El embargo estadounidense contra Cuba tiene la virtud de fabricar noticias en forma continua. Más allá de si es beneficioso o no para los fines por el que fue creado, siempre ofrece unos toques para crear conciencia que la democracia es importante y que los dictadores o quienes desprecian las libertades de su pueblo no merecen que se les trate con respeto.
No hablo solo de los hermanos Castro, sino también de energúmenos como Augusto Pinochet, quien vio debilitada su omnipresencia cuando un juez español y la justicia británica lo elevaron al escarnio público y mundial.
Raúl Castro y Fidel Castro merecerían también esa misma suerte. Algo de ella probó en estos días Raúl en su viaje oficial a Trinidad y Tobago. Más allá de los honores oficiales que le presentaron, el Hotel Hilton negó ser su anfitrión y de su comitiva. La excusa del hotel fue que debe cumplir con las leyes estadounidenses sobre el embargo para evitar represalias legales y judiciales.
Al Hilton no lo deberían criticar, como harán Rafael Correa y Hugo Chávez, quienes probablemente anunciarán medidas solidarias para expulsar a esa franquicia de sus territorios; después de todo, como dijo el presidente ecuatoriano en la reciente cumbre de la Celac, todos los ciudadanos deben cumplir con las leyes.
La actitud del Hilton, más allá de cumplir con las leyes de su país, debería ser imitada por otros hoteles de todo el mundo. Sería una forma práctica y excelente para denunciar a los dictadores y quienes atropellan a diario a sus ciudadanos.