julio 06, 2015

Donald Trump: entre México y Charleston

El discurso xenófobo de Donald Trump fue mucho más que un ataque directo a los inmigrantes mexicanos. Fue también un atentado indirecto contra todas las minorías étnicas que conviven e hicieron de EEUU un país plural y diverso.

Sus insultos al calificar de traficantes de drogas y violadores a los mexicanos mientras anunciaba su candidatura a la Presidencia, no cayeron en buen momento. Cortaron de cuajo un debate profundo sobre los símbolos racistas que reflotaron tras la reciente masacre de nueve afroamericanos en una iglesia en Charleston, Carolina del Sur.

Trump es rico, arrogante y boquiabierto, características mediáticas que lo entronaron en la cultura pop estadounidense como al expresivo Cassius Clay o la plástica Kim Kardashian. Hasta ahora, con una lengua sin tapujos y convertido en fiscal social, gozaba de cierta empatía popular para criticar a cualquier candidato que no apoyara el libre mercado o para desafiar a Barack Obama a que muestre su partida de nacimiento.

Pero en su papel de candidato las cosas cambiaron. Pasó de fiscal público a que el público lo fiscalizara. En esta órbita el peso de las palabras tiene mayor peso y le pasaron factura. De ahí que sus insultos, que los lanzó superficialmente como si estuviera en la ficción de reality show El Aprendiz, chocaron con la realidad, con una catarata de desagravios que mellarán su posibilidad electoral y su bolsillo.

Pese a que los sondeos pos insultos realizados por CNN todavía lo mantienen como segundo aspirante detrás de Jeb Bush entre los 13 candidatos republicanos, su error de cálculo le está restando popularidad a futuro. En especial, por una catarata sin fin de censuras y boicots a su imagen y negocios, a la que se suman empresas, celebridades y personas de todos los calibres y colores.

Las cadenas Univisión y NBC fueron las primeras en romper los contratos para la televisación de sus concursos Miss Mundo y Miss Universo. Televisa y el mexicano segundo más rico del mundo, Carlos Slim, también anunciaron la cancelación de negocios con Trump. Casi un millón de firmas obligaron a la cadena de tiendas Macy’s a ser políticamente correcta y dejar de vender sus corbatas y camisas. Y a la batahola de reprimendas del público en Facebook, Twitter e Intagram, se le sumaron desde Jay-Z a Ricky Martin y Shakira. Así como aquel balde de agua helada que todos se echaron por la campaña contra la esclerosis múltiple, nadie quiso perder la oportunidad de despegarse de Trump y sus agravios.

Trump fue poco inteligente. Cerró las puertas de su candidatura al voto hispano que componen 56 millones de personas, la primera minoría del país, y desdeñó la fuerza de una comunidad que junto a la afroamericana y la asiática, aportó 3.400 billones de dólares a la economía en 2014. Difícilmente alguien puede llegar a la Presidencia sin este botín que desvela a demócratas y republicanos por igual, y que sabiamente usó Obama para ganar sus dos presidencias.

Lo más lamentable, sin embargo, es que los insultos de Trump desviaron la atención sobre un rico debate que se había instalado en la sociedad. El racismo, sus símbolos y la tenencia de armas son temas recurrentes en la cultura estadounidense cada vez que un afroamericano es apaleado o peor, como en este caso, que nueve fueron asesinados por Dylan Roof, un blanco al que prefieren llamarlo supremacista y no lo que es: terrorista.

Los feligreses de la iglesia en Charleston ya habían sido testigo de otros desmanes, pero ninguno de esta envergadura, obligándolo a Obama a hablar del racismo que todavía “forma parte del ADN de este país”. Aunque el presidente está construyendo su legado, sabe que varias de sus asignaturas seguirán pendientes y que no logró sepultar los sentimientos racistas.

Tal vez lo único que logró Charleston, es que se haya desterrado de los mástiles oficiales la bandera confederada, esa insignia de emancipación de los estados del sur que se desdibujó en símbolo de esclavitud y superioridad racial adoptado por los supremacistas blancos.

El discurso nacionalista y racista de estos supremacistas como Trump no se compadece con la evolución que EEUU ha demostrado tras elegir al primer presidente negro de su historia. Por eso, así como él lo hace en El Aprendiz, hay que imponerle sus mismas palabras: ¡Está despedido! 

junio 29, 2015

La tecnología: presiones y desafíos

No es fácil tener un medio de comunicación. Hay que sobrevivir a tres tipos de presiones muy agresivas: Política, violencia y digitalización.

Las presiones que plantean los gobiernos y la violencia provocada por grupos mafiosos, entre ellos los narcotraficantes, son ajenas a los medios y, por ende,  incontrolables. Sin embargo, operar en un contexto digital y hacerlo en forma eficiente, es un desafío que depende enteramente del medio.

Adaptarse de una forma rápida y eficiente a la nueva era digital es cuestión de sobrevivencia. Esto no es sólo válido para los medios; todas las industrias, de una u otra manera, están desafiadas por el nuevo contexto tecnológico. Uber le ha movido los cimientos a las empresas de taxis y Airbnb, sin tener un solo hotel, tiene mayor valor que la cadena Hilton que administra más de 14 mil hoteles en todo el mundo.

Es indudable que la tecnología está jugando un papel cada vez más importante en nuestras vidas y en la economía. Whatsapp le ha derrumbado el negocio de los mensajes de texto a las telefónicas, Skype ¡ni hablar! y Facebook, sin vender otra cosa que “likes” y publicidad alcanzó esta semana 236 mil millones de dólares, superando el valor de Walmart, la décima compañía más grande del planeta.

Pocas empresas y medios están adoptando nuevos modelos de negocios que exige el nuevo ecosistema tecnológico. En una conferencia hemisférica de la Sociedad Interamericana de Prensa que concluyó este viernes, con unos 200 ejecutivos de medios de las tres Américas y Europa, junto a funcionarios de Google y Facebook, tratamos de descifrar modelos de negocios que funcionen.

Pese al pesimismo de algunos, la mayoría no ve a la tecnología como un problema, sino como una gran oportunidad. Ya es irrelevante aquella pregunta si se acabará el diario en papel o si YouTube matará a la televisión como la percibimos hoy. Lo importante es que la esencia de los medios, noticias y contenidos, siguen siendo la esencia, aunque hay que aprender a ser más eficiente con las plataformas digitales para llegar a las audiencias. De la misma forma que Netflix no modificó el contenido de las películas, sino la forma en que las alquilamos y consumimos.

El problema de esta época es que no hay un modelo definido que sirva a todos por igual; el negocio está supeditado a la audiencia a la que se sirve. Pro supuesto que hay denominadores comunes y tendencias. La gente prefiere contenidos audiovisuales más que palabras y audio, y consumirlos desde sus teléfonos celulares, no en sus computadoras o medios tradicionales. Nuevos estudios calculan que en tres años, los videos conformarán el 80% del contenido que se trafica y consume en internet, mientras que las redes sociales y la interactividad se intensificarán.

Los medios deben prestar atención a esas tendencias. Ya no pueden pensar en el modelo tradicional de vender publicidad para subsistir o creer que la publicidad digital les salvará. Ni está sucediendo ni sucederá. Tampoco vender contenido se apunta como relevante, ante unas audiencias acostumbradas a la gratuidad de los contenidos.

El nuevo ecosistema exige mayor creatividad. Conocimiento de la audiencia, bancos de datos superlativos, organizar eventos y el e-commerce se consideran modos más eficientes para generar ingresos y monetizar. Para ello los medios tienen que invertir en nuevo personal, joven, creativo y con mayor cultura digital.

Sin embargo, pese a esta nueva realidad, se comprende que la tecnología es solo una plataforma para potenciar el negocio periodístico, pero no puede reemplazar la forma en que se hace periodismo, aunque los robots y algoritmos estén haciendo noticias y contenido a la velocidad de la luz y con calidad, como muestra la revista Forbes.

La esencia del periodismo sigue siendo investigar, fiscalizar a los poderes y contar historias relevantes. Las amenazas que plantean Facebook y Google, es al negocio de distribución y consumo de noticias, pero no a su esencia. La gente sigue detrás de las marcas periodísticas en busca de calidad y confianza.

El desafío, empero, es que los medios deben ser tan eficientes en cuanto a calidad del contenido como en sus modelos de negocio. Deben adaptarse y cambiar. Es la mejor alternativa para sobrevivir. 

junio 23, 2015

Patas largas y propaganda

Al contrario de lo que dice el dicho, en la política la mentira tiene patas largas y, peor aún, no tiene consecuencias. Pero cuando pudiera tenerlas, los gobiernos se apuran a neutralizarlas con más propaganda.

La más descarada fue la de Cristina Kirchner. Anunció que en Argentina la pobreza es del 5%; cifra irrisoria si se la compara con el 40% al que la sitúa un informe reciente de la Universidad Católica Argentina.

Sin vergüenza a la ridiculez, la Presidenta, que emula a Hugo Chávez con tal de ser foco de atención permanente, contrarrestó con anuncios rimbombantes las comparaciones sobre el nivel de vida entre argentinos y alemanes. Aumentó un 30% las asignaciones familiares y el presupuesto de Fútbol para Todos que tiene ahora más dinero que la Secretaría de Cultura. Pan y circo.

La mentira pulula entre los gobiernos y es tema central de “Alabado Sea”, la primera encíclica del papa Francisco sobre la contaminación de la “casa común”. Francisco responsabiliza a los políticos y compañías por “enmascarar” los problemas ambientales, mentir y “manipular la información”, favoreciendo sus intereses por sobre el bien común.

Los ricos, señaló, son más responsables. El sayo le cabe, entre otros, a  Barack Obama. Pese a declamar buenos deseos ambientales, duplicó la explotación de energías fósiles, un atajo oscuro para sanear la economía.

La falta de transparencia atraviesa todo color y nivel de gobierno. Desde el espionaje a ciudadanos que denunció Edward Snowden, a las mentiras de Michel Bachelet para encubrir a su hijo o la propaganda del nicaragüense Daniel Ortega, que cada vez que sus familiares se quedan con un nuevo negocio, ya sea una televisora, una finca o una generadora de electricidad, desvía la atención aumentando los beneficios de los programas Hambre y Usura Cero. Combinación perfecta de nepotismo y clientelismo, adobado con propaganda de alto calibre.

Enmascarar la información, como señala el Papa, es habitual en el gobierno del ecuatoriano Rafael Correa. Su última ficha la consumó esta semana. Logró que un juez adicto a su gobierno, Patricio Pazmiño, sea elegido a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, una institución a la que le declaró la guerra y a la que quiere desaparecer, según sus propias palabras.

Después de una dura batalla mediática en contra del Sistema Interamericano, al que no pudo doblegar, el presidente Correa se apersonó ante la sede de la Corte en Costa Rica y le donó un millón de dólares. A todas luces, se leyó como un soborno político con la intención de comprar un asiento en el tribunal para alcanzar su objetivo de desmantelar el Sistema y para neutralizar cualquier sentencia en su contra, especialmente aquellas sobre causas medioambientales.

Como caballo de Troya, Pazmiño tiene su símil en el juez Eugenio Zaffaroni que el gobierno argentino también logró meter en la Corte. Ambos magistrados, politizados y distantes a la imparcialidad que el cargo requiere, posiblemente seguirán respondiendo a sus gobiernos más que a la Justicia.

La auto alabanza de Cristina y Nicolás Maduro tras recibir un premio de la FAO por la lucha contra el hambre con el que habían galardonado a medio mundo, demuestra que la propaganda es una gran aliada del poder político, por lo que no pueden soslayarse sus efectos y beneficios. Las mentiras repetidas mil veces suelen convertirse en verdades, sostenía Gobbels, el arquitecto del nazismo.

Un estudio divulgado esta semana por la Universidad de California sobre el régimen de Hitler, reveló que la propaganda y la intervención política fueron muy útiles para tapar la realidad y modificar las creencias de la población, especialmente por lo que se inculcó a través de los sistemas educativos y de las organizaciones juveniles.

El problema para los gobiernos es cuando no tienen dinero para gastar en propaganda como los casos de Guatemala y Honduras. Ahí se observa cómo las mentiras tienen patas cortas, como bien reza el dicho, algo que quedó en evidencia con las recientes protestas convocadas en las redes sociales que derivaron en la renuncia de Rosana Baldetti, vicepresidenta guatemalteca.

Por todo esto, la fórmula para detectar cuán corrupto y mentiroso es un gobierno no es nada difícil: Es suficiente con constatar cuán elevado es su gasto en propaganda y autobombo. 

junio 15, 2015

Fútbol, revancha, consuelo y distracciones

Es verdad que el fútbol da revancha. Ese es el sentimiento de varias selecciones latinoamericanas que participan en la Copa América de Chile después de fracasar en el último Mundial de Brasil. Para las favoritas, sin embargo, levantar el trofeo será premio consuelo.

Argentina quiere olvidar que dejó escapar su tercera estrella mundial en el Maracaná; Brasil necesita despejar los fantasmas del 7 a 1 en el Mineirao; Colombia pretende demostrar que su fútbol no es casualidad y Chile codicia, ahora o nunca, su primera Copa relevante sacando pecho de local.

A diferencia de los Mundiales, esos agujeros negros que consumen y paralizan toda la realidad del globo y que hacen que “la mano de Dios”, el cabezazo de Zidane o el mordisco de Suárez sean más trascendentes que un tsunami o un terremoto, la Copa América no tiene ese poder para distraer y tapar la corrupción que envuelve al fútbol y a los países que se dan cita.

Este torneo no tiene la fuerza para que el escándalo FIFA pase desapercibido, menos con asociaciones nacionales tan comprometidas con la corrupción como las de Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela, países que puntean en la lista de  dirigentes y empresarios detenidos por soborno, extorsión y lavado de dinero.

Tampoco esta Copa es tan potente para que las poblaciones se distraigan de sus pesares. El anfitrión Chile, hasta hace poco considerado el país menos corrupto de América Latina, todavía no puede salir de una espiral de podredumbre y beneficios que involucraron al hijo de la Presidenta, a todos los partidos políticos y que obligó a Michel Bachelet a cambiar todo su gabinete.

Dilma Rousseff viene haciendo malabares y lamentando que algunos de sus ministros terminen en la cárcel por desfalco de las arcas públicas. Cristina Kirchner sigue  escapando de acusaciones por malversación, distrayendo con visitas al papa Francisco y dando índices de pobreza menores a los de Alemania y Dinamarca. Y el régimen de Nicolás Maduro sigue consolidándose con autoritarismo, escasez e inflación, además de seguir con su perorata de acusar al imperio por inventar que su presidente del Congreso, Diosdado Cabello, es el jefe narco del Cartel de los Soles.

A la FIFA y a varios gobiernos le fascinaría que este torneo aporte el pan y circo acostumbrado. Pero esta vez no funcionará. Es que la corrupción es epidemia en América Latina y el escándalo FIFA es muy reciente, grande e inolvidable. Además, la institución tiene más flancos débiles. Ahora se le sumaron las críticas por discriminación contra las mujeres, después de que exigió pruebas de género para los países que participan del Mundial Femenino que se juega actualmente en Toronto, como si se tratara de simples controles antidoping. Las mujeres tampoco le perdonan que las discriminen sobre el juego de hombres, haciéndolas jugar sobre césped sintético como aprendices de balón.

La FIFA también tendrá que cambiar sus políticas sobre derechos televisivos del fútbol femenino, ya que la escasa divulgación no está incentivando esta disciplina en todo el mundo, como es potencia en EEUU, Alemania y Noruega. El tema es relevante en un contexto más amplio. En EEUU, un estudio de la Universidad del Sur de California demostró que el deporte femenino solo tuvo un 3.2% de exposición televisiva, porcentaje incluso inferior al 5% registrado en 1989.

Pese a los problemas, esta Copa América tiene varios retos, entre ellos, el de ratificar que los mejores futbolistas están de este lado del mundo y que Chile, Ecuador y Venezuela deben comenzar ya su carrera por los títulos detrás de los 15 y 14 que Uruguay y Argentina obtuvieron de los 43 disputados desde 1917. Sin embargo, el desafío mayor tiene que ver con la globalización y las expectativas. Es que la gente se acostumbró a la calidad del fútbol de equipos, como los del Barcelona, Real Madrid, Manchester City, PSG o el Borussia Dortmund, y espera que el juego de seleccionados esté a la altura.

Si los equipos y las individualidades no dan la talla, si el Messi argentino no juega como el Messi catalán, si Neymar y Alexis no hacen piruetas y golazos, si Falcao y James no la embocan desde fuera del área y si Vidal y Alves no quedan entre los mejores del torneo, la Copa será para olvidar o solo servirá como puesta a punto para las eliminatorias de Rusia 2018. 

junio 08, 2015

La FIFA y los soplones

Se sabía que la onda expansiva del escándalo FIFA alcanzaría a muchos. No fue sorpresa la renuncia de Joseph Blatter cuatro días después de ser elegido, que el FBI investigue la elección de Rusia y Qatar como próximas sedes mundialistas o que Irlanda recibiera cinco millones de dólares para no demandar por la “mano de Henry” que la dejó fuera del Mundial de Sudáfrica.

Tampoco asombra que Nicolás Maduro después de proponer a Diego Maradona como presidente FIFA allanara la Federación Venezolana de Fútbol, mientras días antes denunciaba que la batahola era una fabulación del gobierno de Barack Obama para quedarse con la organización del fútbol global; o que el trinitario Jack Warner, ex presidente de la FIFA y procesado por corrupción, acusara a Blatter hasta de haber interferido en las elecciones de su país.

Las denuncias inverosímiles continuarán apareciendo, toda vez que la Justicia se siga beneficiando de los soplones que están delatando a sus compadres y compinches a cambio de salvoconductos y reducción de penas. En este chantaje legal en busca de la verdad, la Justicia está logrando desbaratar los embrollos de una organización que vivía por arriba de la ley, que amenazaba a los gobiernos de expulsarlos del fútbol si se atrevían a investigar la conducta de las asociaciones locales.

La renuncia de Blatter no fue sorpresiva. Quizás obedeció a confesiones de los ya sentenciados, el estadounidense Chuck Blazer y el brasileño José Hawilla, quienes denunciaron que el segundo de Blatter, el secretario general,  Jérome Valcke, manejó 10 millones en sobornos. Blatter no podía obviar esos hechos y entre la espada y la pared, tuvo que renunciar. Además, solo contaba con el apoyo de federaciones débiles, como las de África, Asia y Oceanía, pero no de las más influyentes, la europea UEFA y la sudamericana Conmebol, que se repartieron todas las copas desde el Mundial de Uruguay de 1930.

Es probable que ahora, con mayor libertad y para evitar un proceso largo, lento y doloroso, Blatter se convierta también en un soplón al servicio del FBI y de la fiscal general estadounidense Loretta Lynch. Más cabezas rodarán.

Los soplones siempre han pasado de villanos a auxiliares de la Justicia. Si lo sabrá Maduro, cuyo segundo de abordo, el presidente de la Asamblea Legislativa venezolana, Diosdado Cabello, fue acusado de ser el jefe del Cartel de los Soles, un grupo de militares jerárquicos que usan su inmunidad para traficar drogas. Aunque Maduro lo niegue, las evidencias están ahí, especialmente las que aportó a la Fiscalía estadounidense el ex custodio de Cabello, Leamsy Salazar, delator y arrepentido.

No todos los soplones le juegan buenas pasadas al gobierno estadounidense. El más grande de la historia ni siquiera es “garganta profunda”, el que deschavó la conspiración y espionaje del presidente Richard Nixon, sino Edward Snowden que en 2013 se escapó de la Agencia Nacional de Seguridad (ANS) revelando un oscuro ensamblaje de escuchas ilícitas para espiar a los ciudadanos y extranjeros a través del teléfono y el internet.

Más allá de las intenciones de estos soplones, lo cierto es que provocaron cosas buenas. Nixon tuvo que renunciar a la Presidencia y esta semana, debido a Snowden, Obama rubricó una ley que pone límites a la ANS para que no pueda espiar sin orden judicial, enfatizando que la lucha contra el terrorismo no puede imponerse por sobre los derechos civiles más elementales, como el derecho a la privacidad.

La trama de este escándalo es tan rica que ni la ficción la pudo imaginar. Pasiones Unidas, la película sobre la FIFA que esta semana debutó en los cines, quedó muy lejos de la realidad. Pintó a un Blatter paladín anti corrupción, aunque en el guion se deslizó una frase que lo compromete tras cerrar un jugoso acuerdo con Adidas: “Es muy bueno encontrando dinero” dice alguien. Es evidente que en la ficción y la realidad, Blatter no es el ingenuo que trata de simular.

La esperanza para el saneamiento del fútbol es que para las elecciones de diciembre próximo aparezcan candidatos estilo papa Francisco. Cuando este entró al Vaticano, para barrer la escoria del templo usó una escoba con tres elementos: Abrió las puertas para que la justicia ordinaria haga su trabajo, impuso una alta dosis de transparencia y ejemplificó con austeridad. 

mayo 31, 2015

FIFA: Menos corrupción, más de lo mismo

Alguien tenía que ponerle el cascabel al gato. Después de tantas sospechas, la Justicia estadounidense desenmascaró y puso nombres concretos a una gran banda de mafiosos que usaba a la FIFA como fachada y escudo para sus negociados corruptos.

Desde hace 24 años, los mafiosos utilizaban principalmente a la Copa América y su posición de confianza en la FIFA, la Concacaf, la Conmebol y asociaciones nacionales de países latinoamericanos y caribeños, para robar a mansalva mediante sobornos, chantajes, reventa de entradas y derechos de televisión.

La justicia estadounidense, encabezada por la fiscal general, Loretta Lynch, junto al FBI y la agencia de impuestos, construyó este caso con 12 años de investigación sin grietas, creíble e implacable. Está basado en testimonios de arrepentidos, como el de Chuck Blazer, ex secretario general de la Concacaf, en un informe sobre irregularidades del fiscal estadounidense Michael García que Joseph Blatter archivó, en escuchas subrepticias de reuniones donde se fraguó la organización de la Copa América 2016 en EEUU y en el uso de bancos y corporaciones de este país.

La corrupción es “sistémica y desenfrenada”, tan longeva como la edad de los dirigentes y tan profunda que en la rueda de prensa del miércoles, la fiscal aventuró que irán por más. No se quedarán con los siete dirigentes atrapados en Suiza, ni con los 14 encausados y los cinco ejecutivos de mercadeo de Argentina y EEUU, como Alejandro Burzaco de Torneos y Competencias o José Hawilla, del conglomerado brasileño The Traffic Group, que usaba su sucursal en Miami para sobornar a directivos y quedarse con derechos del fútbol.

Los dirigentes, que ahora enfrentan cargos que no podrán pagar durante sus vidas, cada tanto accionaban botones de pánico para calmar denuncias y sospechas en su contra. Así expulsaron a árbitros que amañaron partidos en el Mundial de Sudáfrica y en ligas europeas; sancionaron a agentes y clubes con transacciones ilegales de jugadores; y hacían preparar informes como el de García que demostró que Rusia y Qatar consiguieron sedes mundialistas a cambio de sobornos por cuatro millones de dólares, aunque taparan luego cualquier evidencia que los incriminara.  

También se beneficiaron con la atención de la opinión pública sobre casos menores, como el uso de tecnología para la línea del gol o el mordisco de Suárez. La distracción ayudaba para no hablar sobre la corrupción en torno a la reventa de entradas y la construcción de los estadios en Brasil o sobre los obreros muertos en condición de esclavos en los estadios de Qatar.

La “cultura de la corrupción que pudrió el deporte más grande del mundo”, como afirmó el director del FBI, James Comey, era una mafia bien organizada que blanqueaba capitales, hacía fraude, extorsionaba, pedía comisiones por cualquier cosa y amañaba torneos, como las pasadas copas América, la próxima que en días arrancará en Chile y la del año que viene en EEUU.

Así como cuando se produjo el caso Wikileaks que conmocionó al mundo y que luego tuvo repercusiones con escándalos propios en cada país, pronto aflorarán casos de corrupción por todas partes que se nutrieron de esa cultura que la FIFA creó y cobijó. La denuncia de la prensa italiana sobre que varios árbitros favorecieron a Corea en el Mundial del 2002 o las donaciones de la FIFA a la Fundación de Bill y Hillary Clinton, son parte de lo que vendrá.

Quedaron ahora dos pelotas picando. La más positiva es que ante tanta podredumbre y corrupción institucionalizada, la irrupción de la Justicia en el campo de la FIFA permite pensar que ya no se tolerará que se sigan disfrazando delitos graves como si fueran simples fallas éticas, a lo que Blatter nos tenía acostumbrado.

La otra pelota es la más negativa. Después de cierta esperanza de cambio ante tantas denuncias, arrestos y corrupción desenmascarada, Blatter en vez de renunciar fue reelegido, pese a que hizo gala de ingenuidad, aparentando desconocer una red de corrupción que abundó frente a sus narices durante sus 17 años de gestión.


No es seguro si su contendiente, el príncipe jordano, Ali bin Al Hussein, hubiera sido mejor opción, pero al menos representaba el cambio y la posibilidad de limpiar el campo de juego para que el fútbol vuelva a ser deporte y justo. trottiart@gmail.com

mayo 26, 2015

Superclásico dantesco

El superclásico argentino fue dantesco. Demostró que el fútbol es parte del contexto. De una sociedad violenta, insegura y políticamente polarizada no se puede esperar un espectáculo deportivo pacífico, seguro o que acople las  pasiones de uno y otro bando.
La violencia está descontrolada. Asola dentro y fuera de los estadios. Los índices de crímenes están por las nubes, así como el acoso psíquico y emocional, ese tipo de violencia que también es incentivada desde el poder público y que determina que hasta las menores discusiones terminen mal y debilitando la convivencia social.
El gobierno tiene responsabilidades. Es acomodaticio justificar que los desmanes en el Boca-River fueron solo producto de conspiraciones para cercenar la vida política de posibles candidatos presidenciales como Mauricio Macri o a la inversa.
Lo que sucedió durante y después de aquel jueves fatídico de Libertadores es parte del aquelarre nacional. La pasión descontrolada de las barras bravas, aún peor, incentivada, como están demostrando las investigaciones, siempre desbordará en fanatismos por más que las hinchadas visitantes no puedan entrar a los estadios. Tiros, puñaladas, botellazos, bengalas, racismo y gases tóxicos sirven de muestra.
Lo de Adrián “El Panadero” Napolitano no fue tan grave por tirar aerosol en la manga, sino por su intención y la de sus cómplices. Su ingenuidad infantil no es creíble. Tampoco se puede justificar la candidez de los dirigentes que irrumpieron en la cancha y, mucho menos, la del técnico de Boca, El Vasco Arruabarrena, y sus jugadores que además de cuadrarse para jugar un partido ya suspendido, terminaron incentivando a los violentos con aplausos. Apabulló la falta de solidaridad con sus rivales.
La actitud del técnico boquense sobrepasó la decencia, más aún cuando esta semana sorprendió acusando a River de preferir ganar el partido en los papeles, eximiendo a su club de responsabilidades. No entendió lo que pasó. Tampoco lo entendió el gobierno nacional que amenazó con intervenir a la AFA, así como la Conmebol, que hizo caso omiso al castigo ejemplar que pretendía Joseph Blatter y la FIFA. ¿Para castigar a Boca? ¡No!  Para premiar el futuro del fútbol y combatir la violencia.
Es cierto que aquella noche todos quedaron sorprendidos y sin saber qué hacer. Se temió que cualquier decisión motivaría la reacción de 50 mil almas que con sus estribillos amenazaban con desbordar si no se jugaba el segundo tiempo. Los árbitros estaban perplejos, los jugadores querían influenciar sus decisiones y en una desesperante espera, el veedor de la Conmebol incentivó aún más la incertidumbre. Como Poncio Pilatos pidió a los jugadores de River continuar con el partido pese a las lesiones; mientras que a los de Boca, que tuvieran un gesto de solidaridad para descontinuar el partido. Su decisión fue interminable, pero llegó, por suerte, para evitar consecuencias inimaginables.
Los periodistas y relatores tampoco fueron muy profesionales. Como es costumbre, se comportaron en forma superficial y como un espectador más. Repitieron calificativos hasta el cansancio o por más de 60 minutos – “esto es una vergüenza”, “es lamentable”, “estamos enfermos” – más que luz sobre lo que estaba sucediendo. No tienen excusas. Tuvieron más de una hora para que sus equipos de trabajo consultaran a expertos sobre tóxicos y consecuencias deportivas o para buscar antecedentes sobre partidos suspendidos, como aquel que le dio los puntos a Boca en diciembre de 1988 por el petardo que la tribuna de Racing le arrojó al arquero Navarro Montoya.
El problema del superclásico no fue la violencia en sí, sino la apología de la misma. La mayor culpa debe recaer sobre la ineptitud de los organismos de seguridad, de los dirigentes que siempre fueron cómplices de las barras bravas y, sobre todo, de la Conmebol, que lejos de aplacar la violencia disimuló la gravedad de los hechos, incentivando futuros desmanes.
Lo infame de aquella noche es que no quedó mucho para el aprendizaje. La polarización, política y social, se encargó de que todos pudieran evadir responsabilidades. Empero, lo más nefasto que desnudó el superclásico, es que en ese clima de impunidad, los violentos y delincuentes progresan mucho más que los pacíficos y decentes. 

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...