Francisco desembarcó en
América Latina con un mensaje evangelizador, más que nunca provocador y cargadamente
político. Cada gobierno y sector lo interpretó a su gusto y conveniencia.
Como activista empoderó a
los pobres y marginados. “No se achiquen”, les dijo, pidiéndoles que se
organicen y buscar alternativas creativas para ganar “tierra, techo y trabajo”.
Ordenó amar a la pachamama, respondiendo a las atrocidades ecológicas que denunció
en su encíclica Laudato si’. Condenó el servilismo al dinero y habló pestes del
capitalismo, un sistema que “ya no aguanta”.
Como evangelizador pidió
perdón por los crímenes de la Iglesia a los pueblos originarios durante la
conquista de América. Reclamó a los católicos a no caer en “el alzheimer
espiritual” y retó a otras denominaciones cristianas a no disfrazar evangelización
con proselitismo para conseguir fieles.
Como político desafió a Bolivia
y Chile a dialogar por la salida al mar, así como antes logró sentar a Cuba y
EEUU a la mesa de negociación. Se mostró satisfecho por los avances sociales de
los gobiernos de Rafael Correa y Evo Morales, aunque reclamó por el “afán de
liderazgos únicos”; pidió alejarse de sectarismos y propuestas cercanas a
dictaduras; a no confundir “unidad por uniformidad”; y denunció la merma de
libertades, la falta de diálogo y el control desmedido.
Fueron las frases más
contundentes y directas en contra de muchos líderes que siguen generando
divisiones políticas, excluyendo y persiguiendo a todos aquellos que no comparten
su visión de país. Pero creo que a Francisco le faltó ser más directo y
frontal, ya que Correa y Morales, más preocupados de que sus aparatos de
propaganda aprovecharan cada una de sus frases, ni se dieron por enterados.
Hubiera preferido un Francisco
más específico; que denunciara los tres pecados capitales que desangran a
Latinoamérica: Abuso de poder, corrupción y clientelismo. Lo hubiera preferido más
enérgico y enojado para cantar las cuarenta, de la misma forma cuando diferenció
pecados de delitos y sacó a los corruptos del Vaticano o arrojó a los curas
pedófilos a la justicia ordinaria.
Que Correa y Morales hicieron
más que gobiernos anteriores para reducir la pobreza e incluir a los marginados
históricos, es cierto. Pero acaso ¿no es ese el deber de un gobierno? ¿Es que
tanto se ha descompuesto el papel del Estado, que hay que alabar a aquel que
genera bienestar, desarrollo y bien común, como lo exigen las constituciones y
se promete en elecciones?
Correa y Morales, así como
otros populistas del peronismo kirchnerista, del orteguismo sandinista y del
madurismo chavista, abusan del poder. Se están eternizando a costa de reformas
constitucionales retorcidas, elecciones manipuladas, oposición amordazada y
justicia secuestrada. Todo ello les permite gobernar con impunidad, pese a la alta
dosis de corrupción en la que viven. No se pueden tolerar estas prácticas,
justificando que gobiernos de derecha anteriores fueron peores.
Mediante prácticas corruptas
disfrazadas de Robin Hood, muchos gobiernos meten la mano en la lata usando
fondos de la recaudación impositiva para crear grandes aparatos con los que hacen
clientelismo desvergonzado, no obra social. Si esa danza de miles de millones
fuera canalizada para crear obra e infraestructura pública, más fácil sería
alcanzar ese círculo virtuoso de la economía y lograr el objetivo de “tierra,
techo y trabajo” que reclama Francisco.
El clientelismo no es más
que un espejismo de bienestar. A la larga, solo sirve para aceitar maquinarias
electorales y redoblar los abusos de poder. Doblan la apuesta pisoteando las
libertades de expresión y de prensa, se atribuyen la propiedad de la verdad y
usan gigantescos sistemas de propaganda para manipular la opinión pública.
Ese
círculo vicioso en el que se retroalimenta la corrupción fue denunciado esta
semana por Leandro Despouy, después de auditar por 12 años al kirchnerismo desde
la Auditoría General de la Nación. Puso de ejemplo los programas retorcidos de Sueños
Compartidos y Fútbol Para Todos.
Ojalá Francisco cierre su gira en Paraguay con severas críticas a la corrupción y que advierta que en vez de jugar a Robin Hood, los gobiernos tienen la obligación de crear bienestar para todos, sin distinciones.
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