El papa Francisco llegó a
Brasil en tiempo y en un tiempo histórico. Será el megáfono de multitudes juveniles
bulliciosas que desde hace meses protestan por la desigualdad entre las clases
sociales y en contra de la encarnada corrupción de los gobernantes. Quieren un
nuevo Brasil.
Las coincidencias en este
primer peregrinaje del Papa no pueden ser mejores. Él también - así como quiere
una nueva Iglesia, sin la corrupción de su jerarquía y de sus curas – quiere un
nuevo Brasil. Coincide en llegar al país más católico del mundo, pero también
en donde la Iglesia está rápidamente perdiendo fieles. La última encuesta de
Datafolha sostiene que el catolicismo es ahora practicado por el 57% de la
población, a diferencia de dos décadas atrás, cuando lo abrazaba más del 80%.
Francisco es la esperanza de
la Iglesia brasileña para unir a su rebaño, pero no por su cordialidad y
jovialidad, sino por los valores que defiende y promueve desde la humildad y la
frugalidad franciscana, valores que se ciñen a las causas que los jóvenes
abrazaron para cambiar al país.
El Papa pasará siete largos
días en el país y seguramente tendrá contratiempos. Habrá protestas en su
contra, así como en contra de la Iglesia y de los gastos que provocó su visita
y su seguridad.
Lo importante de esta visita
es que es histórica, no solo porque es la primera vez que existe un papa latinoamericano
y por primera vez se inicia un pontificado con una visita a Latinoamérica, sino
porque antes de llegar (desde que inició su pontificado) abrazó la causa de los
más humildes. Y no lo hizo de palabra ni por apariencias, sino con el ejemplo
de la acción.
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