




La feria internacional Art Basel y Pamela Anderson tienen algo en común.
Anoche, en nuestra última visita a la feria antes de que termine hoy, coincidimos con la rubia de Baywatch, quien en los minutos que deambuló por el Convention Center de Miami Beach concentró todos los reflectores. Casi como moscas, no solo los periodistas, sino también los visitantes, dejaron de admirar cuadros y esculturas para concentrarse en sus piernas. Vestía una camiseta que no le llegaba a cubrir las pantaletas amarillas y un par de tacos rosados, mientras se escondía debajo de un gorrito de lana, según pueden apreciar en la foto que le tomé de atrás.
Como siempre, para ir a esta feria hay que estar preparado porque uno sabe que si bien a ver parte del arte más caro del mundo, ese arte vanguardista tiene mucho de kitsch, en su significado de grotesto, desagradable o de mal gusto. Hay muchos trabajos kitsch, por lo que es difícil advertir la belleza con la configuración cultural que tenemos, ya que la belleza o la hermosura la asociamos a cuestiones de simetría, armonía y estética.
Por eso para mí, que todavía tengo un conflicto para admirar una pila de azúcar con un diamante, o una escultura de mujer encerrada en una jaula con ratoncitos vivos, o un perchero con un saco colgado, o una campana silenciosa, o un par de huesos tirados en el piso, o unas cajitas de madera sin ton ni son sobre la pared, o una silla de ruedas con un regador de jardín a su lado, me resulta muy difícil que el galerista o el artista se me aproximen para explicarme que su obra trata de la existencia de la humanidad o la búsqueda de Dios.
Graciela, mi mujer, lo definió mejor cuando yo no encontraba palabras para expresar lo que sentía antes algunas obras: “esto es un insulto”.
Por ello, de todo lo que había en Art Basel de vanguardista, me quedo con algunas obras tradicionales como las de Picasso, Basquiat, Miró, Swanson e incluso con algunas como las de Dubuffet o la de Gupta, según las fotos que pueden ver abajo.
Pero para seguir con la comparación, lo que también nos sorprendió a mi mujer y a mí en nuestro recorrido, es que Pamela Anderson, todo un personaje kitsch, estaba muy a tono con muchas de las obras expuestas. Cuando uno escucha ese nombre mentalmente lo asocia a un cuerpazo impresionante, piernas bien torneadas – en realidad las tiene – pero así también está llena de celulitis, pozos por doquier en los costados de los muslos y una cara que menos mal que la tenía semi tapada con el gorrito, ya que eran evidentes las marcas y huellas que la vida de la farándula pesada y de alto calibre le dejó. Toda una decepción, comparando su imagen con la que uno está acostumbrado a ver en la televisión o en las revistas del corazón.
Art Basel y Pamela Anderson hicieron juego.
Anoche, en nuestra última visita a la feria antes de que termine hoy, coincidimos con la rubia de Baywatch, quien en los minutos que deambuló por el Convention Center de Miami Beach concentró todos los reflectores. Casi como moscas, no solo los periodistas, sino también los visitantes, dejaron de admirar cuadros y esculturas para concentrarse en sus piernas. Vestía una camiseta que no le llegaba a cubrir las pantaletas amarillas y un par de tacos rosados, mientras se escondía debajo de un gorrito de lana, según pueden apreciar en la foto que le tomé de atrás.
Como siempre, para ir a esta feria hay que estar preparado porque uno sabe que si bien a ver parte del arte más caro del mundo, ese arte vanguardista tiene mucho de kitsch, en su significado de grotesto, desagradable o de mal gusto. Hay muchos trabajos kitsch, por lo que es difícil advertir la belleza con la configuración cultural que tenemos, ya que la belleza o la hermosura la asociamos a cuestiones de simetría, armonía y estética.
Por eso para mí, que todavía tengo un conflicto para admirar una pila de azúcar con un diamante, o una escultura de mujer encerrada en una jaula con ratoncitos vivos, o un perchero con un saco colgado, o una campana silenciosa, o un par de huesos tirados en el piso, o unas cajitas de madera sin ton ni son sobre la pared, o una silla de ruedas con un regador de jardín a su lado, me resulta muy difícil que el galerista o el artista se me aproximen para explicarme que su obra trata de la existencia de la humanidad o la búsqueda de Dios.
Graciela, mi mujer, lo definió mejor cuando yo no encontraba palabras para expresar lo que sentía antes algunas obras: “esto es un insulto”.
Por ello, de todo lo que había en Art Basel de vanguardista, me quedo con algunas obras tradicionales como las de Picasso, Basquiat, Miró, Swanson e incluso con algunas como las de Dubuffet o la de Gupta, según las fotos que pueden ver abajo.
Pero para seguir con la comparación, lo que también nos sorprendió a mi mujer y a mí en nuestro recorrido, es que Pamela Anderson, todo un personaje kitsch, estaba muy a tono con muchas de las obras expuestas. Cuando uno escucha ese nombre mentalmente lo asocia a un cuerpazo impresionante, piernas bien torneadas – en realidad las tiene – pero así también está llena de celulitis, pozos por doquier en los costados de los muslos y una cara que menos mal que la tenía semi tapada con el gorrito, ya que eran evidentes las marcas y huellas que la vida de la farándula pesada y de alto calibre le dejó. Toda una decepción, comparando su imagen con la que uno está acostumbrado a ver en la televisión o en las revistas del corazón.
Art Basel y Pamela Anderson hicieron juego.