julio 03, 2013

Brasil, protestas y corrupción

El papa Francisco, pronto a tocar suelo amazónico para abrazar a los jóvenes del mundo, llegará a un nuevo Brasil. Un país donde la clase política no tuvo más opción que actuar enérgica y rápidamente en contra de la corrupción, ante la fuerza de unas protestas populares que amenazan con desbordarlo todo.
La polémica por el fútbol que exudan la Copa de las Confederaciones y el Mundial 2014, amplificaron el reclamo apremiante del pueblo y de las juventudes brasileñas auto convocadas por las redes sociales, para que se ponga coto a la podredumbre de la corrupción, el histórico ingrediente que ha condenado a Brasil a ser uno de los países más desiguales de la Tierra.
Para el papa Francisco, fanático del “jogo bonito” futbolero, pero también del “jogo limpo” de la vida diaria, la corrupción no es un pecado, sino el verdadero anticristo, el delito que no tiene perdón: “Pecadores sí, corruptos no”, es una de sus máximas, al considerar que la corrupción es el peor acto contra Dios, un crimen con agravantes para quienes se asumen como líderes y servidores públicos.
Feliz coincidencia, tal vez, o encaje perfecto; lo cierto es que el papa Francisco tendrá el contexto ideal para encontrarse con las juventudes del mundo, después de que esta semana, y tras varios años en que los proyectos de ley anti corrupción fueron pateados a uno y otro lado de los corredores del Congreso, el Senado brasilero aprobó una legislación recia contra “el crimen atroz” de la corrupción, tipificándolo de “crimen hediondo”.
Los corruptos, a quienes Francisco califica de “adoradores de sí mismos” porque solo piensan en ellos y “consideran que no necesitan de Dios”, serán castigados a penas de hasta 12 años y no tendrán derecho a amnistías, indultos y libertad condicional. La ley penaliza a los autores activos y también pasivos en el acto de corrupción, así acumulen riqueza mediante malversación, extorsión, evasión de impuestos o por irregularidades en la función pública.
Aunque las protestas se originaron en reacción al aumento de las tarifas del transporte público en Sao Paulo y Río de Janeiro, esparciéndose como epidemia por urbes y poblados, desembocaron luego en lo inevitable, en un pedido de acción en contra de una corrupción que asfixia y que carcome fondos para mejorar los servicios públicos en materia de salud, educación y seguridad.
El fútbol, esa disciplina que divide la pasión de Francisco entre los pasillos de la Capilla Sixtina y las gradas del Gasómetro de San Lorenzo en Buenos Aires, también incentivó la ira de las protestas brasileñas. Fue el ex atacante Romario, ahora diputado federal, quien prendió la mecha criticando los miles de millones gastados en estadios de lujo para el mundial y las olimpíadas, con los que se podrían fabricar escuelas, hospitales y viviendas.
Ni Romario ni otros políticos, incluida la presidente Dilma Rousseff, habían ponderado la explosión de la fuerza espontánea desatada por los jóvenes en Facebook y otras redes sociales. Todos fueron sorprendidos, especialmente porque Rousseff pensó que el “mensalao”, la expulsión de ministros del gabinete por corrupción, y la masiva emigración de pobres a la clase media, habían expiado los pecados de la clase política, y desmarcado a Brasil de muchos otros países latinoamericanos donde la corrupción también es vicio impune e invencible.
La sanción de la nueva ley, que se descuenta será aprobada por la Cámara de Diputados, seguramente no detendrá los reclamos. Pero la duración y eficiencia de las protestas dependerá del enfoque de los planteos; cuanto más concisos más efectivos. Pero si las copan los violentos y los anarquistas, aquellos que todo ven mal y a nadie bien, las protestas serán tan ineficientes y efímeras como la de los indignados de Wall Street.
Si el movimiento popular consigue sobrevivir enfocando sus objetivos, podría convertirse en un contrapeso de la clase política, forzándola a rendir cuentas y a implementar mecanismos que sirvan para extirpar la corrupción de las instituciones.
La clase política de Brasil tiene la chance de transformar esta crisis en una gran oportunidad. Una sólida cultura anti corrupción no solo mejorará su economía y democracia, sino también será un loable producto de exportación que le consolidará como líder mundial. 

julio 02, 2013

Felicidad antónimo de corrupción

La revista Time publicó una nota interesante sobre la felicidad y el 4 de julio, día de la Independencia de EE.UU., debido a que la “persecución de la felicidad”, es un principio inalienable del ser humano junto a los derechos a la vida y a la libertad, según están expresados en la Declaración de la Independencia de 1776.

La explicación está basada en que la felicidad no era un objetivo destinado al derecho individual, sino más bien la obligación del gobierno de buscar y alcanzar el bien común, un aspecto que Thomas Jefferson trae a colación desde la concepción que hacen de este valor los filósofos griegos, entre ellos Aristóteles.

El bien común, la persecución del bien para todos, en definitiva, es el valor general que permite a todas las personas alcanzar el potencial de la felicidad en forma individual. De ahí lo importante de la obligación y el deber de los gobernantes de entender que la función pública significa servicio público y que no pueden hacer prevalecer sus intereses personales ni políticos ni partidarios por sobre los de la ciudadanía.

La persecución de la felicidad también tiene otras interpretaciones, más personales, entre ellas, las que están identificadas con cuestiones laborales y al salario, a la salud, a las relaciones familiares, a la educación y a la salud.


Pero en los que respecta a la persecución de la felicidad, este valor está definido como antónimo de la corrupción.

junio 28, 2013

Manejar la conversación pública

Quien maneja o inicia la conversación o la agenda pública siempre demuestra cierta vocación de liderazgo, sin distinción de que sea bueno o malo. La agenda no siempre depende de los mismos actores, sino que está maniatado al contexto y a los temas.

Un ejemplo son las protestas en Brasil. Ese tema de conversación, la reivindicación de los más pobres, la lucha contra la corrupción y la exigencia por servicios públicos mejores y más eficientes, no fue un tema incentivado ni por la prensa ni por el gobierno. Ha sido impuesto por las protestas públicas que espontáneamente se auto convocaron por las redes sociales.

Edward Snowden al denunciar el sistema de espionaje del gobierno de EE.UU. en declaraciones a los diarios The Guardian y The Washington Post, fue el hacedor del tema y de la conversación, pero que luego retomaron el gobierno y la prensa mundial. Fue él, Snowden, el hacedor de su propio destino; mientras que Rafael Correa, el presidente ecuatoriano, ausente de ese tema por más declaraciones a favor de Snowden y en contra de EE.UU. que haya hecho, recién se posicionó como líder de la agenda cuando ayer, tomando la delantera, anunció que Ecuador renunciaba a los beneficios arancelarios de EE.UU. ante la posibilidad de que el gobierno de Barack Obama tome represalias económicas contra su país por la posible aprobación del asilo a Snowden.

Anti ayer fue la Corte Suprema de EE.UU. la que se impuso en la agenda con la aprobación de derechos a los matrimonios de personas del mismo sexo y ayer fue el Senado el que aprobó la reforma inmigratoria a favor de 12 millones de personas indocumentadas. En otros momentos, fue la prensa la que lideró la agenda con esos dos temas.

Es decir, en EE.UU. y en muchos países del mundo, la agenda no depende de un individuo o de un gobierno en forma continua, como por ejemplo de Barack Obama, sino de variados actores y de temas muy heterogéneos.

Digamos que la agenda es un termómetro tan variada como la sociedad y en esa heterogeneidad se consolida la idea de que una agenda plural y diversa siempre es sinónimo de mejor democracia.

Hay países donde los gobiernos siempre intentan dominar la agenda pública, con temas que no importan si son polémicos; su idea siempre es que se hable de la posición buena o mala del gobierno, sin importar el resultado. Ejemplos sobran, desde la Venezuela que emergió con Hugo Chávez o la Argentina de Cristina Kirchner.

El gobierno argentino tiene esa vocación y voluntad de hablar continuamente de sí mismo e imponerse como centro de atención. La Corte Suprema de Justicia rechazó la “reforma judicial” que el gobierno mantuvo en la agenda pública, pero apenas sucedió eso, los mecanismos de presión del gobierno no se hicieron esperar y de repente el tema de conversación es la represalia del aparato kirchnerista contra las obligaciones impositivas del presidente de la Corte.

Cristina prácticamente lanza todos los días un tema nuevo de conversación haciendo que la prensa, la oposición y el público en general tengan que ponerse a la defensiva. Ante la reacción de la sociedad, los personeros del gobierno aparecen con una sarta de agravios y descalificaciones para neutralizar a quienes intentan el disenso y de esa forma pasan a liderar la agenda.

Muchos alaban al periodista Jorge Lanata que evidentemente con sus investigaciones que despliega los domingos por la noche impone los temas en la agenda, como el caso de la corrupción que rodea a Cristina y su ex marido. La ventaja de Lanata, a comparación de otros periodistas, es que impone el mismo tipo de sarcasmo y cinismo, es decir la misma forma de hablar, que tiene el gobierno, y de ahí su éxito; además de, por supuesto, su contenido.

Estilo comparable que adoptó, por ejemplo, el opositor Henrique Capriles en Venezuela para contrarrestar a Nicolás Maduro y continuamente atacarlo con el mismo tipo de sarcasmos que Maduro y otros funcionarios del gobierno utilizan para degradar a la oposición.

Los gobiernos populistas actuales y antes los más autoritarios de América Latina, siempre estuvieron inclinados a dominar al agenda pública a como dé lugar.

El único antídoto que hay para ello es el reforzamiento de las instituciones democráticas, siendo, la más importante de todas la prensa independiente. Esta tiene la obligación de estar por arriba de los estándares que marcan los gobiernos populistas y mantener una conversación pública que esté regida por el descubrimiento de temas que solamente pueden emerger de la investigación y la responsabilidad de hacer un periodismo de altísima calidad.

junio 27, 2013

Las mayorías y el poder popular

No todo a lo que se adjetive de poder popular y de mayorías soberanas es democracia. Así quedó como conclusión del fallo de inconstitucionalidad que dictó la Corte Suprema de Justicia de Argentina sobre una ley promovida por Cristina Kirchner para que los jueces fueran elegidos por voto popular.
Rompiendo con las intenciones políticas del gobierno de reformar y “democratizar a la justicia”, la Corte fue tajante al sentenciar que la democracia exige un Poder Judicial independiente, educando que la Constitución es un documento que no da derechos al gobierno, sino que le impone deberes, que busca “equilibrar el poder, para limitarlo”.
El fallo explica que la pretendida elección popular de los miembros del Consejo de la Magistratura, el órgano que selecciona y destituye jueces – instaurado hace décadas para despolitizar el proceso de elección de jueces - implicaría que los jueces comprometerían sus valores extraordinarios, imparcialidad, independencia y apariencia de neutralidad, al tener que someterse a campañas electorales y competir en luchas partidarias.
La relevancia de la sentencia trasciende a la clase política argentina. Se impone como enseñanza para otros gobiernos populistas latinoamericanos que, bajo la excusa de la “democratización” y de la voluntad de las mayorías, han sometido y dominado a los poderes judiciales. En Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela los mismos procesos apuntaron a reformar a la justicia no para hacerla menos corrupta y corporativista o más rápida y eficiente como argumentaron, sino para someterla y convertirla en aliada política.
Es fácil advertir como en estos países, donde existe esa comodidad conveniente entre los poderes del Estado y donde muchas veces las mayorías son alcanzadas mediante un clientelismo que no escatima en subsidiar y comprar votos en las urnas o entre los curules de parlamentarios, las democracias son débiles e imperfectas.
El fallo de la Corte Suprema infiere, además, que la fuerza de las mayorías y el voto popular, así como también pueden ser las concentraciones masivas o las protestas legítimas de la ciudadanía, no son absolutas en una democracia. El sistema de participación e inclusión política, por el contrario, requiere de garantías y de un respeto inconmensurable para las minorías y las instituciones, las que no pueden ignorarse por la sola fuerza de las mayorías.
“No es posible que bajo la invocación de la defensa de la voluntad popular pueda propugnarse el desconocimiento del orden jurídico, puesto que nada contraria más los intereses del pueblo que la propia trasgresión constitucional”, sentenció la Corte. Especificó que la ley aprobada por la mayoría kirchnerista viola el artículo 114 de la Constitución, referente al equilibrio que el Consejo de la Magistratura debe tener entre sus 13 representantes, legisladores, jueces, abogados y académicos.
En una situación normal, este fallo sentaría un precedente extraordinario ante los avances del gobierno. Sin embargo, en la Argentina actual, nadie duda que el gobierno, mientras maneje las mayorías electorales y parlamentarias, perseverará en su arrogancia para alcanzar sus fines. Se trata de un estilo muy similar al utilizado por Hugo Chávez y Rafael Correa cuando emprendieron sus luchas contra la justicia, la prensa independiente y a favor de la eternización en el poder, sobre la base de decretos, leyes, referendos populares y reformas constitucionales.
Tal vez, la única ventana que dejó la Corte – “los poderes son limitados; si se quiere modificar eso, hay que modificar la Constitución” – sea el camino que buscará el gobierno para que el sometimiento de la justicia a los designios de las mayorías políticas y populares, tenga apariencias de legalidad.
El kirchnerismo ya formó el avispero y se espera el contrataque. Los funcionarios atacan a la justicia por actuar de “espaldas al pueblo” y Cristina defiende ahora el debate público sobre el tema, actitud que no tuvo antes de que se aprobara la ley entre gallos y medianoche, cuando la oposición, académicos y organizaciones de la sociedad civil lo exigían.
El fallo judicial estableció los límites del gobierno. Infirió que el halago constante de las mayorías, del voto popular, a expensas de la independencia de poderes, no construye democracia.

junio 25, 2013

De Julian Assange a Edward Snowden

Lo único común entre Julian Assange y Edward Snowden es que están bajo el paraguas del gobierno de Ecuador en casos de asilo, el primero habiéndolo conseguido y el segundo siendo considerado, pese a que Assange haya aparecido como el vocero del ex contratista de la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU.

Sus casos no se parecen aunque ambos hayan argumentado que temen por su vida y de no tener un juicio justo en EE.UU. Más allá de la actividad en Wikileaks, los cargos contra Assange tienen que ver con la justicia de Suecia por violación de dos mujeres durante una estadía fugaz en ese país. Las conjeturas que él hace, respecto a que se trata de una treta de Suecia para que Inglaterra lo extradite y que luego será extraditado a EE.UU. donde lo espera una posible condena a muerte, es simplemente un excusa para evadir la justicia.

Por los casos de Snowden y Assange, así como del soldado Bradley Manning quien filtró los 700 mil documentos diplomáticos de su gobierno a Wikiliaks, el gobierno está en su derecho, pero además en su deber legal, de procesar judicialmente a quienes considera que han violado las normas estrictas sobre seguridad nacional. Que estas personas sean o no traidores como varios políticos los han calificado, son simplemente opiniones que a la hora de los juicios los magistrados tendrán que evaluar.

Desde el punto de vista del gobierno el caso de Assange debería ser más peligroso en temas de seguridad nacional porque reveló contenido. El de Snowden fue una denuncia respecto a que el gobierno usa un sistema para espiar a los ciudadanos, especialmente extranjeros a través del internet y en comunicaciones digitales.

Desde la perspectiva de los ciudadanos lo que reveló Snowden es más peligroso por cuanto se habla de la vulnerabilidad de todos los que navegamos internet ante sistemas de espionaje del gobierno, poniéndonos a todos en la misma bolsa de sospechosos y sin siquiera saberlo. El problema es de transparencia en las acciones del gobierno. Sobre este tema comparto mi columna de la semana pasada, la que titulé: ¿Seguridad, privacidad o transparencia?

“El nuevo escándalo que explotó en las manos de Barack Obama por la revelación de programas para espiar comunicaciones telefónicas y por internet, no debería conducir a un debate nacional sobre seguridad vs. privacidad como el Presidente propone.

Más bien, las prácticas de vigilancia secreta que realiza la Agencia Nacional de Seguridad y el FBI a usuarios extranjeros de Verizon y otras telefónicas, y de compañías digitales como Google, Facebook, YouTube, Yahoo, Microsoft, Apple y Skype, indican que la discusión debería enfocarse en la cultura del secreto que mantiene el gobierno y en cómo está minando la credibilidad de un internet abierto y sin restricciones, su mejor aliado para promover libertad y democracia en el mundo.

Obama está en lo cierto cuando dice que no se puede tener 100% de privacidad y seguridad al mismo tiempo mientras el Estado trata de neutralizar ataques terroristas. Todos somos conscientes que por los chequeos en los aeropuertos y por la publicidad personalizada a la que estamos expuestos después de navegar internet, todo ha cambiado tras Setiembre 11 y desde que la comunicación se ha híper digitalizado.

Pero lo que se debe cuestionar no es la legalidad de la vigilancia que está asegurada por la Ley Patriótica para perseguir actos terroristas, sino la secrecía empleada. Lo tenebroso es que esos programas se ejecutan de espaldas a la mayoría de los congresistas y de todos los ciudadanos, y sin conocimiento de las empresas de internet que aseguraron desconocerlos y que solo – dicen -  se someten ante órdenes judiciales.
Que la vigilancia esté destinada solo para extranjeros no es justificación. Muchos actos violentos en EE.UU. fueron cometidos por estadounidenses o nacionalizados. Tampoco es lo mismo vigilar a un extranjero que se comunica con alguien de Al Qaeda, que escudriñar a cualquier francés o español usuario de Facebook, cuando la Unión Europea exige – a modo de reciprocidad - que los datos personales de ciudadanos europeos deben quedar excluidos de las fuerzas de seguridad estadounidenses “salvo en situaciones concretas, excepcionales y revisables judicialmente”.

Lo que realmente está en juego es la credibilidad del gobierno en materia de transparencia, algo que el presidente Obama prometió desde el inicio de su Presidencia. Instalar ahora un debate sobre seguridad y privacidad es desviar la atención, en especial cuando las preferencias del público son fáciles de detectar mediante encuestas, cuyos resultados varían según la cercanía de tiempo con un acto terrorista. La gente concedió perder privacidad ante mayor seguridad, después de Setiembre 11 o del reciente atentado en la maratón de Boston.    

Obama debe revisar sus políticas de vigilancia sobre el internet, ya que no puede estar escribiendo con la mano lo que borra con el codo. Lo contradictorio, es que Obama fue quien ayudó al desarrollo impetuoso de la industria digital, instaló al internet como la panacea para el comercio y el desarrollo internacional, y es quien promociona que las redes sociales sean instrumentos para empoderar cambios democráticos como el de la Primavera Árabe y despotrica contra todo gobierno autoritario que restringe su uso.

Además, lo malo de estas políticas de espionaje es que ofrecen artillería pesada a otros países como China, Irán o Cuba que siempre critican que EE.UU. quiera mantener el control mundial sobre el tráfico de internet, prefiriendo que esa autoridad la ejerza un cuerpo colegiado de las Naciones Unidas, lo que daría pocas garantías de que la red siga siendo libre e irrestricta.

Es lógico que el gobierno debe mantener sigilo para detectar terroristas, pero bien podría hacerlo en forma transparente, explicar sus políticas de vigilancia para que los usuarios de Facebook, Google o Skype sepan a qué atenerse o en qué plataformas pueden sentirse más libres o que no sean tratados como sospechosos.


Más que un debate ciudadano sobre seguridad y privacidad, lo que se requiere es una amplia discusión en el Congreso sobre el costo político, comercial y de credibilidad por mantener una vetusta cultura del secreto. Aunque disguste a muchos, tal vez el delator Edward Snowden, haya ayudado para que el Congreso se enfoque en legislar a favor de la transparencia gubernamental”. 

junio 23, 2013

¿Patria o papel higiénico?

El canciller venezolano, Elías Jaua, planteó ayer la pregunta del millón, que dará titulares para las noticias, munición para los columnistas, sarcasmos para la oposición, risas para la clase política extranjera y bronca, frustración, impotencia y desesperación para sus connacionales. Dio a elegir a los venezolanos entre “¿patria o papel higiénico?

Después de tomar un rollo de papel higiénico en la mano y gritonear que el opositor Henrique Capriles se lo puede poner donde mejor le quepa, ofreció una clase magisterial de economía de mercado, explicando que la “patria” algo que considera que solo el chavismo ha podido otorgar a Venezuela, no se puede medir ni comparar con la escasez de productos en los supermercados. Jaua considera que a pesar que existe un 21% de escasez de productos, según la medición que viene haciendo el Banco Central, y que no hay en los anaqueles de los supermercados productos básicos como la harina de maíz, papel higiénico o azúcar, los venezolanos deben considerarse afortunados de que tienen una patria socialista, bolivariana y revolucionaria.

Las declaraciones a la cubana de Jaua le hacen poco favor al presidente Nicolás Maduro cuya presidencia seguirá disminuyendo en porcentajes de aprobación a medida que haya más patria y menos consumo.  La arrogancia por hablar estupideces ideológicas por sobre la necesidad de que el gobierno explique las medidas económicas que debería aplicar para reflotar la economía, seguirán destruyendo al régimen.

El ex presidente Hugo Chávez se dio el lujo de hablar e imponer su ideología a toda costa, porque tuvo la gran suerte de ser favorecido por una industria petrolera que experimentó ingresos siderales en la última década. Pero luego, cuando los petrodólares escasearon y PDVSA creció en déficit y falta de producción, tuvo que medirse y ser más prudente.

Ni Jaua ni Diosdado Cabello, y mucho menos Nicolás Maduro, parecen entender esa fórmula clásica del mercado, de la oferta y la demanda. Quieren anteponer la ideología a los productos de primera necesidad, imponiendo excusas que los venezolanos – incluso quienes simpatizan con el régimen – ya no desean seguir escuchando. Ya ocurrió en Venezuela, así como en muchos países latinoamericanos, desde Argentina a Haití, que la escasez y los precios de los productos (el Caracazo por el aumento del transporte  como ahora en Brasil) terminan por debilitar a los gobiernos y crear crisis sociales.


Para responder la pregunta de Jaua: A la hora de las necesidades, siempre será mejor consejo disponer de un tangible rollo de papel higiénico que de una abstracta imagen de patria o una de Simón Bolívar, a no ser que esta sea un retrato en papel de diario.

junio 21, 2013

Mi memorable carrera deportiva (de fanático)

Hacía tiempo que no sufría tanto hasta el borde del infarto. Pasando de la presión alta a la depresión en un santiamén, en cuestiones de segundos y de días, de acuerdo a la montaña rusa que significaron las últimas dos series del Heat contra Indiana y San Antonio. Ni siquiera en los mundiales o cuando River descendió pude haber sufrido tanto, es que el básquet es asesino, dos series de siete partidos con tantos altibajos y un partido seis con todo perdido hasta los últimos cinco segundos fueron demasiado. 

No solo LeBron James y toda su comparsa merecen el descanso, sino todos nosotros, los fanáticos, que hemos dejado parte de nuestra vida en cada partido y que (confieso) algunas veces me sentí obligado emocionalmente (y Graciela, mi esposa me lo pedía) de apagar el televisor antes de tiempo para evitar un problema de salud ante la desazón de un partido que se escapaba y los insultos por una pésima jugada.

No soy de los que pueden criticar a otros colegas fanáticos, como aquellos que en el partido seis se fueron en el último minuto del tiempo reglamentario de la American Airlines Arena cuando todo parecía perdido y el trofeo ya lo habían entrado a la cancha para coronar a San Antonio. Ninguno de ellos fue menos fanático. No todos tenemos la fortaleza para afrontar tantos cambios de liderazgo en el marcador en tan pocos segundos y por tantos días consecutivos como ofrece una serie de básquet. El fútbol es más lapidario, más rápido, la estocada es más fácil de absorber; el básquet, sin embargo, ofrece una agonía – o todo lo contrario como en este caso – larga e interminable, que no deja concentrar.

Llegué a Miami hace 20 años y desde entonces me transformé en un fanático del Heat y vi como en casa mis hijos Tomás y Agustín fueron creciendo con las distintas camisetas de jugadores del Heat. Y como ayer mi hija Sofía me anunció que American Airlines había escogido el slogan que ella y su jefa Manu prepararon en la agencia Zubi Advertising si ganaba el Heat para el saludo de la aerolínea a los campeones en un telón fuera de la Arena. En estos años viví de cerca la historia memorable de los Dolphins, arropada por aquel equipo de fútbol americano invencible de 1972; de los Marlins que sorprendieron con dos series mundiales; pero nada fue más emocionante como haber sido parte de los tres anillos de este Heat de LeBron, de Wade, de Shaquille, de Mourning, de Riley, de Spoelstra, de Arinson, quienes de a poco y con visión están construyendo una nueva dinastía de la NBA.

La competencia es tan injusta que el segundo mejor equipo de la liga (y del mundo, seguramente) huele a fracaso, quedando totalmente borrado de la historia, aunque tenga una estela de cuatro campeonatos y el liderazgo de un Tim Duncan que se cansó de ser el MVP de campeonatos y finales.

La diferencia estriba en el elegido (the chosen) aquel que tatuó en su espalda la palabra que ESPN hizo famosa cuando al salir de Cleveland dijo que había escogido al Sur de la Florida para llevar sus talentos. Y sí que lo hizo y sí que cumplió, pese a que muchos (jamás yo) lo daban por acabado tras la debacle en las finales contra Dallas en 2011.

Una vez más, LeBron ganó con todas las luces. Pocos otros atletas son a sus disciplinas lo que el rey es al básquet. Lebron es al básquet, lo que Messi al fútbol, Bolt al atletismo, Woods al golf, Federer al tenis. Son atletas superlativos e inexplicables, astros universales cuyas destrezas conectan a la razón y al corazón al mismo tiempo, borrando fronteras nacionales y colores de equipos.

Y aun cuando no tienen su gran tarde, siempre estará latente en nosotros la expectativa de que podrán deslumbrar en los últimos segundos. Son la esperanza de la victoria, de una jugada deslumbrante, así como de Ray Allen se esperaba que clavara el triple en el sexto partido para dar al Heat una nueva chance.  

Lebron, como esos astros universales, no hace del Heat un mejor equipo, sino “el equipo” imponiéndole su propia marca. Lo comandó  a un record de franquicia con 66 victorias y al segundo record histórico de la NBA de partidos ganados en forma consecutiva con 27, hoy por hoy un desempeño casi invencible. Con cuatro premios de jugador más valioso en cinco años y dos anillos consecutivos y como el más valioso de ambas finales, LeBron nos regaló historia, nos puso a los fanáticos en la senda del orgullo.


LeBron es rey.   

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...