Hugo Chávez ganó por mucho,
con más del 54% de los votos que lo legitiman en la Presidencia por un absurdo
período adicional que en total serán 20 años desde que llegó al poder en 1999 y
a partir de ahí cambió la Constitución para eternizarse y tener este destino.
En realidad la oposición no
perdió con Henrique Capriles sino que perdió cuando no puedo doblegar la mano
de aquellos referéndums constitucionales con los que cambiaron las reglas de
juego para hacer política y se permitió que un presidente pueda ser vitalicio.
Absurda medida que desde entonces ha permitido la institucionalización de los
abusos de poder y el enquistamiento de una clase política que cree que no solo
el gobierno, sino el Estado le pertenece.
Las evidencias recolectadas
en estos 14 años hablan de un gobierno autoritario, abusivo contra las
libertades individuales y sociales, y que hizo de Venezuela dos países
antagónicos. El futuro, con el argumento y la justificación del 54%, es más
sombrío aún. A no ser que haya una transformación personal o su salud se
desmorone, Chávez podrá profundizar la revolución lo que equivaldrá a un
nacionalismo acérrimo, mucha más propaganda y descalificación e insultos para
una minoría que también es mayoría, y para quien piense u opine diferente.
Chávez buscará seguir aumentando la hegemonía de todo y en todo, pese a quien
le pese.
La oposición tiene ahora la
responsabilidad de no desbandarse y tratar de tener mejores elecciones en
diciembre cuando deba renovarse la legislatura. A su favor tiene esta derrota
fresca, sabiendo que debe esforzarse ante un aparato gigantesco con capacidad
de movilización y arrastre sistemático y permanente, y que debe conseguir
imponer un contrapeso democrático en la Asamblea Legislativa. Esta opción es
mayúscula y de una altísima responsabilidad.