febrero 10, 2018

Perro que ladra...


Por estos días en Washington, la discusión es si Donald Trump se ajusta al dicho de “perro que ladra no muerde” o si sus ladridos cargados de retórica incendiaria devienen en mordeduras concretas.

Muerda o no, lo cierto es que cada tuit que dispara suele tener más radioactividad que una ojiva nuclear. Incentiva una relación de amigo vs enemigo y fuerza a todos a tomar partido. Fox News o CNN. Republicano o demócrata. Departamento de Justicia o FBI. Casa Blanca o CIA. Funcionarios leales o soplones. Muro o más drogas y violencia.
Su personalidad tempestuosa genera resistencias en sus adversarios y hasta defensas incómodas entre sus defensores. Adjetiva con calificativos rimbombantes a sus aliados como el canciller Rex Tillerson o defenestra sin miramientos a sus enemigos, el fiscal especial Bob Mueller; y sus mejores amigos pueden convertirse en un santiamén en sus peores enemigos: Steve Bannon.
Su retórica ha enrarecido el ambiente y el establishment se siente amenazado, viendo que aquellos ladridos de campaña - que otros políticos abandonan apenas terminan las elecciones – persisten en su gobierno. Está omnipresente y disfruta de ser el centro de todo debate en la “ciénaga”, así sea sobre el memo del FBI o si Melania prefiere o no darle la mano.
Como perro de caza, Trump no suelta la presa, virtud que acrecienta la fidelidad del núcleo de sus seguidores, pese a que su popularidad subibaja como la Bolsa.  Insiste en que la inmigración ilegal genera violencia y quiere un muro. Que el calentamiento global es un invento de los anticapitalistas. Que la prensa es lacra y su verdadera oposición; la “enemiga del pueblo”.
Si bien los ladridos intempestivos contra la prensa han devenido en algunas mordeduras, las lastimaduras todavía son leves. Igualmente preocupan, porque de profundizarse podrían debilitar el clima de libertad de prensa y generar autocensura afectando el derecho del público a la información, como señaló una delegación de la Sociedad Interamericana de Prensa que esta semana se destacó en Washington.
Con sus pedidos a que se reformen las leyes de difamación para demandar a los periodistas críticos, sus premios a la “prensa falsa”, su negación a responder preguntas incómodas, bloquear reporteros de las conferencias o solicitar que se revoque la licencia de operación de la cadena televisiva NBC, Trump pretende que el público deje de creer en los medios.
Pero en un país donde estos y la expresión libre son instituciones bien enraizadas en la cultura, protegidos por la Primera Enmienda, puede suceder que luego que se disipe la tormenta de su retórica, el tiro le salga por la culata. Algo así ya se observa. Su discurso anti prensa ha empoderado y revitalizado a los medios y periodistas. Rigurosidad, precisión, investigación y calidad periodística, condiciones que antes se daban por sentadas, están cobrando ahora nueva vida.
Varios medios tradicionales están contratando más periodistas, profundizan sus investigaciones, existen proyectos periodísticos más rigurosos como el Facts First (hechos primero) de CNN, que devienen en campañas para que el público abrace la importancia que tienen los datos objetivos y las noticias confiables para construir democracia. También proliferan instituciones sin fines de lucro con proyectos de periodismo investigativo y se crean otras para defender periodistas, como el US Press Freedom Tracker, una coalición de 20 entidades de prensa, que monitorea agresiones contra periodistas en todo el país.
Aunque la retórica suele ser la primera fase de un autoritarismo progresivo que puede degenerar en regulaciones y en censura directa contra los medios, en EEUU la retórica de Trump difícilmente pueda desembocar en situaciones graves. Habrá que sopesar los resultados al final de su mandato y compararlos con los de gobiernos anteriores, considerando que Barack Obama implantó una vara alta y agresiva, con varios periodistas y soplones oficiales encarcelados, falta de transparencia y cerrazón de fuentes oficiales de información.
Sin embargo, en donde los ladridos de Trump pueden ser peligrosos, es en aquellos países, incluidos los latinoamericanos, cuyos gobernantes pueden sentirse legitimados por su retórica como para pegar fuertes mordiscos a la libertad de prensa. trottiart@gmail.com


febrero 03, 2018

Un Trump reaganiano

Donald Trump no desentonó con la filosofía republicana en su primer estado de la Unión ante el Congreso. Apuntó al bolsillo y a la fortaleza económica como la creadora del “nuevo momento estadounidense”.

Celebró el mayor logro de su primer año, la rebaja de impuestos, como lo hizo Ronald Reagan en su primer estado de la Unión en 1982. Entonces, Reagan pidió bajar los impuestos para estimular el ahorro y las inversiones, a sabiendas que gravámenes altos ahogan la iniciativa privada, reducen la producción, destruyen empleos, al tiempo que incentivan un gobierno obeso y gastador.

Trump justificó todo desde la economía y, como Regan, destiló patriotismo, fanfarroneó con records económicos y apuntó a que la fe y la familia, no el gobierno y la burocracia, son el motor del país.

Nadie esperaba un discurso histórico, menos aún una docena de demócratas que boicotearon el acto y otros que aplaudieron poco. Pero tendrán que admitir que las 117 interrupciones con aplausos y sin frases divisionistas ni sello personalista, usando “nosotros” y “nuestra” 233 veces, contribuirán a elevar su deteriorado índice de aprobación. Eso, en un año electoral legislativo, es buena noticia para el Partido Republicano.

Trump desgranó sus éxitos rotundos. El desempleo al 4.1%, la tasa más baja en casi cinco décadas; un crecimiento del 3%; récords históricos en Wall Street; eliminación de regulaciones y trabas; y una reforma fiscal que reducirá los impuestos del 35% al 21% a las empresas, incentivando la producción, competitividad y empleo, a la par de ahorrarle miles de dólares a los contribuyentes. A la fórmula reaganiana de gobierno pequeño y menos subsidios, la revalidó con un pedido a los legisladores de 1.5 trillones de dólares para infraestructura y así convertir al gobierno federal en un gran generador de empleos para el sector privado.

No ponderó como Barack Obama, George Bush y Bill Clinton a la fuerza innovadora de la industria del conocimiento de Sillicon Valley, sino que apuntó al EEUU olvidado que le dio los votos. Se deleitó anunciando que varias automotoras regresarán del exterior a la corroída Detroit, que Apple repatriará 350 mil millones y 20 mil empleos y que la nueva bonanza que pregonó días antes en el foro de Davos, atraerá capitales e inversiones foráneas. Y, aunque no mencionó a su slogan de “America First”, este quedó implícito cuando ratificó que no permitirá que los trabajadores estadounidenses sigan sometidos a malos acuerdos comerciales y que negociará otros nuevos más ventajosos.

No mencionó sus fracasadas estrategias para derribar el Obamacare, pero invitó a los demócratas a levantarse y aplaudir cuando prometió aniquilar los altos precios de los medicamentos recetados. Cuando se refirió al medio ambiente no lo hizo desde la perspectiva del Acuerdo de Paris, retirada con la que desairó al mundo, sino, desafiante, dijo que pondrá énfasis en la explotación de energías fósiles para ser potencia exportadora.

A las relaciones internacionales también las enfocó por el lado de la billetera. Pidió leyes para restringir la ayuda financiera a aquellos países que no apoyaron su iniciativa para reconocer a Jerusalén como capital de Israel; y presumió de las duras sanciones económicas que impuso a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Corea del Norte.

Hasta los gastos en defensa los contextualizó dentro de la política de generación de empleos. Un mayor ejército y un sistema nuclear más potente para disuadir enemigos como Kim Jong-un, seguir combatiendo al terrorismo islámico y mantener abierta la prisión de Guantánamo, la sorpresa de la noche.

En inmigración, prometió la naturalización de 1.8 millones de “soñadores”, tres veces más que Obama, pero a cambio de que “tengan buena educación y destrezas laborales”. Pidió a los demócratas aceptar la continuación de la construcción del muro, que se emplee a más agentes fronterizos y acabar con la lotería de visas, para evitar la entrada a los trabajadores no calificados.

En su primer estado de la Unión, Trump se mostró como el negociador innato que todo lo supedita a lograr algo a cambio. Su estilo pendenciero siempre está en entredicho, pero una economía floreciente, por ahora, le está dando una buena ventaja competitiva sobre sus críticos y adversarios. trottiart@gmail.com


enero 27, 2018

Facebook, falsedades y el miedo a noviembre

Donald Trump no es el único que se juega la credibilidad y el futuro en las próximas elecciones legislativas de noviembre. Facebook también tiene el desafío de no volver a convertirse en vehículo de los trolls rusos que afectaron las elecciones pasadas con noticias falsas.

En un par de meses, Mark Zuckerberg pasó de negar tajantemente los hechos a admitir que más de 80 mil post con noticias falsas afectaron a 126 millones de usuarios. Este 2018 lo comenzó resuelto a domar el problema. Quiere limpiar Facebook de desinformación, propaganda y discursos de odio para no seguir perdiendo confianza y negocios.

Zuckerberg quiere que los usuarios se involucren en la solución y volver a sus orígenes cuando la red social era una plataforma para compartir entre amigos y no un lugar para consumir información y publicidad. También está contratando más de 10 mil empleados para curar y depurar contenidos, pero, en definitiva, quiere que el usuario sea quien califique las informaciones, las fuentes y medios confiables y bloquee y denuncie las noticias falsas. Preguntará a los usuarios: “¿Reconoce los siguientes sitios?” y “¿Cuánto confía en cada uno de estos dominios?”.

La intención es loable, pero la tarea será titánica y los resultados tal vez no serán tan buenos como él espera. Primero, porque reducir el sensacionalismo y la desinformación, algo tan intrínseco al ser humano como el agua al mar, será difícil de erradicar, máxime en una era digital de saturación informativa. Una nueva encuesta Knight-Gallup, entre 19 mil usuarios, mostró el dilema de los usuarios, a los que les resulta cada vez más arduo distinguir contenidos falsos de entre tantas bocas informativas, muchas de ellas de apariencia confiable.

Confiar en el criterio del usuario tampoco es solución. Los estudios muestran que estos suelen compartir y dar mayor crédito a contenidos más cercanos a sus convicciones, así no sean rigurosos ni precisos. Por ejemplo, si a alguien le agrada Trump, le será más fácil aprobar y compartir contenidos empáticos de la cadena Fox que los del Washington Post, medio de altísima calidad, pero normalmente crítico del Presidente.

La tarea de limpieza será difícil para Facebook porque muchos rumores y contenidos falsos y maliciosos como el bullying y el grooming no provienen de medios, sino son generados por los propios usuarios, tanto en las redes como en los sistemas de mensajería tipo Whatsapp. ¿Será que los amigos se calificarán o descalificarán entre sí?

Tampoco Facebook debería crear animosidad o desconfianza entre usuarios y medios, después de todo, estos son los que dotan de contenido a la red social y empoderan el debate. Más bien, podría pedir a los medios que rotulen sus informaciones como noticias, opiniones o publicidad, para que los usuarios tengan mejor sentido crítico y mayor criterio de consumo.

Más allá del resultado de este experimento de Facebook, que con características similares emprendió Google, lo importante es que el debate sobre noticias falsas ha creado mayor conciencia sobre la verdad y la rigurosidad en la creación de noticias, así como sobre la relevancia del buen Periodismo. Pese a que Trump descalificó de nuevo a la prensa con sus premios a las noticias y medios falsos, prodigándole a CNN y el New York Times varios galardones, el papa Francisco habló de los riesgos y sobre la necesidad de combatir las noticias falsas: “Ninguna desinformación es inocua”, dijo, ya que “una distorsión de la verdad puede tener efectos peligrosos”.

El tema ya es cuestión de Estado. La primera ministra británica, Theresa May, y el presidente francés, Emannuel Macron, han creado unidades para contrarrestar los efectos de la intromisión de noticias falsas desde el extranjero en los procesos electorales. Y en Alemania, desde el 1 de enero, se imponen multas a la propagación de falsedades, discurso de odio y materiales ilegales en las redes sociales.


Ojalá que en nuestro continente sea suficiente con la autorregulación de Facebook de cara a noviembre y no se impongan regulaciones especiales a las redes sociales y sus contenidos. Siempre se correrá el riesgo de que los gobiernos sobreactúen y se extralimiten en sus funciones, regulando y reduciendo los espacios de libertad de expresión. trottiart@gmail.com

enero 21, 2018

Francisco: Menos gestos, más acciones

Los crímenes de abuso sexual y su encubrimiento profundizan la crisis de fe de la Iglesia Católica y merman la credibilidad del papa Francisco en su afán por renovarla y hacerla más transparente.
Francisco sabía que los abusos serían el mayor escollo a sortear en Chile y Perú, y que podrían enlodar su mensaje pastoral. Así fue. Es que todavía la Iglesia no ha podido sanar las heridas de las víctimas. 
Una justicia escasa y tardía, la arrogancia de la jerarquía episcopal para reconocer y transparentar la cantidad de casos y gestos confusos con acciones limitadas hicieron mella en los dos países.
El Papa no fue atinado con algunos de sus gestos y, peor aún, defendió obstinadamente al obispo chileno Juan Barros, cuestionado por encubrir por años al cura Fernando Karadima, ya expulsado de la Iglesia por ser un abusador en serie.
Barros se pavoneó desafiante y en primera fila por todas las misas y ceremonias de Francisco. Su falta de discreción embarró todo. Marta Larraechea, esposa del ex presidente Eduardo Frei, fue lapidaria contra el Pontífice después que pidiera perdón a las víctimas en el nombre de la Iglesia y sus obispos. “No le creo nada, dice una cosa y hace otra”, gritó irritada. El enojo resume el sentir de muchos que preferirían a un Francisco con menos gestos y más acciones; menos perdones y más justicia.
En Perú existe otro caso que impacta contra la Iglesia. Es el del laico Luis Fernando Figari, no solo porque usó a su organización Sodalitium Christianae Vitae para abusar de menores, sino porque mientras era investigado por la Justicia peruana, se fue a Roma, atrincherándose entre los muros del Vaticano.
En ambos casos, el de Barros y de Figari, así como en el del cura Marcial Maciel de la Legión de Cristo en México, se observa cómo el encubrimiento, la protección o el silencio de la jerarquía en muchos casos de pedofilia están degradando a la Iglesia y restándole credibilidad. No es casual que Chile, otrora un país eminentemente católico, tenga ahora el mismo nivel de catolicismo que el laico Uruguay.
Sería injusto enrostrarle a Francisco la responsabilidad de todo el problema o que todos los curas buenos paguen por un puñado de corruptos. Es inobjetable que sobre la pederastia, Francisco hizo en pocos años mucho más que Benedicto XVI y Juan Pablo II en décadas. Reforzó la política de tolerancia cero de su antecesor, reformó el Código Penal imponiendo un castigo de 12 años a los pedófilos y corruptos, arrojó a muchos abusadores a la justicia ordinaria, pidió a sus obispos vender propiedades para reparar a las víctimas y por primera vez en la historia hizo que el Vaticano se siente en el banquillo de los acusados de la Comisión de los Derechos del Niño de Naciones Unidas.
Más allá de la pederastia, Francisco tuvo otros gestos importantes. Empoderó a los mapuches en su reclamo ancestral, aunque les reprochó por sus formas. “La violencia vuelve mentirosa la causa más justa”, gritó. Al gobierno también le regañó por acuerdos incumplidos, hechos a los que calificó de otra forma de violencia, esa que “frustra la esperanza”. Un mensaje que también muchos creyeron le envió al gobierno de Venezuela por sus negociaciones manipuladas y estériles con la oposición.
Otro gesto que no pasó inadvertido en su vigésimo segundo viaje por el mundo, fue su todavía ausencia en Argentina. Dicen que seguirá esquivo hasta tanto su visita no sea sinónimo de unidad entre peronistas y oficialistas. Pero el argumento no convence, desde que Francisco ya ha dado muestras de saber cómo ayudar a que se superen las grietas, como la enorme que achicó entre Barack Obama y los hermanos Castro.
Algunos lamentan que siga muy distraído sobre la corrupción rampante registrada durante los 12 años de gobierno kirchnerista. Creen que sus gestos de mayor amabilidad hacia ese sector que al gobierno de Mauricio Macri, no se compadecen con su prédica contra la corrupción, a la que calificó como el anticristo y un delito que no tiene perdón: “Pecadores sí, corruptos no”, sentenció sin dejar dudas.

Francisco todavía goza de la confianza para reformar y limpiar la Iglesia. Pero cada vez necesitará – y se le exigirá – acompañar sus gestos con acciones más contundentes. trottiart@gmail.com

enero 13, 2018

2018: Más gritos, fuego y furia

A juzgar por cómo empezó, el 2018 será a puro gritos. El estilo lo impone el presidente Donald Trump. Comenzó exclamando furioso que es “realmente inteligente” y un “genio muy estable” en contra de Fuego y Furia, el libro de Michael Wolff que lo define demasiado vacilante y no apto mentalmente para gobernar.

También se escuchó el grito de varias actrices vestidas de negro que desde la ceremonia de los Golden Globes, y aunadas por un discurso inspirador de Oprah Winfrey, desafiaron el acoso sexual perpetrado por hombres poderosos. En contrapartida, otro grupo, encabezado por la actriz francesa Katerhine Deneuve, defenestró al movimiento #MeToo por su “excesivo puritanismo”, argumentando que pone en la misma bolsa al flirteo y la galantería que a la violación o a la posible conducta amoral que a la ilegal. Le respondieron con ladridos, igual que a Meryl Streep, por ser demasiada condescendiente con los abusadores.

El año pinta que las formas primarán sobre la esencia, que la discusión polarizada se sobrepondrá al diálogo. Habrá más negro sobre blanco que matices de grises. Todos quieren tener razón, ser influyentes y tener impacto. Se seguirá desdeñando el perfil bajo, a quienes eluden las controversias o hacen magia para proteger su intimidad. De ahí las críticas furibundas contra Enrique Iglesias y Anna Kournikova por ocultar el embarazo o construir un muro para bloquear a paparazis y curiosos.

En una época híper tecnológica le resultará difícil a la famosa pareja evitar que los drones no invadan la intimidad de sus mellizos. Las tecnologías no solo han hecho la vida menos privada, desde que se gritan logros y tristezas o se expone a los hijos en Facebook e Instagram, sino que trajeron más desafíos.

Mark Zuckerberg, cuyas resoluciones pasadas era visitar los 50 estados o leer varios libros por mes, en este 2018 quiere arreglar Facebook para no seguir distribuyendo noticias falsas a mansalva. Y en el año en que florecerán los automóviles sin conductores, preocupan los nuevos crímenes que se adivinan.  Los vehículos autónomos podrían ser utilizados para el narcomenudeo o, hackeados por terroristas, ser usados en la nueva modalidad de atropellar peatones en zonas turísticas y congestionadas.

El mayor desafío del año, sin embargo, tendrá que ver con el ruido del griterío grosero y entender por qué la libertad de expresión, la censura y la autorregulación no son elementos que se pueden aplicar a todos por igual. Hay personas con menos derechos y personas con más obligaciones.

Acertada fue la explicación de Twitter ante una avalancha de gente que frente a su edificio en San Francisco pedía que apaguen la cuenta de Trump por sus tuits que rayan con la apología de la violencia, la discriminación y el incentivo del discurso de odio o por haberse enfrascado en una discusión infantil con el líder norcoreano sobre quien tenía sobre el escritorio el botón nuclear más grande y destructivo.

En un comunicado sobre “Líderes mundiales en Twitter”, la red social, que censura cuentas de cualquier hijo de vecino por esas infracciones, argumentó que no los bloqueará por el “enorme impacto” que tienen y por su papel relevante en la “conversación global y pública”.

Pese a los detractores de los dichos de Trump, hay que comprender que la libertad de expresión no puede aplicarse a todos por igual. Es verdad que quienes tienen mayor popularidad y responsabilidad no pueden decir lo que quieren o sienten sin sopesar los efectos de sus palabras. Pero si lo hacen, ya sea incentivando la violencia o el discurso de odio, no se les debería censurar por la misma relevancia de sus dichos y pensamientos. Es más, sus expresiones o el fuego y furia que salen usualmente de la boca de Trump, como su desprecio último sobre inmigrantes haitianos, salvadoreños y africanos que se sumó al de mexicanos y musulmanes, al fin y al cabo, sirven como elementos de transparencia y de rendición de cuentas de su gestión.


No hay dudas que Trump es incorregible y seguirá apegado a su estilo pendenciero. El desafío mayor lo tiene la Casa Blanca. Este año deberá mejorar su estrategia de comunicación, si no quiere que los fuegos que propaga Trump, sigan desviando la conversación sobre asuntos esenciales, además de sepultar sus logros económicos y políticos. trottiart@gmail.com

diciembre 30, 2017

Bipolaridad futbolística: de Maradona a Sampaoli

No se trata de “un hecho menor” como dijo Jorge Sampaoli sobre el exabrupto que tuvo contra un agente de tránsito en un control de alcoholemia. Su frase “boludo, cobrás 100 pesos al mes” desnuda la bipolaridad del fútbol argentino, meneándose entre el talento de sus celebridades y sus imbecilidades extradeportivas.

El dicho de Sampaoli engrosará la historia futbolera atestada de frases célebres, como el “perdón Bilardo” en el Azteca de 1986 y el “me cortaron las piernas” de Diego Maradona tras el doping positivo en el Mundial del 94.
Es injusto juzgar a todos por la conducta de algunos. José Peckerman no tiene dentro o fuera de la cancha la misma actitud agresiva que Sampaoli. Tampoco Lionel Messi tiene la conducta irascible de Maradona, ni Agüero o Higuaín irrumpen con irreverencias maradonianas ante cualquier tema.

La agresividad en el fútbol argentino es parte de una cultura permisiva que se fue acentuando de generación en generación. La violencia y las muertes en las tribunas son una cuestión de Estado y no han mermado porque se haya prohibido a las barras bravas entrar en estadios visitantes. Estas, en connivencia con los dirigentes, todavía cobran sueldos, imponen jugadores, echan técnicos y amañan partidos.

Los extra dotados como Maradona, sin quererlo, también incentivaron esa permisividad. La “mano de Dios” y una zurda celestial sirvieron para justificar sus dopajes y adicciones; así como por sus goles de fantasía a Messi y Cristiano Ronaldo se les perdonan sus abultados desfalcos al fisco español, lo que otro mortal debe pagar con años tras las rejas.

La bipolaridad no es solo propiedad del fútbol argentino. El FIFAgate viene desnudando una corrupción global, “sistémica y desenfrenada” como la calificó una ex fiscal estadounidense, que desde hace 25 años y con total impunidad, viene carcomiendo al balón desde adentro.

Gracias a la torpeza de haber usado bancos estadounidenses para transferir sobornos y cobrar extorsiones, hoy se presencia con deleite y sorpresa a un tribunal de Nueva York administrando castigos, dando vida a aquella sentencia justiciera de Maradona en su homenaje de despedida: “… la pelota no se mancha”.

El cartel mafioso está conformado por dirigentes de asociaciones regionales y ejecutivos de empresas de mercadeo escondidos tras la chapa de la FIFA. Uno de ellos, el arrepentido clave del juicio neyorquino es el argentino Alejandro Burzaco, ex CEO de la empresa Torneos. Su testimonio fue clave para enviar a prisión a José María Marín, ex presidente de la poderosa Confederación de Fútbol de Brasil y al paraguayo Juan Ángel Napout, ex presidente de la Conmebol.

Su alegato, además, sepultó la poca fama que le quedaba al fallecido Julio Gondona, ex presidente de la AFA, a quien sobornó por 10 años consecutivos. También desencadenó el suicidio del abogado argentino del programa gubernamental Fútbol Para Todos, Jorge Delhon, que se tiró a la vías del tren el mes pasado en Buenos Aires.

Los testimonios de Burzaco y otros arrepentidos sirvieron para poner caras y rótulos a más de 12 años de investigación. La justicia estadounidense demostró la asociación ilícita y conspiración de un cartel masivo dedicado a lavar dinero, extorsionar y sobornar, arreglar transferencias de jugadores, partidos y campeonatos, “vender” sedes mundialistas como las de Rusia y Qatar, y cobrar comisiones por la televisación amañada de partidos y la reventa de entradas. Una mafia que forma parte de lo que el ex director del FBI, Jamey Comey, definió como esa “cultura de la corrupción que pudrió el deporte más grande del mundo”.

Más allá de la corrupción, la bipolaridad del fútbol argentino también queda demostrado por el tremendismo de una fanaticada que poco disfruta de las dos estrellas sobre el pecho, sino que vive perseguida por las tres que no pudieron ser, en especial las del 90 y el 2014, que se robaron los alemanes por la mínima diferencia.


Para un país lleno de cábalas y supersticiones futboleras, el viejo adagio “el fútbol da revancha” es consuelo esperanzador para Rusia. Sin embargo, Messi, tocado también por el tremendismo de sus orígenes, sabe la sentencia que pesa sobre él y sus compañeros si en julio próximo desperdicia otra final: “ten(dr)emos que desaparecer todos de la selección”. trottiart@gmail.com

diciembre 23, 2017

Noticias falsas: el personaje del 2017

Muchas noticias compiten por ser la más relevante del 2017. En el norte se imponen el rusiagate o el acoso sexual y, en el sur, el caso Odebrecht, que derivó en un combate inusual y masivo contra la corrupción.

Cada país tiene su “noticia del año”; pero, creo que fueron las noticias en sí mismas el personaje de este 2017. Nunca se había generado tanta discusión en torno al contenido noticioso, sobre consumir verdades o estar expuestos a mentiras.

Las noticias falsas o las “fake news” como las definió el presidente Donald Trump y se impusieron en las elecciones presidenciales estadounidenses y en la crisis de Cataluña, han generado profundos debates sobre libertad de prensa, derecho a la información y el valor del periodismo. También provocaron cambios en las formas que Facebook, Twiter y Google distribuyen los contenidos, ya que fueron esos canales por donde las noticias falsas se propagaron hasta el infinito.

La gravedad de las noticias falsas está en la intención premeditada de quien las produce y en el objetivo de lograr una acción determinada, como ocurrió en EE.UU, España o con el Brexit. A ello se suma un agravante fortuito. El gestor se aprovecha de la publicidad que las redes y los buscadores asignan en forma automática a cada tema que se hace viral, convirtiendo a esos hechos falsos, pero atractivos, en un negocio lucrativo.

Este engaño de la era de la post verdad, potenciado por usuarios desprevenidos y medios y periodistas descuidados, ha intensificado la aguda crisis de credibilidad y confianza en la comunicación y sus comunicadores. El papa Francisco, muchas veces protagonista involuntario de las mentiras (su promocionado voto para Trump), calificó al lenguaje falso, sensacionalista y difamatorio de “pecados de comunicación”.

Siempre existieron noticias falsas y exageradas como rubros del periodismo sensacionalista, así como existen la ciencia ficción y los films triple x en la industria del entretenimiento. Ante el buen consumo y la demanda, el mercado lo oferta y exalta.

Ante la proliferación de noticias sensacionalistas en todas las épocas, la gente fue aprendiendo a diferenciar a esos medios y tomar con pinzas sus contenidos. Ahora, sin embargo, con la saturación informativa y las infinitas formas de obtener información, resulta más difícil separar la paja del trigo. El problema no solo radica en que Facebook y Google sean usados por los bots para desparramar mentiras, sino la simpleza con la que cualquier usuario puede replicarlas, más allá de tener o no mala intención.

Revertir esta situación no será fácil. Los responsables de las redes sociales, buscadores y medios ya están aplicando estrategias de contención para las noticias falsas. Se les está cerrando el grifo de la publicidad, creando categorías de noticias con identificación de fuentes de difusión para que los usuarios las distingan, mejor posicionamiento en las búsquedas para las noticias verdaderas y botones de alarma para reportar lo que se detecta como falso.

También los medios y las agrupaciones periodísticas están buscando formas para valorizar la integridad de las noticias y su práctica. Están entrenando sobre valores básicos que pudieron haber quedado en el olvido, revalorizando la precisión y contrastación de fuentes y machacando sobre el chequeo de datos, lo que algunos medios ya han asumido como otro género periodístico.

El problema, sin embargo, no radica tan solo en los responsables de producir información, sino en los usuarios. Desprevenidamente o no, suelen replicar y hacer virales informaciones falsas. Por ello, ante esta disrupción tecnológica que todo lo hace simple y automático, es necesario una mayor alfabetización digital para que el usuario, especialmente los niños y jóvenes, tengan mayor sentido crítico.


El papa Francisco alzó la voz de alarma en estos días frente a un grupo de medios católicos: “existe la necesidad urgente por información confiable con datos verificables…” para que todos “desarrollen un sentido crítico”. Sus palabras coinciden con lo dicho en el informe 2017 de la Unicef , “Niños en un mundo digital”. Recomienda al sector privado proteger a los niños y ponerlos en el centro de la política digital, con el objetivo primordial de “alfabetizarlos digitalmente para que estén informados y seguros”. trottiart@gmail.com

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...