No debe ser fácil para el autoritario Hugo Chávez escuchar y ver los informes que llegan de Libia sobre cómo la tiranía y la autocracia están sucumbiendo ante los aires más democráticos que soplan en todas direcciones en el mundo árabe.
Todo el modelo que por años fue tejiendo Chávez, acoso a la oposición, presos políticos, justicia subyugada, economía estatal, propaganda continua a través de medios oficiales e interminables cadenas presidenciales, educación ideologizada, coacción contra medios de comunicación independientes, inventada paranoia contra invasiones extranjeras, permiso para operaciones de guerrilleros extranjeros, expropiaciones contra la empresa privada, corrupción y nepotismo oficiales, eternización en el poder, etc… es el mismo modelo que las juventudes de los países árabes están desmoronando a fuerza de manifestaciones y protestas públicas a favor de espacios de participación ciudadana.
Es evidente que la eclosión de las marchas se debe a que los gobernantes, ensoberbecidos por el poder, no han sabido leer lo que el pueblo venía reclamando desde hace décadas.
En Venezuela, Chávez, que en las últimas semanas ha estado más callado de costumbre temeroso por los gritos de los pueblos árabes se extiendan a través de su reino, tiene el grave desafío de tener que detener una huelga de hambre de 13 estudiantes universitarios iniciada el 31 de enero, que puede escalar de proporciones y hacer tambalear sus estructuras autoritarias.
Aunque los ministros quieran hacer ver que la huelga de hambre es patrocinada por el imperio, ya nadie come gato por liebre y Chávez sabe muy bien que si no accede a lo que los huelguistas reclaman – que se permita a la OEA y a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos inspeccionar en el país la situación de los derechos humanos y liberar a más de dos docenas de presos políticos – los universitarios tomarán cada vez más fuerza política. En el retrovisor, Chávez tiene las concesiones que el régimen comunista de los Castro tuvo que hacer para liberar a los presos políticos después de la huelga de hambre de Guillermo Fariñas y la muerte de Orlando Zapata Tamayo, como una forma astuta de descomprimir las presiones interna y externa.
Chávez tiene las horas contadas. No puede gobernar como hasta ahora y está a tiempo para abrir los espacios para una verdadera democracia, no aquella a la que empapela y disfraza con procesos electorales casi siempre manipulados.
Si Chávez se demora un poco más, le sucederá lo mismo que a los tiranos del mundo árabe, que cuando decidieron hacer los cambios, fue demasiado tarde.