Nunca fue fácil dividir
religión de política. En Latinoamérica, así como muchos púlpitos son usados
como tribuna, también los mítines políticos se utilizan para manipular imágenes
y sentimientos religiosos con fines electorales.
La religiosidad popular siempre
fue mayor tentación para los políticos, tanto para hacer propaganda, como para congraciarse
con el pueblo. Ejemplos de esa manipulación suelen verse en toda campaña electoral,
sin distinción de ideologías. Desde las visitas habituales de candidatos
mexicanos a la Basílica de Guadalupe, hasta el uso común de crucifijos al lado
de imágenes de Sandino en las asambleas de Nicaragua.
Son usuales esas contradicciones
políticas de criticar y abrazar la religión al mismo tiempo. En Argentina,
después de que el gobierno nacional reprochó y puso en dudas la elección de
Jorge Bergoglio al frente de la Iglesia Católica, su imagen se aprovechó en la
campaña que el domingo desembocará en elecciones primarias, con un afiche que
muestra al Papa saludando a Cristina Kirchner y a su precandidato principal a
diputado nacional. Y aunque el gobierno argumentó que no tenía intención de
hacer propaganda, el slogan debajo de la foto que invita a no dejar que “la
esperanza se apague”, demuestra todo lo contrario.
Patrones comunes de manipulación
religiosa para uso del discurso político se viven en Venezuela y Nicaragua. El
presidente Nicolás Maduro, conocido por tratar de imitar el carisma de su
predecesor, Hugo Chávez, utiliza a menudo imágenes religiosas para asociar al
ex presidente y a la ideología del chavismo, en un intento por lograr popularidad,
que con la sola práctica política no le alcanza.
Esta semana, en un acto para
conmemorar la muerte de Chávez hace cinco meses, Maduro, al mejor estilo Francisco,
dijo que el “Cristo redentor se hizo carne, se hizo nervio, se hizo verdad en
Chávez”, argumentando, sin timidez alguna, que el comandante vino en misión a
la Tierra para ayudar a los desprotegidos y humildes.
Es la esposa del presidente
nicaragüense, Daniel Ortega, quien mayor manipulación hace de la religiosidad
popular y sus símbolos. Rosario Murillo, por obra y gracia de las divinidades
de la política, cambió los colores insignia de la revolución sandinista de la
Nicaragua atea de 1979, el rojo y el negro, por el fucsia, reflejo de su misticismo.
Un color con el que mandó a pintar varios edificios públicos, por el que el
régimen actual se ganó el mote de “revolución rosa”.
Aunque muchos políticos consideran saludable para la democracia mantener la división entre Estado e Iglesia, existe gran contradicción cuando manipulan el mensaje religioso como estrategia política y electoral. Es que el uso de la religiosidad popular en la propaganda política, viola, además, el mandamiento de no invocar el nombre de Dios en vano.
2 comentarios:
Pretendemos que nuestros pueblos tengan niveles de vida comparables a los paises desarrollados pero nos aferramos a las maneras ancestrales.
No es posible esperar resultados de progreso cuando votamos por dirigentes tribales y brujeros.
La culpa no es de los politicos depravados, los responsables somos aquellos que los aceptamos y decimos que "asi es nuestra idiosincracia" y seguimos prorrogando la miseria con nuestros votos.
Los políticos santeros, incapaces y degenerados son parte de lo que define nuestra identidad, así como la mas alta tasa de muertes violentas, los servicios públicos que no funcionan, cortes de energía eléctrica, cortes de agua, justicia inexistente, culpar a los demás por nuestras desgracias, el mal fútbol.
Da pena cuando vemos lo que de verdad es civilizacion.
Publicar un comentario