En pocas horas sabremos sobre
el futuro de Venezuela. La elección de Nicolás Maduro representará el
continuismo a políticas nacionalistas y arbitrarias que en la última década han
debilitado a uno de los países potencialmente más ricos de las Américas,
gracias a la explotación y precio del petróleo, irónicamente el producto que ha
hundido al país.
En el gobierno de Hugo
Chávez, Venezuela despilfarró no solo su dinero para contagiar su revolución
socialista, sino también sus talentos. Los grandes ingresos permitieron al
gobierno tener un flujo impresionante de divisas que malgastó en su expansión
foránea en lugar de dedicarla a la mejoría doméstica. Qué Chávez logró mayor
igualdad entre los venezolanos acomodados y los vulnerables es en parte cierto,
pero también lo hicieron otro países en el continente que no hipotecaron su
futuro. Solo basta mirar a Brasil para saber que con un gobierno de izquierda
pero con políticas económicas coherentes pudo hacer que puchos pobres
ascendieran a la categoría de clase media.
Chávez no invirtió ni ahorró
su dinero. Venezuela es hoy casi tan pobre como antes con una inflación
galopante y una dependencia casi absoluta del exterior, todo lo que el chavismo
en público despotrica pero que en la práctica se aplica. Chávez no invirtió en
infraestructura y mucho menos en la industrialización del país ni siquiera en
la industria petrolera, una de las pocas de América Latina que tendrá menos
capacidad explotadora en el próximo lustro.
Venezuela es totalmente
dependiente del petróleo, y de sus precios especialmente, lo que la convierte
en un país esclavo de sus propios talentos y riqueza.
Maduro apuesta públicamente
en profundizar aún más ese modelo incoherente. Enrique Capriles propone otro
tipo de gobierno, pero si gana, dadas las complejidades económicas del país,
tendrá que adoptar medidas que lo harán impopular de un día para otro. En ambos
escenarios, cualquier gobierno se enfrenta a la calamidad de tener que gobernar
con mucha debilidad.
Tal vez esa debilidad y la
necesidad de las urgencias, podrían hacer que si Maduro cambia pudiera darse un
vuelco repentino de alguien que pensando de una forma, actúa de otra totalmente
opuesta. Y en América Latina hay muchos casos, el más reciente, en lo político,
fue el del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos de quienes muchos
pensaban que seguiría con las políticas de su antecesor, Alvaro Uribe, que él
mismo ayudó a crear. O como sucedió con Carlos Menem y luego con Alan García,
cuyos nacionalismos los guardaron en el cajón del escritorio para adoptar
políticas neo liberales y alejarse de los propios estamentos de sus partidos
políticos.
Quien dice. De repente
Maduro cambia y crea un movimiento dentro de otro movimiento, haciendo un
gobierno que también incorpore a las élites que el chavismo menospreció y
abrace de a poco estilos más democráticos que su predecesor. Para ello tiene el
viento a su favor, todas las instituciones del Estado están de su lado, cooptadas
por más de una década de construcción de dependencias; y, por el otro, no tiene
muchas alternativas ante un país que económicamente se cae a pedazos.