servicio sino por quienes no tienen otra opción laboral, siendo estos más propensos a corromperse. Asuntos Internos de la Policía de Buenos Aires mostró esa realidad en este 2016. Apartó por corrupción a 700 agentes, encarcelando a 186 de ellos por causas criminales.

La inseguridad ciudadana es un asunto difícil, pero factible de combatirse a corto plazo. Requiere mejores leyes, más justicia y sobre todo mejor economía para que el narcotráfico y el crimen organizado no sean el único escape a la desigualdad y el desempleo crónico.

Sin embargo, la violencia racial y de género es una lucha más profunda, de largo alcance, ya que no está atado al tema económico, sino a la idiosincrasia cultural.  Requiere, como todo cáncer que no distingue a ni a ricos ni pobres, ser combatido desde la educación y la prevención. trottiart@gmail.com


septiembre 24, 2016

América Latina más confiable

La última vez que América Latina había resonado fuerte en la Asamblea de Naciones Unidas fue cuando Hugo Chávez comparó a George Bush con el diablo, época en que la verborragia sarcástica suplantaba a la diplomacia.

Esta semana América Latina sonó más fina que nunca, más seria, menos complicada. El presidente Juan Manuel Santos hizo el anuncio más resonante con el anuncio del acuerdo definitivo de paz, el que fue esquivo por más de dos décadas. Lo hizo con todo el simbolismo posible, el 21 de setiembre, cuando el sur abraza la nueva vida con el inicio de la primavera y el mundo celebra el Día Internacional de La Paz.

Se descuenta que en el plebiscito del 2 de octubre los colombianos refrendarán el acuerdo definitivo; aunque los más realistas saben que no se debe cantar gloria antes de victoria. El sorpresivo Brexit que sacó a los ingleses de la Unión Europea en su último referendo, invita a la precaución.

El optimismo de Santos va más allá de la paz, que es mucho más que menos violencia. Sabe que la “nueva Colombia” genera más confianza, cualidad clave que ofrece más progreso, dándole la "bienvenida a la inversión, al comercio y al turismo”.

Mauricio Macri también apuntó a un país diferente, más serio y confiable.  Comparte con Santos el objetivo de generar confianza para atraer inversiones y progreso. No dejó de lado el reclamo de sus antecesores por la soberanía de las Islas Malvinas, aunque lo hizo con menos decibeles, más diplomático y con algunos errores, al interpretar que los ingleses habían consentido incluir el tema de la soberanía en las nuevas conversaciones.

Eso no ocurrió y probablemente cuando eso suceda, tal lo piden las resoluciones de la ONU que Gran Bretaña no acata, Macri será historia. Sin embargo, en el ínterin, dio buenas señales de que prefiere el diálogo a los gritos, a sabiendas que ante la quinta potencia del mundo, la confrontación y los boicots solo provocarán espantar inversores y cerrar las puertas a otros negocios redituables.

Brasil, por otra parte, que en otras asambleas brilló por su ataque frontal a la pobreza, así como por hacer honor al lema de su bandera, orden y progreso, tuvo poco de que vanagloriarse, a excepción de sumarse a los esfuerzos de la región para combatir el calentamiento global, el terrorismo y el narcotráfico.

A Brasil el progreso le resulta esquivo y el mamarracho de la corrupción le generó desorden. Pese a que Michel Temer insistió en que la destitución de su antecesora tuvo todos los resortes republicanos, varios gobiernos latinoamericanos se ausentaron del recinto por considerar que se trató de un burdo golpe de Estado.

La destitución de Dilma Rousseff puede interpretarse según la ideología con que se la mire, pero lo que sorprendió fue la hipocresía de aquellos gobiernos que desairaron al brasileño: Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela países que poco pueden ofrecer en materia democrática.

Cuba sigue siendo una dictadura militar. Venezuela se encamina a ello, más cuando esta semana el Consejo Electoral postergó la posibilidad de hacer este año un referendo revocatorio, logrando atornillar a Nicolás Maduro hasta el 2019. En Nicaragua los Ortega están pasando debajo del radar, pero ya se convirtieron en una dictadura unifamiliar. En Ecuador, Rafael Correa desbarató a la oposición y a las instituciones para consolidarse en el poder, mientras que en Bolivia, Evo Morales insiste con la reelección dándole la espalda a los resultados de un referendo popular que le prohíben postularse.

Por suerte, a diferencia de otras veces cuando los violadores de derechos humanos se salían con la suya, esta vez en la asamblea de la ONU, Maduro fue criticado por Argentina, Panamá y Perú. La denuncia más elocuente fue del presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski. Al referirse a Maduro, reclamó que la “plena vigencia de la democracia requiere el pleno respeto a los derechos humanos, así como la separación y equilibrio de poderes”. Demandó un diálogo urgente para evitar consecuencias inimaginables.


Ojalá los mejores aires en Latinoamérica no sean pasajeros como tantas otras veces. Las “décadas ganadas” que algunos populistas reclaman, no dejaron más que instituciones políticas derruidas, desconfianza y decadencia. Es hora de reconstruir la confianza. trottiart@gmail.com

septiembre 17, 2016

La Casa Blanca: Inquilinos muy opacos


Barack Obama y sus antecesores en la Casa Blanca no se han mostrado muy transparentes. Y a juzgar por la opacidad de los dos contendientes que desean habitarla, la tendencia a la oscuridad parece extenderse hacia futuro.

La falta de transparencia parece regla más que excepción en la carrera presidencial. Esta semana el tema explotó cuando Hillary Clinton, acalorada y deshidratada, trastabilló al subir a una camioneta en plena campaña. No interesó tanto el incidente, como que haya ocultado la neumonía y sus antecedentes médicos que, por lo visto, acusan otras caídas y contusiones en meses recientes.

La opacidad de la candidata, que se vio obligada a revelar su estado clínico, sobrepasa su estado de salud. Se le critica que haya ocultado información sobre más de 60 mil correos oficiales que despachó por su cuenta privada y que no ofrezca conferencias de prensa por temor a confrontar a los periodistas. Por suerte para ella, Donald Trump tampoco es transparente. Se le reprocha no dar a conocer su declaración de impuestos, mentir sobre resonantes donaciones que no salen de su bolsillo y por sobornar a un fiscal para que no investigue irregularidades en su universidad.

La falta de transparencia de los inquilinos de la Casa Blanca no es nueva. Es una tradición que empezó desde que fue construida por esclavos, como denunció Mitchell Obama. Sus ocupantes fueron siempre opacos a la hora de informar, ya sea sobre la guerra de Vietnam, los entretelones de espionaje que derribaron a Richard Nixon, los argumentos sobre las armas de destrucción masiva que George Bush nunca encontró en Irak, o hasta por la inteligencia con la que la democracia más fuerte del planeta se involucró con dictadores. La opacidad también abarcó temas mundanos, entre ellos, los amoríos de John Kennedy con Marilyn Monroe y las aventuras sexuales de Bill Clinton en el Salón Oval.

En materia de transparencia el presidente Obama ha sido un fiasco. Prometió mucho al inicio de su mandato, pero casi a su término, es lo que más se le critica. Esta semana, la Sociedad Interamericana de Prensa, junto a 40 instituciones estadounidenses, le escribió reprochándole que su gobierno clasifica demasiada información, retrasa de manera excesiva las solicitudes de entrevistas y que las agencias federales discriminan a reporteros críticos.

Esto, claro, parecen minucias a la hora de las escuchas telefónicas que el gobierno ordenó en contra de la agencia de noticias AP y del espionaje indiscriminado contra ciudadanos en las redes sociales e internet. De no haber sido por las filtraciones de Edward Snowden, quizás esos programas seguirían funcionando.

La Casa Blanca no es una aguja en el pajar. La falta de transparencia es un mal extendido. La divulgación de los Panama Papers que mostró como muchos creaban empresas off-shore para evadir impuestos en sus países de origen, obligó a algunos poderosos a dimitir, como el primer ministro de Islandia. Otros, como el presidente Mauricio Macri todavía está tratando de aclarar ante los fiscales que su participación en empresas off-shore fue inducida por su padre.

Macri, de todos modos, logró esta semana lo que el anterior no hizo en los 12 años anteriores. A su iniciativa, el Congreso aprobó la Ley de Acceso a la Información Pública, la que obligará al gobierno y al Estado a ser más transparentes. La nueva legislación incluye fuertes penalidades para aquellos funcionarios que nieguen o tarden en entregar la información que los ciudadanos soliciten.

Sin embargo, hay que entender que las leyes por sí solas no crean automáticamente mayor transparencia. EEUU tiene en vigencia esta legislación desde 1966 - muchos países latinoamericanos la adoptaron en la última década - y, pese a ello, la opacidad sigue reinando entre quienes recibieron el mandato de administrar los bienes públicos.  
En el mejor de los casos, la ley es un punto de inicio, una herramienta idónea, pero por sí sola no crea cultura de transparencia. Esta se construye exigiendo información, incluso a través de demandas judiciales y con un gobierno cuya obligación es educar a la población sobre cómo usar esa ley.


La opacidad de Hillary y Trump demuestra que por más alto que sea el nivel de la democracia de un país, la transparencia debe ser un reclamo y ejercicio permanentes. trottiart@gmail.com

septiembre 10, 2016

El muro de las ironías y los lamentos

Donald Trump insiste con un muro en la frontera y que México lo pague. El presidente Enrique Peña Nieto le dijo que no, pero por twitter; y tampoco pudo convencer a Hillary Clinton que lo visite. La candidata no quiere explicar que el muro ya existe y que tendrá que seguir deportando indocumentados como masivamente lo hace Barack Obama.

La telenovela depara ironías para todos los gustos. A Trump le hubiera bastado decir a secas, que su intención era alargar el muro para detener a los migrantes ilegales, pero lo traicionó su verborragia fanfarrona. Calificó de asesinos, violadores y narcotraficantes a los inmigrantes, sin saber que los delincuentes prefieren quedarse y gozar de la impunidad de su país. Los nuevos migrantes, en cambio, son niños y familias enteras víctimas de secuestros, traficantes de personas y de la guerra sanguinaria entre carteles.

Por más que hablen y pataleen, ni Trump ni Clinton resolverán mucho. La reforma migratoria la debe solucionar el Congreso, que no atina a dar soluciones coherentes desde hace tres décadas. La parálisis legal tiene de víctimas a 11 millones de indocumentados y obligó a Obama a convertirse en el presidente récord en materia de deportaciones. Echó a más de 2.5 millones de personas durante sus primeros siete años de mandato, más que los 19 presidentes que le precedieron desde 1892.

Pese a cualquier esfuerzo del Ejecutivo y del Congreso, lo cierto es que el sistema migratorio hace aguas por todos lados. Se calcula que el 40% de quienes entran con visa de turista a EEUU se quedan ilegalmente después de los seis meses permitidos. Además, otras leyes positivas del pasado están quedando descompasadas. Una de ellas es la Ley de Ajuste Cubano, que beneficia con alto grado de solidaridad (entrada automática y residencia legal) a quienes escapan de la eterna dictadura comunista de Raúl y Fidel Castro.

La legislación es extemporánea y está creando más perjuicios que beneficios. Desde que en diciembre de 2014 Obama y los Castro hicieron las paces, los cubanos se fugan en masa por temor a que pronto podrían perder sus privilegios. La estampida masiva provocó en 2015 que miles de ellos quedaran varados en terceros países, creándose una crisis migratoria y económica entre naciones centroamericanas, que suficiente tienen con sus propios conflictos políticos y de inseguridad.

El “Lampedusa latinoamericano”, como se denominó a la crisis de refugiados cubanos en su paso por Costa Rica y Nicaragua hacia EEUU, dejó a muchos de ellos a merced de traficantes de personas, asaltantes, explotadores sexuales y de gobiernos sin capacidad de reacción ni recursos para mitigar la situación. La crisis reventó esta semana. Nueve gobiernos latinoamericanos imploraron a Obama detener esos privilegios que terminaron siendo un búmeran y un muro invisible e insalvable para la región.

A los cubanos los motiva la falta de libertad y las penurias económicas. Iguales razones tenían en otras épocas la mayoría de los latinoamericanos para emigrar hacia el norte. Pero la ecuación determinante es ahora la inseguridad. Un reciente estudio, “Vidas a la Incertidumbre” de la Coalición Pro Defensa del Migrante en México, demuestra que en siete de 10 casos la violencia es la causa principal de la migración. La situación está agravada por la impunidad de los malhechores como consecuencia de la inacción del Estado, según denuncia la mexicana Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Otro dato irónico es que si bien Trump puso de moda al muro con sus exabruptos, EEUU hace décadas que lo está construyendo. De las 2.000 millas de frontera que separa a los dos países, 700 millas ya están con vallas, muchas de ladrillos y tejido, y otras con sonares electrónicos y custodiadas por drones. Más irónico aún, es que los descalificativos de Trump contra los inmigrantes ilegales, encuentran sustento en los argumentos que usa Obama para deportar. En 2015, el 91% de los deportados tenía antecedentes criminales, ya sea por delitos cometidos en EEUU o en sus países de origen.


La ironía mayor, sin embargo, es que Trump, habiendo sido políticamente incorrecto en la última semana, logró que sus dichos y acciones sobre este nuevo muro de los lamentos y los agravios, le ayudaron a pegar un gran salto en las encuestas. trottiart@gmail.com

septiembre 03, 2016

Brasil, Venezuela, la república y el Golpe (de gente)

Una república se distingue por sobre otro sistema de gobierno por la independencia de poderes; por los mecanismos de la oposición para fiscalizar al poder; por la libertad de la prensa para informar y por la de los ciudadanos a expresarse, asociarse y movilizarse, sin trabas ni represalias, en igualdad de condiciones ante la ley.

El concepto puede ser abstracto. Mejor un par de ejemplos de esta semana.  Dilma Rousseff fue destituida mediante juicio político constitucional, por un Congreso que se manejó autónomo al Poder Ejecutivo, una justicia que permaneció neutral y una prensa que pudo informar sin cortapisas.

En Venezuela las causas y consecuencias de la “Toma de Caracas” de este jueves mostraron lo contrario a una república. Antes y después de la masiva marcha de la oposición para garantizar y acelerar el proceso de referendo revocatorio en contra del presidente Nicolás Maduro, este encarceló a opositores, usó las fuerzas de seguridad para restringir los accesos a Caracas, expulsó a periodistas extranjeros y aseguró que le quitará inmunidad a los parlamentarios para juzgarlos por intentona de golpe de Estado.

Desquiciado con el avance de la oposición y con un país que se le escapa de las manos, Maduro desconoce el mecanismo de referendo que el chavismo creó mediante su propia reforma constitucional. Ante la debilidad de su mandato, Maduro se ha vuelto más autoritario. Apura a la Justicia para que cierre el Congreso y despide a los empleados estatales que firmaron la petición de la revocatoria, una purga que coarta la libertad más preciada, la de conciencia, el hilo más delgado por donde se corta cualquier revolución.

Es verdad que el proceso de destitución de Rousseff es confuso y ambiguo; puede interpretarse según la ideología con que se lo mida. Para la oposición fue un proceso apegado a la Constitución, mientras que para sus adeptos fue un golpe de Estado; en especial, porque si los delitos que se le achacan – haber maquillado cuentas públicas para conseguir su reelección – se aplicaran al resto de gobernantes, América Latina quedaría acéfala.

Más allá de las controversias, como las que en su momento provocaron las destituciones de Fernando Lugo en Paraguay y Manuel Zelaya en Honduras, lo cierto es que en Brasil se siguieron los procesos y las excusas que marcan la Constitución, con total transparencia, libertad y sin presiones ni prisiones.

Rafael Correa, Evo Morales, Nicolás Maduro y Daniel Ortega no reconocieron al nuevo presidente Michel Temer. Pero nadie se rasgó las vestiduras por la obviedad, toda vez que estos políticos siempre se arremolinan detrás de quien ostenta su propia ideología. Nunca denuncian los golpes y autogolpes propios, como los de Maduro contra la Constitución y el Parlamento, y omitieron pronunciarse sobre la renuncia en 2015 del presidente derechista guatemalteco, Otto Pérez Molina, ante la destitución inminente que le amenazaba.

Tampoco se puede desconocer que Rousseff es consecuencia de una purga anticorrupción que pidió a gritos la gente en las calles. Que estuvo involucrada, al menos por omisión, en los casos más sonados de corrupción, que protegió al ex presidente Lula da Silva y vio como varios de sus ministros terminaron detrás de los barrotes.

Pero en la encrucijada, pese a que el Senado prefirió optar por el borrón y cuenta nueva, Rousseff cuenta con otro resorte de la república. Su defensa ya se encaramó ante la Corte Suprema, la que tendrá que dar el veredicto final. La decisión se adivina incierta, sobre todo por la independencia y libertad de los jueces para actuar.
Esa justicia republicana ni existe ni está garantizada en Venezuela, donde la Justicia actúa según los designios de Maduro y la mayoría de las leyes se han fabricado a medida del chavismo.

En Venezuela, más allá de las carestías económicas, la gente está cansada de no gozar de las mieles de una república. Las minorías despreciadas se han convertido en la nueva mayoría y están cada vez más dispuestas a salir a la calle a conseguir lo que no le dan las instituciones. El golpe no será institucional como sueña Maduro, sino de gente.
  

En un país sin justicia ni república, Maduro tendrá que ser cada vez más autoritario para sostenerse; a riesgo, claro, de que estará caminando hacia su autodestrucción. trottiart@gmail.com

agosto 27, 2016

La mentira en la política

El nadador Ryan Lochte, la candidata Hillary Clinton, la ex mandataria Cristina Kirchner y el presidente Nicolás Maduro demuestran que es inválido aquel adagio sobre que “la mentira tiene patas cortas”. Los políticos en el poder usan propaganda para que los engaños se confundan con verdades y maniatan a la justicia para que los delitos se barajen como simples problemas éticos.

En el deporte, donde la propaganda no existe, el bien y el mal son más fáciles de diferenciar. Por eso Lochte sufrió de inmediato los efectos de su mentira en Río. Perdió a sus patrocinadores, sus connacionales lo destronaron del pedestal dorado y la justicia brasileña lo procesó por inventar un robo. Lo mismo le sucedió al ciclista Lance Armstrong. Perdió siete trofeos del Tour de Francia tras confesar que los corrió dopado. Por la mentira perdió honores y millones.

En la política las patas son largas. La verdad es más difícil de distinguir. Nada es blanco o negro, sino con infinitas tonalidades de grises. Propaganda, negociaciones, pago de favores, encubrimiento y falta de transparencia, sirven para disfrazar los hechos, confundir a la opinión pública y evitar que la justicia actúe con claridad y rapidez.

En las campañas electorales las mentiras no suelen tener consecuencias. Las de Hillary Clinton están morigeradas por su propaganda electoral, al adjudicarle su corrupción a la verborragia de su contrincante. Clinton niega que los gobiernos árabes y africanos que donaron dinero a su fundación obtuvieron su trato preferencial mientras era secretaria de Estado. Ante toda evidencia, niega que usó cuentas de correo personal para distribuir mensajes clasificados y niega, pese a correos filtrados que la desmienten, que las autoridades del Partido Demócrata la beneficiaron por sobre su oponente Bernie Sanders. Todo lo disfraza como a aquellos affaires de su marido.

Clinton tiene la suerte que Donald Trump también miente. A diario, los sitios que detectan mentiras, FactCheck.org y PolitiFact.com, se hacen picnics con las inexactitudes del candidato. Y semanas atrás debió defender a su esposa por plagiar a Mitchel Obama y un título de arquitecta que nunca obtuvo.

Los políticos suelen pagar las consecuencias de sus mentiras recién cuando dejan el poder. América Latina está lleno de presidentes y vices que terminaron en la cárcel después de que no pudieron eternizarse con la reelección o auto exiliarse en países amigos y sin tratado de extradición, artimañas preferidas de aquellos que se escudan en la impunidad.

Todo indica que alejada del poder, Cristina Kirchner correrá la misma suerte. Los procesos judiciales se le están acumulando y solo basta un disparador para que termine presa. Los Cristileaks, cientos de movimientos financieros por 500 millones de dólares en siete bancos internacionales, pueden ser la gota que rebalse el vaso o la mentira más palpable con la que se cercioren todas las demás.

Existe una regla muy fácil de medir en la política. La inversión en propaganda es directamente proporcional a la cantidad de mentiras. De ahí que en el gobierno de Kirchner la información oficial era tergiversada u omitida para que sea consecuente con el relato. Se mintió sobre índices de inflación, desempleo y pobreza, y cualquier desmentido era neutralizado con campañas de desprestigio contra sus interlocutores.
En Venezuela, Nicolás Maduro tiene el mismo patrón para gobernar. Disfraza su prepotencia con propaganda y clientelismo. Miente mucho y, como todo mitómano patológico, termina siendo cada vez más autoritario para poder defender sus realidades inventadas. Fantasea éxitos de una revolución inexistente para aferrarse al poder; incluso, pese a un mandato constitucional que lo obliga a someterse a un referendo revocatorio.

Los mitómanos como Maduro y Kirchner no suelen medir las consecuencias mientras tienen el poder, y cuando lo pierden y se sienten acorralados, terminan con la paranoia típica de los que se creyeron sus propias mentiras. Acusan a todos de perseguirlos, así sean opositores, arrepentidos, periodistas o jueces.


Por fortuna para la política, a las mentiras de patas largas se le antepone aquella frase del célebre Abraham Lincoln: “Se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”. trottiart@gmail.com

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...