El carnaval comenzó con
anticipación. En un caso inédito, el Tribunal Supremo de Justicia venezolano avaló
el inicio de las fiestas al posponer por tiempo indefinido el acto de posesión
del presidente reelecto Hugo Chávez y permitir la continuidad del gobierno,
tras una dudosa interpretación de la Constitución.
La decisión, pactada de
antemano en La Habana, sirvió para que el oficialismo, celebrara este 10 de
enero un acto en solidaridad y de exaltación de la personalidad del líder
ausente. Con la fiesta, el gobierno tuvo la intención de mostrar fuerza de
movilización y encubrir cualquier discusión democrática sobre su legitimidad.
El vicepresidente Nicolás
Maduro no habló de planes ni agenda futura, pero amenazó y advirtió a
potenciales golpistas. Todo esto, con el aval de una comparsa internacional
encabezada por los presidentes José Mujica, de Uruguay, Evo Morales, de Bolivia
y Daniel Ortega, de Nicaragua, cuya amistad con el chavismo les impide siquiera
dudar si en Venezuela se atentó contra la Constitución. Algo que sí sopesaron
ante los golpes constitucionales en contra del presidente hondureño Manuel
Zelaya y del paraguayo Fernando Lugo, pidiendo que ambos países fueran
sancionados y expulsados de la OEA y otros foros internacionales.
Estos presidentes, ex
mandatarios y funcionarios de Argentina, El Salvador, Paraguay, entre otros
países, llegaron hipócritamente a Caracas blandiendo el manido discurso de la no
injerencia imperialista, aunque se entrometieron en los asuntos internos que
los venezolanos todavía no pudieron descifrar. Si es que se ajusta a derecho el
fallo del Tribunal Supremo que permitió la continuidad del gobierno – que incluiría
que Chávez pueda asumir en La Habana si recupera su salud - por encima del principio
constitucional que manda que ante la ausencia del Presidente electo o su
inhabilitación, debe asumir el líder de la Asamblea Legislativa y convocar a
nuevas elecciones.
Ante escenarios poco
deseados, y acostumbrado a un poder hegemónico de más de 14 años, hace rato que
el chavismo enmascara la gravedad de la situación. Sobre Chávez, su cáncer y
expectativa de vida se sabe poco. Después de un mes internado en La Habana,
Chávez no aparece en fotos y quienes lo visitan no lo pueden ver. Todavía peor,
el gobierno prohibió la formación de una comisión parlamentaria mixta y con
facultativos para que visite Cuba y permita verificar si el mandatario está
inhabilitado para asumir la Presidencia. De ahí que hayan crecido los rumores y
temores sobre su vida.
Pero ese no es el único
secreto intencionado que pretende el régimen. Al mejor estilo de las
autoridades de China que censuraron una protesta de periodistas por mayor
libertad de expresión y democracia esta semana, el gobierno venezolano censuró a
la cadena Globovisión por considerar
que el contenido crítico de cuatro videos sobre el fallo del Superior Tribunal,
incita “al odio, a la intolerancia por razones políticas, a la zozobra y
alteraciones del orden público”.
La prohibición, contraria al
principio legal de censura previa, evitó que Globovisión difundiera videos que auto
comprometen al oficialismo, en los que Chávez, antes de marcharse el 10 de
diciembre a La Habana, indicaba como se debía proceder en su ausencia.
Contrario a lo que sucedió ahora, Chávez ajustándose al mandato constitucional designó
como vicepresidente al canciller Nicolás Maduro, a quien propuso como el
candidato del oficialismo para las próximas elecciones en caso de quedar inhabilitado.
Aunque el chavismo se haya
bañado de poder con sus multitudes, la situación no parece que será menos
compleja en el futuro inmediato. Ahora que Maduro asumió el poder y continuará con
el anterior gabinete, muchos cuestionan qué legitimidad tendría si Chávez muere
o sigue inhabilitado, ya que muchas de las decisiones de nivel nacional e
internacional están solo reservadas para que las tome el presidente.
Sin embargo, el chavismo, con el control de los poderes Judicial y Legislativo, siempre supo sortear cualquier atolladero mediante vericuetos legales. El fallo actual del Tribunal Supremo se compara a la decisión de la Asamblea Legislativa a fines de 2010, cuando autorizó a Chávez gobernar por decreto por 18 meses, antes de que asumieran los diputados de la oposición. Aquel fue otro carnaval.