septiembre 10, 2016

El muro de las ironías y los lamentos

Donald Trump insiste con un muro en la frontera y que México lo pague. El presidente Enrique Peña Nieto le dijo que no, pero por twitter; y tampoco pudo convencer a Hillary Clinton que lo visite. La candidata no quiere explicar que el muro ya existe y que tendrá que seguir deportando indocumentados como masivamente lo hace Barack Obama.

La telenovela depara ironías para todos los gustos. A Trump le hubiera bastado decir a secas, que su intención era alargar el muro para detener a los migrantes ilegales, pero lo traicionó su verborragia fanfarrona. Calificó de asesinos, violadores y narcotraficantes a los inmigrantes, sin saber que los delincuentes prefieren quedarse y gozar de la impunidad de su país. Los nuevos migrantes, en cambio, son niños y familias enteras víctimas de secuestros, traficantes de personas y de la guerra sanguinaria entre carteles.

Por más que hablen y pataleen, ni Trump ni Clinton resolverán mucho. La reforma migratoria la debe solucionar el Congreso, que no atina a dar soluciones coherentes desde hace tres décadas. La parálisis legal tiene de víctimas a 11 millones de indocumentados y obligó a Obama a convertirse en el presidente récord en materia de deportaciones. Echó a más de 2.5 millones de personas durante sus primeros siete años de mandato, más que los 19 presidentes que le precedieron desde 1892.

Pese a cualquier esfuerzo del Ejecutivo y del Congreso, lo cierto es que el sistema migratorio hace aguas por todos lados. Se calcula que el 40% de quienes entran con visa de turista a EEUU se quedan ilegalmente después de los seis meses permitidos. Además, otras leyes positivas del pasado están quedando descompasadas. Una de ellas es la Ley de Ajuste Cubano, que beneficia con alto grado de solidaridad (entrada automática y residencia legal) a quienes escapan de la eterna dictadura comunista de Raúl y Fidel Castro.

La legislación es extemporánea y está creando más perjuicios que beneficios. Desde que en diciembre de 2014 Obama y los Castro hicieron las paces, los cubanos se fugan en masa por temor a que pronto podrían perder sus privilegios. La estampida masiva provocó en 2015 que miles de ellos quedaran varados en terceros países, creándose una crisis migratoria y económica entre naciones centroamericanas, que suficiente tienen con sus propios conflictos políticos y de inseguridad.

El “Lampedusa latinoamericano”, como se denominó a la crisis de refugiados cubanos en su paso por Costa Rica y Nicaragua hacia EEUU, dejó a muchos de ellos a merced de traficantes de personas, asaltantes, explotadores sexuales y de gobiernos sin capacidad de reacción ni recursos para mitigar la situación. La crisis reventó esta semana. Nueve gobiernos latinoamericanos imploraron a Obama detener esos privilegios que terminaron siendo un búmeran y un muro invisible e insalvable para la región.

A los cubanos los motiva la falta de libertad y las penurias económicas. Iguales razones tenían en otras épocas la mayoría de los latinoamericanos para emigrar hacia el norte. Pero la ecuación determinante es ahora la inseguridad. Un reciente estudio, “Vidas a la Incertidumbre” de la Coalición Pro Defensa del Migrante en México, demuestra que en siete de 10 casos la violencia es la causa principal de la migración. La situación está agravada por la impunidad de los malhechores como consecuencia de la inacción del Estado, según denuncia la mexicana Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Otro dato irónico es que si bien Trump puso de moda al muro con sus exabruptos, EEUU hace décadas que lo está construyendo. De las 2.000 millas de frontera que separa a los dos países, 700 millas ya están con vallas, muchas de ladrillos y tejido, y otras con sonares electrónicos y custodiadas por drones. Más irónico aún, es que los descalificativos de Trump contra los inmigrantes ilegales, encuentran sustento en los argumentos que usa Obama para deportar. En 2015, el 91% de los deportados tenía antecedentes criminales, ya sea por delitos cometidos en EEUU o en sus países de origen.


La ironía mayor, sin embargo, es que Trump, habiendo sido políticamente incorrecto en la última semana, logró que sus dichos y acciones sobre este nuevo muro de los lamentos y los agravios, le ayudaron a pegar un gran salto en las encuestas. trottiart@gmail.com

septiembre 03, 2016

Brasil, Venezuela, la república y el Golpe (de gente)

Una república se distingue por sobre otro sistema de gobierno por la independencia de poderes; por los mecanismos de la oposición para fiscalizar al poder; por la libertad de la prensa para informar y por la de los ciudadanos a expresarse, asociarse y movilizarse, sin trabas ni represalias, en igualdad de condiciones ante la ley.

El concepto puede ser abstracto. Mejor un par de ejemplos de esta semana.  Dilma Rousseff fue destituida mediante juicio político constitucional, por un Congreso que se manejó autónomo al Poder Ejecutivo, una justicia que permaneció neutral y una prensa que pudo informar sin cortapisas.

En Venezuela las causas y consecuencias de la “Toma de Caracas” de este jueves mostraron lo contrario a una república. Antes y después de la masiva marcha de la oposición para garantizar y acelerar el proceso de referendo revocatorio en contra del presidente Nicolás Maduro, este encarceló a opositores, usó las fuerzas de seguridad para restringir los accesos a Caracas, expulsó a periodistas extranjeros y aseguró que le quitará inmunidad a los parlamentarios para juzgarlos por intentona de golpe de Estado.

Desquiciado con el avance de la oposición y con un país que se le escapa de las manos, Maduro desconoce el mecanismo de referendo que el chavismo creó mediante su propia reforma constitucional. Ante la debilidad de su mandato, Maduro se ha vuelto más autoritario. Apura a la Justicia para que cierre el Congreso y despide a los empleados estatales que firmaron la petición de la revocatoria, una purga que coarta la libertad más preciada, la de conciencia, el hilo más delgado por donde se corta cualquier revolución.

Es verdad que el proceso de destitución de Rousseff es confuso y ambiguo; puede interpretarse según la ideología con que se lo mida. Para la oposición fue un proceso apegado a la Constitución, mientras que para sus adeptos fue un golpe de Estado; en especial, porque si los delitos que se le achacan – haber maquillado cuentas públicas para conseguir su reelección – se aplicaran al resto de gobernantes, América Latina quedaría acéfala.

Más allá de las controversias, como las que en su momento provocaron las destituciones de Fernando Lugo en Paraguay y Manuel Zelaya en Honduras, lo cierto es que en Brasil se siguieron los procesos y las excusas que marcan la Constitución, con total transparencia, libertad y sin presiones ni prisiones.

Rafael Correa, Evo Morales, Nicolás Maduro y Daniel Ortega no reconocieron al nuevo presidente Michel Temer. Pero nadie se rasgó las vestiduras por la obviedad, toda vez que estos políticos siempre se arremolinan detrás de quien ostenta su propia ideología. Nunca denuncian los golpes y autogolpes propios, como los de Maduro contra la Constitución y el Parlamento, y omitieron pronunciarse sobre la renuncia en 2015 del presidente derechista guatemalteco, Otto Pérez Molina, ante la destitución inminente que le amenazaba.

Tampoco se puede desconocer que Rousseff es consecuencia de una purga anticorrupción que pidió a gritos la gente en las calles. Que estuvo involucrada, al menos por omisión, en los casos más sonados de corrupción, que protegió al ex presidente Lula da Silva y vio como varios de sus ministros terminaron detrás de los barrotes.

Pero en la encrucijada, pese a que el Senado prefirió optar por el borrón y cuenta nueva, Rousseff cuenta con otro resorte de la república. Su defensa ya se encaramó ante la Corte Suprema, la que tendrá que dar el veredicto final. La decisión se adivina incierta, sobre todo por la independencia y libertad de los jueces para actuar.
Esa justicia republicana ni existe ni está garantizada en Venezuela, donde la Justicia actúa según los designios de Maduro y la mayoría de las leyes se han fabricado a medida del chavismo.

En Venezuela, más allá de las carestías económicas, la gente está cansada de no gozar de las mieles de una república. Las minorías despreciadas se han convertido en la nueva mayoría y están cada vez más dispuestas a salir a la calle a conseguir lo que no le dan las instituciones. El golpe no será institucional como sueña Maduro, sino de gente.
  

En un país sin justicia ni república, Maduro tendrá que ser cada vez más autoritario para sostenerse; a riesgo, claro, de que estará caminando hacia su autodestrucción. trottiart@gmail.com

agosto 27, 2016

La mentira en la política

El nadador Ryan Lochte, la candidata Hillary Clinton, la ex mandataria Cristina Kirchner y el presidente Nicolás Maduro demuestran que es inválido aquel adagio sobre que “la mentira tiene patas cortas”. Los políticos en el poder usan propaganda para que los engaños se confundan con verdades y maniatan a la justicia para que los delitos se barajen como simples problemas éticos.

En el deporte, donde la propaganda no existe, el bien y el mal son más fáciles de diferenciar. Por eso Lochte sufrió de inmediato los efectos de su mentira en Río. Perdió a sus patrocinadores, sus connacionales lo destronaron del pedestal dorado y la justicia brasileña lo procesó por inventar un robo. Lo mismo le sucedió al ciclista Lance Armstrong. Perdió siete trofeos del Tour de Francia tras confesar que los corrió dopado. Por la mentira perdió honores y millones.

En la política las patas son largas. La verdad es más difícil de distinguir. Nada es blanco o negro, sino con infinitas tonalidades de grises. Propaganda, negociaciones, pago de favores, encubrimiento y falta de transparencia, sirven para disfrazar los hechos, confundir a la opinión pública y evitar que la justicia actúe con claridad y rapidez.

En las campañas electorales las mentiras no suelen tener consecuencias. Las de Hillary Clinton están morigeradas por su propaganda electoral, al adjudicarle su corrupción a la verborragia de su contrincante. Clinton niega que los gobiernos árabes y africanos que donaron dinero a su fundación obtuvieron su trato preferencial mientras era secretaria de Estado. Ante toda evidencia, niega que usó cuentas de correo personal para distribuir mensajes clasificados y niega, pese a correos filtrados que la desmienten, que las autoridades del Partido Demócrata la beneficiaron por sobre su oponente Bernie Sanders. Todo lo disfraza como a aquellos affaires de su marido.

Clinton tiene la suerte que Donald Trump también miente. A diario, los sitios que detectan mentiras, FactCheck.org y PolitiFact.com, se hacen picnics con las inexactitudes del candidato. Y semanas atrás debió defender a su esposa por plagiar a Mitchel Obama y un título de arquitecta que nunca obtuvo.

Los políticos suelen pagar las consecuencias de sus mentiras recién cuando dejan el poder. América Latina está lleno de presidentes y vices que terminaron en la cárcel después de que no pudieron eternizarse con la reelección o auto exiliarse en países amigos y sin tratado de extradición, artimañas preferidas de aquellos que se escudan en la impunidad.

Todo indica que alejada del poder, Cristina Kirchner correrá la misma suerte. Los procesos judiciales se le están acumulando y solo basta un disparador para que termine presa. Los Cristileaks, cientos de movimientos financieros por 500 millones de dólares en siete bancos internacionales, pueden ser la gota que rebalse el vaso o la mentira más palpable con la que se cercioren todas las demás.

Existe una regla muy fácil de medir en la política. La inversión en propaganda es directamente proporcional a la cantidad de mentiras. De ahí que en el gobierno de Kirchner la información oficial era tergiversada u omitida para que sea consecuente con el relato. Se mintió sobre índices de inflación, desempleo y pobreza, y cualquier desmentido era neutralizado con campañas de desprestigio contra sus interlocutores.
En Venezuela, Nicolás Maduro tiene el mismo patrón para gobernar. Disfraza su prepotencia con propaganda y clientelismo. Miente mucho y, como todo mitómano patológico, termina siendo cada vez más autoritario para poder defender sus realidades inventadas. Fantasea éxitos de una revolución inexistente para aferrarse al poder; incluso, pese a un mandato constitucional que lo obliga a someterse a un referendo revocatorio.

Los mitómanos como Maduro y Kirchner no suelen medir las consecuencias mientras tienen el poder, y cuando lo pierden y se sienten acorralados, terminan con la paranoia típica de los que se creyeron sus propias mentiras. Acusan a todos de perseguirlos, así sean opositores, arrepentidos, periodistas o jueces.


Por fortuna para la política, a las mentiras de patas largas se le antepone aquella frase del célebre Abraham Lincoln: “Se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”. trottiart@gmail.com

agosto 20, 2016

Abucheo olímpico

A tono con la nueva modalidad olímpica del abucheo desaprobatorio o burlón que baja de las gradas, hay mucho para reprochar en estos Juegos Olímpicos Río 2016.

Entre los deportistas que merecen desaprobación están el estadounidense Ryan Lochte y sus colegas nadadores, procesados por un atraco a punta de pistola que nunca existió o la nadadora francesa, Aurélie Muller, que hundió a la italiana Rochele Bruni un par de brazadas antes de la meta. El público brasileño tampoco se comportó a la altura de la llama olímpica. Victimizó con sus boos a los atletas argentinos (y viceversa), a su propio Neymar al principio de la competencia, y al pertiguista francés, Renaud Lavillenie, que adjudicó al abucheo la pérdida de su oro, quien además llamó nazis a los hinchas brasileños.

A pesar de todo, estas desaprobaciones quedarán sepultadas por los logros de deportistas como Michael Phelp, Usain Bolt o Simone Biles. Empero, lo que no debiera quedar en el olvido, mereciendo un abucheo estentóreo y prolongado, es la falta de previsión de muchos gobiernos, entre los que se destacan los latinoamericanos, por no aplicar políticas deportivas de largo alcance que les permitan revertir los pobres resultados alcanzados tras cada olimpíada.

El medallero en Río demuestra esa falta de previsión. La brecha entre países con oro se sigue ensanchando, desde que los juegos modernos se iniciaron en Atenas 1896. Y no se trata de que EEUU o Alemania sean países desarrollados comparados a Argentina o México, porque está comprobado que con los programas deportivos y la inversión adecuada, todos los atletas, sin distinción, pueden competir en igualdad de condiciones.

Los países más desarrollados tienen diferente actitud frente al deporte. Invierten en programas de largo alcance y entienden que los Juegos Olímpicos no es solo una competencia, sino con los que pueden medir el resultado de sus políticas y estrategias deportivas. Phelps no cosechó 28 medallas por casualidad. Si bien es consecuencia de un físico superdotado, también es producto de la inversión estatal. Lejos de esa proeza, pero sin menos merecimientos, está el boxeador mexicano Misael Rodríguez que consiguió bronce en Río, pese a que debió mendigar en las calles de su país por falta de apoyo oficial.

Para aplicar políticas deportivas estratégicas, los gobiernos latinoamericanos no deberían buscarlas entre las grandes potencias, sino entre países con ejemplos más recientes y accesibles. El caso más fascinante es Corea del Sur. Su estrategia deportiva comenzó después de ser anfitriona de los JO, Seúl 1988. En las diez olimpíadas anteriores, había cosechado 37 medallas, 7 de oro. Después de Seúl, en las próximas ocho ediciones, cosechó 223 medallas, 94 de oro, convirtiéndose en la sexta potencia dorada y en la decimoprimera del medallero histórico.

Lo logró sobre la base de una Oficina de Política Deportiva que fomenta la industria del deporte. Los coreanos aumentaron a ocho horas semanales la educación física en las escuelas, incluyeron disciplinas occidentales a su cartera deportiva más allá de las tradicionales artes marciales e incentivaron a sus ciudadanos a participar de maratones y clases de gimnasia masivas, así como de los más de 500 mil clubes de barrios. Corea del Sur entendió que el deporte no es un entretenimiento, sino un componente importante de su cultura. 

En América Latina la magra cosecha de medallas demuestra la falta de planificación. Hay hasta países en retroceso, como Argentina, que obtuvo más medallas en las olimpíadas de Ámsterdam 1928 y Berlín 1936, que en Londres 2012 y en estas de Río. Colombia, por otro lado, pese a incipientes logros, está demostrando que las políticas dan resultado. Tras triplicar su presupuesto de 51 a 153 millones de dólares desde el 2012 a la fecha, cosechó 3 medallas de oro, una más que en siete ediciones anteriores disputadas entre 1972 y 2008.


Ojalá que antes del final de este domingo, América Latina aumente su cosecha de preseas. Sin embargo, para competir en Tokio 2020 y en adelante, y para que las medallas no sean solo fruto de hazañas heroicas e individuales de los atletas o producto de deportes profesionales, los gobiernos tendrán que invertir en políticas deportivas coherentes y consistentes. Solo así podrán crear una efectiva cultura deportiva para evitar el abucheo y salir del subdesarrollo olímpico. trottiart@gmail.com

agosto 14, 2016

Miami, construcciones y la corrupción injusta

La corrupción es una transacción injusta. El fruto de lo robado en países pobres se fuga hacia los más ricos. Es que los corruptos también necesitan mercados más confiables donde invertir y esconder sus botines. Miami es prueba irrefutable.

Esta área del sur de la Florida creció a ritmo vertiginoso. En los últimos cinco años la población aumentó en 500 mil habitantes. Solo en 2015 se vendieron propiedades por 6,5 mil millones de dólares, 53% en efectivo y en gran parte vendidas a extranjeros, muchos escondidos detrás de empresas pantalla.

Aunque no todo el efectivo es parte de la corrupción, es la forma preferida de quienes buscan pasar por debajo del radar. Así lo demostró una investigación del The Miami Herald, basada en los Panama Papers, aquella filtración de millones de correos del estudio panameño Mossack Fonseca, creador de empresas off-shore.

Muchos de los compradores son los nuevos ricos o ex funcionarios que se han forjado en la corrupción de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, Hugo Chávez y Nicolás Maduro y Lula da Silva y Dilma Rousseff. Sin embargo, sería injusto atribuir la explosión de nuevos rascacielos a los ladrones kirchneristas, chavistas y brasileños o a los rusos y del este europeo. Miami, como Nueva York y Los Ángeles, también atrae capitales legítimos nacionales y los que se fugan de cada crisis política o económica en el mundo.

Las investigaciones más recientes apuntan a que ex funcionarios corruptos argentinos han tomado por asalto varios edificios en los barrios de Brickell y Sunny Isle, los chavistas se han afincado en Key Biscayne y Doral, y los brasileños entre Fort Lauderdale y Palm Beach. Casos notables sobran. El ex secretario de Néstor Kirchner, Daniel Muñoz, fallecido hace tres meses, compró propiedades por 63 millones de dólares, cuando hace unos años declaró que solo tenía un Gol VW en su patrimonio. A Paulo Octavio Alves, vice gobernador por el estado de Brasilia, así como a una veintena de ex funcionarios brasileños, también se le atribuyen condominios de lujo en Miami.

El caso que más sonó esta semana es el de Angélica Rivera, la primera dama de México. The Guardian le atribuye usar un apartamento en Key Biscayne del Grupo Pierdant, que busca beneficiarse con obras públicas en puertos mexicanos. La ex actriz ya debió devolver la “casa blanca” en México, que se la había regalado la empresa Higa, beneficiada con licitaciones por parte de su esposo, Enrique Peña Nieto.

Lo extraño de toda esta corrupción es su característica impúdica. No se trata de ladrones que como los del “robo del siglo” casi que despiertan admiración, sino de casos patéticos. Los más extraños están ligados al kirchnerismo. José López tiraba bolsos con millones de dólares en conventos, Lázaro Báez los enterraba en sus estancias, Milagro Sala los enviaba por correo certificado a Olivos y Muñoz los reconvertía en Miami. Y todo esto durante un período de 12 años en los que la pareja presidencial de Cristina-Néstor aumentó 800%; al menos de patrimonio declarado.

El chavismo también destacó. A sus nuevos ricos escrachados en Miami por connacionales exiliados y perseguidos por el régimen, se les sumaron dos sobrinos de Maduro, criados como hijos, quienes esperan sentencia por intentar meter ocho toneladas de cocaína en EEUU. Y entre narcos, también se destaca el caso del español Alvaro López Tardón, líder de la banda Los Miami, a quien se le incautaron 13 condominios de lujo y una flota aparatosa de autos.

Claro que la culpa no es solo de los ladrones. EEUU, como gran beneficiario de estos capitales en fuga, ha hecho poco para detener la sangría de países a los que castiga oficialmente por corruptos. Es notable que el gobierno recién haya tomado cartas en el asunto después de los Panama Papers. Desde entonces, los federales en Miami están escudriñando todas las compras mayores a un millón de dólares en efectivo; pero, vale recalcar, que muchas se realizan con transferencias y menores a ese monto.

Lo irónico de todo esto, es que mientras la alta cotización del dólar aminora las inversiones de extranjeros y a que las investigaciones y el público en Latinoamérica arrojan a los corruptos al infierno, Miami sigue con la inercia de la construcción de otras épocas y alzándose cada vez más hacia el cielo. trottiart@gmail.com


agosto 07, 2016

Macri, libertad de prensa e institucionalidad

Esperaba más entusiasmo de Mauricio Macri, o al menos que lo aparentara, cuando esta semana lo visitamos en la Casa Rosada con una delegación de la Sociedad Interamericana de Prensa. 
Nuestro objetivo era comprometer a su gobierno a respetar y garantizar las libertades de prensa y de expresión, derechos íntimamente ligados a la institucionalidad y la democracia.
Pensé que el Presidente elaboraría un discurso efusivo. Así lo había hecho cuando se refirió a su lucha en contra de la pobreza heredada, cuando anunció que Argentina pagaría sus deudas para regresar a los mercados internacionales o cuando se cargó de esperanza ante la Justicia, desde que muchos ex funcionarios y allegados al kirchnerismo empezaron a desfilar antes los tribunales. Pensé que lo haría porque aunque la libertad de prensa pareciera de menor rango que lo político, lo económico y lo judicial, es necesario abrazarla con entusiasmo si se pretende gobernar en y para la democracia.  
Macri fue austero y parco cuando firmó su compromiso, la Declaración de Chapultepec, la que señala atributos y libertades necesarias para ayudar a generar institucionalidad. Solo atinó a decir que "es una alegría que todo esto parezca una historia lejana", después de que el jefe de nuestra delegación, Claudio Paolillo, leyó una larga letanía de violaciones a la libertad de prensa durante los 12 años del kirchnerismo.
Paolillo ponderó que Argentina haya retornado “al grupo de países donde rige un periodismo libre, sin hostigamientos desde el poder, sin persecuciones, sin discriminaciones y sin 'escraches' en cadenas obligatorias de televisión contra los que piensan diferente" y contra aquellos que “fueron vulnerados… por funcionarios o militantes oficialistas financiados con dineros públicos".

Tampoco puedo ser injusto. Aunque Macri no se mostró exaltado, es cierto que las acciones serán siempre mejores que las palabras. El panorama del Periodismo ya ha cambiado para bien con este gobierno. Pronto regirá una ley de acceso a la información pública que incentivará la transparencia y permitirá a cualquier argentino saber y preguntar sobre cómo manejan sus dineros en la administración pública.

Además, el poder ya no insulta a los periodistas, no cuelga pendones con lemas de que tal medio miente o Hebe de Bonafini ya no usa la Plaza de Mayo para ajusticiar a los periodistas críticos, sino para esconderse de los jueces por sus engaños en “sueños compartidos”. Tampoco se usa el dinero público para financiar a medios amigos. Existe una política que restringe que los medios públicos sean usados como órganos partidarios del gobierno. Volvieron las conferencias de prensa y no se hace propaganda con estrategias del “fútbol para todos”, inspiradas en el “pan y circo” de los emperadores romanos.

Pero que Macri no haya aprovechado el acto para crear más diferencias con las del gobierno de Cristina Kirchner en materia de libertad de prensa, demuestra que necesita una mejor estrategia de comunicación. No se puede confiar solo en su pericia para Snapchat o en reunirse con el mediático Marcelo Tinelli para minimizar la sátira. Si el gobierno no aprende a dar su mensaje, tendrá que seguir replegándose como ya lo hizo por comunicar mal o no dosificar el aumento de las tarifas de servicios, por aparecer en los Panama Papers, por violentar el derecho a la privacidad de los ciudadanos al usar datos personales para cuestiones gubernamentales o por intentar mandar a la cárcel a los periodistas que deschaven a quienes blanqueen corrupción.

Es cierto también que la libertad de prensa no es un tema importante ante tantas urgencias. Los tarifazos, la reforma tributaria, el blanqueo de capitales, el seguro universal de salud, el desemplo y la inflación que no cesa en este semestre prometido son temas urticantes, pero la libertad también es indispensable para construir democracia.

El Presidente todavía tiene tiempo - aunque no mucho - para hacer reformas económicas, políticas y judiciales que encaminen a Argentina hacia la madurez institucional. Debe desterrarse esa ciclotimia de caer ciclotímicamente en los errores pasados, saltando en un santiamén constante de picos económicos a corralitos, de clientelismo populista a tarifazos correctores o de corruptos impunes a procesados sin privilegios. trottiart@gmail.com


agosto 01, 2016

Empieza la verdadera carrera: Hillary vs Trump

Terminadas las convenciones partidarias, empieza ahora la verdadera carrera por la Casa Blanca. La demócrata Hillary Clinton es la opción más estable y segura. El republicano Donald Trump es el más desconcertante e impredecible.
Visto así, y por las críticas y el rechazo que Trump recibe del 90% de la prensa, Hillary ganaría holgadamente. Pero no hay que descartar a Trump. Hoy las encuestas los dan empatados. Hillary representa el estatus quo, la continuación de un sistema político desgastado sin mucha conexión con gran parte de sus partidarios. Trump es el outsider, el anti sistema, el de crítica apocalíptica; de la que tampoco se salvó su partido.
Ambos muestran visiones de países diametralmente opuestos; polarización extrema. Hillary, por su dureza conservadora, posición económica abierta y loas al patriotismo, parece republicana. Trump es nacionalista en lo político y proteccionista en lo económico; casi un demócrata.
Pese al cambio de roles, y después de haber barrido a sus contrincantes en las internas, tienen para criticarse y ser criticados. En las convenciones, más allá de los globos y pancartas, no hubo grandes descubrimientos, sino sorpresas.
Los republicanos eligieron a un hombre sin convencimiento, pero sucumbieron ante su sorpresivo e histórico caudal de votos. Los demócratas prefirieron a la candidata más segura, pese a que Bernie Sanders, siendo el más viejo, representaba la mayor esperanza para los jóvenes y el cambio.
La convención republicana tuvo que lidiar con el plagio de Melania Trump por copiar párrafos de un discurso de hace ocho años de Michelle Obama, mientras que la cúpula demócrata debió lidiar con el engaño. La filtración en Wikileaks de 20 mil emails demostró que el partido favoreció a Hillary por sobre Sanders. Ante lo innegable, renunció la presidenta del Comité Nacional Demócrata, mientras el servicio secreto acusaba al gobierno ruso de esas filtraciones para favorecer a Trump, quien, irónicamente devolvió la estocada.
Trump pidió por Twitter a los rusos que encuentren los otros 30 mil emails que comprometen a Hillary por haber usado cuentas personales para intercambiar mensajes altamente confidenciales cuando era secretaria de Estado, comprometiendo la seguridad nacional. Los republicanos piden que la encarcelen desde que hace dos semanas el FBI la exoneró de toda culpa, justo a tiempo para su nominación.
Las acusaciones subirán de tono. Ambos candidatos no lograron unir a sus partidos. Algunos de sus partidarios votarán en blanco, otros no acudirán a las urnas y algunos usarán el voto castigo. Esa penalidad tiene justificaciones. Hillary tiene muchos flancos abiertos; la invasión de Libia, la guerra de Irak, los engaños amorosos de su esposo, el presidente Bill Clinton, pese a que en la Convención la alabó como la compañera inseparable durante 40 años. Trump es un showman boquiabierto y fanfarrón, populista multimillonario, que sorpresivamente ahuyenta a las minorías; esas que en los últimos tiempos han desequilibrado la balanza electoral.
Trump promete un país nuevo, más seguro, sin el crimen y el terror que le achaca a la mano débil de Barack Obama. Pronostica más empleos y fábricas en el país. No quiere tratados de libre comercio y quiere que EEUU no siga de policía por el mundo. Ella ofrece estabilidad económica, inclusión de clases y género, seguridad globalizada y quiere reforzar el programa de salud pública de Obama, asignatura que le quedó pendiente como primera dama en la presidencia de su esposo.
Gane quien ganare, la Casa Blanca ya no será igual. No se sabe el papel que le dará la primera mujer presidente de la historia a quien ya se sentó en el salón oval, al que usó de burdel con Mónica Lewinsky. También es incierto lo que sucederá si accede al trono el rubio peinado a lo Simpson y su esposa, una inmigrante eslovaca que no es arquitecta como dice su biografía. Sin dudas, con los Clinton o los Trump o esta emulación de House of Cards, la sátira política estará de parabienes.
Si Hillary gana habrá mayor certidumbre. Pero de ganar Trump no habrá apocalipsis. EEUU tiene un sistema político con fuertes contrapoderes y equilibrios que no permite un presidencialismo personalista. El poder será el mismo, solo cambiará el estilo. Trottiart@gmail.com


Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...