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agosto 20, 2016

Abucheo olímpico

A tono con la nueva modalidad olímpica del abucheo desaprobatorio o burlón que baja de las gradas, hay mucho para reprochar en estos Juegos Olímpicos Río 2016.

Entre los deportistas que merecen desaprobación están el estadounidense Ryan Lochte y sus colegas nadadores, procesados por un atraco a punta de pistola que nunca existió o la nadadora francesa, Aurélie Muller, que hundió a la italiana Rochele Bruni un par de brazadas antes de la meta. El público brasileño tampoco se comportó a la altura de la llama olímpica. Victimizó con sus boos a los atletas argentinos (y viceversa), a su propio Neymar al principio de la competencia, y al pertiguista francés, Renaud Lavillenie, que adjudicó al abucheo la pérdida de su oro, quien además llamó nazis a los hinchas brasileños.

A pesar de todo, estas desaprobaciones quedarán sepultadas por los logros de deportistas como Michael Phelp, Usain Bolt o Simone Biles. Empero, lo que no debiera quedar en el olvido, mereciendo un abucheo estentóreo y prolongado, es la falta de previsión de muchos gobiernos, entre los que se destacan los latinoamericanos, por no aplicar políticas deportivas de largo alcance que les permitan revertir los pobres resultados alcanzados tras cada olimpíada.

El medallero en Río demuestra esa falta de previsión. La brecha entre países con oro se sigue ensanchando, desde que los juegos modernos se iniciaron en Atenas 1896. Y no se trata de que EEUU o Alemania sean países desarrollados comparados a Argentina o México, porque está comprobado que con los programas deportivos y la inversión adecuada, todos los atletas, sin distinción, pueden competir en igualdad de condiciones.

Los países más desarrollados tienen diferente actitud frente al deporte. Invierten en programas de largo alcance y entienden que los Juegos Olímpicos no es solo una competencia, sino con los que pueden medir el resultado de sus políticas y estrategias deportivas. Phelps no cosechó 28 medallas por casualidad. Si bien es consecuencia de un físico superdotado, también es producto de la inversión estatal. Lejos de esa proeza, pero sin menos merecimientos, está el boxeador mexicano Misael Rodríguez que consiguió bronce en Río, pese a que debió mendigar en las calles de su país por falta de apoyo oficial.

Para aplicar políticas deportivas estratégicas, los gobiernos latinoamericanos no deberían buscarlas entre las grandes potencias, sino entre países con ejemplos más recientes y accesibles. El caso más fascinante es Corea del Sur. Su estrategia deportiva comenzó después de ser anfitriona de los JO, Seúl 1988. En las diez olimpíadas anteriores, había cosechado 37 medallas, 7 de oro. Después de Seúl, en las próximas ocho ediciones, cosechó 223 medallas, 94 de oro, convirtiéndose en la sexta potencia dorada y en la decimoprimera del medallero histórico.

Lo logró sobre la base de una Oficina de Política Deportiva que fomenta la industria del deporte. Los coreanos aumentaron a ocho horas semanales la educación física en las escuelas, incluyeron disciplinas occidentales a su cartera deportiva más allá de las tradicionales artes marciales e incentivaron a sus ciudadanos a participar de maratones y clases de gimnasia masivas, así como de los más de 500 mil clubes de barrios. Corea del Sur entendió que el deporte no es un entretenimiento, sino un componente importante de su cultura. 

En América Latina la magra cosecha de medallas demuestra la falta de planificación. Hay hasta países en retroceso, como Argentina, que obtuvo más medallas en las olimpíadas de Ámsterdam 1928 y Berlín 1936, que en Londres 2012 y en estas de Río. Colombia, por otro lado, pese a incipientes logros, está demostrando que las políticas dan resultado. Tras triplicar su presupuesto de 51 a 153 millones de dólares desde el 2012 a la fecha, cosechó 3 medallas de oro, una más que en siete ediciones anteriores disputadas entre 1972 y 2008.


Ojalá que antes del final de este domingo, América Latina aumente su cosecha de preseas. Sin embargo, para competir en Tokio 2020 y en adelante, y para que las medallas no sean solo fruto de hazañas heroicas e individuales de los atletas o producto de deportes profesionales, los gobiernos tendrán que invertir en políticas deportivas coherentes y consistentes. Solo así podrán crear una efectiva cultura deportiva para evitar el abucheo y salir del subdesarrollo olímpico. trottiart@gmail.com

febrero 21, 2009

Juego limpio

La confesión del multimillonario beisbolista Alex Rodríguez en ESPN de que consumió esteroides, me hizo revivir la sensación de bronca y devastación que sufrí cuando Diego Maradona dio positivo en el control antidoping del mundial 94, después de festejar desencajado su golazo contra los griegos.
Cuando el dopaje derivó en la suspensión del astro argentino, mi reacción fue insultarlo de pies a cabeza. No me importó si la efedrina le serviría para mejorar su rendimiento, esconder sus debilidades o si destruiría su carrera y se convertiría en un mal ejemplo para los chicos. Como fanático, simplemente me dolió su atajo deportivo porque destruyó los sueños y las expectativas que me había generado.
Los iluminados y geniales tienen la característica de crear ilusiones que van más allá del deporte. Es por eso que a las gambetas de Lionel Messi o a las clavadas de Lebron James las ovacionan hasta las hinchadas contrarias, ya que se asumen como destrezas universales por fuera de competencias nacionales y ajenas a pasiones y colores.
Más aún, estos seres están dotados de cierta magia que generan expectativas a pesar de que tengan un bajo rendimiento pasajero. Confiamos que en un segundo crearán una jugada salvadora que, por sí sola nos hará saltar de la silla, y será suficiente para derrotar el aburrimiento frente al televisor o justificar que la ida al estadio valió la pena.
Por ello, cuando estos magos nos muestran sus flaquezas y como cualquier mortal sucumben ante las drogas, no les recriminamos por la competencia desleal o el juego sucio, sino porque traicionan nuestros sentimientos.
Ese asesinato de la expectativa lo plasmó muy bien el Toronto Star, cuando se comprobó que Ben Johnson le había ganado artificialmente a Carl Lewis los 100 metros en las Olimpíadas de Seúl de 1988. El diario canadiense no condenó a Johnson directamente por su dopaje, sino que le tradujo el sentir popular con un doliente título en portada: “¿Por qué, Ben? ¿Por qué lo hiciste?”
Estas preguntas bien cabrían hacérselas al pelotero de los Yankees. El caso de Rodríguez no es más o menos grave que el de cientos de beisbolistas - que hasta tuvieron que declarar ante el Congreso estadounidense - pero sí es el más importante. En Rodríguez la fanaticada tiene cifrada la esperanza, partido tras partido, de que saque la pelota del estadio y supere pronto las 762 vuelacercas de quien también carga con el peso de los anabólicos en sus brazos, Barry Bonds; una marca que es comparable en el fútbol a los sobrados mil goles de Pelé o a los dudosos mil de Romario.
Para evaluar a los ídolos hay que medir el tipo de desvíos que cometen, porque la experiencia indica que se toleran mucho más aquellos atajos antideportivos y personales, que las inconductas atléticas.
Tres ejemplos bastan para ilustrarlo: Marion Jones consumió anabólicos en las Olimpíadas de Sidney 2000 y tuvo la obligación ejemplar de devolver las cinco medallas, con lo que se extinguió su carrera. Esta semana, el ex campeón de boxeo mexicano Antonio Margarito, por una conducta antideportiva de utilizar yeso dentro del guante para fortalecer la pegada, fue penalizado con un año antes de poder subir a un cuadrilátero; mientras que Michael Phelps, por haber fumado marihuana en público, tendrá que estar ausente tres meses de las competencias. En realidad, se trató de un asunto personal, ajeno a lo deportivo, y aún si lo procesan, le perdonaremos porque nuestra esperanza es que cuando vuelva a zambullirse, siga acumulando medallas como en los olímpicos chinos.
Los fanáticos podemos lidiar con cualquier tipo de ventajas que los atletas comunes busquen para batir récords y ensuciar el juego limpio. Pero lo que no toleramos o perdonamos es que los deportistas distintos y sobrehumanos, como los Maradona y los Rodríguez, nos traumaticen al romper las ilusiones de algo maravilloso y deslumbrante que todavía les queda por crear.
Recemos al dios del Olimpo para que los grandes, como Messi, Kobe Bryan, Rafael Nadal o Tiger Woods no nos decepcionen con dopajes, porque no solo defraudarán a los salones de la fama, sino al más sagrado lugar que poseemos los fanáticos: el salón de las expectativas.

febrero 04, 2009

Phelps y la marihuana

Como le suele suceder a muchos famosos, celebridades y personajes que cumplen el papel de modelos de comportamiento social, siendo especialmente muy jóvenes y estando en el candelero, el nadador Michael Phelps terminó metiendo la pata, siendo sorprendido con una pipa de marihuana en la mano, foto que recorrió el mundo desde que la publicó un tabloide británico.
La marihuana ya a esta altura no es noticia, especialmente después que le dio viso de normalidad el presidente Braack Obama quien admitió haberla fumado e inhalado el humo, alejándose de Bill Clinton que había “confesado” haberla fumado pero sin inhalar.
Desgraciadamente para Phelps, el hecho de que haya sido quien consumía o tenía parafernalia para consumir sí es noticia. No tanto porque batió el récord con sus ocho oro olímpicos, sino porque era parte del “branding” de varias marcas como Speedo, Kellogs y Visa entre otras compañías, que no lo contrataron sólo por ser un recordman, sino por la imagen positiva y el modelo que él representa para los más jóvenes.
Dentro de todo no le fue tan mal. Después de sus disculpas las marcas le ratificaron su confianza y aceptaron que fue una conducta momentánea. Lo que habría que ver ahora es que pasará con esos contratos si se le presentan cargos como han estado amagando algunas autoridades, lo que si bien no son multas ni un castigo de cárcel muy elevado – no alcanza a 30 días – podrían cortar de cuajo un contrato con cláusulas de rescisión en caso de delito.
Puede ser muy exagerado que lo procesen, pero el hecho de que no lo hagan, por otro lado, podría ser un mal antecedente social, ya que significaría que la justicia no es equitativa y se aplica con menor firmeza para quienes tienen aura de celebridad.
La situación se le ha puesto difícil para algunos padres que tendrían que tener excusas en caso de que algún hijo lo tome desprevenido preguntándoles por qué este muchacho cuya imagen resplandece en las cajas de cereales puede fumar marihuana sin ser amonestado, cuando a cualquier otro amiguito le podría valer la expulsión de la escuela.
No es tan fácil ser modelo y actuar en consecuencia pueden pensar muchos y tal vez aquí el delito no sea tan abominable socialmente como si por ejemplo se lo hubiera encontrado en una situación de “shop lifting”, un delito tal vez menor, aunque más condenable socialmente en este contexto actual.
De una u otra forma, existe sobre Phelps la expectativa que actúe de una forma determinada y debe colmar esa expectativa. Ahora fue perdonado, pero los contratos se le caerán si volviera a tropezar con la misma piedra.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...