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enero 31, 2016

Teconología y terrorismo

La era digital conlleva grandes desafíos. El más impensado es que ha metido de cabeza a las empresas privadas a resolver guerras, conflictos y terrorismo, un campo que antes era exclusivo de gobiernos y estados enfrentados.

Google, Facebook, YouTube y Twitter están cada vez más acorraladas. Tras los ataques del Estado Islámico en París y San Bernardino, el gobierno de Barack Obama les está exigiendo más compromiso para que sus plataformas tecnológicas no sean usadas por los terroristas para propagar su odio, reclutar voluntades y organizar atentados.

El reclamo, también instalado en la campaña electoral por Hillary Clinton y Donald Trump, parece loable y patriótico, aunque esconde muchas complejidades. La principal es que impone a las compañías privadas una actitud de policía que no tienen.

Si estas compañías no resisten, corren el riesgo de perder independencia, lo que carcomerá la confianza del público. También perderán negocios en el extranjero por el temor de que sus productos estén infiltrados por la vigilancia del gobierno estadounidense. Especialmente, les lloverán pedidos similares de gobiernos no tan democráticos, que bajo la excusa de perseguir a terroristas, usarán la información para marginar a sus opositores.

Obama pidió a las empresas digitales que combatan al terrorismo con la misma fuerza que a la pornografía infantil y que dejen de desarrollar tecnología para encriptación de mensajes, para que la información sea más permeable para las agencias de seguridad.

Las tecnológicas han mejorado su trabajo con bancos de imágenes que les permiten detectar pornografía y desactivarla de inmediato, aunque un “googleo” rápido muestra que no son muy eficientes. La encriptación de mensajes, por otro lado, es un arma de doble filo, esencialmente porque es tecnología creada para aumentar la privacidad de los usuarios y para evitar que hackers y cibercriminales puedan atacar bancos, transporte aéreo o plantas nucleares.

Los terroristas, además, no siempre mantienen sus conversaciones a oscuras y son ávidos en el uso de las tecnologías. En París se comunicaron por mensaje de texto regulares y en San Bernardino cuando Twitter eliminó el tuiteo del Estado Islámico, “California: hemos llegado con nuestros soldados y decidan su final, con bombas o cuchillos”; los terroristas reaparecieron con decenas de cuentas nuevas.

En este intríngulis donde entran en conflicto derechos constitucionales de igual valor, como la seguridad nacional, el derecho a la privacidad y la libertad de expresión, la tarea no es fácil. Las compañías digitales basan su estrategia de crecimiento no solo en la innovación, sino también en la credibilidad, la que ya fue corroída cuando admitieron el espionaje y vigilancia del gobierno tras la denuncia de Edward Snowden en 2013.

Tras aquel escándalo, las empresas reforzaron la protección de los datos de los usuarios y comenzaron a ofrecer informes de transparencia, en los que se describen los pedidos de gobiernos y usuarios para desactivar contenidos incendiarios, los que no siempre acatan.

Por ahora, mientras no haya una ley que los obligue, solo entregan información cuando es solicitada mediante orden judicial. Muchas veces, además, no desactivan contenidos ante el pedido de las propias agencias de seguridad que prefieren no alertar a los sospechosos que están investigando. Parece ser el caso de Tashfeen Malik, el autor de la masacre de San Bernardino, a quien vigilaban por pregonar contenidos propagandísticos a favor del terrorismo en su perfil de Facebook.

Los terroristas, así en el territorio físico como en el virtual, regeneran tácticas y estrategias mediante el uso de tecnologías disponibles para todos, por lo que no resulta fácil encontrar el antídoto. De todos modos, sería grave limitar la eficiencia de los mensajes encriptados. Se correría el riesgo de que la realidad digital se vuelva más vulnerable y disminuyan los espacios de privacidad.

La polémica está situada y no será fácil resolverla. Hasta ahora la tecnología se percibía como la solución a muchos problemas, pero en el caso del terrorismo es en sí misma el problema. La innovación seguramente encontrará sus formas. Ojalá que en el ínterin, los gobiernos no obliguen a las empresas privadas a actuar como agencias de seguridad.

enero 10, 2015

Charlie Hebdo: nada murió

El atentado contra la irreverente Charlie Hebdo arrebató la vida de doce personas, más no la libertad de expresión ni la esencia misma de la caricatura, el género más artístico del periodismo.

Nada murió en el ataque. Quedó demostrado con la solidaridad en el mundo entero de gobiernos, medios, ciudadanos espontáneamente atrincherados en plazas y redes sociales bajo el lema #jesuischarlie y con caricaturistas que doblaron su creatividad para honrar a sus colegas y decir que pese a la muerte la caricatura está viva.

El valor de la caricatura radica en que puede interpretar los hechos jugando con el humor, la ironía y la burla para interpretar el contexto que otros géneros periodísticos no pueden lograr, como la fotografía y el video, siempre limitados por la realidad. Por ejemplo, el mensaje más potente sobre la confrontación de ideas, violencia vs. libertad de expresión, que desnudó esta masacre, la sintetizó el caricaturista indio Satisch Acharya. En su dibujo, dos terroristas miran exhortos a un lápiz y se preguntan: “¿Qué es esta pequeña arma que nos causa tanto dolor?”.

En este contexto de duelo y violencia extrema no es momento para ahondar en las responsabilidades y limitaciones que también tienen la caricatura y sus dibujantes, debido a que es un género que provoca, irrita y puede causar reacciones impensadas. Tampoco para interpretar si la frase predilecta de Stephane Charbonnier (Charb), el director asesinado de Charlie Hebdo, “prefiero morir de pie, a vivir de rodillas” es parte de un martirologio o un fanatismo no conveniente para el periodismo o para arrastrar a otros dibujantes.

En cambio es un momento para respetar las formas de expresión, a pesar de que no se compartan los métodos. Lo condenable no es el mensaje, sino la violencia que busca censurarlo. Está visto que el poder de las caricaturas y de la ficción suele sobrepasar a la realidad y crear reacciones diversas. Las caricaturas anteriores del profeta Mahoma publicadas en 2006 por un diario danés y las de 2011 en Charlie Hebdo, así como la película “La inocencia de los musulmanes” y la nueva novela “Sumisión” de Michel Houellebecq, que retrata a una Francia en 2022 gobernada por un presidente musulmán, pueden inducir a que el debate de ideas transcurra con racismo y resentimientos.

Pero estas formas de provocar conversación, jamás pueden justificar violencia alguna. Sirvan, por ello, estos días de duelo para atacar a los violentos, para desmoralizarlos, para demostrarles la fuerza de las palabras, de los mensajes y de las ideas, aquellas que Sarmiento decía que no se matan. Por eso Charlie Hebdo estará en las calles este próximo miércoles con ayuda de colegas de Liberation y otros medios. Por eso debe gritarse que cuando el mensaje sea hiriente e irreverente, los tribunales deben ser el único lugar donde dirimir los conflictos. Así los hicieron judíos y católicos que interpusieron docenas de demandas en contra de Charlie Hebdo porque consideraron que las portadas anti papas, rabinos y mofándose de Cristo y de la Virgen habían superado la dignidad de su fe.

No se sabe a ciencia cierta lo que pasará. Esta masacre, como la de 2001 en EEUU, será bisagra entre el antes y el después. Es indudable que por culpa de estos tres fanáticos alocados y por los yihadistas se exacerbarán los ánimos, y todos los musulmanes tendrán que soportar más auto justificaciones de parte de los Europeos Patrióticos contra la Islamización de Occidente. Justos pagarán por pecadores y habrá más gasolina en el fuego de las marchas y la islamofobia que se siente en países europeos.

Nada murió con esta masacre. Los extremistas seguirán disparando y degollando  periodistas y caricaturistas cada vez que desnuden arbitrariedades, así como antes lo hacían en América Latina, modalidad que ahora asumieron los narcotraficantes. Extremistas y narcos no solo ajustician por represalia, también buscan amplificar sus demandas. Pretenden crear miedo y generar autocensura, justamente lo opuesto a las intenciones de la caricatura.

Esta masacre contra Charlie Hebdo si alguna enseñanza deja, es que la libertad de expresión y la libertad de prensa son frágiles y no pueden darse por sentadas. El anhelo por proteger, promover y nutrir estas libertades todos los días tampoco puede morir. 

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...