Cada uno de los discursos inaugurales de los
presidentes estadounidenses de las últimas seis décadas incluyó políticas para
promover la democracia alrededor del mundo. El mensaje del lunes de Barack
Obama frente al Capitolio no fue diferente, pero dio la impresión que quiere cambiar
de estrategia.
Desde Roosevelt hasta Clinton o de la Alianza para
el Progreso de Kennedy a la Estrategia de Seguridad Nacional antiterrorista de
Bush, las tácticas para la promoción de la democracia tuvieron matices
diferentes según la época y el contexto, siempre guiadas por el pragmatismo
estadounidense para defender sus intereses y mantener el liderazgo.
Esa estrategia consistió, muchas veces, en asistencia
humanitaria, formación electoral y empoderamiento de la sociedad civil. Otras veces,
la promoción no fue más que imposición, mediante intervenciones militares,
presiones económicas y operaciones encubiertas de la CIA para apoyar golpes de
Estado o a gobiernos amigos. Así, desde el exterior, la promoción de la
democracia, no se vio como la aspiración de un país para inculcar libertad y
libre mercado, sino como la intervención de una potencia extranjera para implantar
gobiernos que defendieran sus intereses estratégicos. Irak es evidencia cercana.
Todas estas estrategias tradicionales de la
diplomacia estadounidense tuvieron poco o relativo éxito. Tal vez por esa
realidad, Obama prefirió mirar hacia adentro, enfocarse en la perfección de la
democracia propia, consciente de que el buen ejemplo puede ser un agente de
mercadeo más barato y eficiente.
En su mensaje inaugural, pese a que no abandonó la lucha
anti terrorista ni el apoyo a las “democracias en todas partes”, Obama se alejó
de las perspectivas patrioteras de sus predecesores. Se enfocó en las obligaciones
internas más que en las externas, tanto del gobierno como de sus ciudadanos.
Habló de sanear la economía, de procurar más trabajos y prosperidad, de ampliar
la clase media y de continuar con los sueños incumplidos de Abraham Lincoln y
de Martin Luther King, para que toda persona sea igual y tenga las mismas
posibilidades, sin diferencias respecto a su origen migratorio, color de piel u
orientación sexual.
Sin dudas el mensaje de Obama fue introspectivo, tan
íntimo como aquellas palabras desafiantes de John Kennedy: “No te preguntes que
puede hacer tu país por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país”. Por eso
cuando llamó a la paz, a continuar bregando por la seguridad y a responder a la
amenaza del calentamiento global, no lo hizo echando culpas hacia los de
afuera, al terrorismo u a otros gobiernos enemigos como en el pasado. Lo hizo
con sentido de autocrítica, pidiendo a todos los estadounidenses a trabajar unidos.
Pidió mayor compromiso ante un camino de
prosperidad, igualdad y felicidad que consideró incompleto. Pidió más
conciencia para evitar tragedias como la de Newtown, así como para desarrollar
energías renovables; pidió mayor innovación tecnológica y más maestros de
matemáticas; y adjudicó a la libertad, como regalo de Dios, y a la iniciativa
privada, el carácter de la nación.
Obama acertó en este nuevo enfoque de
responsabilidad interior. Pero también sabe que son muchas las obligaciones que
le caben al gobierno para mejorar la democracia, ya que con cuatro años a
cuestas, no tiene margen para seguir adjudicando todos los males a su
antecesor. La cárcel de Guantánamo, las denuncias sobre tortura en la lucha
contra el terrorismo, el contrabando de armas, la epidemia de la drogadicción,
los derechos de los inmigrantes, la poca transparencia en el manejo de
información gubernamental o la persecución contra quienes filtran la
información, son temas a resolver antes de que se transformen en manchas de su
legado.
El discurso de Obama
apuesta a que la disciplina y la prosperidad internas pueden ser las mejores embajadoras de la
democracia. Michael Mandelbaum, experto en política exterior, decía que los países
son como los individuos, aprenden lo que observan y que el éxito inspira ser
imitado.
Quizás la estrategia hacia adentro que propone
Obama no conseguirá imitadores entre gobiernos autoritarios y populistas, pero
seguramente empoderará a los ciudadanos de esos países para que exijan libertad
y cambios democráticos.