Cuando la Organización
Mundial de la Salud (OMS) anunció en 2003 que emitiría un informe sobre lo
pernicioso del azúcar y de los refrescos azucarados, el entonces presidente
George W. Bush envió a Ginebra al ministro de Salud con un mensaje
recalcitrante.
Si la OMS osaba publicar el
informe, EEUU le quitaría los $406 millones de subvención al año. Pese a que el
informe buscaba reducir los índices de obesidad, la diabetes tipo 2 y otras
enfermedades del corazón que se habían disparado en todo el mundo, el informe quedó
tapado por el fuerte cabildeo de la industria alimenticia ante la Casa Blanca.
Aquella fue la primera
batalla perdida de la guerra contra el azúcar. La siguiente ocurrió en 2015, con
un contexto aún más grave, cuando la obesidad y sus enfermedades colaterales ya
se asumieron como epidemia, siendo una de las que más vidas cobra en el mundo y
la que fagocita los presupuestos de salud pública de cada país. Aquel año, la OMS
emitió un informe más contundente, estableciendo que el consumo de refrescos
azucarados aumenta en un 275% el riesgo de contraer enfermedades del corazón. A
diferencia del 2003, EEUU respaldó aquel estudio y adoptó restricciones contra
el azúcar y los carbohidratos refinados en su Guía de Pautas Dietéticas.
La batalla más reciente ocurrió
en octubre pasado. La OMS volvió a la carga, pero esta vez con una
recomendación más decidida, siguiendo pautas ya adoptadas en algunos estados y
ciudades estadounidenses. Propuso a los legisladores del planeta aplicar un
fuerte impuesto del 20% al consumo y fabricación de bebidas azucaradas, así
como antes se aplicó contra el tabaco y el alcohol.
La controversia fue
inmediata. La industria alimenticia alertó sobre la poca información
recolectada respecto a la incidencia de los refrescos en la salud, siendo que
en Nueva York y Filadelfia ese tipo de impuestos fue revertido. Por otra parte,
la discusión giró sobre si los gobiernos deben entrometerse en asuntos que
lindan con la libertad individual, al considerar que las personas tienen
derecho a consumir productos mientras no afecten la vida de terceros.
Pese a los apoyos y
desaires, en 2013 México fue el primer país en adoptar un impuesto del 10% sobre
los refrescos azucarados, una de las fórmulas para combatir los altos niveles
de obesidad y diabetes en niños. La medida hizo reducir la venta de refrescos e
un 6%, pero todavía se desconoce el impacto que ha tenido sobre la salud
pública.
Inglaterra aplicará el
impuesto a partir del 2018 y lo hará de forma escalonada, según el contenido
calórico de los refrescos. Se estima, según las universidades de Oxford y
Cambridge, que con la menor venta e ingesta por año, habrá 144 mil obesos y 19
mil diabéticos menos, y 269 personas mil evitarán visitar el dentista.
Así como la industria del
tabaco en su momento, la de las gaseosas estuvo siempre dispuesta al
contraataque y al fuerte cabildeo, patrocinando cientos de estudios, también de
prestigiosas universidades y científicos, que auguran que el consumo de refrescos
no interfiere en la salud del ser humano. Para muchos, ese fue un razonamiento inducido
por las compañías de gaseosas.
Un artículo de la revista
científica de Medicina Preventiva de EEUU reveló que Coca Cola y PepsiCo
gastaron 96 millones de dólares entre 2011 y 2015 en campañas de relaciones
públicas. Su intención fue mejorar la imagen de sus productos y neutralizar
leyes que inducen a su menor consumo. Favorecieron a quienes debían influir o
callar, a la Asociación de Diabetes, la Fundación de Investigación de la
Diabetes Juvenil y la Sociedad Americana de Cáncer, entre otras.
Aunque todavía no hay
certeza si un impuesto será efectivo para combatir la obesidad, el solo hecho
que se debata sobre el tema está ayudando a estigmatizar a las gaseosas azucaradas
y desincentivando su consumo. La industria de las bebidas ya muestra preocupación
por la caída de las ventas, lo que es un buen síntoma.
Esta guerra se adivina de
larga data pero es necesario ganarla. Sobre todo, cuando una sola lata de
gaseosa contiene 9 cucharadas de azúcar, siendo que la OMS recomienda a los
niños no ingerir más de 6 cucharadas al día, por concepto de todo tipo de alimentos,
para tener una vida saludable. trottiart@gmail.
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