¿Por qué insisto en la verdad y la libertad? Porque no
son meras palabras, sino los pilares que sostienen la democracia. En un momento
en que su estructura parece tambalearse bajo el peso de quienes ostentan el
poder, es crucial recordar que la solidez de estos pilares depende de cada uno
de nosotros, de nuestras acciones diarias.
El poder a menudo nos seduce con
eslóganes grandilocuentes: "¡Viva la libertad, carajo!" o "¡La
verdad prevalecerá!". Estas frases pueden encender el entusiasmo, pero son
solo chispas momentáneas. La verdadera libertad y la verdad se forjan con el
martillo de la acción constante, individual, sostenida en el tiempo.
En una democracia viva, la verdad no
es un concepto abstracto, sino una práctica: la honestidad intelectual que nos
impulsa a reconocer la realidad, incluso cuando su reflejo nos incomoda. Es el
coraje de mirar de frente a los hechos, sin importar cuán incómodos sean.
La libertad, por su
parte, va más allá de la simple ausencia de cadenas. Es la capacidad de alzar
la voz en disenso, de participar activamente en la vida pública sin que el
miedo a represalias nos paralice. Es la valentía de expresar nuestras ideas, de
cuestionar el status quo, de exigir rendición de cuentas.
Estos dos valores,
verdad y libertad, están intrínsecamente entrelazados. La construcción de una
democracia robusta exige la voluntad de escuchar diversas perspectivas, de
debatir ideas con pasión y respeto, y la valentía de denunciar la injusticia y
la falsedad, incluso cuando el camino se torna peligroso.
Imaginemos una sociedad
donde la libertad se sofoca. La búsqueda de la verdad se oscurece, las voces
críticas se silencian, y la información se manipula. En contraste, una sociedad
donde la verdad se ignora, donde la desinformación campa a sus anchas, la
libertad se erosiona, dejando paso a la manipulación y el caos.
Por lo tanto, la
democracia no es un regalo que recibimos, sino un jardín que cultivamos y cuidamos
cada día.
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