marzo 15, 2017

La economía creativa, la otra industria de Miami

La noción de que Miami sobresale y atrae al mundo entero por lo más relevante de su ADN - industria turística, maquinaria del entretenimiento y lujosos proyectos inmobiliarios – es verdadera y en continuo auge.

Sin embargo, esa es la parte visible del témpano. Debajo de la superficie está creciendo otra industria, la de la creatividad, buscando catapultar a la adolescente Miami hacia la adultez de urbes como Nueva York, Los Ángeles y Boston.

No significa que Miami desdeña su industria hospitalaria, pero la aprovecha para abrazar otras disciplinas que le pueden aportar más desarrollo y progreso. Un estudio de la Universidad Internacional de la Florida ensalza a la Clase Creativa - 642 mil empleos o un 26% de la fuerza laboral del sur de la Florida – sector definido como el que aporta trabajo intelectual en áreas de la salud, ciencias, tecnología, leyes, educación, prensa, banca y finanzas.

El estudio compara a Miami con otras 52 ciudades de más de un millón de habitantes que albergan 42 millones de empleos de la Clase Creativa, a la que  califica de motor clave del crecimiento y la prosperidad de una comunidad. En Miami el área de la salud aporta 154 mil empleos; banca y finanzas, 136 mil y educación, 118 mil empleos.
El informe centra la mayor debilidad en el sector tecnológico, donde se apuntan 46 mil empleos, lejos de otras ciudades como San Francisco, Boston y Nueva York que han sabido emular la fórmula inversionista-impositiva del Valle de Silicón. Pero resalta los 43 mil empleos en deportes, artes y arquitectura, destacando el impulso que atrajo la feria de Art Basel y obras de arquitectos de renombre como Frank Gehry. Asimismo, recomienda a Miami mejorar sus ofertas en salud y educación, convirtiéndolas en disciplinas for export.

El informe apareció esta semana en un momento justo para mitigar controversias de la industria turística, la que no por ser exitosa, está en armonía. 2016 atrajo récord histórico de visitantes a Miami, pero con ciertos disgustos. La oficina gubernamental Visit Florida se vio envuelta en un conflicto legal y ético tras pagar un millón de dólares al rapero miamense de origen cubano Pitbull, para promocionar las playas de Miami. Muchos piden la disolución de la oficina en la creencia de que el gobierno no debe subsidiar con el dinero de los contribuyentes lo que le corresponde al sector privado. Otros creen que gastar en promoción turística sobre Miami es como vender heladeras en la Antártida.

El conflicto mayor, sin embargo, es entre la industria hotelera y los políticos contra Airbnb, el sistema de alquiler temporal que tiene a más de cinco mil vecinos anfitriones en Miami y Miami Beach y que en 2016, solo en Miami, hospedó a más de 140 mil turistas.

Miami va camino a imitar a Miami Beach. Propone multas de 20 mil dólares a los vecinos que alquilen sin permiso. Las autoridades argumentan que los alquileres temporales a turistas arruinan la vida en vecindarios y edificios, y con ello se reduce el precio de las propiedades y se encarecen los alquileres para los residentes estables. 
Sobre el argumento de vecinos y Airbnb al derecho a disponer del mejor uso de la propiedad, los hoteleros reclaman competencia desleal ante la carga impositiva y las regulaciones que ellos deben cumplir.

El conflicto está lejos de ser solucionado, pero seguro que se encontrará un resquicio así como con Uber, sistema de taxi privado resistido en su origen. La industria, empero, aporta otros bálsamos. Esta semana, Royal Caribbean anunció la construcción de una nueva terminal de cruceros en el Puerto de Miami. La inversión de 247 millones de dólares creará cuatro mil nuevos empleos, los que se sumarán a los 10 mil que generará el American Dream, el mall más grande del continente que se empezará a construir en el barrio Miami Lakes, con cancha de esquí alpina incluida.

Lo positivo del informe universitario es que descubre ese otro Miami debajo de la superficie. Una introspección que deberían hacer todas las ciudades para saber cómo proyectarse hacia el futuro. Ni a Miami ni a cualquiera otra urbe le es suficiente depender de una sola industria por más robusta que ella sea. Deben complementarla con la pujanza de la economía del conocimiento. trottiart@gmail.com


marzo 04, 2017

Trump más presidencial; pero falta transparencia

Donald Trump no dijo nada diferente ante el Congreso de lo que había sostenido hasta ahora. Pero lo expresó en un tono distinto. Más mesurado y conciliador. Menos arrogante y convulsivo que en sus primeros 40 días de gobierno.

Su estilo de martes en la noche sorprendió y ganó audiencia. Fue tal el cambio de tono que sus críticos más acérrimos de la CNN y los más indulgentes de FoxNews, coincidieron. Entró al Congreso como candidato y salió convertido en Presidente.

En la tarde ya se avizoraba el cambio. Trump subrayó que se daba la más alta calificación por lo que había hecho y logrado, pero casi un aplazo por no haber sabido comunicar su mensaje. La disfrazada humildad exultaba confianza por un discurso que sabía tendría alto impacto.

El estilo diferente le permitió hablar de lo mismo sin producir los retorcijones acostumbrados. Insistió con una agresiva política anti inmigratoria, terminar con la “corrupción del pantano”, hacer una profunda reforma impositiva, acabar con el Obamacare, crear empleos, producir made in USA y construir puentes y caminos.

Los demócratas ni aplaudieron ni coincidieron, pero tampoco se sintieron satirizados como otras veces. Debieron asentir por políticas a favor de la mujer, de las minorías y por un gesto de manso nacionalismo que hasta sorprendió a gobiernos extranjeros que siempre sintieron el peso de un Washington avasallante: “Mi trabajo no es representar al mundo, sino representar a EEUU”.

Más allá de que la narrativa fue la misma, queda así comprobado que el cambio de tono al expresar las palabras hace la diferencia; minimiza divisiones y despolariza. Los legisladores demócratas igualmente creen que existe profunda divergencia entre los dichos de Trump y sus acciones. El pecado no es nuevo. También se acusaba a Barack Obama de lo mismo. Era un maestro de la oratoria mesurada. Declamaba transparencia, pero su Presidencia fue restrictiva en información pública; persiguió a funcionarios soplones y espió a extranjeros; abrazaba a musulmanes y latinos, pero deportó a millones como ningún otro presidente del pasado.

Cambiado el tono, lo que ahora importa es la esencia del discurso y que sus palabras no estén peleadas con la verdad.

El ruido generado por el tren Rusia, de no ser disipado a tiempo y con transparencia puede descarrilar su Presidencia. La renuncia de Michael Flynn, asesor de Seguridad Nacional y la inhibición del Fiscal General, Jeff Sessions, para no involucrarse en las investigaciones criminales sobre las influencias rusas en la campaña electoral, son síntomas que pueden tirar todos sus logros por la borda.

Los demócratas y los servicios de inteligencia se la tienen jurada, buscarán la verdad hasta debajo de las piedras. No olvidan que la ciber inteligencia rusa denunció el tráfico de influencias en su partido y desmoronó la campaña de Hillary Clinton.
La prensa también está obstinada con la verdad. La “enemiga del pueblo” seguirá fiscalizándolo sin piedad y obteniendo filtraciones de inteligencia como las que terminaron por demostrar el acercamiento de los funcionarios y de su yerno Jared Kusher con el embajador ruso, Sergei Kisliak.

En este forcejeo entre Trump y la prensa que se acusan de generar noticias falsas y de inexactitudes por igual, cada uno responde con sus mejores armas. Trump despotrica en sus discursos y tuits, mientras la prensa investiga, denuncia y critica.

Durante la politizada y fallida noche de los Oscars, el New York Times publicó un spot televisivo tajante. En fondo blanco con letras negras, con la búsqueda de la verdad como título, ironizó las “verdades” de Trump con varias frases. “La verdad es que tenemos que proteger nuestras fronteras” o “la verdad es que las celebridades deberían mantener la boca cerrada”. Tras una docena de ironías similares sobre esta agitada etapa política, el mensaje final en defensa del buen Periodismo, el spot sostuvo: “La verdad es difícil de encontrar… de saber… y es más importante que nunca”.

En definitiva, hay dos cosas sobre la mesa. Una es de estilo y Trump tiene la opción de construirse como Presidente con un tono mesurado que invite al diálogo. La otra es de fondo y no tiene opción: Tiene la obligación de apegarse a la verdad y a la transparencia. trottiart@gmail.com


febrero 25, 2017

Trump y los adjetivos (des)calificativos

Dudo de los que usan adjetivos calificativos en forma constante. Desconfío aún más de los que abusan de esos adjetivos, porque tienden a exagerar, manipular o a enmascarar la realidad.

Desconfío del presidente Donald Trump. Muchos de sus discursos y acciones están teñidos de un gran repertorio de calificativos, usado indistintamente para ensalzar o degradar personas y situaciones.

A diferencia de los sustantivos que sirven para describir la realidad, los adjetivos inducen sensaciones o crean imágenes que son interpretadas en forma subjetiva por cada individuo, según sus experiencias y prejuicios. Por ejemplo, “un gran perro” se presta a suposiciones sobre el tamaño o la cualidad del animal o “mucha corrupción” despierta preguntas sobre qué nivel de podredumbre existe. Sin embargo, “un Dálmata de 80 cms. de altura” o “Odebrecht sobornó a Alejandro Toledo con 20 millones de dólares”, son descripciones objetivas que no dan lugar a conjeturas.

El vocabulario acotado pero emotivo de Trump es riquísimo en crear imágenes.  Ensalza virtudes como con el eslogan “Devolver la grandeza a América” o para enaltecer a sus allegados, “mi gabinete es el mejor de la historia”. Al mismo tiempo ofende con epítetos y debilidades que reitera hasta convertirlos en nuevas imágenes. Desde la campaña hasta la actualidad, viene apodando a sus adversarios. Bautizó a Hillary de “Debilucha”; le dijo “pequeñito” a Marco Rubio; “miente, miente y miente” dijo de Ted Cruz  y “no tiene energía” indicó sobre Jeb Bush. A los mexicanos los calificó de violadores y asesinos”; a la prensa de “basura, parcializada y deshonesta”, y a la CNN, el Washington Post y el New York Times, los apodó de “enemigos del pueblo”.

Después de los desprecios de Trump contra la prensa, su colega de partido, el senador John McCain afirmó: “Cuando miras la historia, lo primero que hacen los dictadores es reprimir a la prensa”. McCain no necesitó mirar lejos hacia atrás. La historia reciente de América Latina ha demostrado el peligro que conllevan los adjetivos calificativos cuando son utilizados desde el poder. El eslogan de los Kirchner sobre “Clarín miente”; el de “apátridas” que lanzaba Hugo Chávez a los periodistas; las demandas millonarias de Rafael Correa contra los “pelucones” de El Universo; así como las listas negras de medios que mantenía Alberto Fujimori, confirman la ecuación de McCain: Más persecución a la prensa, menos democracia.  

Antes de tomar medidas concretas contra sus adversarios, los autoritarios suelen primero descalificarlos para generar empatías en la población. Las calificaciones de “enemigos del pueblo” a la prensa en aquellos países valieron de excusa para crear “leyes correctivas” como la de Medios en Argentina, de Responsabilidad Social en Venezuela y de Comunicación en Ecuador. Solo sirvieron para legitimar la censura oficial y proteger a los gobiernos de las críticas y las denuncias por corrupción.

Es improbable que Trump pueda pasar a los hechos. En EEUU existen contrapesos y la Corte Suprema defiende la Primera Enmienda constitucional a rajatabla, una figura que prohíbe dictar leyes en contra de las libertades, entre ellas las de prensa y expresión.
Más allá de que no pueda hacer mucho, preocupan sus intenciones. Durante  la campaña dijo que modificaría las leyes de difamación para demandar y castigar a los medios con grandes sumas de dinero. También su campaña y el Partido Republicano crearon una “encuesta de responsabilidad de los medios de comunicación” en la que insinuaban que la prensa atacaba injustamente al candidato. Viendo esto en retrospectiva, no es casual que su retórica haya evolucionado hasta calificar a los medios como “enemigos del pueblo”.

Así como en el sur, los ataques de Trump contra la prensa le sirven para tapar la realidad y evitar conversaciones sensibles. Acusa a los medios de ser usina de “noticias falsas” con la intención de generar dudas sobre todas las noticias y así disimular los desbarajustes con Rusia o no revelar sus declaraciones de impuestos.


El bullying presidencial no es novedoso, pero sí preocupante en este caso. Proviene del Presidente de un país que debe tener cierto comportamiento y liderazgo; una vara de medición que tienden a usar sus colegas del mundo democrático. trottiart@gmail.com

febrero 18, 2017

Odebrecht: Todos salpicados

Las justicias de Brasil y EEUU revolearon la media en el caso Odebrecht y salpicaron a medio mundo. Muchos son los gobiernos, presidentes y funcionarios en América Latina que fueron embardunados por los sobornos de la constructora brasileña.

Desde que Marcelo Odebrecht y 77 de sus ejecutivos decidieron confesar y delatar a quienes sobornaron para ahorrarse unos años de condena, se pronostica un efecto cascada que arrasará con varios gobiernos de los 12 países donde mantenía su esquema de corrupción para adjudicarse obras públicas.

Entre tanta podredumbre encubierta, lo positivo del destape provocado por la Justicia brasileña, es que incentivó la cooperación judicial internacional, que se compara a lo que EEUU motivó con las acusaciones en contra de la FIFA, las que ayudaron a barrer gran parte de la suciedad en el fútbol.

Esta semana en Brasilia se reunieron fiscales de 15 países para coordinar medidas que les permitan mayor rapidez y eficiencia para encausar a quienes resulten delatados por las “confesiones del fin del siglo”, apodo que la prensa le dio a las revelaciones de los 77 ejecutivos, apenas termine el secreto de sumario. Los primeros coletazos concretos fueron de los fiscales de EEUU. Señalaron esquemas de lavado de dinero, empresas fantasmas y nombres de quienes fueron favorecidos por la oficina Sector de Operaciones Estructuradas de Odebrecht, desde donde se originaban los sobornos, de los cuales, 320 millones de dólares fueron destinados a las maquinarias electorales de la región.

Odebrecht ya pagó 3.500 millones a Brasil, Suiza, EEUU, República Dominicana, Perú y Panamá para seguir operando y pagar el salario a sus 168 mil empleados. Sin embargo, las multas no exonerarán a nadie. La prueba es que la Fiscalía peruana esta semana ordenó la captura, recompensa mediante, del ex presidente Alejandro Toledo que habría embolsado 20 millones de dólares, delito que también se les imputa a sus colegas Alan García y Ollanta Humala.

El caso peruano, así como los señalamientos contra el presidente brasileño Michel Temer, su colega, la destituida Dilma Rousseff y el ido a menos Lula da Silva, hace que gobiernos y ex dirigentes en Argentina, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, República Dominicana, Panamá y Venezuela, pongan sus barbas en remojo.
En los próximos meses se verá a muchos buscando abogados defensores y a partidos políticos y empresas inventar conspiraciones internacionales para escudar a los suyos. Lo importante es que la internacionalización de los delitos permite menos escudos y las justicias locales (al menos las que tienen cierto grado de independencia) se sentirán más libres y comprometidas para acabar con la impunidad, el principal escollo que debe superar América Latina, como señaló Transparencia Internacional en su informe de 2016.

A la impunidad y la corrupción se le suma el terrorismo y el narcotráfico como los desafíos importantes de la región. La Justicia de EEUU observó todos esos vicios reunidos en una sola persona, el vicepresidente de Venezuela, Tareck El Aissami. Lo incluyó esta semana en la Lista Kingpin, acusándolo por su “significativo papel en el narcotráfico internacional”, y trabándole su fortuna de 3 mil millones de dólares, cientos de ellos invertidos en empresas y edificios en el área de Miami.

Era previsible que el presidente Nicolás Maduro terminaría acusando al imperio de entrometerse en la soberanía nacional. Antes argumentó la misma defensa por sus sobrinos enjuiciados por narcotráfico ante tribunales de Nueva York y por las acusaciones en el mismo sentido que la prensa internacional hizo contra Diosdado Cabello, quien lo secundó en el poder hasta hace poco. Sin mucha credibilidad y apresado en su propio narcoestado, Maduro esta vez cortó el hilo por lo más delgado. Ordenó prohibir la señal de CNN en Español, acusando a la cadena de hacer “propaganda de guerra” imperialista.

La historia de Odebrecht ojalá ratifique el dicho de que no hay mal que por bien no venga. Es de esperar que el mal producido, sirva para crear buenos antídotos contra la impunidad y la corrupción. Leyes más severas, más independencia y recursos para los sistemas judiciales, sistemas de cooperación internacional y mayor transparencia se hacen herramientas obligatorias. trottiart@gmail.com

febrero 11, 2017

Donald Trump, fuente de inspiración

La locomotora Donald Trump tiene a medio mundo a la defensiva. Sus medidas son controversiales y su personalidad avasalla. Pero para quienes se ganan la vida con la parodia y la sátira, el magnate devenido en Presidente no es intimidante, sino fuente de rica inspiración.

Comediantes y caricaturistas políticos están en su mejor primavera. Hace rato que una personalidad de tan alto nivel, no apiñaba tantos atributos juntos para la mofa: Peinado caricaturesco; actitud enérgica, dominante e intempestiva y  declaraciones tan fuertes como jocosas y delirantes.

Trump despierta creatividad copiosa. Ataca, contraataca, se desdice, alaba con adjetivos de novela barata y ataca de nuevo con epítetos y naturalidad asombrosa. En sus primeras semanas tiró dardos a medio mundo. Calificó a migrantes latinos de asesinos, a musulmanes de terroristas, a periodistas de deshonestos y a espías de falsear noticias. No recibió al presidente mexicano, le cortó el teléfono al primer ministro australiano, calificó de aburrida al canciller alemán y al juez federal que paró en seco las visas de entrada para refugiados, lo responsabilizó por cualquier atentado que suceda en el país. Criticó a la CIA y a la OTAN; luego les tiró flores, culpando a los medios por descontextualizarlo.

Todo este cambalache presidencial es munición e inspiración para los comediantes. El programa Saturday Night Live hace décadas que satiriza con astucia a los políticos, pero nunca tuvo ratings tan sostenidos como ahora con el excepcional Alec Baldwin en el papel de un tozudo y aniñado Trump. Este domingo reaparecerá en HBO el comediante John Oliver con Last Week Tonight, sabiéndose que por su origen inglés deparará bromas por su posible deportación y contra el slogan trumpiano de America First.

Trump aparenta a ser de teflón ante las críticas y protestas que generan sus medidas, así sea de mujeres enojadas o inmigrantes rechazados. Pero para quien siempre ha cuidado cada detalle de su imagen y marca personales, desde la recepción de hoteles y edificios hasta los complejos de golf que llevan su nombre, le resulta difícil asimilar ataques directos a su peinado, a su forma de hablar o las parodias contra sus allegados en el Gabinete.

Prueba de ello fueron sus tuits contra Baldwin, del mismo calibre que le prodigó al gobierno de Irán por sus pruebas balísticas. Esa reacción desproporcionada también la tuvo contra Melisa McCarthy, actriz comediante que se hizo un festín con el vocero presidencial Sean Spicer, en un sketch hilarante, en el que lo parodió en una conferencia de prensa por sus defensas elípticas de las metidas de pata del Presidente.

Trump puede amilanar a muchos, pero los comediantes, siempre a la caza de defectos y debilidades, usan los ataques para redoblar la apuesta. Para los caricaturistas políticos, que usan un humor más burlón e irreverente, también es un lienzo en blanco para mensajes que en pocos trazos dicen mucho. El más potente fue la tapa de la revista alemana Der Spiegel esta semana. Un comic de Trump sostiene la cabeza de la Estatua de la Libertad, todavía sangrante, a la que acaba de degollar.

La sátira, que hace un paralelo de Trump con los extremistas islámicos y ridiculiza su política antinmigrante, generó varias amenazas contra el caricaturista Edel Rodríguez, un refugiado cubano que llegó a EEUU con el éxodo del Mariel. Aunque para sorpresa, la ilustración no generó la controversia de la caricatura del New York Post que ridiculizó a Barack Obama como un chimpancé asesinado a tiros por la policía. Tampoco incentivó la violencia que ocurrió con los periódicos daneses o la revista francesa Charlie Hebdo, por mofarse de Alá.

Más allá de las características y el contexto, la ventaja de la parodia y la sátira políticas es que no están limitadas por la realidad y la autenticidad como los géneros tradicionales del Periodismo. Explotan la exageración, el sensacionalismo y el impacto, los mismos atributos que Trump maneja con destreza.

Esta igualdad de propiedades excesivas que comparten Trump y la burla política, quizás sea el antídoto que termine por controlar y serenar al Presidente, algo que todavía no han logrado otros presidentes, jueces, periodistas ni dirigentes de la oposición. trottiart@gmail.com


febrero 04, 2017

El Periodismo y la sabiduría convencional en la era Trump

Si el periodismo se deja arrastrar por lo políticamente correcto y se tienta por adular a una mayoría de ciudadanos e instituciones que han convertido en pasatiempo nacional y mundial las críticas contra Donald Trump, corre el riesgo de cometer el mismo error que durante las elecciones: No apreciar toda la realidad.

Desde que el periodismo tradicional se volvió más interpretativo, desdibujando la línea divisoria entre hechos y opiniones, muchos periodistas y medios relegaron su tarea de fiscalizar con denuncias sustanciadas en los hechos, por la de acusar y confrontar al poder con opiniones, una actitud a veces rayana al activismo.

Las opiniones no son malas, sí su exageración. No suelen tener todo el contexto ni todos los ángulos y fácilmente se alinean a la sabiduría convencional, aquellas ideas o conceptos que se creen verdaderos hasta que la realidad demuestra lo contrario. Sirve de ejemplo el vaticinio de que Trump perdería las elecciones o el fin de la supremacía económica de EEUU tras la crisis financiera de 2008.

Tampoco es fácil reportar hechos y no opinar sobre Trump. Hasta quienes pretenden defender sus políticas se ven traicionados por la catarata de tuits  altisonantes, decretos y anuncios rimbombantes. Si a su verborragia le bajara decibeles, muchas de sus medidas no generarían tanta controversia. Pero le divierte su estilo de sensacionalismo televisivo. Cuando la gente y la prensa se enfrascan en discusiones sobre el aborto, el muro, la nominación de un juez o una pulseada con Irán, él pega un viraje con algo más impactante y deja a todos con la palabra en la boca y desorientados. De ahí que las conversaciones que generó en sus primeros días, parecieran del siglo pasado.

Esa desorientación pone a los medios a la defensiva, a reaccionar por todo, perdiendo neutralidad y balance. A muchos Trump se les vuelve una cuestión de piel y le critican todo, ya sea que amoneste a Rusia por abusos en Crimea o a Israel por asentamientos en Palestina. Con la restricción temporal a inmigrantes de siete países pasa lo mismo, habiéndose despertado una crítica sin todos los ángulos. Ahora se muestra a los ejecutivos de Facebook, Google y Netflix sensibilizados por la crisis humana de los refugiados, cuando lo que venían pidiendo eran más visas para contratar a inmigrantes con talentos especiales.

El problema es que cuando la confrontación es constante y las opiniones prevalecen sobre los hechos o las críticas tienen la misma intensidad sin diferenciar lo esencial de lo trivial, el público pierde confianza en los medios, pese a que se muestre tan entretenido como un grupo de hombres mirando el desfile de Victoria Secret. Las críticas como deporte las retrató bien una sátira del programa Saturday Night Live el sábado pasado. Unos actores que hicieron de analistas de CNN, opinaban sobre temas tan distintos como el muro, las relaciones Trump/Putin o su falta de cariño a la ahora desaparecida Melania, pero lo hacían usando las mismas palabras, solo cambiando el tono de la voz.

El académico Tom Rosentiel lo dibujó muy bien al hablar del papel del periodismo como perro guardián. No se necesita que ladren a cada auto dijo, sino que le ladren a lo esencial. Rosentiel cree que en épocas turbulentas como la actual se deben diferenciar las noticias de las opiniones. El Centro de Investigación Pew sobre Medios respalda su posición. Un sondeo reveló que un 69% de la gente quiere que la prensa se encargue de verificar la información, que se denuncien las mentiras de los funcionarios, pero que también se le presenten los hechos sin interpretación.

El desafío es mayúsculo en época de crisis y polarización como esta, en la que se han acuñado nuevos términos como post verdad, hechos alternativos y noticias falsas. Para combatir esta tendencia, también el público debe estar abierto a escuchar otras tendencias, perspectivas y no quedarse en la comodidad de escuchar y leer solo lo que sintoniza con su opinión.

El periodismo debe seguir siendo contrapeso o abogado del diablo de las mayorías, exponiéndole los puntos de vista y las voces de las minorías. Tiene que alejarse de la sabiduría convencional y regresar a sus fuentes: Investigar con rigurosidad, denunciar con precisión e iluminar con altura. trottiart@gmail.com


enero 27, 2017

México abofeteado, aturdido y humillado

Las mañanitas ya no son tan lindas en México desde el alud Donald Trump. Desconcertados y aturdidos como boxeador cayendo por nocaut, los mexicanos no entienden porque les llueve tanta hostilidad gratuita desde el norte.

Aquí en México, donde me encuentro de visita, las bofetadas a golpe de tuits sorprenden al lustrabotas como a la ama de casa. Los adagios “del dicho al hecho hay largo trecho” y “perro que ladra no muerde” eran el mecanismo de defensa de un país que creyó, hasta esta semana, que las hostilidades antiinmigrante y la construcción de un muro, solo habían sido una estrategia electoral.

A horas del decreto firmado para construir el muro y la promesa de Trump que México pagaría por él, se terminó la incertidumbre que conllevaban las amenazas. Ante el hecho consumado, ya no importa la construcción de la valla, que al fin y al cabo, también evitará el tráfico de armas que se origina desde el norte. Lo que duele es la humillación de un pueblo que no siente que haya provocado grandes males, para que se le pague con medidas tan desproporcionadas, insultos y agresividad que vale para pueblos en guerra.

Duele el irrespeto de una estridente diplomacia trumpista a fuerza de tuits que ridiculiza a cualquiera sin preocupación por las consecuencias. El presidente Enrique Peña Nieto no tuvo otra opción. Canceló su visita prevista para el martes próximo luego que Trump lo destrozara por Twiter: No aparezcas si no estás dispuesto a costear el muro.

Políticos, académicos y la gente dividieron posiciones sobre si convenía el viaje de Peña Nieto. Lo criticarían si iría o no y lo hicieron cuando canceló “porque se tardó mucho en decidir”. Hacer leña del árbol caído no fue difícil con alguien con tan solo 12% de popularidad.

Más allá de la política, las peores consecuencias se sienten en la economía. Los tuitazos de Trump anunciando indistintamente que cobrará aranceles del 20% a los productos mexicanos, que impondrá tasas a las remesas familiares, que penalizará a las compañías americanas que sigan fabricando o ensamblando autos en el país o que renegociará a su favor el tratado de libre comercio de América del Norte, desinflaron las reservas en 3.000 millones de dólares, desplomaron los índices bursátiles, devaluaron el peso y generaron una espiral ascendente de inflación.

Lo asombroso es que, a diferencia de otros políticos, Trump está cumpliendo las promesas que hizo en campaña. Lo hace, además, con una prédica nacionalista y el favor de unos sindicatos que solían alinearse con los demócratas. Sumado a esta sorpresa y subversión del orden político, aturde con medidas tan rápidas como lo que tarda en escribir un tuit. Fue humillante para los funcionarios de avanzada de Peña Nieto que discutían con su yerno Jared Kushner algunos puntos de encuentro, saber que en el mismo instante en el salón contiguo, Trump firmaba el decreto por el muro. Lo mismo hizo con los Obama. A minutos de despedirlos en el helicóptero de retirada, entró al Salón Oval y firmó con desparpajo el comienzo del fin del Obamacare, un plan que Obama tardó años en construir.

Su estilo, irreverente, intempestivo, unidireccional sin diálogo ni concesiones, alejado de la diplomacia y las buenas maneras que suelen prevalecer entre buenos vecinos, agrava las medidas polémicas o buenas que adopta. El muro y las políticas antiinmigrantes no son nuevas. Bill Clinton inició en 1994 la construcción del muro que hoy tiene un tercio construido de sus poco más de 3.000 mil kilómetros y el “deportador en jefe”, como se alude a Obama, fue quien deportó a más de 2.7 millones de indocumentados. Pese a las buenas o malas razones de entonces, fueron medidas adoptadas con prudencia, pasando debajo del radar de la prensa y lejos de los escándalos.

Difícil es predecir lo que sucederá en las próximas semanas (o en días). El mundo está perplejo ante el avasallamiento de Trump a todos los inmigrantes sin distinción de credos y colores. México – así como otros países centroamericanos directamente afectados por el muro y otras políticas antinmigrantes adoptadas - está ante una encrucijada política y económica, a merced de un Trump que se ha auto adjudicado la decisión de su destino. Ese abuso, arrogancia y quita de la soberanía es lo que humilla y aturde. trottiart@gmail.com

     

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...