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octubre 22, 2012

Tercer debate sin América Latina


Los candidatos a la Presidencia de EEUU, Barack Obama y Mitt Romney,  se olvidaron de hablar esta noche en el tercer debate sobre la importancia geopolítica de América Latina en materia de política exterior. Solo Mitt Romney mencionó América Latina pero desde una perspectiva económica, de comercio exterior.

Fast and Furious, Plan Mérida y Plan Colombia, el crecimiento de Brasil como fuerza de liderazgo en América Latina, o el acercamiento constante del presidente Hugo Chávez a Irán, o los problemas limítrofes entre Canadá y EE.UU, entre México y EE.UU., el problema del narcotráfico en Centroamérica y la falta de políticas explícitas y concretas de inmigración que afectan a millones de latinoamericanos, el tema de las remesas familiares, el desarrollo de los países más pobres del continente como Haití y Nicaragua y la cuestión del embargo sobre Cuba, fueron temas totalmente excluidos por los candidatos.

El moderador fue esta noche el mejor de los tres debates, fue firme, administró bien el tiempo y sin tratar de ser protagonista como la periodista de CNN en el segundo, se mostró con la autoridad y el respeto suficiente para que el debate no se alejara de su curso. Sin embargo, no acertó en tratar de inclinar a los candidatos hacia el tema de América Latina. Ignoró el tema.

Es probable que Obama ganara este tercer debate, sin embargo Romney no se mostró como perdedor. Se mostró moderado en materia de exponer al país a una nueva intervención militar, ya sea en Siria como en Irán.

No creo que los debates hayan modificado los resultados de las elecciones. Simplemente reafirmaron las simpatías y lealtades que cada individuo ya tiene tanto en los demócratas como en los republicanos. 

octubre 10, 2012

El miedo a debatir

Comparto mi columna del fin de semana antes de la victoria de Hugo Chávez y centrada en el tema del debate en Estados Unidos entre Barack Obama y Mitt Romeny y en los que no se dieron en Latinaomérica, incluyendo a Venezuela


El miedo a debatir

Si ganó Mitt Romney o perdió Barack Obama en el primer debate de la carrera presidencial estadounidense, no es tan importante como que triunfó la gente, el proceso electoral y la política.
Alienada de tanta propaganda partidaria, avisos negativos, discursos e información polarizada, el cara a cara entre los candidatos dio un respiro a los electores para que los conozcan íntimamente, y aprender de propuestas sobre una realidad más descarnada y autocrítica del país.
Los debates no tienen la fuerza de cambiar el rumbo de una elección, ya que se realizan en la parte final de la campaña electoral cuando los indecisos son pocos y la mayoría difícilmente considere traicionar sus lealtades partidarias. Empero, como ocurrió el miércoles con Romney, suelen energizar campañas que todos daban por decididas.
Romney rebasó a Obama no por su ventaja de retador, sino porque fue más convincente en el arte de la retórica, del intercambio de ideas, donde prevalecen los principios y propuestas más que los hechos, el lenguaje corporal más que las tácticas futuras. Obama perdió porque confundió política con gobierno, quedó empantanado, defendiendo decisiones tomadas y objetivos que todavía no alcanzó.
Sin embargo, el logro más sustancial de los debates es que crean una atmósfera de efervescencia política, renovando en la gente el interés por la vida de sus comunidades y generando mayores compromisos para salir a votar. Un clima tan saludable para la política y la participación democrática, similar al que crean las Eliminatorias al fútbol o los play-off a la NBA.
Lamentablemente, este tipo de fiesta cívica todavía no caló del todo en la cultura electoral de varios países latinoamericanos, donde existen gobiernos que prefieren informar a ser cuestionados o hacer propaganda por temor a debatir. Venezuela es el caso típico. El presidente Hugo Chávez rechazó de cuajo el intento de su contrincante, el gobernador Henrique Capriles, de trenzarse en debates electorales rumbo a las elecciones de este domingo, relegando a los venezolanos a solo tener que consumir propaganda, insultos y descalificaciones.
La falta de debates denuncia el grado de autoritarismo o realza el nivel de democracia alcanzado en un país. No es casualidad que sean inexistentes en Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua; o que, por el contrario, formen parte de la cultura electoral de Brasil, Chile, Costa Rica, Colombia, México y Perú.
En Venezuela los debates presidenciales se realizaron por última vez en 1998, cuando Chávez aspiraba a la presidencia. Lo mismo ocurrió con Evo Morales en Bolivia, donde antes de su segundo período eran práctica habitual entre candidatos. Esto demuestra que a mayor cantidad de años en el poder, menor son las chances para que haya discusión de ideas.
También sucede con Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador y Cristina de Kirchner en Argentina. Tras varios años en el poder, prefieren descalificar públicamente a sus adversarios a tener que sentarse frente a frente, argumentando que su comunicación es con el pueblo, con las bases, aunque rara vez esa comunicación es de doble vía.
Ese miedo a debatir, a tener que compartir el poder temporalmente, los obliga a crear un clima de polarización política constante, en el que valen más los insultos y los ataques que el debate. La polarización no es una casualidad, sino causalidad, es una estrategia política inteligente para quien quiere gobernar sin tener que rendir cuentas o cumplir con los contrapesos de la democracia.
Es fácil advertir que esa polarización no puede ser sustentada sin un aparato gigantesco de propaganda. De ahí que estos gobiernos sigan creando medios de comunicación gubernamentales a los que usan no como medios públicos sino para su beneficio partidario; discriminen y persigan a los medios y periodistas que ejercen su misión de fiscalizar al poder;  que solo informen a la población a través de cadenas nacionales y discursos en actos políticos o que no ofrezcan conferencia de prensa o posibilidad donde puedan ser cuestionados.
El miedo a debatir implica miedo a la democracia. Por ello, para evitar que los gobiernos se hagan más autoritarios y cerrados, sería importante que la sana cultura de los debates se incluya como valor esencial en la legislación electoral. 

septiembre 09, 2012

Chávez y su miedo a debatir


Si algo sería importante en estos últimos días antes de las presidenciales en Venezuela, es que el presidente Hugo Chávez acepte el reto que el viernes le hizo el candidato Henrique Capriles de sentarse a debatir las propuestas e ideas de gobierno para el nuevo período gubernamental.

La vocación de Chávez nunca fue muy democrática que digamos por lo que la propuesta seguramente la enterrará con indiferencia o can mayor cantidad de insultos para desprestigiar a su colega opositor.

Es una pena, porque los debates, como los tres previstos que tienen Barack Obama y Mitt Romney, no son tanto para que los candidatos se saquen chispas, sino que sirven para que los procesos electorales san más transparentes, algo que muchos ponen en duda en Venezuela, sin distinción de ideologías.

Repito lo que dije en m i columna de junio del año pasado ante la falta de este tipo de procesos en Argentina: “Cuanto más autoritario es el gobierno, menos espacio existe para discutir y tolerar ideas ajenas a la “verdad oficial”. Prueba de ello, es que se trata de una práctica inconcebible en regímenes como los de Hugo Chávez en Venezuela, de Evo Morales en Bolivia, de Daniel Ortega en Nicaragua o de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, quienes accedieron a las presidencias a través de discursos en actos propagandísticos, sin intercambiar argumentos con sus contrincantes ni prestándose siquiera a confrontar con periodistas y medios de comunicación”.

Es una lástima que Chávez no acepte el desafío. Los venezolanos, más que insultos y propaganda, se merecen conocer de primera mano las propuestas y las diferencias entre sus candidatos para poder hacer una elección a conciencia.

Es normal que a más cantidad de años que alguien pasa en el gobierno, menor es su voluntad a debatir. En nuestra América Latina, como en cualquier parte del mundo, quienes más años pasan en el poder público, más creen que tienen derecho a él o que les pertenece. De ahí la importancia de que haya topes máximos en años para gobernar. Después de los ocho años, los abusos de poder se multiplican. 

junio 09, 2011

Los debates presidenciales


El último debate preelectoral en Perú, entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala, aunque estuvo plagado de acusaciones, golpes bajos y no desequilibró la balanza a favor de uno u otro candidato, cumplió con su objetivo de estimular la participación directa del ciudadano en el proceso electoral y así fortalecer la cultura democrática.

Pese a que los candidatos suelen ser reacios a los debates, por temor a que sus ventajas en las encuestas se desvanezcan, no existen estudios confiables sobre si éstos finalmente influyen para ganar o perder una elección. Así quedó demostrado ahora en Perú y antes con las confrontaciones entre los aspirantes Barack Obama y John McCain en EE.UU., donde esta tradición se institucionalizó tras una serie de aguerridas disputas televisivas entre John Kennedy y Richard Nixon en 1960.

Sin embargo, de lo que sí hay certeza, es que este tipo de contienda sirve para que los procesos electorales sean más transparentes, justos y competitivos. No suelen influir entre quienes ya tienen lealtades partidarias o posiciones tomadas, pero son vitales para los indecisos. Son útiles para apreciar en forma directa las actitudes y propuestas de un candidato bajo presión, sin la contaminación de los medios, de la propaganda electoral y de los mítines políticos, en donde el público es tratado como masa, cegado emocionalmente por eslóganes, símbolos y discursos.

La reticencia a debatir en forma directa en las campañas electorales, también desnuda el bajo nivel de madurez, apertura y transparencia de un sistema político. Cuanto más autoritario es el gobierno, menos espacio existe para discutir y tolerar ideas ajenas a la “verdad oficial”. Prueba de ello, es que se trata de una práctica inconcebible en regímenes como los de Hugo Chávez en Venezuela, de Evo Morales en Bolivia, de Daniel Ortega en Nicaragua o de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, quienes accedieron a las presidencias a través de discursos en actos propagandísticos, sin intercambiar argumentos con sus contrincantes ni prestándose siquiera a confrontar con periodistas y medios de comunicación.

Por el contrario, otros sistemas que se han caracterizado por una apertura y tolerancia política mayor, tal los casos de Chile, Brasil, Colombia, México, Uruguay, Panamá y Costa Rica, desde hace décadas que vienen incorporando la sana  costumbre de los debates preelectorales, creando mayor confianza y participación directa del público.

En Argentina, donde los debates no forman parte de la carrera presidencial, aunque pareciera que ya no se podrá evitar la tendencia, existen positivos ejemplos motivados por los medios. En Córdoba, el diario La Voz del Interior viene creando el hábito desde hace 30 años entre candidatos a gobernador, intendentes y legisladores. Pero para organizarlos, como sucederá seguramente para las elecciones a gobernador del 7 de agosto próximo, tendrá que convencer a los candidatos, ya que éstos no lo tienen incorporado como aspecto obligatorio en su cultura política.

En EE.UU. no fue diferente - no obstante que la tradición se remonta a más de 150 años cuando se enfrentaron los senadores Abraham Lincoln y Stephen Douglas - hasta que se reformó la ley electoral y luego se creó la Comisión de Debates Presidenciales, una organización autónoma sin fines de lucro que le quitó el peso de la organización a las cadenas televisivas, transformando a los debates en un aspecto esencial para cada elección. Similares actitudes siguieron España, Francia e Italia, entre otros países, donde los debates son parte obligada del paisaje electoral.

Más allá de que en varios países latinoamericanos, entre ellos Argentina, existen proyectos de ley para que los debates presidenciales sean obligatorios, lo importante es que se incentiven a como de lugar. Son tan vitales para la compenetración directa del ciudadano con su gobernante, como el control financiero de los partidos políticos y la veeduría de observadores internacionales lo son para la transparencia del proceso electoral.

Pero para que los debates preelectorales, así como la discusión y la tolerancia de ideas, formen parte de la cultura democrática, no solo basta incentivar el hábito en la clase dirigente. También deben incorporarse a la educación secundaria y universitaria, y motivarse en certámenes estudiantiles. Esa fue una fórmula de éxito en EE.UU.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...