No teníamos suficiente con las
alusiones de José Mujica sobre su colega argentina, Cristina de Kirchner, a
quien calificó de “vieja y Terca”, de que Hugo Chávez se convirtiera en
“pajarito” para hablarle a Nicolás Maduro o de que Evo Morales dijera que la carne
de pollo hace que los caucásico sean pelados y gays, para tener ahora los
dichos de Barack Obama sobre la “fiscal más guapa del país”, definiendo así a
la secretaria de Justicia de California, Kamala Harris.
Si bien todas estas frases e imágenes
creadas por los presidentes alimentan decepciones y humores al mismo tiempo,
hay mucha diferencia entre ellas. En EE.UU. el piropo público de Obama despertó
que algunos le dijeran que el Presidente no entiende el papel de la mujer en la
sociedad y que sus comentarios son discriminatorios en cuestiones de género.
Creo que a los críticos, aunque hay
que entenderlos, se les fue un poco la mano. Si bien la investidura
presidencial condiciona responsabilidades, hay que tener en cuenta que Obama
nunca le faltó el respecto a la fiscal ni sus comentarios fueron de índole
sexual. No hizo comentarios respecto a su cuerpo ni a sus piernas, lo que hubiera
podido interpretarse como una opinión subida de tono. Dijo un piropo, lo hizo
en público, además, habló de que era hermosa, la más linda del país, lo que si
bien pudo haber ruborizado un poco a la fiscal, no dejó de ser un calificativo
positivo. Además dijo que era inteligente y buena profesional, lo que desvirtúa
que hubiera querido deningrar a la mujer por el solo hecho de ser mujer.
Si esas palabras las hubiera dicho en
privado, si se hubieran escuchado por micrófono accidentalmente abierto, como
le sucedió a Mujica, la cuestión podría ser diferente. Y seguro que hasta Michelle
se las hubiera reprochado.
De todas maneras, no deja de ser
positivo que las palabras hayan creado cierto revuelo y que haya habido una
reacción en medios y, en especial, en las redes sociales, que tienen una
función de fiscalización que antes solo ejercía el periodismo. Los presidentes,
los políticos y las personas públicas en general, deben asumir que sus palabras
tienen consecuencias.
El público, ahora convertido en
usuario de las redes sociales y el internet, ya no vota solo cada cuatro años
como ocurría antes; el voto ahora se ejerce todos los días.
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