Puede que Brasil se retire de Londres
con oro en fútbol, imitando a su nuevo Señor de los Anillos, Arthur Zanetti,
pero sus verdaderas olimpíadas no son las de la capital británica, sino las que
se juegan en casa en los estrados judiciales.
Brasil quiere pasar de ser la sexta
economía en el mundo, para convertirse en un líder y para ello ha decidido sortear
una de las vallas más difíciles de sobrepasar que lo han tenido alejado de los
primeros planos internacionales: la corrupción.
Sumado a una cruzada de los derechos
humanos que la presidenta Dilma Rousseff está liderando con la creación de una
Comisión de la Verdad para descubrir lo que realmente pasó durante la última
dictadura, en Brasil comenzó la semana pasada el mayor juicio por corrupción,
algo impensado tan solo un par de años atrás.
Ayer comenzaron los alegatos de la
defensa del ex ministro José Dirceu, uno de los 38 acusados por una gran
campaña de compra de votos durante la presidencia del popular Luiz Inácio Lula
da Silva, cuya sentencia se espera a mediados de setiembre próximo.
La
acusación señala a Dirceu como jefe de una banda que usó dineros públicos en
beneficio electoral para el Partido de los Trabajadores (PT) y para sobornar a
decenas de diputados que apoyaran al gobierno.
Los alegatos terminarán tres días después que las
Olimpiadas de Londres, el 15 de agosto, y se espera que la Justicia brasileña
pueda instruir de cargos a varios políticos corruptos. Seguramente esta carrera
contra la corrupción no le dará lauros tan inmediatos como los de los
deportistas para que inspiren a otros atletas para las olimpiadas de Río en el
2016, pero será la mejor carrera de la vida política del país que le permitirá soñar
con convertirse en líder y dejar el subdesarrollo.