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Mario Vargas Llosa acompañado por mi esposa, Graciela, en una reunión SIP en 2015. |
El
único sorprendido por el Premio Nobel de Literatura fue Mario Vargas Llosa. Para
el resto de los mortales era un galardón anunciado o, mejor dicho, esperado; ni
siquiera un asomo de polémica como el año pasado cuando Barack Obama recibió el
de la Paz, sino alegría y festejos, porque la Real Academia de las Ciencias de
Suecia desde hace años estaba en deuda con el autor.
Fue un
premio que “hizo justicia enorme”, como dijo el presidente peruano Alan García,
pensando, como muchos, que Vargas Llosa acababa de evadir la lista de
escritores al que el Nobel les fue injustamente esquivo, como Juan Rulfo y
Jorge Luis Borges.
Quienes
además de su prolífica obra literaria nos deleitamos con sus posiciones
libertarias, que abundan en sus novelas y ensayos, agradecemos que por sobre
todo se haya reconocido al intelectual, el que generosamente abre la boca para
condenar a los nacionalismos, a los que considera “la peor construcción del
hombre” y reclama por la libertad de prensa como sinónimo de democracia.
El
Nobel pone a Vargas Llosa en el escalón más alto de la literatura mundial, pero
la justificación política de la Academia – “por su cartografía de las
estructuras del poder y sus aceradas imágenes de la resistencia individual, la
revuelta y la derrota” – lo sitúa también como paladín por excelencia de los
valores democráticos, aquel que no teme enfrentar la diatriba de populistas y
déspotas de izquierda que abundan ahora en Latinoamérica o pelear contra
dictadores y autoritarios derechistas. El de Vargas Llosa es un Nobel de
Literatura, pero también un “Nobel de la Libertad”.
De
muchos intelectuales y literatos se dice que son adelantados a su tiempo para
justificar que son superiores al resto. Pero la superioridad de Vargas Llosa
rompe con esos cánones; está dada por la fidelidad y capacidad crítica con la
que retrata la realidad.
Durante
la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa en octubre de 2008 en
Madrid, tuve la oportunidad de escuchar su primera aproximación a “La
civilización del espectáculo”, un ensayo que todavía está moldeando y en un
futuro seguramente contendrá duras críticas a Facebook que en aquel año todavía
no era popular y a Twitter, que ni siquiera existía.
En 50
minutos de cáustica charla, con una crítica semejante a los versos mordaces y
eternos de Enrique Santos Discépolo en el tango Cambalache, Vargas Llosa se
despachó en contra de la trivialización de la cultura, con un análisis profundo
sobre política, periodismo, literatura, cine, artes plásticas, drogas y sexo.
Condenó
que la cultura esté dominada por lo “light”, por el consumo y por la demanda
del público, que, en definitiva, condiciona la creación y el mercado. Se mostró
aterrado que los modistos y los artistas hayan suplantado como eje del
pensamiento a los filósofos y a los científicos de ayer y de la literatura
efímera de los “best sellers” actuales. “Se ha llegado al eclipse del
intelectual”.
Se
quejó de la manipulación de la publicidad, y que los políticos suplantaron sus
ideas por los gestos y la imagen. “La frivolidad – dijo – es tener una tabla de
valores invertida. Todo es apariencia, teatro, juego, diversión”. Y ahí mismo
agrupó a las revistas del corazón y al periodismo sensacionalista, desapegado a
sus valores tradicionales: verdad, rigor y respeto por la intimidad.
En materia de artes visuales y plásticas, confrontando a Bergman o Buñuel con
Woody Allen, y a Vincent Van Gogh con Duchamp o Damien Hirst, acusó que la
“frivolización ha llegado a extremos alarmantes donde hay mínimos consensos
sobre la estética… no se puede definir lo que es el talento de lo que no lo
es”.
La obra
literaria y política de Vargas Llosa es la antítesis de esta “Civilización del
espectáculo”. Está impregnada de páginas y personajes que abrazan a la libertad
y la emancipación del individuo, trascendiendo al propio autor y a todos los
tiempos. Es clásica.
De ahí que la Academia no juzgó solo la literatura de un latinoamericano como
antes con Gabriela Mistral, Miguel Angel Asturias, Pablo Neruda, Octavio Paz o
Gabriel García Márquez. Esta vez recompensó el canto sostenido y lúcido de
Vargas Llosa a la libertad. Trottiart@gmail.com