El miedo a debatir
Si ganó Mitt Romney o perdió Barack Obama en el
primer debate de la carrera presidencial estadounidense, no es tan importante
como que triunfó la gente, el proceso electoral y la política.
Alienada de tanta propaganda partidaria, avisos
negativos, discursos e información polarizada, el cara a cara entre los
candidatos dio un respiro a los electores para que los conozcan íntimamente, y
aprender de propuestas sobre una realidad más descarnada y autocrítica del país.
Los debates no tienen la fuerza de cambiar el rumbo
de una elección, ya que se realizan en la parte final de la campaña electoral cuando
los indecisos son pocos y la mayoría difícilmente considere traicionar sus lealtades
partidarias. Empero, como ocurrió el miércoles con Romney, suelen energizar
campañas que todos daban por decididas.
Romney rebasó a Obama no por su ventaja de retador, sino
porque fue más convincente en el arte de la retórica, del intercambio de ideas,
donde prevalecen los principios y propuestas más que los hechos, el lenguaje
corporal más que las tácticas futuras. Obama perdió porque confundió política
con gobierno, quedó empantanado, defendiendo decisiones tomadas y objetivos que
todavía no alcanzó.
Sin embargo, el logro más sustancial de los debates es
que crean una atmósfera de efervescencia política, renovando en la gente el
interés por la vida de sus comunidades y generando mayores compromisos para
salir a votar. Un clima tan saludable para la política y la participación
democrática, similar al que crean las Eliminatorias al fútbol o los play-off a
la NBA.
Lamentablemente, este tipo de fiesta cívica todavía
no caló del todo en la cultura electoral de varios países latinoamericanos,
donde existen gobiernos que prefieren informar a ser cuestionados o hacer
propaganda por temor a debatir. Venezuela es el caso típico. El presidente Hugo
Chávez rechazó de cuajo el intento de su contrincante, el gobernador Henrique
Capriles, de trenzarse en debates electorales rumbo a las elecciones de este
domingo, relegando a los venezolanos a solo tener que consumir propaganda,
insultos y descalificaciones.
La falta de debates denuncia el grado de
autoritarismo o realza el nivel de democracia alcanzado en un país. No es
casualidad que sean inexistentes en Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua;
o que, por el contrario, formen parte de la cultura electoral de Brasil, Chile,
Costa Rica, Colombia, México y Perú.
En Venezuela los debates presidenciales se realizaron
por última vez en 1998, cuando Chávez aspiraba a la presidencia. Lo mismo
ocurrió con Evo Morales en Bolivia, donde antes de su segundo período eran
práctica habitual entre candidatos. Esto demuestra que a mayor cantidad de años
en el poder, menor son las chances para que haya discusión de ideas.
También sucede con Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael
Correa en Ecuador y Cristina de Kirchner en Argentina. Tras varios años en el
poder, prefieren descalificar públicamente a sus adversarios a tener que sentarse
frente a frente, argumentando que su comunicación es con el pueblo, con las
bases, aunque rara vez esa comunicación es de doble vía.
Ese miedo a debatir, a tener que compartir el poder
temporalmente, los obliga a crear un clima de polarización política constante,
en el que valen más los insultos y los ataques que el debate. La polarización
no es una casualidad, sino causalidad, es una estrategia política inteligente
para quien quiere gobernar sin tener que rendir cuentas o cumplir con los
contrapesos de la democracia.
Es fácil advertir que esa polarización no puede ser
sustentada sin un aparato gigantesco de propaganda. De ahí que estos gobiernos sigan
creando medios de comunicación gubernamentales a los que usan no como medios
públicos sino para su beneficio partidario; discriminen y persigan a los medios
y periodistas que ejercen su misión de fiscalizar al poder; que solo informen a la población a través de
cadenas nacionales y discursos en actos políticos o que no ofrezcan conferencia
de prensa o posibilidad donde puedan ser cuestionados.
El
miedo a debatir implica miedo a la democracia. Por ello, para evitar que los
gobiernos se hagan más autoritarios y cerrados, sería importante que la sana
cultura de los debates se incluya como valor esencial en la legislación
electoral.