Quien maneja o inicia la conversación
o la agenda pública siempre demuestra cierta vocación de liderazgo, sin
distinción de que sea bueno o malo. La agenda no siempre depende de los mismos
actores, sino que está maniatado al contexto y a los temas.
Un ejemplo son las protestas
en Brasil. Ese tema de conversación, la reivindicación de los más pobres, la
lucha contra la corrupción y la exigencia por servicios públicos mejores y más
eficientes, no fue un tema incentivado ni por la prensa ni por el gobierno. Ha
sido impuesto por las protestas públicas que espontáneamente se auto convocaron
por las redes sociales.
Edward Snowden al denunciar
el sistema de espionaje del gobierno de EE.UU. en declaraciones a los diarios
The Guardian y The Washington Post, fue el hacedor del tema y de la
conversación, pero que luego retomaron el gobierno y la prensa mundial. Fue él,
Snowden, el hacedor de su propio destino; mientras que Rafael Correa, el
presidente ecuatoriano, ausente de ese tema por más declaraciones a favor de
Snowden y en contra de EE.UU. que haya hecho, recién se posicionó como líder de
la agenda cuando ayer, tomando la delantera, anunció que Ecuador renunciaba a
los beneficios arancelarios de EE.UU. ante la posibilidad de que el gobierno de
Barack Obama tome represalias económicas contra su país por la posible
aprobación del asilo a Snowden.
Anti ayer fue la Corte
Suprema de EE.UU. la que se impuso en la agenda con la aprobación de derechos a
los matrimonios de personas del mismo sexo y ayer fue el Senado el que aprobó
la reforma inmigratoria a favor de 12 millones de personas indocumentadas. En otros
momentos, fue la prensa la que lideró la agenda con esos dos temas.
Es decir, en EE.UU. y en
muchos países del mundo, la agenda no depende de un individuo o de un gobierno
en forma continua, como por ejemplo de Barack Obama, sino de variados actores y
de temas muy heterogéneos.
Digamos que la agenda es un
termómetro tan variada como la sociedad y en esa heterogeneidad se consolida la
idea de que una agenda plural y diversa siempre es sinónimo de mejor
democracia.
Hay países donde los
gobiernos siempre intentan dominar la agenda pública, con temas que no importan
si son polémicos; su idea siempre es que se hable de la posición buena o mala del
gobierno, sin importar el resultado. Ejemplos sobran, desde la Venezuela que
emergió con Hugo Chávez o la Argentina de Cristina Kirchner.
El gobierno argentino tiene
esa vocación y voluntad de hablar continuamente de sí mismo e imponerse como
centro de atención. La Corte Suprema de Justicia rechazó la “reforma judicial”
que el gobierno mantuvo en la agenda pública, pero apenas sucedió eso, los
mecanismos de presión del gobierno no se hicieron esperar y de repente el tema
de conversación es la represalia del aparato kirchnerista contra las
obligaciones impositivas del presidente de la Corte.
Cristina prácticamente lanza
todos los días un tema nuevo de conversación haciendo que la prensa, la
oposición y el público en general tengan que ponerse a la defensiva. Ante la
reacción de la sociedad, los personeros del gobierno aparecen con una sarta de
agravios y descalificaciones para neutralizar a quienes intentan el disenso y
de esa forma pasan a liderar la agenda.
Muchos alaban al periodista
Jorge Lanata que evidentemente con sus investigaciones que despliega los
domingos por la noche impone los temas en la agenda, como el caso de la
corrupción que rodea a Cristina y su ex marido. La ventaja de Lanata, a
comparación de otros periodistas, es que impone el mismo tipo de sarcasmo y cinismo,
es decir la misma forma de hablar, que tiene el gobierno, y de ahí su éxito;
además de, por supuesto, su contenido.
Estilo comparable que
adoptó, por ejemplo, el opositor Henrique Capriles en Venezuela para
contrarrestar a Nicolás Maduro y continuamente atacarlo con el mismo tipo de
sarcasmos que Maduro y otros funcionarios del gobierno utilizan para degradar a
la oposición.
Los gobiernos populistas actuales
y antes los más autoritarios de América Latina, siempre estuvieron inclinados a
dominar al agenda pública a como dé lugar.
El único antídoto que hay
para ello es el reforzamiento de las instituciones democráticas, siendo, la más
importante de todas la prensa independiente. Esta tiene la obligación de estar
por arriba de los estándares que marcan los gobiernos populistas y mantener una
conversación pública que esté regida por el descubrimiento de temas que
solamente pueden emerger de la investigación y la responsabilidad de hacer un
periodismo de altísima calidad.
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