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enero 09, 2017

Obesidad: Guerra a los refrescos azucarados


Cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció en 2003 que emitiría un informe sobre lo pernicioso del azúcar y de los refrescos azucarados, el entonces presidente George W. Bush envió a Ginebra al ministro de Salud con un mensaje recalcitrante.

Si la OMS osaba publicar el informe, EEUU le quitaría los $406 millones de subvención al año. Pese a que el informe buscaba reducir los índices de obesidad, la diabetes tipo 2 y otras enfermedades del corazón que se habían disparado en todo el mundo, el informe quedó tapado por el fuerte cabildeo de la industria alimenticia ante la Casa Blanca.

Aquella fue la primera batalla perdida de la guerra contra el azúcar. La siguiente ocurrió en 2015, con un contexto aún más grave, cuando la obesidad y sus enfermedades colaterales ya se asumieron como epidemia, siendo una de las que más vidas cobra en el mundo y la que fagocita los presupuestos de salud pública de cada país. Aquel año, la OMS emitió un informe más contundente, estableciendo que el consumo de refrescos azucarados aumenta en un 275% el riesgo de contraer enfermedades del corazón. A diferencia del 2003, EEUU respaldó aquel estudio y adoptó restricciones contra el azúcar y los carbohidratos refinados en su Guía de Pautas Dietéticas.

La batalla más reciente ocurrió en octubre pasado. La OMS volvió a la carga, pero esta vez con una recomendación más decidida, siguiendo pautas ya adoptadas en algunos estados y ciudades estadounidenses. Propuso a los legisladores del planeta aplicar un fuerte impuesto del 20% al consumo y fabricación de bebidas azucaradas, así como antes se aplicó contra el tabaco y el alcohol.

La controversia fue inmediata. La industria alimenticia alertó sobre la poca información recolectada respecto a la incidencia de los refrescos en la salud, siendo que en Nueva York y Filadelfia ese tipo de impuestos fue revertido. Por otra parte, la discusión giró sobre si los gobiernos deben entrometerse en asuntos que lindan con la libertad individual, al considerar que las personas tienen derecho a consumir productos mientras no afecten la vida de terceros.

Pese a los apoyos y desaires, en 2013 México fue el primer país en adoptar un impuesto del 10% sobre los refrescos azucarados, una de las fórmulas para combatir los altos niveles de obesidad y diabetes en niños. La medida hizo reducir la venta de refrescos e un 6%, pero todavía se desconoce el impacto que ha tenido sobre la salud pública.

Inglaterra aplicará el impuesto a partir del 2018 y lo hará de forma escalonada, según el contenido calórico de los refrescos. Se estima, según las universidades de Oxford y Cambridge, que con la menor venta e ingesta por año, habrá 144 mil obesos y 19 mil diabéticos menos, y 269 personas mil evitarán visitar el dentista.

Así como la industria del tabaco en su momento, la de las gaseosas estuvo siempre dispuesta al contraataque y al fuerte cabildeo, patrocinando cientos de estudios, también de prestigiosas universidades y científicos, que auguran que el consumo de refrescos no interfiere en la salud del ser humano. Para muchos, ese fue un razonamiento inducido por las compañías de gaseosas.

Un artículo de la revista científica de Medicina Preventiva de EEUU reveló que Coca Cola y PepsiCo gastaron 96 millones de dólares entre 2011 y 2015 en campañas de relaciones públicas. Su intención fue mejorar la imagen de sus productos y neutralizar leyes que inducen a su menor consumo. Favorecieron a quienes debían influir o callar, a la Asociación de Diabetes, la Fundación de Investigación de la Diabetes Juvenil y la Sociedad Americana de Cáncer, entre otras.

Aunque todavía no hay certeza si un impuesto será efectivo para combatir la obesidad, el solo hecho que se debata sobre el tema está ayudando a estigmatizar a las gaseosas azucaradas y desincentivando su consumo. La industria de las bebidas ya muestra preocupación por la caída de las ventas, lo que es un buen síntoma.


Esta guerra se adivina de larga data pero es necesario ganarla. Sobre todo, cuando una sola lata de gaseosa contiene 9 cucharadas de azúcar, siendo que la OMS recomienda a los niños no ingerir más de 6 cucharadas al día, por concepto de todo tipo de alimentos, para tener una vida saludable.  trottiart@gmail.

junio 16, 2014

Este es el Mundial, pero de la corrupción

Si la FIFA fuera un país, Transparencia Internacional la habría ubicado en la lista de los más corruptos del planeta. El solo hecho de que la sede de Catar 2022 fuera vendida al mejor postor, aumenta la percepción de que en este Mundial decanta toda la podredumbre que viene carcomiendo al fútbol desde hace décadas.

Alrededor de la pelota nadie está exento de manchas. Gobiernos brasileños favorecieron a empresas que donaron fondos a campañas electorales, en lugar de usarlos para terminar estadios. En Catar los estadios se construyen con obreros migrantes sumidos en la esclavitud; mientras tanto, las empresas de indumentaria deportiva siguen procesadas judicial y públicamente por explotación laboral infantil.

Varios árbitros amañaron partidos en el Mundial de Sudáfrica y se teme que esa práctica continúe. Directores y futbolistas de varias ligas fueron suspendidos por apostar a favor o en contra de sus propios partidos o, más deshonroso aún, en contra de sus fanáticos. Representantes de jugadores hacen su propio partido traficando estrellas y manoseando contratos, como el de Neymar del Barcelona. Y como broche de oro, el mejor jugador del mundo, Lionel Messi, llega a los vómitos, sospechado de lavar dinero en partidos benéficos de su fundación, después que el año pasado tuvo que calmar al César con cinco millones de euros por evasión fiscal.

Lo de Messi es grave, mucho más que el caso de Maradona que se autodestruyó en lo personal a base de anfetaminas, verborragia y cocaína. Si se confirma lo de la Pulga, se trataría de una autodestrucción profesional, un intríngulis confuso y oscuro, donde están involucrados empresarios, parientes y narcotraficantes, lavando dinero en bancos del Caribe. Una defraudación doble - ilegal y moral - si se considera que la plata habría terminado en bolsillo propio y no en organizaciones de beneficencia, como originalmente se prometió al público que pagó entradas en Perú, Colombia y EE.UU. para verlo jugar.

Casos de deportistas a quienes sus padres malograron sus finanzas no sorprenden, son ejemplo las ex tenistas Steffi Graf y Arantxa Sánchez Vicario. Lo de Messi no está claro aún si el tema pasa por su papá o por una pesquisa fiscal oportuna para desbaratar su cabeza y las posibilidades argentinas.

Messi y su entorno tendrán que aprender que a esta altura de su carrera y fortuna, su salud deportiva depende más de la transparencia administrativa que de la preparación física. Una honestidad que lamentablemente no le enseñan los dirigentes de arriba, amparados por una FIFA que terminó siendo escudo y escondite para los corruptos.

La amañada institución, que ya hedía desde la época de Joao Havelange, ha contagiado y amparado corrupción en todas direcciones. Las primeras investigaciones indican que las sedes de Catar y de Rusia 2018, han sido producto de más de cuatro millones de euros repartidos en sobornos para comprar votos de miembros de asociaciones africanas y caribeñas. El caso ya hundió a algunos dirigentes, pero los peces gordos siguen en la corriente.

La presión es mucha y no es el calor el que hará que Catar (y tal vez Rusia) pierda la sede. Al presidente de la FIFA,  Joseph Blatter, se le está exigiendo una investigación exhaustiva y que muestre cabezas en vez de trofeos al término de este Mundial. Por suerte ya no son solo políticos y futbolistas los que piden transparencia, ahora la demandan Adidas, Visa y Sony, los grandes auspiciantes que no quieren asociar sus marcas al descalabro y al despilfarro.         

A este movimiento todavía no se han sumado otras multinacionales como Coca-Cola, Budwiser, Pepsi o Hyundai, tal vez porque el negocio del fútbol es eso, un gran negocio. Pero si al unísono cortaran los víveres a la FIFA, así como con autoridad les quitaron los auspicios a grandes deportistas por mala conducta, tal los casos de Lance Amstrong, Kobe Bryan, Tiger Woods y Alex Rodríguez, entre otros, seguramente obligarían a la FIFA a rectificar acciones.

A la FIFA se le pide ética y transparencia. Pero difícil será mientras esta no se desprenda de sus privilegios corporativos y no someta a sus agremiados a la justicia ordinaria. Nada cambiará en el fútbol si sigue considerando al soborno, la extorsión y el engaño por resultados como simples faltas éticas, en vez de delitos agravados.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...