Kadafi era déspota, despiadado y sanguinario. Sus crímenes por más de 40 años se cuentan a montones, tanto en su país como en el extranjero. Patrocinó el terrorismo, musulmán o irlandés le daba lo mismo, e hizo poner bombas en dos vuelos comerciales (el vuelo 103 de Pan Am en 1988 y el de un avión francés) y desafió al mundo.
Su revolución no era ciudadana ni del pueblo, era propia. Dilapidó fortunas y administró pobreza, en un país singularmente rico y petrolero que tenía el potencial de ser el Abu Dhabi de Africa.
Era estrafalario. Loco. Usaba trajes militares, así como túnicas decoradas con oro y mapas del continente que creía era suyo.
Fue amigo oportunista de muchos. Desde los de la CIA para cazar terroristas asesinos hasta de aquellos que patrocinan o protegen al terrorismo desde las Américas, como Hugo Chávez y Fidel Castro.
Como Chávez, es producto de las regalías del subsuelo. Cambió favores y beneficios por barriles de petróleo. Antes era militar y como líder de oficiales derrocó a un gobierno. Echó a los americanos y europeos y nacionalizó empresas y negocios. Cambió leyes y reglas y dijo que la democracia representativa era una farsa; prefería el gobierno de las masas, creó comités populares, lo que no fue más que la excusa para tener todo el poder en sus propias manos.
En la ONU, rompió una copia de su carta fundacional y calificó al Consejo de Seguridad “consejo del terrorismo”. Se alojaba en tiendas de beduino así fuera en las arenas del desierto o sobre la grama en Nueva York. Al mes de enero lo hizo llamar “Ayn al-Nar” (“Donde está el fuego”).
En Latinoamérica otros le siguieron, como si se tratara de un manual del perfecto excéntrico. Chávez, que le cambió el sable de Simón Bolívar por un honoris causa, y mimetizado por sus extravagancias, también se abocó a atrasar el horario en media hora, virar hacia la izquierda el caballo en el escudo nacional y alargar el nombre de la república.
En fin, Kadafi se creía iluminado, mejor, superior. Y de esas “cualidades” emanaban sus abusos de poder. Chávez no es muy distinto y mucho menos sanguinario; pero sí déspota y despiadado.
2 comentarios:
Me parece un poco fuerte comparar a Chávez con Khadafi. Es la misma distancia que hay entre un equipo de Olancho y el Real Madrid.
Khadafi era un asesino con cementerios propios. Son miles los que aparecieron enterrados en los patios de las prisiones políticas de Libia. La voladura del avión de PanAm es un supercrimen y su maldad se demuestra en la manera como murió destrozado a mano limpia por el pueblo mas humilde, pues los que lo mataron eran los descamisados de la clase baja.
Chávez es un aprendiz de malvado, es tenebroso, mañoso, astuto, abusivo, pero sus crímenes son de ligas menores.
Su pueblo le va a hacer justicia muy pronto, pero sólo le van a quitar parte de lo robado y con suerte le cortarán la lengua como escarmiento, pero de allí no pasa.
Senor Aquiles, usted dice que Chávez no tiene muertes en su conciencia y yo le digo que está pelado, peladísimo.
Desde que ese gorila es presidente, han muerto 155,000 venezolanos de manera violenta a manos del hampa por la falta de gobierno. La policía en Venezuela solo se usa para perseguir a los que no piensan como el gorila. A los criminales, ni coquito.
Hay algunos muertos que el gran hombre ha causado directamente. Si no que lo diga la familia de Franklin Brito que murió en huelga de hambre por que Chávez le quitó su finquita. La defensora del pueblo dijo que el pobre viejo estaba loco y que por eso se dejaba morir.
Luego daré otros ejemplos de crueldad.
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