Crecí mirando un grafiti en un
tapial de mi casa, sobre la calle Perú casi esquina Iturraspe, que leía:
“¡Fuera yanquis de Vietnam!”. Era un repudio del grupo clandestino Ejército
Revolucionario del Pueblo, que por aquella época combatía la dictadura de Juan
Carlos Onganía y protestaba por todo contra el gobierno estadounidense.
El mismo sentimiento
antiamericano se sintió esta semana en Brasil y Colombia durante la visita del
canciller estadounidense, John Kerry. Esta vez la repulsión no se debió al involucramiento
de EE.UU. en alguna guerra, sino por el espionaje de comunicaciones telefónicas
y electrónicas que, a nivel mundial, afecta tanto la privacidad de los ciudadanos,
como la soberanía de los gobiernos.
Mientras los presidentes Juan
Manuel Santos y Dilma Rousseff exigían explicaciones a Kerry, centenares de
manifestantes gritaban “¡espía go home!”, lo que denota la desconfianza que
cosechó el gobierno de Barack Obama tras las filtraciones del ex contratista de
la CIA, Edward Snowden, ahora exiliado en Rusia. Una credibilidad que ya venía
a la baja desde que el soldado Bradley Manning filtró millones de documentos a
Wikileaks, con infidencias sobre el tratamiento espinoso que EE.UU. dispensa a
países amigos y enemigos por igual.
Esa desconfianza externa no
es tan grave para Obama, como las suspicacias que generó a nivel interno, donde
perdió popularidad y terreno político de cara a futuras elecciones
legislativas. Frente a los electores, todos usuarios de internet y telefonía, no
le resulta fácil justificar la excesiva invasión de la privacidad, como el
único método eficiente para neutralizar ataques terroristas.
De ahí que la semana pasada,
para retomar la confianza del público, Obama anunció mayor control,
transparencia y límites para los programas de vigilancia. Dijo que revisará la
Ley Patriótica que ampara el espionaje, reformará las atribuciones de un
tribunal que en forma secreta lo autoriza y dará a conocer el tipo de
tecnología utilizada. “No basta que el presidente tenga confianza en la
legalidad de estos programas, es necesario que el pueblo también lo tenga”,
dijo.
Sin embargo, lo que parece
incongruente con todas las críticas que el gobierno recogió a nivel externo e
interno, es que tanto Obama como Kerry solo pidieron disculpas, pero reafirmaron
que EE.UU. continuará con el hábito de recopilar información en aras de la seguridad
nacional y global.
En Brasil y Colombia, Kerry
se aseguró en explicar en voz alta que EE.UU. no es el único país que espía en
el mundo, una tarea bien aceitada por todos los gobiernos la que se ha hecho
más fácil desde la irrupción del internet y las redes sociales, donde los
usuarios vienen desnudando sin tapujo sus intimidades.
Es fácil advertir que todos
los gobiernos espían. No solo por denuncias como la que hizo el diario brasileño
O Globo en estos días. Afirmó que Brasil participó de una red de 16 bases de
espionaje operadas por EE.UU. interviniendo millones de llamadas de teléfonos y
correos electrónicos. Sino también, porque periódicamente, en la prensa y redes
sociales de Argentina, Colombia, Perú y Venezuela, los servicios de
inteligencia filtran videos y grabaciones clandestinas que dejan en aprietos a
personajes públicos, ya sean periodistas, opositores o funcionarios indeseables.
La actitud de Obama de
querer mayor transparencia en los sistemas de vigilancia, a través de un sitio
digital que explique la tecnología empleada y la creación de un ente de
activistas civiles que monitoree posibles abusos, aparenta ser solo un cambio
cosmético, de formas, ya que en el fondo, los programas de espionaje persistirán.
Obama debe entender que el
problema del espionaje indiscriminado, tal como ahora está concebido, no radica
en su transparencia, sino en su existencia misma. A nivel externo, merma la
credibilidad en países amigos que ven en EE.UU. a una potencia intervencionista,
mientras que a lo interno, la invasión de la privacidad se observa como acto de
intimidación que degrada la confianza del público en el sistema político.
A nivel global, Obama trajo
la esperanza de cambio en las relaciones internacionales tras la presidencia
polémica de George W. Bush., pero la frase “¡Espías go home!” demuestra el
lamentable retroceso de esa expectativa.
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