domingo, 11 de agosto de 2013

La política de invocar a Dios en vano

Nunca fue fácil dividir religión de política. En Latinoamérica, así como muchos púlpitos son usados como tribuna, también los mítines políticos se utilizan para manipular imágenes y sentimientos religiosos con fines electorales.

La religiosidad popular siempre fue mayor tentación para los políticos, tanto para hacer propaganda, como para congraciarse con el pueblo. Ejemplos de esa manipulación suelen verse en toda campaña electoral, sin distinción de ideologías. Desde las visitas habituales de candidatos mexicanos a la Basílica de Guadalupe, hasta el uso común de crucifijos al lado de imágenes de Sandino en las asambleas de Nicaragua.

Son usuales esas contradicciones políticas de criticar y abrazar la religión al mismo tiempo. En Argentina, después de que el gobierno nacional reprochó y puso en dudas la elección de Jorge Bergoglio al frente de la Iglesia Católica, su imagen se aprovechó en la campaña que el domingo desembocará en elecciones primarias, con un afiche que muestra al Papa saludando a Cristina Kirchner y a su precandidato principal a diputado nacional. Y aunque el gobierno argumentó que no tenía intención de hacer propaganda, el slogan debajo de la foto que invita a no dejar que “la esperanza se apague”, demuestra todo lo contrario.

Patrones comunes de manipulación religiosa para uso del discurso político se viven en Venezuela y Nicaragua. El presidente Nicolás Maduro, conocido por tratar de imitar el carisma de su predecesor, Hugo Chávez, utiliza a menudo imágenes religiosas para asociar al ex presidente y a la ideología del chavismo, en un intento por lograr popularidad, que con la sola práctica política no le alcanza.

Esta semana, en un acto para conmemorar la muerte de Chávez hace cinco meses, Maduro, al mejor estilo Francisco, dijo que el “Cristo redentor se hizo carne, se hizo nervio, se hizo verdad en Chávez”, argumentando, sin timidez alguna, que el comandante vino en misión a la Tierra para ayudar a los desprotegidos y humildes.

Es la esposa del presidente nicaragüense, Daniel Ortega, quien mayor manipulación hace de la religiosidad popular y sus símbolos. Rosario Murillo, por obra y gracia de las divinidades de la política, cambió los colores insignia de la revolución sandinista de la Nicaragua atea de 1979, el rojo y el negro, por el fucsia, reflejo de su misticismo. Un color con el que mandó a pintar varios edificios públicos, por el que el régimen actual se ganó el mote de “revolución rosa”.

Aunque muchos políticos consideran saludable para la democracia mantener la división entre Estado e Iglesia, existe gran contradicción cuando manipulan el mensaje religioso como estrategia política y electoral. Es que el uso de la religiosidad popular en la propaganda política, viola, además, el mandamiento de no invocar el nombre de Dios en vano. 

2 comentarios:

Aquiles Dejo dijo...

Pretendemos que nuestros pueblos tengan niveles de vida comparables a los paises desarrollados pero nos aferramos a las maneras ancestrales.
No es posible esperar resultados de progreso cuando votamos por dirigentes tribales y brujeros.
La culpa no es de los politicos depravados, los responsables somos aquellos que los aceptamos y decimos que "asi es nuestra idiosincracia" y seguimos prorrogando la miseria con nuestros votos.

Aquiles Dejo dijo...

Los políticos santeros, incapaces y degenerados son parte de lo que define nuestra identidad, así como la mas alta tasa de muertes violentas, los servicios públicos que no funcionan, cortes de energía eléctrica, cortes de agua, justicia inexistente, culpar a los demás por nuestras desgracias, el mal fútbol.
Da pena cuando vemos lo que de verdad es civilizacion.