A tono con la nueva
modalidad olímpica del abucheo desaprobatorio o burlón que baja de las gradas, hay
mucho para reprochar en estos Juegos Olímpicos Río 2016.
Entre los deportistas que merecen
desaprobación están el estadounidense Ryan Lochte y sus colegas nadadores, procesados
por un atraco a punta de pistola que nunca existió o la nadadora francesa, Aurélie
Muller, que hundió a la italiana Rochele Bruni un par de brazadas antes de la
meta. El público brasileño tampoco se comportó a la altura de la llama
olímpica. Victimizó con sus boos a los atletas argentinos (y viceversa), a su propio Neymar al
principio de la competencia, y al pertiguista francés, Renaud Lavillenie, que adjudicó
al abucheo la pérdida de su oro, quien además llamó nazis a los hinchas brasileños.
A pesar de todo, estas desaprobaciones
quedarán sepultadas por los logros de deportistas como Michael Phelp, Usain Bolt
o Simone Biles. Empero, lo que no debiera quedar en el olvido, mereciendo un
abucheo estentóreo y prolongado, es la falta de previsión de muchos gobiernos,
entre los que se destacan los latinoamericanos, por no aplicar políticas
deportivas de largo alcance que les permitan revertir los pobres resultados
alcanzados tras cada olimpíada.
El medallero en Río
demuestra esa falta de previsión. La brecha entre países con oro se sigue
ensanchando, desde que los juegos modernos se iniciaron en Atenas 1896. Y no se
trata de que EEUU o Alemania sean países desarrollados comparados a Argentina o
México, porque está comprobado que con los programas deportivos y la inversión
adecuada, todos los atletas, sin distinción, pueden competir en igualdad de
condiciones.
Los países más
desarrollados tienen diferente actitud frente al deporte. Invierten en
programas de largo alcance y entienden que los Juegos Olímpicos no es solo una
competencia, sino con los que pueden medir el resultado de sus políticas y
estrategias deportivas. Phelps no cosechó 28 medallas por casualidad. Si bien
es consecuencia de un físico superdotado, también es producto de la inversión
estatal. Lejos de esa proeza, pero sin menos merecimientos, está el boxeador
mexicano Misael Rodríguez que consiguió bronce en Río, pese a que debió mendigar
en las calles de su país por falta de apoyo oficial.
Para aplicar políticas
deportivas estratégicas, los gobiernos latinoamericanos no deberían buscarlas
entre las grandes potencias, sino entre países con ejemplos más recientes y
accesibles. El caso más fascinante es Corea del Sur. Su estrategia deportiva
comenzó después de ser anfitriona de los JO, Seúl 1988. En las diez olimpíadas
anteriores, había cosechado 37 medallas, 7 de oro. Después de Seúl, en las
próximas ocho ediciones, cosechó 223 medallas, 94 de oro, convirtiéndose en la sexta
potencia dorada y en la decimoprimera del medallero histórico.
Lo logró sobre la base de
una Oficina de Política Deportiva que fomenta la industria del deporte. Los
coreanos aumentaron a ocho horas semanales la educación física en las escuelas,
incluyeron disciplinas occidentales a su cartera deportiva más allá de las
tradicionales artes marciales e incentivaron a sus ciudadanos a participar de
maratones y clases de gimnasia masivas, así como de los más de 500 mil clubes
de barrios. Corea del Sur entendió que el deporte no es un entretenimiento,
sino un componente importante de su cultura.
En América Latina la magra
cosecha de medallas demuestra la falta de planificación. Hay hasta países en
retroceso, como Argentina, que obtuvo más medallas en las olimpíadas de
Ámsterdam 1928 y Berlín 1936, que en Londres 2012 y en estas de Río. Colombia,
por otro lado, pese a incipientes logros, está demostrando que las políticas dan
resultado. Tras triplicar su presupuesto de 51 a 153 millones de dólares desde
el 2012 a la fecha, cosechó 3 medallas de oro, una más que en siete ediciones
anteriores disputadas entre 1972 y 2008.
Ojalá que antes del final de
este domingo, América Latina aumente su cosecha de preseas. Sin embargo, para competir
en Tokio 2020 y en adelante, y para que las medallas no sean solo fruto de
hazañas heroicas e individuales de los atletas o producto de deportes
profesionales, los gobiernos tendrán que invertir en políticas deportivas
coherentes y consistentes. Solo así podrán crear una efectiva cultura deportiva
para evitar el abucheo y salir del subdesarrollo olímpico. trottiart@gmail.com
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