Los crímenes de abuso sexual y su encubrimiento profundizan la crisis de fe de
la Iglesia Católica y merman la credibilidad del papa Francisco en su afán por renovarla
y hacerla más transparente.
Francisco
sabía que los abusos serían el mayor escollo a sortear en Chile y Perú, y que podrían
enlodar su mensaje pastoral. Así fue. Es que todavía la Iglesia no ha podido
sanar las heridas de las víctimas.
Una justicia escasa y tardía, la arrogancia de
la jerarquía episcopal para reconocer y transparentar la cantidad de casos y gestos
confusos con acciones limitadas hicieron mella en los dos países.
El Papa
no fue atinado con algunos de sus gestos y, peor aún, defendió obstinadamente al
obispo chileno Juan Barros, cuestionado por encubrir por años al cura Fernando
Karadima, ya expulsado de la Iglesia por ser un abusador en serie.
Barros
se pavoneó desafiante y en primera fila por todas las misas y ceremonias de Francisco.
Su falta de discreción embarró todo. Marta Larraechea, esposa del ex presidente
Eduardo Frei, fue lapidaria contra el Pontífice después que pidiera perdón a
las víctimas en el nombre de la Iglesia y sus obispos. “No le creo nada, dice
una cosa y hace otra”, gritó irritada. El enojo resume el sentir de muchos que
preferirían a un Francisco con menos gestos y más acciones; menos perdones y
más justicia.
En Perú
existe otro caso que impacta contra la Iglesia. Es el del laico Luis Fernando
Figari, no solo porque usó a su organización Sodalitium Christianae Vitae para
abusar de menores, sino porque mientras era investigado por la Justicia peruana,
se fue a Roma, atrincherándose entre los muros del Vaticano.
En
ambos casos, el de Barros y de Figari, así como en el del cura Marcial Maciel de
la Legión de Cristo en México, se observa cómo el encubrimiento, la protección
o el silencio de la jerarquía en muchos casos de pedofilia están degradando a
la Iglesia y restándole credibilidad. No es casual que Chile, otrora un país
eminentemente católico, tenga ahora el mismo nivel de catolicismo que el laico
Uruguay.
Sería
injusto enrostrarle a Francisco la responsabilidad de todo el problema o que
todos los curas buenos paguen por un puñado de corruptos. Es inobjetable que
sobre la pederastia, Francisco hizo en pocos años mucho más que Benedicto XVI y
Juan Pablo II en décadas. Reforzó la política de tolerancia cero de su
antecesor, reformó el Código Penal imponiendo un castigo de 12 años a los
pedófilos y corruptos, arrojó a muchos abusadores a la justicia ordinaria,
pidió a sus obispos vender propiedades para reparar a las víctimas y por
primera vez en la historia hizo que el Vaticano se siente en el banquillo de
los acusados de la Comisión de los Derechos del Niño de Naciones Unidas.
Más
allá de la pederastia, Francisco tuvo otros gestos importantes. Empoderó a los
mapuches en su reclamo ancestral, aunque les reprochó por sus formas. “La
violencia vuelve mentirosa la causa más justa”, gritó. Al gobierno también le regañó
por acuerdos incumplidos, hechos a los que calificó de otra forma de violencia,
esa que “frustra la esperanza”. Un mensaje que también muchos creyeron le envió
al gobierno de Venezuela por sus negociaciones manipuladas y estériles con la
oposición.
Otro
gesto que no pasó inadvertido en su vigésimo segundo viaje por el mundo, fue su
todavía ausencia en Argentina. Dicen que seguirá esquivo hasta tanto su visita
no sea sinónimo de unidad entre peronistas y oficialistas. Pero el argumento no
convence, desde que Francisco ya ha dado muestras de saber cómo ayudar a que se
superen las grietas, como la enorme que achicó entre Barack Obama y los
hermanos Castro.
Algunos
lamentan que siga muy distraído sobre la corrupción rampante registrada durante
los 12 años de gobierno kirchnerista. Creen que sus gestos de mayor amabilidad hacia
ese sector que al gobierno de Mauricio Macri, no se compadecen con su prédica
contra la corrupción, a la que calificó como el anticristo y un delito que no
tiene perdón: “Pecadores sí, corruptos no”, sentenció sin dejar dudas.
Francisco
todavía goza de la confianza para reformar y limpiar la Iglesia. Pero cada vez
necesitará – y se le exigirá – acompañar sus gestos con acciones más
contundentes. trottiart@gmail.com
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