La
tira venezolana de dibujitos animados “Isla Presidencial”, en la que acaba de
debutar Nicolás Maduro con su inseparable pajarito en el que se reencarnó el “comandante”,
tendrá fino material para que los náufragos se vayan de ahí. Podrán llevar sus
desopilantes aventuras al Parque de Yasuní, la reserva de petróleo y reserva mundial
de la biósfera en la Amazonía ecuatoriana, a la que ahora Rafael Correa está
dispuesto a explotar porque no consiguió
que la comunidad internacional le regalara 2.700 millones de euros o 3.600
millones de dólares para respetar el medioambiente.
La
propuesta de Correa aparentaba una genialidad de la inteligencia y el sentido
común, pero en realidad se trata de una transferencia de responsabilidad ética a
la comunidad internacional que él no quiere asumir. Es decir, pura demagogia y
un jugueteo político para encaramarse en la agenda pública internacional, con
un dejo de vanidad que seguro que le habrían llevado a pensar que merecería el
Premio Nobel de la Paz, como aquel conseguido por el ex presidente
estadounidense Al Gore, cuando arrancó el galardón tras un documental de
concientización sobre el calentamiento global.
La
idea de Correa, no obstante, sonaba buena y pomposa. Por su amor a la
humanidad, al planeta Tierra, promovió el Plan del Buen Vivir, no explotar las
reservas petroleras del yacimiento del Yasuní, a cambio de un fondo
internacional de 3.600 millones de dólares como indemnización previa al
Ecuador, para que se pudiera combatir la pobreza y miseria internas a cambio de
no ensuciar el aire del planeta con las emanaciones provocadas por la
exploración y explotación de crudo.
Correa
tuvo un duro golpe. Al cierre de tiempo de su propuesta, solo recogió 13.3
millones de dólares de los 3.600 en cuestión. El fracaso de la gestión no solo
se debe a lo demagógico del plan, sino también a la falta de credibilidad de
Correa a nivel internacional. Podría decirse que la diferencia entre lo solicitado y lo
recibido es un buen plebiscito de su función y, en especial, de su credibilidad
internacional, la cual se fue a la bancarrota cuando hace dos años demandó a
periodistas y directivos de El Universo por 40 millones de dólares porque no le
habían gustado que lo criticaran.
Ahora
Correa se enfrenta a su público interno y a demostrar si realmente tiene esa
vocación ética de no explotar el Yasuní por los peligros medioambientales,
entre ellos los de mermar la biodiversidad que según estudios alcanza a 100 mil
especies de insectos, 121 reptiles, 598 aves, 3.000 especies de plantas y 150
anfibios. Pero vanidoso, demagógico y desafiante
como es, Correa ya está hablando y empezando a hacer campañas de propaganda para explotar el lugar, pues dice que Ecuador
necesita inversiones por arriba de los 70 mil millones de dólares para combatir
la pobreza y brindarle igualdad de condiciones a los más vulnerables.
En
Ecuador, según sondeos, los ecuatorianos están por arriba del 90% en contra de
la exploración, pero seguramente Correa encontrará la forma de culpar a esa
gente de no querer asistir a los pobres y ordenará, con su acostumbrado sesgo
autoritario, a que empiece la exploración del parque. Ya dijo este jueves, cuando anunció el fin de la
propuesta, que la culpa de su malogrado plan es del mundo, al que calificó de hipócrita.
Seguramente, la próxima culpabilidad se la echará a los fascistas, corruptos y
asesinos ecuatorianos que no quieren que se explote el Yasuní porque detestan a
sus pobres conciudadanos.
Seguramente que la tira cómica de la “Isla
Presidencial” tiene mucho material. Así como Correa, se prevé que Cristina
Kirchner pida al mundo que le regale 5.000 millones para no criar más ganado y
así evitar el peligro medioambiental que representa las emanaciones de dióxido
provocado por el estiércol. Lo mismo sucederá con Evo Morales, cuyo fondo
servirá para no producir más carne de pollo y así evitar que se propague la
homosexualidad por el mundo.
Correa demostró con su demagógico plan que sigue
siendo tan cínico como siempre.
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