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agosto 10, 2013

Merecidos abucheos contra A-Rod

En el deporte hay muchos héroes, pero muchos tienen pies de barro. Uno de ellos es el pelotero de tercera base de los Yanquis, Alex Rodríguez, quien tuvo una semana embarrada, habiendo recibido más silbidos y abucheos en pocos días de los que recibió en su larga y exitosa (ahora dudosa) carrera profesional, como el deportista mejor pagado del béisbol.

Lo abuchearon anoche en su propio estadio en NY frente a los Tigres de Detroit cuando lo anunciaron en la pantalla y más fuerte aun cuando lo poncharon. Pero le fue peor el mismo lunes en Chicago de visita a los Media Blancas. No es para menos, A-Rod tuvo su “merecido homenaje” con lluvia de abucheos después de ingeniárselas para entrar a los jardines tras hacer una apelación a la sentencia de las Grandes Ligas, por la que fue suspendido por dopaje por 211 partidos, hasta finales de 2014.

A los 38 años, A-Rod merecería mayor suspensión si se le comprobaran todas las acusaciones. No solamente consumió esteroides que le proporcionaba la clínica Biogénesis of America de Miami, sino que instigó a otros peloteros a consumirlas. La suspensión de esta semana también incluyó a otros 12 beisbolistas, la mayoría de origen dominicano, quienes no podrán jugar por 50 juegos.

Tres veces el Jugador Más Valioso de las Grandes Ligas, A-Rod tenía mucha más responsabilidad. Admitió que entre 2001 y 2003 consumió sustancias prohibidas mientras jugaba con los Rangers de Texas, pero que desde entonces no lo ha vuelto a hacer. Una teoría difícil de creer que recuerda a la negativa del ciclista Armstrong que por años estuvo evadiendo las sanciones del ciclismo y mintiendo a todos los fanáticos quienes ya habían festejado siete Tours de Francia.
Lo importante en este caso es que la investigación contra los peloteros se inició después de una elaborada investigación periodística que hizo el Miami New Times, un periódico alternativo de la ciudad que pese a sus pocos recursos suele hacer buenos descubrimientos.

A-Rod tiene mucho por lo que pelear. Su reputación y espacio en el Salón de la Fama están en entredicho. A esta altura de su carrera, los millones de por medio - deja de cobrar los 8.5 millones de dólares de los 28 que debería recibir en esta temporada y los 86 que le faltan en sus cuatro años de contrato; más los ingresos por publicidad y patrocinios – no representan tanto.


Los abucheos contra su fama, el que le dejen sentir que ha traicionado a aficionados y fanáticos, y que probablemente será recordado como uno de los grandes fraudes del deporte, seguramente no lo dejen dormir; pero, en lo positivo, su conducta sancionada es un excelente mensaje para otros beisbolistas y deportistas que tienen que saber que el dopaje, como atajo al éxito deportivo, jamás puede ser considerado.

enero 12, 2010

La mentira de McGwire

Me descolgué del mundo – descansando – en estos primeros días del 2010 y esta tarde cuando llegué a casa quedé sorprendido por la variedad de temas que sacudieron estos primeros 10 días, de todos los colores y para todos los gustos.
La sorpresa mayor fue que el beisbolista Mark McGwire confirmó que consumió esteroides durante largos años, especialmente durante la campaña de 1998 cuando batió todos los récords con 70 jonrones, cuatro más que su escolta el dominicano Sammy Sosa.

Por aquella época y gracias a que los Marlins de la Florida, pero con sede aquí en Miami, habían ganado la Serie Mundial en 1997 tan solo cinco años después de erigirse como franquicia, me había vuelto un fanático de este deporte. Aquel 1998 fue contrarreloj con un McGuire imparable y con un Sosa que le pisaba los talones y quien todavía no usaba bates con corcho.

Pero aquellos eran días felices para el béisbol, nadie sospechaba – o al menos hablaba francamente – sobre esteroides, a batazos limpios las Grandes Ligas estaban dejando atrás temporadas malas tras la huelga de 1994 y los abucheos de Pete Rose por haber estado apostando en sus propios juegos, escándalo que saltó a la luz pública en la temporada de 1989.

Ahora que uno mira con perspectiva y que McGwire se sacó los demonios de arriba admitiendo lo que no admitió frente a una comisión del Congreso estadounidense, uno siente como lo han engañado y como aquellas alegrías del pasado fueron solo una mentira. Aunque muchos celebren la sinceridad del pelotero, uno nunca sabe que intenciones puede tener cuando ve que otros peloteros eligen el mes de enero para sus confesiones, como Alex Rodríguez que admitió para esta misma fecha el año pasado lo que todos sospechaban: consumió esteroides.

La mentira de McGwire, por más simpatía que despierte su confesión, es una de las peores en el deporte actual. Y además pone en perspectiva que lo de Tiger Woods fue solo una mentira familiar o una confesión que afectó solamente a su familia pero no hizo nada malo para el golf, ni empañó sus récords y quienes nos alegramos por sus torneos podemos seguir disfrutando de aquellos momentos. La publicidad, el mal precedente para la juventud es realmente un mal menor, pero el deporte no perdió sus habilidades, perdieron su esposa e hijos, pero es el sufrimiento de unos pocos.

Lo de McGuire es como las confesiones de André Agassi que por sacar un libro biográfico, seguramente con el ánimo de ponerle esteroides a las ventas, dijo que consumió drogas que le sirvieron de anabólicos. McGuire acaba de conseguir un trabajo como entrenador de bateadores y seguramente algún libro está por llegar con el detalle impresionante de cómo se clavaba a escondidas las agujas.

Lamentable es que se condene más a Woods a Phelps por haber fumado marihuana o a Arenas por haber empuñado un arma, que es solo la punta del iceberg de la cantidad de dinero que estos profesionales gastan apostando, que a este McGwire que nos ha engañado a todos.

febrero 21, 2009

Juego limpio

La confesión del multimillonario beisbolista Alex Rodríguez en ESPN de que consumió esteroides, me hizo revivir la sensación de bronca y devastación que sufrí cuando Diego Maradona dio positivo en el control antidoping del mundial 94, después de festejar desencajado su golazo contra los griegos.
Cuando el dopaje derivó en la suspensión del astro argentino, mi reacción fue insultarlo de pies a cabeza. No me importó si la efedrina le serviría para mejorar su rendimiento, esconder sus debilidades o si destruiría su carrera y se convertiría en un mal ejemplo para los chicos. Como fanático, simplemente me dolió su atajo deportivo porque destruyó los sueños y las expectativas que me había generado.
Los iluminados y geniales tienen la característica de crear ilusiones que van más allá del deporte. Es por eso que a las gambetas de Lionel Messi o a las clavadas de Lebron James las ovacionan hasta las hinchadas contrarias, ya que se asumen como destrezas universales por fuera de competencias nacionales y ajenas a pasiones y colores.
Más aún, estos seres están dotados de cierta magia que generan expectativas a pesar de que tengan un bajo rendimiento pasajero. Confiamos que en un segundo crearán una jugada salvadora que, por sí sola nos hará saltar de la silla, y será suficiente para derrotar el aburrimiento frente al televisor o justificar que la ida al estadio valió la pena.
Por ello, cuando estos magos nos muestran sus flaquezas y como cualquier mortal sucumben ante las drogas, no les recriminamos por la competencia desleal o el juego sucio, sino porque traicionan nuestros sentimientos.
Ese asesinato de la expectativa lo plasmó muy bien el Toronto Star, cuando se comprobó que Ben Johnson le había ganado artificialmente a Carl Lewis los 100 metros en las Olimpíadas de Seúl de 1988. El diario canadiense no condenó a Johnson directamente por su dopaje, sino que le tradujo el sentir popular con un doliente título en portada: “¿Por qué, Ben? ¿Por qué lo hiciste?”
Estas preguntas bien cabrían hacérselas al pelotero de los Yankees. El caso de Rodríguez no es más o menos grave que el de cientos de beisbolistas - que hasta tuvieron que declarar ante el Congreso estadounidense - pero sí es el más importante. En Rodríguez la fanaticada tiene cifrada la esperanza, partido tras partido, de que saque la pelota del estadio y supere pronto las 762 vuelacercas de quien también carga con el peso de los anabólicos en sus brazos, Barry Bonds; una marca que es comparable en el fútbol a los sobrados mil goles de Pelé o a los dudosos mil de Romario.
Para evaluar a los ídolos hay que medir el tipo de desvíos que cometen, porque la experiencia indica que se toleran mucho más aquellos atajos antideportivos y personales, que las inconductas atléticas.
Tres ejemplos bastan para ilustrarlo: Marion Jones consumió anabólicos en las Olimpíadas de Sidney 2000 y tuvo la obligación ejemplar de devolver las cinco medallas, con lo que se extinguió su carrera. Esta semana, el ex campeón de boxeo mexicano Antonio Margarito, por una conducta antideportiva de utilizar yeso dentro del guante para fortalecer la pegada, fue penalizado con un año antes de poder subir a un cuadrilátero; mientras que Michael Phelps, por haber fumado marihuana en público, tendrá que estar ausente tres meses de las competencias. En realidad, se trató de un asunto personal, ajeno a lo deportivo, y aún si lo procesan, le perdonaremos porque nuestra esperanza es que cuando vuelva a zambullirse, siga acumulando medallas como en los olímpicos chinos.
Los fanáticos podemos lidiar con cualquier tipo de ventajas que los atletas comunes busquen para batir récords y ensuciar el juego limpio. Pero lo que no toleramos o perdonamos es que los deportistas distintos y sobrehumanos, como los Maradona y los Rodríguez, nos traumaticen al romper las ilusiones de algo maravilloso y deslumbrante que todavía les queda por crear.
Recemos al dios del Olimpo para que los grandes, como Messi, Kobe Bryan, Rafael Nadal o Tiger Woods no nos decepcionen con dopajes, porque no solo defraudarán a los salones de la fama, sino al más sagrado lugar que poseemos los fanáticos: el salón de las expectativas.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...