El discurso xenófobo de
Donald Trump fue mucho más que un ataque directo a los inmigrantes mexicanos. Fue
también un atentado indirecto contra todas las minorías étnicas que conviven e
hicieron de EEUU un país plural y diverso.
Sus insultos al calificar de
traficantes de drogas y violadores a los mexicanos mientras anunciaba su
candidatura a la Presidencia, no cayeron en buen momento. Cortaron de cuajo un
debate profundo sobre los símbolos racistas que reflotaron tras la reciente
masacre de nueve afroamericanos en una iglesia en Charleston, Carolina del Sur.
Trump es rico, arrogante y
boquiabierto, características mediáticas que lo entronaron en la cultura pop
estadounidense como al expresivo Cassius Clay o la plástica Kim Kardashian. Hasta
ahora, con una lengua sin tapujos y convertido en fiscal social, gozaba de cierta
empatía popular para criticar a cualquier candidato que no apoyara el libre
mercado o para desafiar a Barack Obama a que muestre su partida de nacimiento.
Pero en su papel de
candidato las cosas cambiaron. Pasó de fiscal público a que el público lo fiscalizara.
En esta órbita el peso de las palabras tiene mayor peso y le pasaron factura. De
ahí que sus insultos, que los lanzó superficialmente como si estuviera en la
ficción de reality show El Aprendiz,
chocaron con la realidad, con una catarata de desagravios que mellarán su posibilidad
electoral y su bolsillo.
Pese a que los sondeos pos insultos
realizados por CNN todavía lo mantienen como segundo aspirante detrás de Jeb
Bush entre los 13 candidatos republicanos, su error de cálculo le está restando
popularidad a futuro. En especial, por una catarata sin fin de censuras y
boicots a su imagen y negocios, a la que se suman empresas, celebridades y
personas de todos los calibres y colores.
Las cadenas Univisión y NBC fueron
las primeras en romper los contratos para la televisación de sus concursos Miss
Mundo y Miss Universo. Televisa y el mexicano segundo más rico del mundo,
Carlos Slim, también anunciaron la cancelación de negocios con Trump. Casi un
millón de firmas obligaron a la cadena de tiendas Macy’s a ser políticamente
correcta y dejar de vender sus corbatas y camisas. Y a la batahola de
reprimendas del público en Facebook, Twitter e Intagram, se le sumaron desde
Jay-Z a Ricky Martin y Shakira. Así como aquel balde de agua helada que todos
se echaron por la campaña contra la esclerosis múltiple, nadie quiso perder la
oportunidad de despegarse de Trump y sus agravios.
Trump fue poco inteligente.
Cerró las puertas de su candidatura al voto hispano que componen 56 millones de
personas, la primera minoría del país, y desdeñó la fuerza de una comunidad que
junto a la afroamericana y la asiática, aportó 3.400 billones de dólares a la
economía en 2014. Difícilmente alguien puede llegar a la Presidencia sin este
botín que desvela a demócratas y republicanos por igual, y que sabiamente usó Obama
para ganar sus dos presidencias.
Lo más lamentable, sin
embargo, es que los insultos de Trump desviaron la atención sobre un rico
debate que se había instalado en la sociedad. El racismo, sus símbolos y la
tenencia de armas son temas recurrentes en la cultura estadounidense cada vez
que un afroamericano es apaleado o peor, como en este caso, que nueve fueron
asesinados por Dylan Roof, un blanco al que prefieren llamarlo supremacista y
no lo que es: terrorista.
Los feligreses de la iglesia
en Charleston ya habían sido testigo de otros desmanes, pero ninguno de esta
envergadura, obligándolo a Obama a hablar del racismo que todavía “forma parte
del ADN de este país”. Aunque el presidente está construyendo su legado, sabe
que varias de sus asignaturas seguirán pendientes y que no logró sepultar los
sentimientos racistas.
Tal vez lo único que logró Charleston,
es que se haya desterrado de los mástiles oficiales la bandera confederada, esa
insignia de emancipación de los estados del sur que se desdibujó en símbolo de
esclavitud y superioridad racial adoptado por los supremacistas blancos.
El discurso nacionalista y racista de estos supremacistas como Trump no se compadece con la evolución que EEUU ha demostrado tras elegir al primer presidente negro de su historia. Por eso, así como él lo hace en El Aprendiz, hay que imponerle sus mismas palabras: ¡Está despedido!
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