Las mañanitas ya no son tan
lindas en México desde el alud Donald Trump. Desconcertados y aturdidos como
boxeador cayendo por nocaut, los mexicanos no entienden porque les llueve tanta
hostilidad gratuita desde el norte.
Aquí en México, donde me
encuentro de visita, las bofetadas a golpe de tuits sorprenden al lustrabotas como
a la ama de casa. Los adagios “del dicho al hecho hay largo trecho” y “perro
que ladra no muerde” eran el mecanismo de defensa de un país que creyó, hasta
esta semana, que las hostilidades antiinmigrante y la construcción de un muro, solo
habían sido una estrategia electoral.
A horas del decreto firmado
para construir el muro y la promesa de Trump que México pagaría por él, se
terminó la incertidumbre que conllevaban las amenazas. Ante el hecho consumado,
ya no importa la construcción de la valla, que al fin y al cabo, también evitará
el tráfico de armas que se origina desde el norte. Lo que duele es la
humillación de un pueblo que no siente que haya provocado grandes males, para
que se le pague con medidas tan desproporcionadas, insultos y agresividad que
vale para pueblos en guerra.
Duele el irrespeto de una estridente
diplomacia trumpista a fuerza de tuits que ridiculiza a cualquiera sin preocupación
por las consecuencias. El presidente Enrique Peña Nieto no tuvo otra opción.
Canceló su visita prevista para el martes próximo luego que Trump lo destrozara
por Twiter: No aparezcas si no estás dispuesto a costear el muro.
Políticos, académicos y la
gente dividieron posiciones sobre si convenía el viaje de Peña Nieto. Lo
criticarían si iría o no y lo hicieron cuando canceló “porque se tardó mucho en
decidir”. Hacer leña del árbol caído no fue difícil con alguien con tan solo 12%
de popularidad.
Más allá de la política, las
peores consecuencias se sienten en la economía. Los tuitazos de Trump anunciando
indistintamente que cobrará aranceles del 20% a los productos mexicanos, que
impondrá tasas a las remesas familiares, que penalizará a las compañías
americanas que sigan fabricando o ensamblando autos en el país o que renegociará
a su favor el tratado de libre comercio de América del Norte, desinflaron las
reservas en 3.000 millones de dólares, desplomaron los índices bursátiles, devaluaron
el peso y generaron una espiral ascendente de inflación.
Lo asombroso es que, a
diferencia de otros políticos, Trump está cumpliendo las promesas que hizo en
campaña. Lo hace, además, con una prédica nacionalista y el favor de unos
sindicatos que solían alinearse con los demócratas. Sumado a esta sorpresa y
subversión del orden político, aturde con medidas tan rápidas como lo que tarda
en escribir un tuit. Fue humillante para los funcionarios de avanzada de Peña
Nieto que discutían con su yerno Jared Kushner algunos puntos de encuentro, saber
que en el mismo instante en el salón contiguo, Trump firmaba el decreto por el
muro. Lo mismo hizo con los Obama. A minutos de despedirlos en el helicóptero
de retirada, entró al Salón Oval y firmó con desparpajo el comienzo del fin del
Obamacare, un plan que Obama tardó años en construir.
Su estilo, irreverente, intempestivo,
unidireccional sin diálogo ni concesiones, alejado de la diplomacia y las buenas
maneras que suelen prevalecer entre buenos vecinos, agrava las medidas
polémicas o buenas que adopta. El muro y las políticas antiinmigrantes no son
nuevas. Bill Clinton inició en 1994 la construcción del muro que hoy tiene un
tercio construido de sus poco más de 3.000 mil kilómetros y el “deportador en
jefe”, como se alude a Obama, fue quien deportó a más de 2.7 millones de
indocumentados. Pese a las buenas o malas razones de entonces, fueron medidas
adoptadas con prudencia, pasando debajo del radar de la prensa y lejos de los escándalos.
Difícil es predecir lo que
sucederá en las próximas semanas (o en días). El mundo está perplejo ante el
avasallamiento de Trump a todos los inmigrantes sin distinción de credos y
colores. México – así como otros países centroamericanos directamente afectados
por el muro y otras políticas antinmigrantes adoptadas - está ante una
encrucijada política y económica, a merced de un Trump que se ha auto
adjudicado la decisión de su destino. Ese abuso, arrogancia y quita de la soberanía
es lo que humilla y aturde. trottiart@gmail.com
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