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junio 08, 2015

La FIFA y los soplones

Se sabía que la onda expansiva del escándalo FIFA alcanzaría a muchos. No fue sorpresa la renuncia de Joseph Blatter cuatro días después de ser elegido, que el FBI investigue la elección de Rusia y Qatar como próximas sedes mundialistas o que Irlanda recibiera cinco millones de dólares para no demandar por la “mano de Henry” que la dejó fuera del Mundial de Sudáfrica.

Tampoco asombra que Nicolás Maduro después de proponer a Diego Maradona como presidente FIFA allanara la Federación Venezolana de Fútbol, mientras días antes denunciaba que la batahola era una fabulación del gobierno de Barack Obama para quedarse con la organización del fútbol global; o que el trinitario Jack Warner, ex presidente de la FIFA y procesado por corrupción, acusara a Blatter hasta de haber interferido en las elecciones de su país.

Las denuncias inverosímiles continuarán apareciendo, toda vez que la Justicia se siga beneficiando de los soplones que están delatando a sus compadres y compinches a cambio de salvoconductos y reducción de penas. En este chantaje legal en busca de la verdad, la Justicia está logrando desbaratar los embrollos de una organización que vivía por arriba de la ley, que amenazaba a los gobiernos de expulsarlos del fútbol si se atrevían a investigar la conducta de las asociaciones locales.

La renuncia de Blatter no fue sorpresiva. Quizás obedeció a confesiones de los ya sentenciados, el estadounidense Chuck Blazer y el brasileño José Hawilla, quienes denunciaron que el segundo de Blatter, el secretario general,  Jérome Valcke, manejó 10 millones en sobornos. Blatter no podía obviar esos hechos y entre la espada y la pared, tuvo que renunciar. Además, solo contaba con el apoyo de federaciones débiles, como las de África, Asia y Oceanía, pero no de las más influyentes, la europea UEFA y la sudamericana Conmebol, que se repartieron todas las copas desde el Mundial de Uruguay de 1930.

Es probable que ahora, con mayor libertad y para evitar un proceso largo, lento y doloroso, Blatter se convierta también en un soplón al servicio del FBI y de la fiscal general estadounidense Loretta Lynch. Más cabezas rodarán.

Los soplones siempre han pasado de villanos a auxiliares de la Justicia. Si lo sabrá Maduro, cuyo segundo de abordo, el presidente de la Asamblea Legislativa venezolana, Diosdado Cabello, fue acusado de ser el jefe del Cartel de los Soles, un grupo de militares jerárquicos que usan su inmunidad para traficar drogas. Aunque Maduro lo niegue, las evidencias están ahí, especialmente las que aportó a la Fiscalía estadounidense el ex custodio de Cabello, Leamsy Salazar, delator y arrepentido.

No todos los soplones le juegan buenas pasadas al gobierno estadounidense. El más grande de la historia ni siquiera es “garganta profunda”, el que deschavó la conspiración y espionaje del presidente Richard Nixon, sino Edward Snowden que en 2013 se escapó de la Agencia Nacional de Seguridad (ANS) revelando un oscuro ensamblaje de escuchas ilícitas para espiar a los ciudadanos y extranjeros a través del teléfono y el internet.

Más allá de las intenciones de estos soplones, lo cierto es que provocaron cosas buenas. Nixon tuvo que renunciar a la Presidencia y esta semana, debido a Snowden, Obama rubricó una ley que pone límites a la ANS para que no pueda espiar sin orden judicial, enfatizando que la lucha contra el terrorismo no puede imponerse por sobre los derechos civiles más elementales, como el derecho a la privacidad.

La trama de este escándalo es tan rica que ni la ficción la pudo imaginar. Pasiones Unidas, la película sobre la FIFA que esta semana debutó en los cines, quedó muy lejos de la realidad. Pintó a un Blatter paladín anti corrupción, aunque en el guion se deslizó una frase que lo compromete tras cerrar un jugoso acuerdo con Adidas: “Es muy bueno encontrando dinero” dice alguien. Es evidente que en la ficción y la realidad, Blatter no es el ingenuo que trata de simular.

La esperanza para el saneamiento del fútbol es que para las elecciones de diciembre próximo aparezcan candidatos estilo papa Francisco. Cuando este entró al Vaticano, para barrer la escoria del templo usó una escoba con tres elementos: Abrió las puertas para que la justicia ordinaria haga su trabajo, impuso una alta dosis de transparencia y ejemplificó con austeridad. 

julio 22, 2014

FIFA, Mundial y desigualdades

El Mundial de Brasil fue mejor de lo que se esperaba, pero social, política y futbolísticamente reveló las desigualdades y problemas de siempre.

Que en el fútbol ya no existen equipos chicos como Costa Rica, es todavía ilusión y deseo. Los mundiales siguen reservados para países con más escuela, mayor trayectoria y mejores ligas como confirman las 20 copas desde 1930. Los títulos y subcampeonatos se los repartieron entre Brasil, Italia, Alemania, Argentina, Uruguay, España, Inglaterra y Francia, mientras que a la puerta de la gloria también quedaron la eterna Holanda, además de Hungría, Suecia y Checoslovaquia, en sus épocas esporádicas de esplendor.

Más allá del histórico 7 a 1 y de la tempranera eliminación de España, Italia e Inglaterra, no sorprendió que el 80% de jugadores juegue en ligas europeas. A excepción de estas, más ricas y televisadas, las demás, incluidas las otrora poderosas de Brasil y Argentina, parecen destinadas a fabricar talentos de exportación o a reciclarlos una vez que gastan sus mejores años en el exterior.

La desigualdad se nota hasta en los puestos de trabajo. Si bien este fue el Mundial de los arqueros catapultando las cotizaciones de Bravo, Ospina, Ochoa, Romero, Krul y Neur, el fútbol sigue dominado por goleadores, confirmándose la regla con fichajes y salarios estratosféricos como los de Kroos, Suárez, Rodríguez, Messi, Neymar, Rolando y Benzema.

Políticamente el fútbol sigue carcomido por la rampante corrupción, aumentada ahora por la escandalosa reventa de entradas. La policía brasileña sorprendió con una exhaustiva investigación destapando un fenómeno que la FIFA arrastra impunemente desde Korea-Japón 2002.

Durante el operativo policial pocos quedaron a salvo. La policía persiguió y acusó a una banda de dirigentes delincuentes que revendía a un valor 12 mil dólares por entrada para la final. El primero en caer fue el británico Ray Whelan, director de Match Services, empresa socia de la FIFA, luego el franco-argelino Mohamadou Fofana, y en el medio terminaron salpicados los ex mundialistas Dunga y Jairzinho, y las federaciones de fútbol de Argentina, España y Brasil.

La FIFA, de cultura defensiva y sin transparencia, sigue escudando a quienes corrompen, lavan dinero, evaden al fisco y que, en este caso, amasaron una bolsa de 500 mil dólares por partido. El ruido le resultó ideal al presidente Joseph Blatter. Aprovechó para incumplir con su promesa de que antes de que terminara el Mundial aclararía el episodio de los sobornos que permitieron a Rusia y Qatar alzarse con las próximas sedes mundialistas. En el tumulto, Vladimir Putin se apuró a llegar al Maracaná, recogió la posta y partió rápido antes que le cuestionen si todavía sería anfitrión en el 2018.

El gobierno de Brasil se había esmerado y consiguió llegar a esta copa con menos desigualdad social. Lula y Dilma lograron que unos 30 millones de brasileños abandonaran la pobreza extrema. Sin embargo, una población inconforme usó al Mundial de escaparate para protestar contra el liderazgo político, la corrupción y los gastos superfluos de los estadios que dejaron rezagadas carreteras, hospitales y escuelas, entre otras obras más necesarias.

Desde que Brasil consiguió la copa en 2007 hubo grandes esfuerzos para esconder la miseria y la violencia. Criticada fue entonces la construcción de muros para tapar las favelas, como ahora fue la televisión por mostrar a un país lejos de su rica historia interracial. En las tribunas las cámaras retrataron al Brasil europeo, no al mestizo y hasta Pelé pareció ser el único negro.

Vale notar, empero, que el gobierno pudo detener o prorrogar el crimen. El brasileño fue hospitalario y pacífico. La no violencia, la participación masiva de mujeres y las redes sociales coadyuvaron para que este fuera el mejor de todos los mundiales como afirmó la FIFA.

A la FIFA le resta ahora buscar la igualdad en el fútbol, algo menos abstracto que promover la unidad y la paz como pregonó Coca Cola en sus comerciales y el papa Francisco desde el Vaticano. Bajo ese objetivo, la institución debería ser más transparente, rendir cuentas, sentarse sin privilegios ante la justicia y, sobre todo, invertir en ligas nacionales en crisis y con menos recursos, en vez de acumular  millones y gastar sus energías en corrupción.

junio 16, 2014

Este es el Mundial, pero de la corrupción

Si la FIFA fuera un país, Transparencia Internacional la habría ubicado en la lista de los más corruptos del planeta. El solo hecho de que la sede de Catar 2022 fuera vendida al mejor postor, aumenta la percepción de que en este Mundial decanta toda la podredumbre que viene carcomiendo al fútbol desde hace décadas.

Alrededor de la pelota nadie está exento de manchas. Gobiernos brasileños favorecieron a empresas que donaron fondos a campañas electorales, en lugar de usarlos para terminar estadios. En Catar los estadios se construyen con obreros migrantes sumidos en la esclavitud; mientras tanto, las empresas de indumentaria deportiva siguen procesadas judicial y públicamente por explotación laboral infantil.

Varios árbitros amañaron partidos en el Mundial de Sudáfrica y se teme que esa práctica continúe. Directores y futbolistas de varias ligas fueron suspendidos por apostar a favor o en contra de sus propios partidos o, más deshonroso aún, en contra de sus fanáticos. Representantes de jugadores hacen su propio partido traficando estrellas y manoseando contratos, como el de Neymar del Barcelona. Y como broche de oro, el mejor jugador del mundo, Lionel Messi, llega a los vómitos, sospechado de lavar dinero en partidos benéficos de su fundación, después que el año pasado tuvo que calmar al César con cinco millones de euros por evasión fiscal.

Lo de Messi es grave, mucho más que el caso de Maradona que se autodestruyó en lo personal a base de anfetaminas, verborragia y cocaína. Si se confirma lo de la Pulga, se trataría de una autodestrucción profesional, un intríngulis confuso y oscuro, donde están involucrados empresarios, parientes y narcotraficantes, lavando dinero en bancos del Caribe. Una defraudación doble - ilegal y moral - si se considera que la plata habría terminado en bolsillo propio y no en organizaciones de beneficencia, como originalmente se prometió al público que pagó entradas en Perú, Colombia y EE.UU. para verlo jugar.

Casos de deportistas a quienes sus padres malograron sus finanzas no sorprenden, son ejemplo las ex tenistas Steffi Graf y Arantxa Sánchez Vicario. Lo de Messi no está claro aún si el tema pasa por su papá o por una pesquisa fiscal oportuna para desbaratar su cabeza y las posibilidades argentinas.

Messi y su entorno tendrán que aprender que a esta altura de su carrera y fortuna, su salud deportiva depende más de la transparencia administrativa que de la preparación física. Una honestidad que lamentablemente no le enseñan los dirigentes de arriba, amparados por una FIFA que terminó siendo escudo y escondite para los corruptos.

La amañada institución, que ya hedía desde la época de Joao Havelange, ha contagiado y amparado corrupción en todas direcciones. Las primeras investigaciones indican que las sedes de Catar y de Rusia 2018, han sido producto de más de cuatro millones de euros repartidos en sobornos para comprar votos de miembros de asociaciones africanas y caribeñas. El caso ya hundió a algunos dirigentes, pero los peces gordos siguen en la corriente.

La presión es mucha y no es el calor el que hará que Catar (y tal vez Rusia) pierda la sede. Al presidente de la FIFA,  Joseph Blatter, se le está exigiendo una investigación exhaustiva y que muestre cabezas en vez de trofeos al término de este Mundial. Por suerte ya no son solo políticos y futbolistas los que piden transparencia, ahora la demandan Adidas, Visa y Sony, los grandes auspiciantes que no quieren asociar sus marcas al descalabro y al despilfarro.         

A este movimiento todavía no se han sumado otras multinacionales como Coca-Cola, Budwiser, Pepsi o Hyundai, tal vez porque el negocio del fútbol es eso, un gran negocio. Pero si al unísono cortaran los víveres a la FIFA, así como con autoridad les quitaron los auspicios a grandes deportistas por mala conducta, tal los casos de Lance Amstrong, Kobe Bryan, Tiger Woods y Alex Rodríguez, entre otros, seguramente obligarían a la FIFA a rectificar acciones.

A la FIFA se le pide ética y transparencia. Pero difícil será mientras esta no se desprenda de sus privilegios corporativos y no someta a sus agremiados a la justicia ordinaria. Nada cambiará en el fútbol si sigue considerando al soborno, la extorsión y el engaño por resultados como simples faltas éticas, en vez de delitos agravados.

febrero 07, 2013

Periodismo superficial


Las recientes denuncias sobre corrupción en la FIFA y el dopaje del ciclista Lance Armstrong, muestran las debilidades de un periodismo deportivo superficial, más dedicado a entretener y comentar, que a investigar y a asumir la responsabilidad de informar.
El periodismo deportivo se asume casi como espectador de tribuna. Ofrece testimonio de lo que ocurre, pero no profundiza. De ahí que ofrezca récords, resultados o escándalos con la misma resonancia que intensidad. En esa escala, vale igual que a Lionel Messi le otorguen un cuarto Balón de Oro, que a Manny Pacquiao le arrebaten la corona mundial o que se gasten millones en arreglos de partidos y peleas. Tampoco se distinguen pecados de delitos ni crímenes de discriminación, da lo mismo las infidelidades de Tiger Woods que el dopaje de Armstrong o la violencia de las barras bravas que el racismo irascible en los estadios.
Es inexplicable como el periodismo especializado no investiga ni anticipa, contentándose solo con recoger y comentar las denuncias de los afectados. Una falta de protagonismo que menosprecia tanto la relevante misión de la prensa, como la confianza depositada por el público.
El caso de Armstrong revela esa incapacidad. Es difícil comprender como este ídolo universal, ganador de siete Tours de Francia, se pasó más de una década haciendo de víctima, negando denuncias sobre dopaje y amenazando a sus compañeros de equipo para que mantengan los secretos, sin que una  investigación periodística lo haya desenmascarado con antelación.
Si el periodismo hubiera cumplido con averiguar las denuncias de los últimos años, ni Armstrong habría ganado tantas competencias a base de mentiras, ni el público se hubiera sentido lastimado. Pero hubo que esperar un informe reciente de la agencia antidopaje estadounidense que calificó este caso como el “más sofisticado, profesionalizado y exitoso en la historia del deporte” y a que Armstrong confesara sus adicciones en el show de Oprah Winfrey, para que el periodismo también dejara de creer en el héroe.
El caso de Armstrong es una grave omisión de la prensa especializada, pero no la única. La reciente investigación de la revista France Football revela la corrupción enquistada dentro de la FIFA. Acusa al ex presidente francés, Nicolás Sarkozy, y a las autoridades del fútbol mundial y de varias federaciones africanas, latinoamericanas y caribeñas, por haber favorecido a Qatar para que consiga la sede de la Copa Mundial de 2022, a cambio de millones de dólares y favores a futuro.
Las denuncias no son nuevas, datan de 2010 cuando el pequeño Qatar le ganó la pulseada a EE.UU. y Rusia se quedó con la sede del 2018, arrebatándole el privilegio a Inglaterra. La prensa inglesa de aquella época despedazó con titulares de corrupción al presidente de la FIFA, Joseph Blatter, pero careció de fuerza y credibilidad. Es que no investigó, solo se hizo eco de las denuncias de la federación inglesa que, sabiendo de irregularidades desde hace años, recién las filtró a los medios cuando supo que no tenía chances ante Rusia. De haber conseguido la sede, seguramente hubiera mantenido silencio.
De esa trama oscura de premios y favores dentro de la FIFA ya hablaba Diego Maradona, quien acusó de mafioso a Joao Havelange, el ex rector por 24 años de la entidad. Pero a diferencia de Maradona, la revista France Football goza de credibilidad. Su investigación puede ayudar a que por fin el Comité de Ética de la FIFA deje de resolver toda acusación como simple conflicto de interés y a que intervenga la justicia.
Respecto a los medios, la superficialidad no solo es debilidad del periodismo deportivo. La crisis económica obligó a muchos a recortar gastos y personal, lo que derivó en una reducción general de calidad informativa. Sin embargo, esta debilidad puede resultar en una gran oportunidad. Siendo la sección deportiva muy atractiva para los anunciantes y la potencialmente más rentable, podría ser el sitio ideal por donde reinvertir en reporteros y periodistas de investigación.
Un periodismo deportivo menos espectador, más profundo y comprometido, preocupado en descubrir hechos no solo en cubrir eventos, ayudaría a mejorar el deporte, a elevar la credibilidad de la prensa y a aumentar la confianza del público. 

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...