La destitución de cuatro magistrados
de la Corte Suprema hondureña por parte del Congreso y la intención en
Argentina de “democratizar” a los jueces, demuestra que todavía existen
gobiernos que prefieren una justicia obediente, pese a que atenten contra el
requisito democrático de división e independencia de poderes.
En ambos casos se trató de
revancha política, por considerar que los jueces pecaron por obra u omisión. En
Honduras, el presidente Porfirio Lobo se disgustó porque los magistrados
declararon inconstitucional aspectos técnicos de un decreto sobre una necesaria
depuración policial. Luego, los legisladores abusaron de poder despidiendo a
los jueces, causando inestabilidad, de la que se terminó acusando a los medios
por informar.
En Argentina, la presidente
Cristina de Kirchner, encontró la excusa perfecta para disciplinar y someter a
los jueces. Aprovechó la indignación social por la absolución de los acusados
de secuestrar y obligar a la joven Marita Verón a la prostitución, aunque en el
fondo se trató de una represalia contra la Corte Suprema y otros tribunales,
que todavía no permiten la implementación completa de la Ley de Medios, cuyo motivo
real no es tener una prensa plural y robusta, sino someter a la crítica e
independiente.
Con esa justificación, Cristina
de Kirchner dijo que impulsará una reforma en el Congreso para democratizar al
Poder Judicial ya que lo ve divorciado de las demandas de la gente. Se trata
del mismo patrón arrogante que siguieron Rafael Correa y Hugo Chávez, quienes
acusaron a la prensa y luego al Poder Judicial por todos los males que no
pudieron resolver, desde corrupción a inseguridad.
Hoy, en Ecuador y Venezuela,
luego de pomposas reformas judiciales y tras haberse instalado jueces amigos, y
sometido a los independientes, los problemas siguen igual o peor, pero nadie se
atreve a procesar o auditar a los gobiernos, pese a denuncias por corrupción,
fraude electoral y violación a los derechos humanos.
Las reformas terminaron
siendo el pretexto de los gobiernos para blindarse, evitar los cuestionamientos
y fallos incómodos, y arrogarse el poder absoluto.
Varios gobiernos
latinoamericanos están demostrando poseer esa arrogancia arbitraria en el
proceso de reforma del Sistema Interamericano de Derechos Humanos que tiene que
decidir la Organización de Estados Americanos en los primeros meses de 2013.
Muchos
países, en venganza por varias decisiones contrarias dictadas por la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) - y opiniones desfavorables de su
Relatoría Especial por la Libertad de Expresión - en vez de corregir, admitir vicios o reparar a
las víctimas, prefieren coartarle a este organismo su autonomía y libertad para
actuar.
La excusa perfecta la dio
Brasil, cuando decidió retirar a su embajador de la OEA en 2011, en represalia
por una decisión de la CIDH que ordenaba detener la construcción de una represa
en el Amazonas porque violaba derechos de los indígenas. De aquella decisión se
aprovecharon otros gobiernos.
Ecuador pidió una reforma
profunda del sistema interamericano al catalogar que la defensa de periodistas
y de un diario de ese país por parte de la CIDH, era una intromisión a su soberanía.
Venezuela calificó de “mafia” a los comisionados y pese a que nunca cumplió con
varias decisiones de la Comisión y Corte interamericanas, decidió retirarse de
su jurisdicción; una total contradicción con su flamante puesto en el Consejo
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, conseguido en noviembre.
Otros estados, como Colombia
y México también ven con buenos ojos una reforma, y aunque dicen pretender
mayor eficiencia, quieren quitarle dientes a un sistema que tiene ante sí
muchas denuncias de violaciones a los derechos humanos cometidas por sus fuerzas
armadas.
Es evidente y necesario que
los poderes judiciales, así como el sistema jurídico interamericano, necesitan
ser más eficientes. Pero esa mejoría para que sea tal debe estar al servicio de
la ciudadanía y no de los gobiernos como pretenden las ansiadas reformas.
Que hay jueces malos y corruptos es cierto, como también gobernantes y legisladores. Pero existen formas técnicas para corregir y castigar conductas, evitando someter a todo un poder con destituciones masivas, amenazas y golpes de arrogancia.
2 comentarios:
En Honduras pervive un concepto primitivo del poder. Aquí todavía se piensa en términos de "los azules mandamos" o "los liberales mandamos". Entonces no es de extrañar que si alguien tiene un poquito de poder se vea obligado a exhibirlo.
El presidente Lobo y su secuaz Juan Orlando llevan en progreso su plan de permanencia en el control del presupuesto nacional con todas las trampas legales que su "viveza" les permite.
Lo que acaban de hacer con la Corte Suprema sería imposible en un país con cierto respeto a las leyes.
Entonces para qué es el poder político si no se hace lo que a uno le dé la gana?
No le demos vueltas al asunto. Uno se mete a esa vaina para hacerse rico y con la plata del gobierno es mejor porque no hay dolientes. Miren a Mel Zelaya que sacaba los billetes a carretadas del Banco Central y ahora hasta su propio partido tiene.
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