No todo a lo que se adjetive
de poder popular y de mayorías soberanas es democracia. Así quedó como
conclusión del fallo de inconstitucionalidad que dictó la Corte Suprema de
Justicia de Argentina sobre una ley promovida por Cristina Kirchner para que
los jueces fueran elegidos por voto popular.
Rompiendo con las intenciones
políticas del gobierno de reformar y “democratizar a la justicia”, la Corte fue
tajante al sentenciar que la democracia exige un Poder Judicial independiente, educando
que la Constitución es un documento que no da derechos al gobierno, sino que le
impone deberes, que busca “equilibrar el poder, para limitarlo”.
El fallo explica que la
pretendida elección popular de los miembros del Consejo de la Magistratura, el órgano
que selecciona y destituye jueces – instaurado hace décadas para despolitizar el
proceso de elección de jueces - implicaría que los jueces comprometerían sus valores
extraordinarios, imparcialidad, independencia y apariencia de neutralidad, al
tener que someterse a campañas electorales y competir en luchas partidarias.
La relevancia de la
sentencia trasciende a la clase política argentina. Se impone como enseñanza para
otros gobiernos populistas latinoamericanos que, bajo la excusa de la
“democratización” y de la voluntad de las mayorías, han sometido y dominado a
los poderes judiciales. En Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela los mismos
procesos apuntaron a reformar a la justicia no para hacerla menos corrupta y
corporativista o más rápida y eficiente como argumentaron, sino para someterla
y convertirla en aliada política.
Es fácil advertir como en
estos países, donde existe esa comodidad conveniente entre los poderes del
Estado y donde muchas veces las mayorías son alcanzadas mediante un
clientelismo que no escatima en subsidiar y comprar votos en las urnas o entre
los curules de parlamentarios, las democracias son débiles e imperfectas.
El fallo de la Corte Suprema
infiere, además, que la fuerza de las mayorías y el voto popular, así como también
pueden ser las concentraciones masivas o las protestas legítimas de la
ciudadanía, no son absolutas en una democracia. El sistema de participación e
inclusión política, por el contrario, requiere de garantías y de un respeto
inconmensurable para las minorías y las instituciones, las que no pueden
ignorarse por la sola fuerza de las mayorías.
“No es posible que bajo la
invocación de la defensa de la voluntad popular pueda propugnarse el
desconocimiento del orden jurídico, puesto que nada contraria más los intereses
del pueblo que la propia trasgresión constitucional”, sentenció la Corte.
Especificó que la ley aprobada por la mayoría kirchnerista viola el artículo 114
de la Constitución, referente al equilibrio que el Consejo de la Magistratura
debe tener entre sus 13 representantes, legisladores, jueces, abogados y
académicos.
En una situación normal,
este fallo sentaría un precedente extraordinario ante los avances del gobierno.
Sin embargo, en la Argentina actual, nadie duda que el gobierno, mientras
maneje las mayorías electorales y parlamentarias, perseverará en su arrogancia
para alcanzar sus fines. Se trata de un estilo muy similar al utilizado por Hugo
Chávez y Rafael Correa cuando emprendieron sus luchas contra la justicia, la
prensa independiente y a favor de la eternización en el poder, sobre la base de
decretos, leyes, referendos populares y reformas constitucionales.
Tal vez, la única ventana
que dejó la Corte – “los poderes son limitados; si se quiere modificar eso, hay
que modificar la Constitución” – sea el camino que buscará el gobierno para que
el sometimiento de la justicia a los designios de las mayorías políticas y
populares, tenga apariencias de legalidad.
El kirchnerismo ya formó el
avispero y se espera el contrataque. Los funcionarios atacan a la justicia por
actuar de “espaldas al pueblo” y Cristina defiende ahora el debate público
sobre el tema, actitud que no tuvo antes de que se aprobara la ley entre gallos
y medianoche, cuando la oposición, académicos y organizaciones de la sociedad
civil lo exigían.
El fallo judicial estableció los límites del
gobierno. Infirió que el halago constante de las mayorías, del voto popular, a
expensas de la independencia de poderes, no construye democracia.
1 comentario:
En Brasil la cosa sigue que arde. Las revueltas populares son de marca mayor y todos los diarios del mundo observan que se pone mas grave cada día.
Pero el sr. Trotti no toca el tema "ni con el pétalo de una rosa". Por que será?
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